28 de diciembre de 2024

La Sagrada Familia

SAGRADA FAMILIA –C- Ecl 3,2-6.12-14/Col 3,12-21/Lc 2,41-52 

En el Evangelio no encontramos discursos sobre la familia, sino un acontecimiento que vale más que cualquier palabra: Dios quiso nacer y crecer en una familia humana. De este modo, la consagró como camino primero y ordinario de su encuentro con la humanidad. Esta "verdad" la descubrió San José Manyanet y por eso puso a la familia como centro de su vida y apostolado educativo, vía privilegiada del encuentro con Dios.  En su vida transcurrida en Nazaret, Jesús honró a la Virgen María y al justo José, permaneciendo sometido a su autoridad durante todo el tiempo de su infancia y su adolescencia. De este modo, puso de relieve el valor primario de la familia en la educación de la persona y en la transmisión de los valores religiosos.

María y José introdujeron a Jesús en la comunidad religiosa, frecuentando la sinagoga de Nazaret. Con ellos aprendió a hacer la peregrinación a Jerusalén, como narra el pasaje evangélico que acabamos de escuchar. Con ese gesto les hizo comprender que debía "ocuparse de las cosas de su Padre", es decir, de la misión que Dios le había encomendado. Este episodio evangélico revela la vocación más auténtica y profunda de la familia: acompañar a cada uno de sus componentes en el camino de descubrimiento de Dios y del plan que ha preparado para él.  María y José educaron a Jesús ante todo con su ejemplo: en sus padres conoció toda la belleza de la fe, del amor a Dios y a su Ley, así como las exigencias de la justicia, que encuentra su plenitud en el amor. De ellos aprendió que en primer lugar es preciso cumplir la voluntad de Dios, y que el vínculo espiritual vale más que el de la sangre.

En la Sagrada Familia de Jesús, María y José descubrimos algunas notas importantes que nos ayudan a ir construyendo la nuestra, sin olvidar a la familia más amplia de la que formamos parte todos, como hijos de Dios y hermanos en Jesús.

. La fiesta de la Sagrada Familia nos habla:

. de apertura a la vida. Vida que crece entre quienes están unidos; las personas en relación y apertura crecen individual y comunitariamente; vida que se crea, se transmite y se cuida... en los hijos, abuelos, enfermos a los que "se honra" (Eclesiástico); vida abierta a la sociedad, a la gran familia humana; vida que no es depreciada, ni "interrumpida" sino acogida, amada…

. de identidad, de vínculos. Una familia es un "hogar", una identidad que nos da seguridad, sentido de pertenencia, felicidad, calor, acogida. Decimos: soy de esta casa, he salido de aquí, vuelvo a mi casa. Lo dice el Salmista: "Dichosos los que viven en la casa de Dios alabándole siempre, encontrando en Él su fuerza y teniendo sus caminos en el corazón".

. de gratitud. En una familia todo se da porque todo se recibe. De unos padres y de Dios. Del amor entregado de unos y de Otro. No es lugar de acumular, destacar, hundir a los demás; es lugar de crecer, de saber todo lo que hemos recibido, de mirar más al otro que a uno mismo, en la misma dirección hacia la unidad de vida y de amor en una relación de amor, de entrega y generosidad.

. de sentirnos hijos de Dios, familia de Dios. Dios nos ha hecho sus hijos y "aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando él se manifieste seremos semejantes a Él, pues lo veremos tal cual es".  Todos hijos con plena confianza en Dios y fieles al mandato recibido:  creer en Jesucristo y amarnos unos a otros, como hermanos, para permanecer en el Amor.

. de crecimiento en las virtudes: bondad, humildad, paciencia, "amor como vínculo de unidad perfecta" (San Pablo), manteniendo los vínculos esenciales que nos permiten volar, ser nosotros mismos, descubrir y vivir nuestra vocación personal con la confianza de saber que Dios Padre cuida siempre de nosotros ("¿… no sabíais que tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre?").

La familia es la mejor escuela donde se aprende a vivir aquellos valores que dignifican a la persona y hacen grandes a los pueblos. También en ella se comparten las penas y las alegrías, sintiéndose todos arropados por el cariño que reina en casa por el mero hecho de ser miembros de la misma familia. Pido a Dios que en vuestros hogares se respire siempre ese amor de total entrega y fidelidad que Jesús trajo al mundo con su nacimiento, alimentándolo y fortaleciéndolo con la oración cotidiana, la práctica constante de las virtudes, la recíproca comprensión y el respeto mutuo. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

 

24 de diciembre de 2024

"Sucedió en aquellos días...".

El nacimiento de Jesús podría haber ocurrido de muchas maneras, pero ocurrió de un modo muy concreto, marcado por circunstancias que eran desde luego ideales. "Sucedió por aquellos días que el emperador," este censo coloca a María y a José ante circunstancias inesperadas que seguramente no habrían elegido nunca, ¿Quién quiere vivir el final de un embarazo en medio de caminos peligrosos y difíciles?  La presencia escondida de Jesús no evita a María y a José tener que doblegarse a la realidad tal como presente ante ellos y tener que hacer como los demás: "Iban todos, subió también José con María". Con la confianza en Dios se ponen en camino: la realidad misma le irá mostrando los signos necesarios.

 

Si miramos la historia de nuestra propia vida seguro que encontramos también distintas circunstancias que no esperábamos, de las que preferiríamos escapar…Cuando nos disponemos a acoger su sentido, el censo nos habla de todo aquello que no controlamos y que, sin embargo, puede ser cauce de vida y de crecimiento de forma insospechada. Para ello es necesario cultivar la capacidad de asombro de los niños, la inocencia de quien no sabe todo y se deja enseñar.

 

La Navidad nos conduce a los territorios más esenciales del ser humano, donde nos encontramos con nosotros mismos y con quienes caminan junto a nosotros.  Así descubrimos lo que significa ser humanos.  El día a día tiene un ritmo que se impone y nos dispersa; entre la saturación diaria podemos siempre aprender a parar, contemplar, asombrarnos… es el principio de la sabiduría. Momento de celebración, de alegría, pero también nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre las cosas más profundas de la vida que nos conectan a todos. Cuando nos detenemos y nos alejamos de las presiones diarias encontramos el espacio para vivir nuestras vidas con el corazón abierto, con amor, amabilidad, perdón… que es precisamente lo que caracteriza el espíritu navideño.

 

"Dios es tan grande que puede hacerse pequeño. Dios es tan poderoso que puede hacerse inerme y venir a nuestro encuentro como un niño indefenso para que podamos amarlo. Dios es tan bueno que puede renunciar a su esplendor divino y descender a un establo para que podamos encontrarlo y, de este modo, su bondad nos toque, se nos comunique y continúe actuando a través de nosotros. Esto es la Navidad".  Esta santa Noche celebramos el Misterio de un Dios que es Amor y se acerca a nosotros por caminos de sencillez y humildad, no de poder, de los criterios dominantes o de fuerza.

