11 de noviembre de 2022

"Que nadie os engañe..."

2022. XXXIII TO-C- Mal 3, 19-20 (4,1-2) / 2Tes 3, 7-12 / Lc 21, 5-19

 

A punto ya de terminar el año litúrgico la Palabra, con un lenguaje apocalíptico, lleno de símbolos, nos describe con una serie de imágenes la etapa final de la historia (falsos profetas, guerras, persecuciones, destrucción, hambre…). 

Jesús en sus palabras del Evangelio, insinúa la caducidad de las cosas de este mundo que pasa, incluso de aquellas que consideramos más sagradas, como era entonces el caso del templo de Jerusalén y el poder que representaba.  Viene a recordarnos que sólo hay algo que permanece siempre: la verdad y, ésta, es inseparable del amor. Las palabras de Jesús no pasan. Ellas son verdad, y son la expresión del amor más fuerte que la muerte. Cuando todo se hunde, solo la verdad y el amor permanecen. Sin embargo, con frecuencia ponemos toda nuestra energía y dedicación en apropiarnos de lo perecedero. Nos equivocamos en la valoración de la realidad. Jesús nos invita a poner el corazón en lo importante, en lo que no pasa, en lo eterno, en Dios. Lejos de desentendernos de las cosas de nuestro mundo, las valoramos justamente cuando las ponemos al servicio del reino de Dios; sólo así estarán de verdad al servicio de la humanidad.

Jesús recomienda: "Que nadie os engañe… no vayáis tras ellos". Él no huyó nunca de la vida y de sus dificultades. Incluso en los momentos más críticos y decisivos se mantuvo fiel: "Padre no se haga mi voluntad sino la tuya".  El mismo libro del Apocalipsis se refiere a Jesús como "el testigo fiel". Por eso la pregunta: "¿cómo esperar el fin?".  Si actuamos confiados en la promesa de Dios, que ante la inminencia de un fin terrenal existe un futuro salvífico, tanto la paz como la tranquilidad han de embargar nuestro interior. También el profeta Malaquías en la primera lectura habla de este final: "pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas".

Sean cuales fueren las situaciones adversas, tanto las propias de la inmanencia y caducidad del mundo como las que vienen derivadas del seguimiento de Jesucristo, todas son ocasión para dar testimonio. Vivir la vida acogiendo su causa conlleva también acoger su destino. Por esto, si bien habrá persecuciones, cárcel, traiciones y muerte, la promesa de la salvación es más real. Esta promesa despierta la confianza de los discípulos, incluso ante la posibilidad de desastres naturales o la probabilidad de sufrimientos por la causa del Reino. Jesús promete que "ni un cabello de vuestra cabeza caerá… con nuestra perseverancia salvaremos nuestras almas".

Pero, cuidado con confundir serenidad y confianza  con no hacer nada, denuncia que expresa la segunda lectura, debido a que, en la comunidad de Tesalónica, ante la inminencia del fin su decisión fue la de "sentarse a esperar". La espera confiada en las promesas de Dios no excluye el compromiso cristiano, no significa "huir" de la vida con todo lo que la vida es y significa, todo lo contrario, lo potencia; no hay que caer en el miedo que paraliza; es necesario mantener la responsabilidad en el presente y construir, en positivo, lo que de nosotros dependa.  Es la seguridad que tenemos no sólo en el final prometido sino en el camino propuesto: el seguimiento del Señor. Que todo sea ocasión para dar testimonio de nuestra opción acogiendo la causa del Señor, testimonio de santidad que es el más convincente. Que así sea con la Gracia de Dios.

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