25 de noviembre de 2022

"Pongámonos las armas de la luz"

. I Domingo de Adviento-A- Is. 2, 1-5; Rom. 13, 11-14; Mt. 24, 37-44

. El tiempo litúrgico del Adviento nos ofrece motivos de esperanza. El profeta Isaías nos lo manifiesta en la visión del Señor que reúne a todos los pueblos en la paz eterna del Reino de Dios. Habla de la esperanza de tiempos nuevos y mejores, entreviéndola en medio de la turbulencia política, económica, social y religiosa que le tocó vivir. Dios no falla, es fiel en su amor y hace posible la vida humana en medio de todas las dificultades. Dos actitudes de fondo:

. "Estad en vela": despiertos, preparados, sin miedo. Atentos a la realidad, la propia y la del mundo. Esto significa tener clara conciencia del valor del tiempo presente, de la vida, de su dignidad y mantener una actitud de vigilancia solícita hasta alcanzar el fin deseado. Esta actitud exige tener los ojos abiertos, cuidar las personas y el mundo con responsabilidad, en disposición de servicio, atentos ante el futuro sin descuidar el presente, abiertos a reconocer la presencia de Dios y de su reino en los acontecimientos de la historia y a actuar en consecuencia: "Estad en vela porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor".

. "Pertrechémonos con las armas de la luz-Pongámonos las armas de la luz", nos dice San Pablo invitándonos a dejar "las actividades de las tinieblas". Es una clara llamada a rechazar toda manipulación de la verdad, toda dominación de unas personas sobre otras, todo lo que nos defrauda, nos decepciona y atenta contra la esperanza; y asumamos claramente las causas de la paz, de las relaciones justas, de la dignidad de todas las personas, de la verdad que nos hace libres, de los valores del Reino de Dios que ya vamos gustando y que fortalecen nuestra espera esperanzada de un Dios que viene a nosotros y desborda todas nuestras expectativas. Caminar en la luz significa vivir en gracia, despojarnos del pecado, iniciar un camino de conversión del corazón hacia el Padre de la misericordia. Las tinieblas son el símbolo de la debilidad del alma, de la falta de esperanza; el día, por el contrario, simboliza la conciencia limpia que busca el bien, la dignidad de la persona, la justicia... la posibilidad de avanzar en la vida nueva que el Señor nos ofrece.

. En "Las armas de la luz" una novela histórica sobre la invasión musulmana en tierras catalanas, de Jesús Sánchez Adaliz, sacerdote y escritor, pone en boca del abat Oliba estas palabras: "Jesús el Señor viene a salvar trayendo la luz y vencerá para siempre a las tinieblas en un combate sin igual…. Hermanos míos la Luz es símbolo de la revelación de Dios y de su presencia en la historia…. Pero el fiel con la ayuda de Cristo, también se vuelve luminoso.  También el fiel justo se convierte en fuente de luz, una vez que se ha dejado envolver por la luz divina, como afirma Jesús: "Vosotros sois la luz del mundo… brille así vuestra luz delante de los hombres". El mismo Jesús se define a sí mismo: "Yo soy la Luz del mundo y quien me siga no camina en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida". Revistámonos pues de las armas de la luz".

 

. La salvación es un regalo de Dios a los creyentes que viven orientados a su voluntad y son capaces de "cambiar" para asumir la vida nueva que Dios ofrece en Cristo. Dios viene a nosotros. La iniciativa es suya. El amor es suyo. La respuesta ha de ser nuestra. El adviento tiene también su cariz penitencial como camino de purificación para llegar al encuentro con el niño de Belén. Los puros de corazón verán a Dios  De ahí que desde lo más hondo de nuestro corazón repitamos durante el Adviento la plegaria decisiva: ¡VEN, SEÑOR JESÚS!

18 de noviembre de 2022

"Soy rey"

2022. CRISTO REY -C- 2 Sam 5, 1-13/Col 1, 12-20/Lc 23, 35-43

.  Jesús que dice a Pilato: "Soy rey". Impacta su determinación, su valentía, su libertad suprema. Ha sido arrestado, llevado al pretorio, interrogado por quien puede condenarlo a muerte. En semejante circunstancia hubiera podido dejar que prevaleciera el derecho natural a defenderse, quizá buscando "arreglar las cosas", pactando una solución de compromiso. En cambio, Jesús no escondió la propia identidad, no camufló sus intenciones, no se aprovechó de un resquicio que Pilato le dejaba abierto para salvarlo.  Con la valentía de la verdad respondió: "Soy rey".

Asumió la responsabilidad de su vida: he venido para una misión y llegaré hasta el final para dar testimonio del Reino del Padre. Dijo: «Para esto he nacido y he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37). Jesús es así. Vino sin dobleces, para proclamar con la vida que su Reino es diferente de los del mundo, que Dios no reina para aumentar su poder y aplastar a los demás, que no reina con los ejércitos y con la fuerza. Su Reino es de amor; "yo soy rey", pero de este reino de amor,  de quien da la propia vida por la salvación de los demás.