La historia de la Navidad nos invita a considerar las experiencias y sentimientos de los demás; por encima de todo nos anima a recurrir al amor, no al miedo. El amor que nos mostramos a nosotros mismos y el amor que mostramos a los demás; el amor que escucha con empatía, que es amable y comprensivo, que perdona y que brinda alegría y esperanza.; el amor que es la luz que puede brillar con fuerza en los momentos de más oscuridad ("Sobre los que vivían en tierra de sombras…, una luz brilló", dice el profeta). Es la estrella que siempre aparece…  Y nos recuerda eternamente que Dios no se ha encerrado en "su cielo" sino que se ha inclinado sobre las vicisitudes de las personas: un misterio grande que llega a superar toda espera posible. Dios entra en "nuestro tiempo" del modo más impensable: haciéndose niño y recorriendo las etapas de la vida humana, para que toda nuestra existencia, espíritu, alma, cuerpo sea justa, piadosa, austera… (San Pablo) pueda ser elevada a la altura de Dios.

 

Y esta Navidad se abren las puertas del Jubileo de la Esperanza.  Es un hecho relevante: ante el portal de Belén la invitación a la reflexión, el asombro, la conversión se hace más patente. Es un despertar en nosotros para caminar por la senda de la esperanza, con paso firme, a sabiendas de que ese Niño que nace guiará nuestro ánimo hacia las metas elevadas que nos llevan a ser más humanos y, por eso, más divinos ("No temáis", evangelio). Sintámonos "orgullosos" de celebrar la Navidad, la revelación histórica de Dios. Él es fiel y esta certeza puede conducirnos por los caminos de la justicia y la paz en este momento histórico tan complejo.  Nada nos conecta mejor con Dios: la vida, la luz, la dulzura, la paz, la dignidad de los seres humanos, la belleza sencilla, humilde… este gran Misterio, acogido con pureza de corazón…, es el que  nos salva.

Poema de Mossèn Joan Deulofeu, rector de la parròquia de Sant Pere de Terrassa:

 

Nadala, faig Pessebre

Fer un Pessebre,

és,

Fer un altar ple d'humanitat.

Fer un Pessebre,

és tastar,

la tendresa de Déu,

per el que es humà.

Fer un Pessebre,

és,

entre molsa, suro i figuretes,

dir amb tota senzillesa;

Que preciosa pot arribar a ser,

la condició humana.

Fer un Pessebre,

és, posar la Natura al Cor de l'Home,

i l'Home en el Cor de Déu.

Fer un Pessebre,

és, l'art senzill per dir,

alhora,

Esperança, Amor, Humanitat.

Fer un Pessebre,

és, perquè, ningú deixi de ser infant,

i amb ulls sorpresos,

que estrenen mirada,

poder sentir:

"Com ens estima Déu".

 

Que así sea con la Gracia de Dios. Santa y Feliz Navidad para todos.

 

21 de diciembre de 2024

"Bendita tú entre las mujeres..."

IV DOMINGO DE ADVIENTO –C-3- Miq 5,1-4/Heb 10,5-10/Lc 1,39-48

En este IV domingo de Adviento, el Evangelio narra la visita de María a su pariente Isabel. Este episodio no representa un simple gesto de cortesía, sino que reconoce con gran sencillez el encuentro del Antiguo con el Nuevo Testamento. Las dos mujeres, ambas embarazadas, encarnan, en efecto, la espera y el Esperado. La anciana Isabel simboliza a Israel que espera al Mesías, mientras que la joven María lleva en sí la realización de tal espera, para beneficio de toda la humanidad. En las dos mujeres se encuentran y se reconocen, ante todo, los frutos de su seno, Juan y Cristo.  El júbilo de Juan en el seno de Isabel es el signo del cumplimiento de la espera: Dios está a punto de visitar a su pueblo.

Isabel, acogiendo a María, reconoce que se está realizando la promesa de Dios a la humanidad y exclama: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?". María, joven pacífica que va a engendrar al Salvador del mundo. Así también el estremecimiento de alegría de Juan remite a la danza que el rey David hizo cuando acompañó el ingreso del Arca de la Alianza en Jerusalén. El Arca, que contenía las tablas de la Ley, el maná y el cetro de Aarón, era el signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. El que está por nacer, Juan, exulta de alegría ante María, Arca de la nueva Alianza, que lleva en su seno a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre.

Para María la fe se traduce en disponibilidad ("He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según ti palabra"). Ella experimenta que en sus entrañas se hace realidad el milagro de la vida y se pone en camino. Su propósito, tremendamente humano, es ayudar a su prima Isabel ante el inminente nacimiento de su hijo, al que pondrán por nombre Juan. Para Isabel la fe se traduce en capacidad de agradecimiento. Le sorprende y agrada la presencia de María. La proclama dichosa por haber creído a Dios y reconoce la grandeza de María, por ser la madre de su Señor.

La escena de la Visitación expresa también la belleza de la acogida: donde hay acogida recíproca, escucha, espacio para el otro, allí está Dios y la alegría que viene de Él. El que cree en la encarnación de Dios, que ha querido compartir nuestra vida y acompañarnos en nuestra indigencia, se siente llamado a vivir de otra manera. No se trata de hacer «cosas grandes». Quizá, sencillamente, ofrecer nuestra amistad y cercanía a personas que se sienten solas, visitar a quien se encuentra enfermo o , al menos, interesarnos por su estado, tener  paciencia con esas personas que buscan y necesitan ser escuchadas, compartir momentos de alegría y darnos un abrazo… Este amor que nos lleva a compartir las cargas y el peso que tiene que soportar el hermano es un amor siempre un amor "salvador", porque libera de la soledad e introduce una esperanza nueva en quien sufre, pues se siente acompañado en su aflicción. La navidad se prepara siempre en el encuentro, la hospitalidad, la sencillez… Ahí está Dios.

En este tiempo de Adviento, los cristianos estamos llamados a vivir la alegría y la acción de gracias ante un Dios que, en el misterio de la Encarnación, hace realidad el cumplimiento de sus promesas. Cada uno de nosotros está invitado a vivir en estado de buena esperanza y a dar a luz a Jesucristo, haciéndole presente en nuestro mundo de hoy con nuestra forma de ser y de actuar. "He aquí que vengo para hacer tu voluntad". Que así sea con la Gracia de Dios.

12 de diciembre de 2024

"Y nosotros, ¿Qué tenemos que hacer?"

. III DOM. DE ADVIENTO -C-  Sof 3,14-18a/Fil 4,4-7/Lc 3,10-18 

El Evangelio de este domingo de Adviento muestra nuevamente la figura de Juan Bautista, y lo presentan mientras habla a la gente que acude a él, junto al río Jordán, para hacerse bautizar. Dado que Juan, con palabras penetrantes, exhorta a todos a prepararse a la venida del Mesías, algunos le preguntan: "¿Qué tenemos que hacer?". Estos diálogos se revelan de gran actualidad.

La primera respuesta se dirige a la multitud en general. El Bautista dice: "El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo" (v. 11). Aquí podemos ver un criterio de justicia, animado por la caridad. La justicia pide superar el desequilibrio entre quien tiene lo superfluo y quien carece de lo necesario; la caridad impulsa a estar atento al prójimo y salir al encuentro de su necesidad, en lugar de hallar justificaciones para defender los propios intereses. Justicia y caridad no se oponen, sino que ambas son necesarias y se completan recíprocamente. "El amor siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa", porque "siempre se darán situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo" (Benedicto XVI, Enc. Deus caritas est, 28).

