6 de septiembre de 2024

"Effetá-Ábrete"

. DOMINGO XXIII T.O. -B-  Is 35,4-7a/St 2,1-15/Mc 7,31-37

El profeta Isaías ha recordado: "Sed fuertes, no temáis. He aquí vuestro Dios".  Cuando todo parece hundirse a nuestro alrededor, necesitamos escuchar y sentir que este es el momento de Dios. Que Él nos quiere vivos, humanos, dignos, tan grandes como nos ha creado. Las situaciones dramáticas con las que nos toca convivir y que nos empequeñecen no tienen la última palabra en nuestra historia: Dios viene en persona para salvarnos.

El evangelio es una muestra de ello a través de la narración de la curación del sordomudo. Jesús una vez más se acerca a los que sufren, a los marginados de la sociedad; los cura y, abriéndoles así la posibilidad de vivir y decidir juntamente con los demás, los introduce en la igualdad y en la fraternidad. Las curaciones de Jesús no son nunca una práctica de poder para "demostrar" que es el Hijo de Dios, de hecho, "les mandó que no lo dijeran a nadie", sino de amor. Y esta actitud nos señala a todos, la dirección de nuestro obrar. Y es que, sus gestos están también a nuestro alcance. Nosotros no podemos hacer milagros, pero sí podemos estar, como Jesús, muy atentos a las necesidades y anhelos de los demás; y siempre hay algo que podremos hacer para responder a los mismos. Para sanar y curar, no milagrosamente, pero sí humanamente.

Y, además, como recuerdan los Padres de la Iglesia al reflexionar sobre este milagro, no sólo existe una sordera física que aparta de la vida social, sino también espiritual que aleja de Dios. Y esta última es muy propia de nuestro tiempo. Nos cuesta "escuchar" a Dios y esto dificulta la oración y el diálogo con Él y, al mismo tiempo, reduce el horizonte de nuestra vida y eso es siempre preocupante. Vivir encerrados impide el encuentro con Dios, con los demás y, sin encuentro, no hay identidad. Las relaciones nos fecundan, nos nutren, descubren nuestro ser profundo, aunque también puedan herirnos o mostrar nuestra propia fragilidad.

"Effetá-Ábrete": esta expresión se usaba antes en el Bautismo mientras se tocaban los oídos y la boca de los bautizados simbolizando la apertura para escuchar y Palabra y la alabanza. Y es que esta curación es todo un símbolo de lo que produce el bautismo en nosotros: un encuentro personal con Jesús que abre nuestro corazón para el encuentro con él y los hermanos. El Señor libera nuestros sentidos, fortalece nuestro corazón.  Es verdad que la fe, nuestra fe, es apertura, relación, encuentro… por eso no la imponemos a nadie. Este tipo de proselitismo es contrario al cristianismo. La fe sólo puede desarrollarse en la libertad que no tiene miedo de abrirse a Dios, de buscarlo, escucharlo, vincularse a su Palabra y a su acción… para no caer en la tentación "del integrismo y la violencia… sino en el sueño de una humanidad libre, fraterna y pacífica" (Papa Francisco en Indonesia).

Y, como nos ha recordado Santiago en su Carta, no siempre es fácil vernos libres de la acepción de personas, de cierto favoritismo ("No mezcléis la fe con la acepción, el rechazo de las personas"), por eso debemos mirar y captar más allá de cualquier apariencia; el amor al prójimo es descubrir el rostro de Dios en cada persona y actuar con justicia, sin discriminaciones, en todas nuestras relaciones.  Que así sea con la Gracia de Dios.

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