. El P. Maximiliano Kolbe asesinado en 1940 en el campo de concentración de Auschitz al ofrecer su vida a cambio de la de un padre de familia que iba a ser ejecutado, había escrito respecto a la fiesta de hoy: "Jesús no dijo "no" cuando Pilatos le preguntó si él era rey. Solo dijo que su reino no era de este mundo. Sabemos que los reinos de este mundo se basan en el poder. Un reino del mundo, que repose sobre el amor, es muy difícil de encontrar. El reino de Cristo está fundado sobre algo más profundo, sobre el amor, y llega hasta el alma y penetra en las voluntades. Por eso no es un reino que oprime. Jesús atrae las almas hacia sí por medio del amor".

La Palabra nos recuerda que:

. el Reino de Cristo es profundamente humano, se dirige al hombre, llega hasta el alma, por eso es un reino que no oprime, un reino de libertad; en él no hay cetros, ni joyas, ni títulos honoríficos, ni coronas doradas, pero está siempre el hombre que vale mucho más que todos los cetros. La fiesta va dirigida a los corazones: "Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino". "Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso".

. el Reino de Cristo no ofrece un régimen político ideal, sino que forma personas capaces de concebir mejores regímenes y sobre todo, capaces de comprometerse en la lucha por la justicia y el bien común: "Yo estoy en medio de vosotros como Aquel que sirve". Es un mensaje que va contracorriente. No se trata de ir contra alguien -que es la tentación de todos los días-, como hacen los victimistas que siempre cargan la culpa sobre los demás, sino de seguir las huellas de Jesús. Él nos enseña a enfrentarnos al mal con la única fuerza mansa y humilde del bien. Sin atajos, sin falsedad, sin doblez... hasta la cruz.

. Jesús es el centro de la historia, pero su reino no es de este mundo ni se construye con la espada, ni con el poder, ni con el dinero. Su Reino se construye con la entrega, la generosidad y la sencillez de vida; desde la Cruz ("Servir es reinar")

 

El Reino de Cristo se recibe como regalo; se instala en la vida de los hombres, pero no es un árbol ya hecho, sino una planta que crece. Por eso, los cristianos rezamos y pedimos que venga su Reino a nuestro mundo y vida; venga tu reino de amor entre los esposos, padres e hijos, hacia los más necesitados de atención, cariño, ayuda, ternura... guerra, terrorismo, violencia; lo pedimos y lo realizamos en la medida de nuestras posibilidades... No nos desanimemos en esta lucha. La flaqueza de la Cruz es la fuerza y el poder de Dios. San Pablo: "Por la sangre de la Cruz Dios reconcilió consigo todos los seres". Que así sea con la Gracia de Dios.

11 de noviembre de 2022

"Que nadie os engañe..."

2022. XXXIII TO-C- Mal 3, 19-20 (4,1-2) / 2Tes 3, 7-12 / Lc 21, 5-19

 

A punto ya de terminar el año litúrgico la Palabra, con un lenguaje apocalíptico, lleno de símbolos, nos describe con una serie de imágenes la etapa final de la historia (falsos profetas, guerras, persecuciones, destrucción, hambre…). 

Jesús en sus palabras del Evangelio, insinúa la caducidad de las cosas de este mundo que pasa, incluso de aquellas que consideramos más sagradas, como era entonces el caso del templo de Jerusalén y el poder que representaba.  Viene a recordarnos que sólo hay algo que permanece siempre: la verdad y, ésta, es inseparable del amor. Las palabras de Jesús no pasan. Ellas son verdad, y son la expresión del amor más fuerte que la muerte. Cuando todo se hunde, solo la verdad y el amor permanecen. Sin embargo, con frecuencia ponemos toda nuestra energía y dedicación en apropiarnos de lo perecedero. Nos equivocamos en la valoración de la realidad. Jesús nos invita a poner el corazón en lo importante, en lo que no pasa, en lo eterno, en Dios. Lejos de desentendernos de las cosas de nuestro mundo, las valoramos justamente cuando las ponemos al servicio del reino de Dios; sólo así estarán de verdad al servicio de la humanidad.

Jesús recomienda: "Que nadie os engañe… no vayáis tras ellos". Él no huyó nunca de la vida y de sus dificultades. Incluso en los momentos más críticos y decisivos se mantuvo fiel: "Padre no se haga mi voluntad sino la tuya".  El mismo libro del Apocalipsis se refiere a Jesús como "el testigo fiel". Por eso la pregunta: "¿cómo esperar el fin?".  Si actuamos confiados en la promesa de Dios, que ante la inminencia de un fin terrenal existe un futuro salvífico, tanto la paz como la tranquilidad han de embargar nuestro interior. También el profeta Malaquías en la primera lectura habla de este final: "pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas".

Sean cuales fueren las situaciones adversas, tanto las propias de la inmanencia y caducidad del mundo como las que vienen derivadas del seguimiento de Jesucristo, todas son ocasión para dar testimonio. Vivir la vida acogiendo su causa conlleva también acoger su destino. Por esto, si bien habrá persecuciones, cárcel, traiciones y muerte, la promesa de la salvación es más real. Esta promesa despierta la confianza de los discípulos, incluso ante la posibilidad de desastres naturales o la probabilidad de sufrimientos por la causa del Reino. Jesús promete que "ni un cabello de vuestra cabeza caerá… con nuestra perseverancia salvaremos nuestras almas".