La segunda respuesta, que se dirige a algunos "publicanos", o sea, recaudadores de impuestos para los romanos. Ya por esto los publicanos eran despreciados, también porque a menudo se aprovechaban de su posición para robar. A ellos el Bautista no dice que cambien de oficio, sino que no exijan más de lo establecido (cf. v. 13). El profeta, en nombre de Dios, no pide gestos excepcionales, sino ante todo el cumplimiento honesto del propio deber. El primer paso hacia la vida eterna es siempre la observancia de los mandamientos; en este caso el séptimo: "No robar" (cf. Ex 20, 15).

La tercera respuesta se refiere a los soldados, otra categoría dotada de cierto poder, por lo tanto, tentada de abusar de él. A los soldados Juan dice: "No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga" (v. 14). También aquí la conversión comienza por la honestidad y el respeto a los demás: una indicación que vale para todos, especialmente para quien tiene mayores responsabilidades.

Considerando estos diálogos, impresiona la gran concreción de las palabras de Juan: puesto que Dios nos juzgará según nuestras obras, es ahí, justamente en el comportamiento, donde hay que demostrar que se sigue su voluntad. Y precisamente por esto las indicaciones del Bautista son siempre actuales: también en nuestro mundo tan complejo las cosas irían mucho mejor si cada uno observara estas reglas de conducta. Roguemos pues al Señor, por intercesión de María, para que nos ayude a prepararnos a la Navidad llevando buenos frutos de conversión.

Uno de los cuales es, sin duda, la alegría: un anuncio profético destinado a toda la humanidad y de modo particular a los más necesitados. Como en tiempos del profeta Sofonías, la palabra del Señor se dirige de modo privilegiado precisamente a quienes soportan pruebas, a los "heridos de la vida y huérfanos de alegría". La invitación a la alegría no es un mensaje alienante, ni un estéril paliativo, sino más bien una profecía de salvación, una llamada a un rescate que parte de la renovación interior. Que así sea con la Gracia de Dios.

6 de diciembre de 2024

"Hágase en mí, según tu Palabra"

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA

2024.  Génesis 3, 9-15.20; Efesios 1,3-6.11-12; Lucas 1,26-38

El relato del Génesis resulta fascinante. Dios "baja a pasear al jardín", para dialogar con en armonía pero Adán "se esconde"; había comido del fruto prohibido buscando "ser como Dios" y se descubrió desnudo, avergonzado y reconociéndose víctima de un engaño sin asumir su responsabilidad, culpando a Eva que, como el, "se dejó seducir" por la tentación.  El trasfondo de todo ello es una desconfianza absoluta respecto del Creador, una actitud de rebeldía que distorsiona la visión de la realidad, interfiere en la relación con Dios generando falsos temores y suspicacias. El ser humano no se deja hacer, no es dócil a la acción del Creador, no acepta su condición de "criatura" ni entiende que esta es su gran dignidad.  Quiere ir a lo suyo y se deja engañar por quien no quiere su bien.

Frente a esta realidad y estas actitudes de recelo y desconfianza, de desnudez y derrota, el relato bíblico contrapone una promesa: "Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando ti la hieras en el talón". En esta promesa de la victoria final del bien frente al mal que siempre acecha, la Iglesia ha visto siempre la figura de María en el sentido de que ella no se deja llevar por el miedo, ni las dudas, ni la desconfianza y se pone a disposición de Dios. A pesar de ser consciente de sus limitaciones, se fía de Él, de su bondad y de su poder. Sabe que no quiere ningún mal para ella ni para la humanidad y que "para Dios nada hay imposible". María conforma toda su vida a los planes de Dios, le obedece en todo, por eso su conducta estará limpia de todo pecado; el mal original de nuestros primeros padres no causará mella en su persona: será Inmaculada desde su Concepción; llena de amor y del Espíritu, "toda santa" (hermanos orientales).

La figura, y todo el ser de la Virgen María, nos invita hoy a vivir y testimoniar este proyecto de esperanza y de lucha contra el mal. En la meta de nuestro caminar está alcanzar la santidad:  ser personas santas e inmaculadas que no huyen de la Presencia de Dios con el rostro lleno de vergüenza tras el pecado, sino que confían en su promesa de salvación que se hace realidad tras el "Sí incondicional" de María y la victoria de su Hijo Jesús Resucitado, sobre todo mal.  María nos mueve  a renovar el sí de nuestra fe que neutraliza el pecado en nosotros  (no hemos nacido inmaculados como, por singular privilegio, nació ella) y nos hace optar con firmeza por la belleza que nos trae Cristo, belleza imperecedera, la de un corazón firme en el Señor, lleno de amor, vida, gracia, verdad, paz, bondad…en definitiva, de la santidad verdadera que rejuvenece y vitaliza, que vence al mal que nos asedia desde el principio, que nos regenera interiormente y nos ayuda a no perder la confianza en Dios.

Que" nuestro amor crezca cada día más"; que seamos limpios e irreprochables; que nuestros frutos sean agradables a Dios, como nos recuerda Pablo en su carta a los Filipenses.  Que así sea con la Gracia de Dios.

30 de noviembre de 2024

"Ven, Señor Jesús..."

 I DOMINGO ADVIENTO -C- Jer 33,14-16/Tes 3,12-4,2/Lc 21,25-28.34-

P. Raniero Cantalamessa

El otoño es el tiempo ideal para meditar sobre los temas humanos. Tenemos ante nosotros el espectáculo anual de las hojas que caen de los árboles. Desde siempre se ha visto en él una imagen del destino humano. Una generación viene, una generación se va...

¿Pero es de verdad éste nuestro destino final? ¿Más mísero que el de los árboles? El árbol, después del deshoje, en primavera vuelve a florecer; el hombre en cambio, una vez que ha caído en tierra, ya no ve al luz. Al menos, no la luz de este mundo... Las lecturas del domingo nos ayudan a dar una respuesta a la que es la más angustiosa y la más humana de las cuestiones. 

Recuerdo haber visto de niño, en una película o en un tebeo de aventuras, una escena que se me quedó fijada para siempre. Es por la noche y se ha caído un puente del ferrocarril; un tren, ignorante, llega a toda velocidad; el guardavías se pone entre éstas gritando: "¡Detente! ¡Detente!", agitando una linterna para señalar el peligro; pero el maquinista está distraído y no lo ve, y avanza arrastrando el tren al río... No querría cargar las tintas, pero me parece una imagen de nuestra sociedad, que avanza frenéticamente al ritmo de rock'n roll, desatendiendo todas las señales de alarma que provienen no sólo de la Iglesia, sino de muchas personas que sienten la responsabilidad del futuro...

Con el primer domingo de Adviento comienza un nuevo año litúrgico. El Evangelio que nos acompañará en el curso de este año, ciclo C, es el de Lucas. La Iglesia acoge la ocasión de estos momentos fuertes, de paso, de un año al otro, de una estación a otra, para invitarnos a detenernos un instante, a observar nuestro rumbo, a plantearnos las preguntas que cuentan: "¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? Y sobre todo, ¿adónde vamos?". 

En las lecturas de la Misa dominical, todos los verbos están en futuro. En la primera lectura escuchamos estas palabras de Jeremías: "Mirad que días vienen –oráculo del Señor– en que confirmaré la buena palabra que dije a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella sazón haré brotar para David un Germen justo...".

A esta espera, realizada con la venida del Mesías, el pasaje evangélico le da un horizonte o contenido nuevo, que es el retorno glorioso de Cristo al final de los tiempos: "Las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria".

Son tonos e imágenes apocalípticas, de catástrofe. Sin embargo se trata de un mensaje de consuelo y de esperanza. Nos dicen que no estamos caminando hacia un vacío y un silencio eternos, sino hacia un encuentro, el encuentro con Aquel que nos ha creado y que nos ama más que un padre y una madre. En otro lugar, el propio Apocalipsis describe este evento final de la historia como una entrada al banquete nupcial. Basta con recordar la parábola de las diez vírgenes que entran con el esposo en la sala nupcial, o la imagen de Dios que, en el umbral de la otra vida, nos espera para enjugar la última lágrima que penda de nuestros ojos.

Desde el punto de vista cristiano, toda la historia humana es una larga espera. Antes de Cristo se esperaba su venida; después de Él se espera su retorno glorioso al final de los tiempos. Precisamente por esto el tiempo de Adviento tiene algo muy importante que decirnos para nuestra vida. Un gran autor español, Calderón de la Barca, escribió un célebre drama titulado La vida es sueño. Con igual verdad se debe decir: ¡la vida es espera! Es interesante que éste sea justamente el tema de una de las obras teatrales más famosas de nuestro tiempo: Esperando a Godot, de Samuel Beckett...

Cuando una mujer está embarazada se dice que "espera" un niño; los despachos de personas importantes tienen "sala de espera". Pensándolo bien, la vida misma es una sala de espera. Nos impacientamos cuando estamos obligados a esperar una visita o una experiencia. Pero ¡ay si dejáramos de esperar algo! Una persona que ya no espera nada de la vida está muerta. La vida es espera, pero es también cierto lo contrario: ¡la espera es vida! 

¿Qué diferencia la espera del creyente de cualquier otra espera, por ejemplo, de la espera de los dos personas que aguardan a Godot? Ahí se espera a un misterioso personaje (que después, según algunos, sería precisamente Dios, God, en inglés), pero sin certeza alguna de que llegue de verdad. Debía acudir por la mañana, envía a decir que irá por la tarde; en ese momento dice que no puede ir, pero que lo hará con seguridad por la noche, y por la noche que tal vez irá a la mañana siguiente... Y los dos pobrecillos están condenados a esperarle; no tienen alternativa

No es así para el cristiano. Éste espera a uno que ya ha venido y que camina a su lado. Por esto, después del primer domingo de Adviento, en el que se presenta el retorno final de Cristo, en los domingos sucesivos escucharemos a Juan Bautista que nos habla de su presencia en medio de nosotros: "¡En medio de vosotros -dice- hay uno a quien no conocéis!". Jesús está presente en medio de nosotros no sólo en la Eucaristía, en la palabra, en los pobres, en la Iglesia... sino que, por gracia, vive en nuestros corazones y el creyente lo experimenta

La del cristiano no es una espera vacía, un dejar pasar el tiempo. En el Evangelio del domingo Jesús dice también cómo debe ser la espera de los discípulos, cómo deben comportarse entretanto, a fin de no verse sorprendidos: "Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida... Estad en vela, pues, orando en todo tiempo...".

Pero de estos deberes morales tendremos ocasión de hablar en otros momentos. Termino con un recuerdo cinematográfico. Hay dos grandes historias de iceberg llevadas a la gran pantalla. Una es la del Titanic, que conocemos bien..., la otra la relata la película de Kevin Kostner Rapa Nui, de hace algunos años. Una leyenda de la isla de Pascua, situada en el Océano Pacífico, dice que el iceberg es en realidad una nave que cada ciertos años o siglos pasa junto a la isla para permitir al rey o al héroe del lugar encaramarse a ella e ir hacia el reino de la inmortalidad. 

Existe un iceberg en la ruta de cada uno de nosotros, la hermana muerte. Podemos fingir que no lo vemos o no pensar en ello como la gente despreocupada que, en el Titanic, estaba de fiesta esa noche, o podemos estar preparados para subirnos y dejarnos conducir hacia el reino de los santos. El tiempo de Adviento debería servir también para esto...

23 de noviembre de 2024

"Tú lo dices, soy rey".

Solemnidad de Cristo Rey

. Una prima inmagine:  Gesù che viene con le nubi. È un'immagine che parla della venuta di Cristo nella gloria alla fine dei tempi: ci fa capire che l'ultima parola sulla nostra esistenza sarà di Gesù, non la nostra! Egli é il Signore che viene dall'alto e non tramonta mai, è Colui che resiste a ciò che passa, è la nostra eterna incrollabile fiducia. È il Signore. Questa profezia di speranza illumina le nostre notti. Ci dice che Dio viene, che Dio è presente, che Dio è all'opera e che Dio volge la storia verso di Lui, verso il bene. Viene "con le nubi" per rassicurarci, come a dire: "Non vi lascio soli quando la vostra vita è avvolta da nubi oscure. Io sono sempre con voi. Vengo per rischiarare e far risplendere il sereno".

Alzare lo sguardo da terra, verso l'alto, non per fuggire, ma per vincere la tentazione di rimanere stesi sui pavimenti delle nostre paure. Questo è il pericolo: che ci reggano le nostre paure. Non rimanere rinchiusi nei nostri pensieri a piangerci addosso. Questo è l'invito: alza lo sguardo, àlzati! È l'invito che il Signore ci rivolge a tutti. È il compito più arduo, ma è il compito affascinante che vi è consegnato: stare in piedi mentre tutto sembra andare a rotoli; essere sentinelle che sanno vedere la luce nelle visioni notturne; essere costruttori in mezzo alle macerie – ce ne sono tante in questo mondo di oggi, tante! –; essere capaci di sognare e guardate al futuro di luce, fraternità, pace ... con coraggio. Il Cardinale Martini diceva che alla Chiesa e alla società servono «sognatori che ci mantengano aperti alle sorprese dello Spirito Santo» (Conversazioni notturne a Gerusalemme. Sul rischio della fede, p. 61).

. Ed una seconda immagine: Gesù che dice a Pilato: "Io sono re". Colpiscono la sua determinazione, il suo coraggio, la sua suprema libertà. È stato arrestato, viene portato nel pretorio, è interrogato da chi può condannarlo a morte. E in una circostanza del genere, avrebbe potuto lasciar prevalere un naturale diritto a difendersi, magari cercando di "aggiustare le cose", trovando un compromesso. E invece Gesù non nasconde la propria identità, non camuffa le sue intenzioni, non approfitta di uno spiraglio di salvezza che pure Pilato lasciava aperto. No, non approfitta. Con il coraggio della verità risponde: "Io sono re". Si prende la responsabilità della sua vita: sono venuto per una missione e vado fino in fondo per testimoniare il Regno del Padre. Dice: «Per questo io sono nato e per questo sono venuto nel mondo: per dare testimonianza alla verità» (Gv 18,37). Gesù è così. È venuto senza doppiezze, per proclamare con la vita che il suo Regno è diverso da quelli del mondo, che Dio non regna per aumentare il suo potere e schiacciare gli altri; non regna con gli eserciti e con la forza. Il suo è il Regno dell'amore: "io sono re", ma di questo regno dell'amore; "io sono re" del regno di chi dona la propria vita per la salvezza degli altri.