Pero, cuidado con confundir serenidad y confianza  con no hacer nada, denuncia que expresa la segunda lectura, debido a que, en la comunidad de Tesalónica, ante la inminencia del fin su decisión fue la de "sentarse a esperar". La espera confiada en las promesas de Dios no excluye el compromiso cristiano, no significa "huir" de la vida con todo lo que la vida es y significa, todo lo contrario, lo potencia; no hay que caer en el miedo que paraliza; es necesario mantener la responsabilidad en el presente y construir, en positivo, lo que de nosotros dependa.  Es la seguridad que tenemos no sólo en el final prometido sino en el camino propuesto: el seguimiento del Señor. Que todo sea ocasión para dar testimonio de nuestra opción acogiendo la causa del Señor, testimonio de santidad que es el más convincente. Que así sea con la Gracia de Dios.

4 de noviembre de 2022

"... porque para Él todos estamos vivos"

2022. DOMINGO XXXII TO -C-  2Mac 7,1-2.9-14/Tes 2,16-3,5/Lc 20,27-38 -II

Celebrábamos hace apenas tres días la Memoria Litúrgica de los Difuntos y hoy la Palabra nos invita de nuevo a reflexionar sobre el misterio de la resurrección de los muertos. Este anuncio lo es de una esperanza cierta; está fundado en la misma fidelidad de Dios: "Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, porque para Él todos están vivos". Él es el Viviente, la fuente de toda existencia.

Ya en el Antiguo Testamento fue madurando progresivamente la esperanza en la resurrección de los muertos. Hemos escuchado un elocuente testimonio de esa esperanza en la primera lectura, donde se narra el martirio de los siete hermanos en tiempos de la persecución desencadenada por el rey Antíoco Epífanes contra los Macabeos y los que se oponían a la introducción de las costumbres y los cultos paganos en el pueblo judío. Estos siete hermanos afrontaron los sufrimientos y el martirio, sostenidos por la exhortación de su heroica madre y por la fe en la recompensa divina reservada a los justos. Como afirma uno de ellos, ya en agonía: "Es preferible morir a manos de hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará".

En tiempos de Jesús, como en los nuestros, hay personas que creen en la resurrección y personas que creen que, con la muerte, todo termina en la nada.  Frente a esta cuestión Jesús se sitúa, como en tantas otras ocasiones, en una "perspectiva diferente" a los esquemas de este mundo temporal: Dios es un misterio insondable que no podemos abarcar, pero es, al mismo tiempo, un Dios personal, que ama la vida, a quien no le somos indiferentes, cuya fidelidad con nosotros va más allá de la muerte. Respondiendo a los saduceos, se apoya en lo que constituye el núcleo de la revelación bíblica del Antiguo Testamento: el vínculo de amistad que Dios estableció con los patriarcas, un vínculo tan fuerte que ni siquiera la muerte puede romper. Su mismo nombre es: Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob; no es Dios de los muertos, sino de los vivos, porque para él todos están vivos.

Es verdad que la muerte cierta y la vida después de la muerte es uno de los grandes interrogantes que atraviesan la historia y está presente en todas las culturas y civilizaciones. Con sufrimiento experimentamos y sentimos angustia ante una vida que llega a su fin. Es profundamente humano. Pero desde la íntima experiencia de unión con Dios, Jesús nos manifiesta que el interés de Dios por la humanidad no es algo limitado a un determinado periodo de tiempo. Dios nos ama siempre, ofreciéndonos la vida eterna como horizonte y plenitud de nuestra historia personal y coronación de su obra creadora en nosotros. Esto no estará a nuestro alcance hasta que vivamos el "paso" de la muerte, condición indispensable para este nuevo nacimiento. A la luz de la fe, la tragedia de la muerte no significa el fracaso de una vida, sino el comienzo de su plena realización, por eso el cristiano "no teme" la muerte.

La sociedad contemporánea parece haber perdido el horizonte de un posible futuro después de la muerte; es evidente que muestra poco interés por la vida eterna; le preocupan más las realidades de este mundo en las que, justamente, se siente profundamente implicada. Sin embargo, en el corazón humano no se apaga ese deseo profundo de permanencia, ese anhelo de que las experiencias más bellas y gratificantes de la vida no tengan un límite de tiempo; el horizonte de la vida terrena se antoja demasiado reducido para llenar sus aspiraciones.

No olvidamos que la esperanza en el Dios de la vida se manifestará en cómo afrontamos el presente. Fe en la vida eterna   no es una invitación a desviar nuestra atención y compromiso del aquí y ahora, permaneciendo paralizados y vueltos hacia un futuro que no sabemos cuándo llegará. Más bien nos urge a llenar nuestro presente con un significado nuevo, comprometiéndonos con nuestros hermanos a crear un ambiente más humano y fraterno. Por eso, termino con las palabras de San Pablo: "El Señor os dé fuerzas para toda clase de palabras y obras buenas". Que así sea con la Gracia de Dios.