Così, nella libertà di Gesù troviamo anche il coraggio di andare controcorrente. Non contro qualcuno, che è la tentazione di ogni giorno, come fanno quelli che caricano la colpa sempre sugli altri; no, contro la corrente malsana del nostro egoismo, chiuso e rigido.  Andare controcorrente per metterci nella scia di Gesù. Egli ci insegna ad andare contro il male con la sola forza mite e umile del bene. Senza scorciatoie, senza falsità, senza doppiezze. Il nostro mondo, ferito da tanti mali, non ha bisogno di altri compromessi ambigui, di gente che va di qua e di là come le onde del mare,  dove li porta il vento, dove li portano i propri interessi, di chi sta un po' a destra e un po' a sinistra dopo aver fiutato che cosa conviene.

Liberi, autentici, con passione per la verità, per costruire il Regno di Cristo, per sentire la gioia di dire:  "Con Gesù anch'io sono re", un segno vivente dell'amore di Dio, della sua compassione e della sua tenerezza.  Così sia. Amen.

9 de noviembre de 2024

"Cuidado..."

2024. XXXII-TO – B- Reyes 17, 10-16/Hb 9, 24-28/Mc 12, 38-44

De los dos episodios bíblicos de la primera lectura y el evangelio, sabiamente situados en paralelo, se puede sacar una preciosa enseñanza sobre la fe, que se presenta como la actitud interior de quien construye la propia vida en Dios, sobre su Palabra, y confía totalmente en Él. La condición de viuda, en la antigüedad, constituía de por sí una condición de grave necesidad. Por ello, en la Biblia, las viudas y los huérfanos son personas que Dios cuida de forma especial: han perdido el apoyo terreno, pero Dios sigue siendo su Esposo, su Padre.  Sin embargo, la Escritura dice que la condición objetiva de necesidad, en este caso el hecho de ser viuda, no es suficiente: Dios pide siempre nuestra libre adhesión de fe, que se expresa en el amor a Él y al prójimo.

Nadie es tan pobre que no pueda dar algo. Y, en efecto, nuestras viudas de hoy demuestran su fe realizando un gesto de caridad: una hacia el profeta y la otra dando una limosna. De este modo demuestran la unidad inseparable entre fe y caridad, así como entre el amor a Dios y el amor al prójimo, como recordábamos el domingo pasado-. San León Magno escribe: "Sobre la balanza de la justicia divina no se pesa la cantidad de los dones, sino el peso de los corazones. La viuda del Evangelio depositó en el tesoro del templo dos monedas de poco valor y superó los dones de todos los ricos. Ningún gesto de bondad carece de sentido delante de Dios, ninguna misericordia permanece sin fruto".

Pero, además, el evangelio es de una actualidad sorprendente por otra enseñanza. En tiempos de Jesús y en los actuales, en el mundo eclesiástico y en el civil, hay personas únicamente buscan figurar, salir en la foto y mostrar la apariencia sin ningún tipo de consistencia. El pasaje evangélico es una clara advertencia para aquellos que se dejan seducir por lo superficial y, al mismo tiempo, una invitación a saber descubrir los auténticos valores del Reino de Dios, a mirar con los ojos de Dios capaces de descubrir dónde está lo fundamental, la auténtica humanidad. 

Uno de los grandes pecados del ser humano de todos los tiempos ha sido la seducción de las apariencias. Y así corremos el riesgo de perder lo real y de perdernos nosotros. Este peligro ha cobrado nuevas formas en el mundo de hoy: los medios de comunicación tienen una influencia grande, hasta el punto de condicionar la vida de las personas y de las sociedades, orientando nuestro pensar y nuestro obrar. Utilizados sin responsabilidad, pueden estar al servicio de la mentira, del engaño. Bajo las apariencias se esconden la falsedad y la injusticia. Mientras se pavonean en público, usan su autoridad para "devorar los bienes de las viudas", como dice  el evangelio.

Y es que, las cosas que valen no suelen ser las más deslumbrantes. Lo que vale, como la verdad, Dios, el sentido, el amor, la solidaridad a veces se nos aparece humildemente. Porque los grandes valores no quieren violentarnos, se contentan con persuadirnos, haciéndonos el honor de contar con nuestro pensar y amar, con nuestra inteligencia y predilección. En estos grandes valores podemos encontrar a Dios, que oculta su fuerza tras la debilidad. En el indigente, el enfermo o el solitario, Dios suplica humildemente nuestro amor. Seducido por la apariencia, puede el hombre inclinarse por considerar fuerte lo que aparece como fuerte o por despreciar como débil lo que tiene apariencia de debilidad. Es que el Señor, leemos en el libro primero de Samuel (16,7) "no se fija en las apariencias ni en la buena estatura. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia. El Señor ve el corazón".

¡Cuidado!, nos dice el Evangelio. En la postura de la pobre viuda está lo verdaderamente valioso. ¡Abrid los ojos de la fe! Estos ojos permiten ver los auténticos valores del Reino de Dios. Son los ojos del amor, los ojos del que ama, del que confía. La viuda, en su pobreza, ha comprendido que, teniendo a Dios, lo tiene todo; se siente amada totalmente por Él y, a su vez, lo ama totalmente por eso se da enteramente. Que así sea con la Gracia de Dios.

2 de noviembre de 2024

"Ama a Dios y a tu hermano..."

DOMINGO XXXI TO -B- Dt 6,2-6/ He 7,23-28/Mc 12, 28b-34

. El Evangelio de hoy nos propone la enseñanza de Jesús sobre el mandamiento más grande: el mandamiento del amor, que es doble: amar a Dios y amar al prójimo. Los santos, a quienes ayer celebrábamos todos juntos en una única fiesta solemne, son justamente los que, confiando en la gracia de Dios, buscan vivir según esta ley fundamental. En efecto, el mandamiento del amor lo puede poner en práctica plenamente quien vive en una relación profunda con Dios, del mismo modo que el niño se hace capaz de amar a partir de una buena relación con la madre y el padre. San Juan de Ávila, escribe al inicio de su Tratado del amor de Dios: "Más mueve al corazón el amor que los beneficios; porque el que hace a otro beneficio, dale algo de lo que tiene: más el que ama da a sí mismo con lo que tiene, sin que le quede nada por dar". Antes que un mandato, el amor no es un mandato, es un don, una realidad que Dios nos hace conocer y experimentar, de forma que, como una semilla, pueda germinar también dentro de nosotros y desarrollarse en nuestra vida.

. Si el amor de Dios ha echado raíces profundas en una persona, ésta es capaz de amar también a quien no lo merece, como precisamente hace Dios respecto a nosotros. El padre y la madre no aman a sus hijos sólo cuando lo merecen: les aman siempre, aunque naturalmente les señalan cuándo se equivocan. De Dios aprendemos a querer siempre y sólo el bien y jamás el mal. Aprendemos a mirar al otro no sólo con nuestros ojos, sino con la mirada de Dios, que es la mirada de Jesucristo. Una mirada que parte del corazón y no se queda en la superficie; va más allá de las apariencias y logra percibir las esperanzas más profundas del otro: esperanzas de ser escuchado, de una atención gratuita; en una palabra: de amor. Pero se da también el recorrido inverso: que abriéndome al otro tal como es, saliéndole al encuentro, haciéndome disponible, me abro también a conocer a Dios, a sentir que Él existe y es bueno.

. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables y se encuentran en relación recíproca. Jesús no inventó ni el uno ni el otro, sino que reveló que, en el fondo, son un único mandamiento, y lo hizo no sólo con la palabra, sino sobre todo con su testimonio: la persona misma de Jesús y todo su misterio encarnan la unidad del amor a Dios y al prójimo, como los dos brazos de la Cruz, vertical y horizontal. En la Eucaristía Él nos dona este doble amor, donándose Él mismo, a fin de que, alimentados de este Pan, nos amemos los unos a los otros como Él nos amó.  No se pueden, pues,  separar las dos caras de un único amor. En Cristo lo divino y lo humano se hacen unidad. Amando a Cristo amamos a Dios y a todos los hombres, pues en su corazón todos están presentes y nadie queda excluido. "Al atardecer de la vida te examinarán del amor" (S. Juan de la Cruz). Jesús es el modelo de este amor.

. Un amor concreto y universal que hemos de vivir en cada momento y circunstancia de la vida. Recordamos hoy, de manera emocionada, a todas las personas que han fallecido, a quienes han perdido a sus seres queridos y parte de su historia, hogar, casas, amigos… por la DANA y sus terribles consecuencias que vuelven a suscitar en nosotros interrogantes sobre el sentido de la vida, la fragilidad humana, la fuerza de la naturaleza siempre más allá de nuestras previsiones. De nuevo la vulnerabilidad de la vida puesta a prueba por desastres naturales… estamos ante el enigma del mal provocado por la fuerza de la naturaleza, por las acciones u omisiones de los hombres…, un enigma que escapa a nuestra compresión pero que siempre nos recuerda quienes somos… y nos pone confiadamente en manos de Dios. Descansen en paz.

17 de octubre de 2024

"El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir..."

DOMINGO XXIX –B- Is 53,10-11/Heb 4,14-16/ Mc 10,35-45 - DOMUND

 

Hay pasiones que nos alejan de nuestro verdadero ser, de aquello a lo que estamos llamados y del misterio de Dios. Así nos lo revelan Santiago y Juan en su afán por hacerse con los puestos privilegiados y de ser los primeros. Frente a esta petición, Jesús anuncia de nuevo el destino doloroso que le espera, pero ellos, que buscan hacer carrera, no comprenden. La cuestión es: ¿Por qué el poder seduce tanto?

 

El poder existe en todos los ámbitos, también en la Iglesia y se puede ejercer de muchas maneras: sirviendo a los demás, buscando la justicia, promoviendo la solidaridad, influyendo en los pensamientos o decisiones de los otros, buscando el propio provecho, beneficio, prestigio, tratando de dominar o imponer, de dejar claro "quién manda" …, como ocurre a los hijos del Zebedeo.

 

Jesús, camino de Jerusalén donde sufrirá la pasión, se sitúa en una lógica liberadora. "El que quiera ser grande, sea servidor…".  Es una invitación clara y, al mismo tiempo "ejemplar", a pasar del egoísmo, de la vanidad, del orgullo, el dominio…  al servicio; a resituarse en la comunidad no desde la superioridad que separa sino desde la lógica del cuidado, la reciprocidad, la entrega amorosa que genera vida, que hace crecer a los demás. Además, el servicio nos coloca ante la verdad de lo que somos y de la realidad. La negación del otro, el poder por el poder, el abuso, la mentira… no llevan a ningún lugar más allá de la oscuridad. "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida". Lo hizo por medio de un cáliz cuyo contenido bebió y un bautismo con el que quiso soberanamente bautizarse: su pasión, muerte y resurrección.

 

Por ello, la responsabilidad en el campo cristiano se identifica con la capacidad de ponerse al lado de los hermanos, en actitud de escucha y acogida, buscando el bien del otro y compartiendo la alegría de su crecimiento humano. Acompañar, compartir, iluminar desde la sencillez del día a día. La clave de la autoridad, eclesiástica como civil, está en el servicio, no en deslumbrar con el poder.  Esta es la clave.

Y, desde esta clave, leemos hoy la historia de los misioneros que, en nombre del Señor, ofrecen sus vidas en todo el mundo. El lema de este año: "Id e invitad a todos al banquete" nos llama "a salir de nosotros mismos y nuestras comodidades y ponernos a andar. Nos hace sentir a todos como parte de una misma familia". En el pregón pronunciado por Juan José Aguirre, obispo de Bangassou (República centroafricana) afirma: "A veces oigo decir que la Iglesia está viviendo un eclipse de fe, que todos los países de la mitad norte de Europa son ya tierras de misión como si fueran Zambia o Mozambique, que las vocaciones misioneras, religiosas y laicales se diluyen y envejecen… No es mentira, pero tampoco es toda la verdad. Algunos, cuando hablan de «la Iglesia» piensan solamente en la Iglesia europea. Cortos de mira. Porque la Iglesia católica es universal y en el continente africano y otros continentes las iglesias están llenas, si no llegas a la hora de la Misa te quedas de pie, los jóvenes organizan toda la liturgia y las parroquias están llenas de grupos parroquiales: Renovación Carismática, San José, grupos de oración, Legionarias de María, Scouts y corales y muchos otros más, que agarran a los jóvenes el día de la confirmación y los llevan a renovar su fe por años y hasta el fin de la vida". Y todo ello recordado que "No somos héroes. Sin la Gracia de Dios nos caeríamos en picado". Que así sea con la Gracia de Dios. 

20 de septiembre de 2024

"El que quiera ser el primero..."

XXV TO- B-  Sab 2, 12.17-20/ Sant 3, 16-4, 3 / Mc 9, 30-37

Jesús anuncia por segunda vez su Pasión, Muerte y Resurrección. Y el evangelio vuelve a poner de relieve las dificultades de los discípulos para entender y preguntar. Por un lado:

. no comprenden las palabras del Maestro y rechazan que vaya encuentro a la muerte (recordemos la oposición de Pedro que leíamos el pasado domingo y la fuerte reacción de Jesús)

. Y, por otro: discuten acerca de "quién es el más importante entre ellos".

Y Jesús, nuevamente, explica "la lógica de Dios" ("Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos" recuerda el profeta Isaías), la lógica del amor que se hace servicio en la entrega total de sí mismo ("Quien quiera ser el primero sea el servidor de todos…", recuerda Jesús).

Esta es la lógica del cristianismo que responde a la verdad del hombre creado a imagen de Dios; una lógica que contrasta directamente   con el egoísmo, la búsqueda de los primeros puestos, el orgullo… que están muy enraizados en nuestra naturaleza íntima como consecuencia del pecado original. La persona humana es atraída por el amor que, en el fondo es Dios mismo, pero, a menudo, se equivoca en los modos concretos de amar y de ahí pueden derivarse acciones malas, impuras.

El libro de la Sabiduría nos ha recordado que "existen personas justas" que, con su justicia ponen en evidencia las injusticias de los demás, y precisamente, por su vida ejemplar,   son "sometidos a ultrajes y torturas" para "poner a prueba" su confianza en Dios.

Y también lo afirma Santiago en su Carta: cuando la persona se guía sólo por sus instintos camina hacia la perdición, por ello, donde existen envidias hay desconcierto, maldad, división… en cambio, la sabiduría que procede de lo alto es intachable, pura, pacífica, compasiva y, en consecuencia, da siempre buenos frutos.

Existen personas que con humildad, silencio entregan su vida al servicio de los demás, movidos por el amor a Dios; personas que son auténticos "artífices de paz y de concordia". Muchos ofrecen su testimonio "hasta dar la vida" mostrando que su amor puede más que el odio o la violencia; esto es, en el fondo, perder la vida para ganar la vida. De hecho acoger a un niño es acoger a quien se muestra indefenso, vulnerable, no poderoso.

No tengamos miedo de preguntar al Señor. Hay muchas cosas que no llegamos a comprender y no debemos temer ponernos ante nuestra propia realidad. Actuar de este modo nos pide siempre una "`profunda conversión"; abrir el corazón a la escucha; dejarse iluminar y transformar por dentro. Nosotros que somos pequeños aspiramos a parecer grandes, mientras Dios, realmente grande, no teme hacerse el último y servidor de todos. Que así sea con la Gracia de Dios.

13 de septiembre de 2024

"... tú piensa como los hombres no como Dios"

. XXIV T0 B – Is 50, 5-9-St 2, 14-18-Mc 8, 27-35

. "Ofrecí la espalda a los que me golpeaban…no escondí el rostro a ultrajes y salivazos… El Señor me ayuda". La teología y la comunidad cristiana, desde el comienzo de su historia, han contemplado como anuncio profético la figura del Siervo paciente referido a Jesús que carga con nuestros pecados y los expía en la cruz. El mismo Jesús, antes de morir exclamó: "ha de cumplirse en mí esta escritura. Fui contado entre los malhechores".

. El evangelio de hoy nos muestra la reacción de los discípulos ante la pregunta sobre la identidad de Jesús ("Tú eres el Mesías", responde Pedro) y la respuesta de Jesús que "empezó a instruirlos" sobre el significado de esa afirmación de fe.  Hasta ese momento los discípulos parecían incapaces de reconocer quién era verdaderamente Jesús y es el mismo Señor quien se presenta como el "Siervo sufriente" que cumple todo lo anunciado por el profeta: ha de ser rechazado, ejecutado, resucitar al tercer día.

"Lo explicaba con toda claridad" pero a Pedro, a nosotros, nos cuesta entender y asumir a un Mesías Salvador aparentemente derrotado, que camina bajo el peso de la cruz y el rechazo. Nos parece inconcebible que Dios asuma esta condición de Siervo en Jesús. Y es humano que pensemos así. Por eso la invitación clara de Jesús es que "pensemos como Dios" y esto nunca es fácil.

Seguir a Jesús implica asumir la condición humana en toda su verdad, fragilidad, miedo, dolor y esperanza. Y hacerlo en "la lógica divina": "El que quiera salvar su vida la pierde y el que la pierde, por Jesús y el Evangelio, la gana". En el fondo es entender y vivir la vida al servicio del amor, de la entrega y donación total. Esto es ganar la vida sin perder el alma.

Por eso también nosotros hoy podemos responder a la pregunta de Jesús. ¿Quién soy yo para ti? La Iglesia y cada uno de nosotros tiene que ir respondiendo en su vida Y la respuesta es sí con la fe de la Iglesia, pero también muy personal. Confesar a Jesús como Mesías es aceptar que su camino y el nuestro pasa por la renuncia, el sufrimiento, la muerte; que es vivir coherentemente y hasta el final en actitud de servicio, transformación del corazón, alejado de cualquier tentación de poder por el poder o de la violencia. Sufrir no es nuestra vocación, pero no hay cristianismo, en el fondo, no hay vida, sin cruz ni esperanza en la resurrección.

La auténtica espiritualidad cristiana parte siempre de la realidad, la conoce, asume y trata de cambiarla en todo aquello que no responde al designio salvador de Dios. Es por ello una forma de compromiso, desde la fe y con las obras, en favor de los crucificados del mundo. Santiago nos ha recordado que la fe si no tiene obras, por sí sola está muerta y que las obras son las que muestran la fe. Esto significa ir más allá de una espiritualidad intimista, de una mera adhesión intelectual a los dogmas, o a una privatización de la fe. "¿Quién soy yo para ti?": la fe es un don, el encuentro personal con Jesús, vivido en la realidad de cada día, en comunidad con los hermanos, capaz de contagiar, de mirarle solo a Él y, en Él, la vida, los hermanos, el mundo... Que así sea con la Gracia de Dios.

6 de septiembre de 2024

"Effetá-Ábrete"

. DOMINGO XXIII T.O. -B-  Is 35,4-7a/St 2,1-15/Mc 7,31-37

El profeta Isaías ha recordado: "Sed fuertes, no temáis. He aquí vuestro Dios".  Cuando todo parece hundirse a nuestro alrededor, necesitamos escuchar y sentir que este es el momento de Dios. Que Él nos quiere vivos, humanos, dignos, tan grandes como nos ha creado. Las situaciones dramáticas con las que nos toca convivir y que nos empequeñecen no tienen la última palabra en nuestra historia: Dios viene en persona para salvarnos.

El evangelio es una muestra de ello a través de la narración de la curación del sordomudo. Jesús una vez más se acerca a los que sufren, a los marginados de la sociedad; los cura y, abriéndoles así la posibilidad de vivir y decidir juntamente con los demás, los introduce en la igualdad y en la fraternidad. Las curaciones de Jesús no son nunca una práctica de poder para "demostrar" que es el Hijo de Dios, de hecho, "les mandó que no lo dijeran a nadie", sino de amor. Y esta actitud nos señala a todos, la dirección de nuestro obrar. Y es que, sus gestos están también a nuestro alcance. Nosotros no podemos hacer milagros, pero sí podemos estar, como Jesús, muy atentos a las necesidades y anhelos de los demás; y siempre hay algo que podremos hacer para responder a los mismos. Para sanar y curar, no milagrosamente, pero sí humanamente.

Y, además, como recuerdan los Padres de la Iglesia al reflexionar sobre este milagro, no sólo existe una sordera física que aparta de la vida social, sino también espiritual que aleja de Dios. Y esta última es muy propia de nuestro tiempo. Nos cuesta "escuchar" a Dios y esto dificulta la oración y el diálogo con Él y, al mismo tiempo, reduce el horizonte de nuestra vida y eso es siempre preocupante. Vivir encerrados impide el encuentro con Dios, con los demás y, sin encuentro, no hay identidad. Las relaciones nos fecundan, nos nutren, descubren nuestro ser profundo, aunque también puedan herirnos o mostrar nuestra propia fragilidad.

"Effetá-Ábrete": esta expresión se usaba antes en el Bautismo mientras se tocaban los oídos y la boca de los bautizados simbolizando la apertura para escuchar y Palabra y la alabanza. Y es que esta curación es todo un símbolo de lo que produce el bautismo en nosotros: un encuentro personal con Jesús que abre nuestro corazón para el encuentro con él y los hermanos. El Señor libera nuestros sentidos, fortalece nuestro corazón.  Es verdad que la fe, nuestra fe, es apertura, relación, encuentro… por eso no la imponemos a nadie. Este tipo de proselitismo es contrario al cristianismo. La fe sólo puede desarrollarse en la libertad que no tiene miedo de abrirse a Dios, de buscarlo, escucharlo, vincularse a su Palabra y a su acción… para no caer en la tentación "del integrismo y la violencia… sino en el sueño de una humanidad libre, fraterna y pacífica" (Papa Francisco en Indonesia).

Y, como nos ha recordado Santiago en su Carta, no siempre es fácil vernos libres de la acepción de personas, de cierto favoritismo ("No mezcléis la fe con la acepción, el rechazo de las personas"), por eso debemos mirar y captar más allá de cualquier apariencia; el amor al prójimo es descubrir el rostro de Dios en cada persona y actuar con justicia, sin discriminaciones, en todas nuestras relaciones.  Que así sea con la Gracia de Dios.

31 de agosto de 2024

"Escuchad y entended..."

Domingo XXII TO - Dt 4,1-2.6-8/St 1,17-18.21b-22.27/Mc 7,1-8.14-15.21-23

 

La Palabra nos invita hoy a escuchar-acoger la sabiduría de Dios que habla al corazón del hombre ("Escucha Israel..."), y, al mismo tiempo, es un lamento ante la superficialidad y distracción: "Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está muy lejos de mí", que conducen a un vacío interior que lleva a vivir falsamente la relación con Dios.

 

. Se subraya el valor de la interioridad, de ir a lo esencial, de la pureza del corazón como espacio de encuentro y de culto sincero a Dios. Ya lo escribía S. Agustín, eterno buscador de la verdad y de la autenticidad de la vida: "¡Tarde te amé, ¡Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así, por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre esas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo (…). Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti". Agustín conoció, experimentó la presencia interior del Señor; se convirtió y fue santo. No importa lo pecador que haya sido un hombre cuando encuentra la hermosura interior de la relación con el Señor. A esto nos llama hoy, contra todos esos vacíos, de hacer consistir la religión en cosas exteriores ("Observar y cumplir los mandamientos es vuestra sabiduría", hemos escuchado en la primera lectura).

 

. El mero cumplimiento del culto externo merece la dura descalificación de Isaías repetida por Jesús: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí". El culto, si no sale del corazón, del amor, se hace hipocresía. A Dios solo le agrada el culto vivido en el amor efectivo a Él y al prójimo, pues en eso consiste la verdadera religión, que es la fuente de la auténtica felicidad, de la santidad y de la salvación. La intención profunda, que brota del corazón, es la que hace grandes o perversas nuestras obras, palabras, culto, alegrías, penas y nuestra misma persona. Todo lo que Dios ha creado es bueno. Nuestro corazón, con sus intenciones, puede consagrar la bondad de las cosas en función del amor a Dios y al prójimo; o pervertirlas con el egoísmo, la hipocresía, la idolatría, que brotan del corazón y expulsan de la vida al Dios del amor, de la libertad, de la alegría, de la salvación.

 

. El apóstol Santiago es el hombre práctico que dice a los cristianos convertidos del judaísmo, precisamente, con todas estas tradiciones de los fariseos: "¡Mucho cuidado! No hagáis consistir su religión sólo en cosas teóricas. Acoged con docilidad la Palabra, injertarla en vosotros y ponerla en práctica. Esto es una religiosidad auténtica.  Y pone dos ejemplos: "Visitar a las viudas y a los huérfanos, y conservarse limpio y puro en el mundo".   

 

. Acojamos la verdad y la revelación de Dios que nos muestra Jesús, antes que las tradiciones de los hombres, que necesarias e importantes para configurar nuestro ser social y cultura, pueden, sin embargo, llegar a ocultar la razón de las mismas o el sentido original del mensaje que está detrás.  Vivamos una relación viva con Dios que penetre, purifique y transforme nuestros sentimientos, pensamientos y actitudes… todo nuestro ser.  Que así sea con la Gracia de Dios.  

10 de agosto de 2024

"Levántate, come..."

2024. XIX TO –B- Re 19, 4-8/Ef 4, 30-5, 2/Jn 6, 41-51

 

Hay momentos en los que pensamos que ya hemos terminado el camino. El cansancio puede más que nuestras fuerzas; hemos luchado, hemos puesto de nuestra parte todo que podíamos poner y más…, pero sentimos que todo terminó, nos faltan ánimos para continuar y nos justificamos diciendo que "ya no podemos más". Es entonces cuando nos hace falta, como a Elías, "el ángel del Señor" que nos ofrezca tantas veces cuanto sean necesarias, el alimento básico porque "el camino es superior a nuestras fuerzas". Nos puede ocurrir a nosotros y también a los demás, por eso, debemos ser "ángeles del Señor" que, sin demasiados discursos y sin querer hacer el camino de cada cual ha de hacer, ofrezcamos al que lo necesita "un pan cocido y un cántaro de agua", diciendo con sencillez: "¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas".    Ese alimento que nos hace falta y que  podemos ofrecer es Jesús,  pan vivo, pan de la vida,  pan que nos da fuerzas.

 

Terminaba el evangelio el domingo pasado: "Yo soy el pan vivo". Hoy, el punto de partida es la murmuración de los interlocutores frente a esta afirmación. En un primer momento la crítica no es tanto sobre el pan cuanto sobre el "origen" de ese pan. Se plantea de nuevo (como en los evangelios sinópticos cuando narran la presencia de Jesús en Nazaret) la dificultad de reconocer a Jesús y llegar a la fe. En este caso la pregunta sobre el origen apunta al verdadero valor de Jesús como expresión de lo que es Dios, a su autoridad como revelador del rostro de Dios. La obstinación de los judíos les impide reconocer más allá de su propio mundo, de su propio interés, están cerrados en   sí mismos. Jesús, con sus palabras, critica la actitud del desierto, la murmuración como contrapuesta a la del verdadero discípulo que escucha, que se abre, que recibe y aprende, que se alimenta.

 

La mención al pan y al vino apunta también a la "carne" de Jesús. Esta expresión alude primariamente a la Encarnación; es una reivindicación de la existencia de Jesús como Palabra hecha carne e historia en Jesús. Y Jesús promete vida eterna al que come su cuerpo y bebe su sangre. Es verdad que "es duro este lenguaje", que "muchos discípulos se volvieron atrás y o andaban con él", pero Jesús quiere subrayar: Dios está en los signos sencillos de pan y de vino, símbolos de los bienes de la tierra y del trabajo de los hombres, signos de comunión y de entrega total, de hospitalidad, amistad, encuentro, fiesta alrededor de la misma mesa, fuente de unidad, lugar privilegiado para la construcción de una Iglesia fraterna y reconciliada...  

 

No solo, algunos Padres de la Iglesia llamaban a la Eucaristía "medicina de la inmortalidad". El hecho de saber que hemos sido llamados a la vida eterna debería cambiar nuestro juicio sobre las cosas, acontecimientos, personas… pues la última palabra la tiene el Señor y el destino es la eternidad junto a Él. En la comunión es Jesús quien nos da su Gracia, su fuerza… pues somos débiles ("No soy digno de que entres en mi casa", repetía el Centurión, pero basta una palabra tuya para ser salvado). El Señor nos da, SE DA con todo su Amor y Misericordia para unirnos eternamente a Él.

 

Y la vida eterna, todo aquello que lleva vida empieza por cosas tan simples como las que nos ha recordado hoy san Pablo: "Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados… sed buenos, comprensivos…". Aunque sea más fácil decirlo que practicarlo sólo haciéndolo mostramos que hemos encontrado y comido el Pan de vida; podremos levantar al cansado para continuar el camino, contagiar a los demás los ánimos y la fuerza necesaria para no desfallecer en la lucha, a veces dura, de la vida. Que así sea con la Gracia de Dios.