5 de junio de 2021

"Tomad, esto es mi cuerpo.... "

CORPUS Ex 24,3-8 / Heb 9, 11-15 / Mc 14, 12-16.22-26

En el Antiguo Testamento, la relación de Dios con su pueblo se expresa en términos de Alianza. En el relato del Éxodo, que nos narra la primera lectura, Moisés da a conocer las palabras y mandatos del Señor y el pueblo responde contundentemente: "Haremos todo lo que manda el Señor…y lo obedeceremos". Así, Israel muestra su compromiso de vivir en la Alianza que el Señor le propone. Para ratificarla Moisés utiliza la sangre, símbolo de la vida, pues la Alianza compromete la vida, y derrama una parte sobre el altar, que simboliza a Dios, y con la otra rocía al pueblo.

Esta alianza prefigura la Alianza Nueva y definitiva que se habría de establecer en la Sangre de Jesucristo: su vida entregada por amor. La Eucaristía es memorial de esta Nueva Alianza, nueva comunión con Dios, gracias a la Sangre de Aquél que borra el pecado, que elimina todo lo que impide vivir en la comunión plena con Dios y con los hermanos. En esa Última Cena, Jesús se ofrece como Don para el mundo: Cuerpo entregado y Sangre derramada. Don de sí mismo y presencia permanente de Jesús a través de la ofrenda eucarística. La Eucaristía no es metáfora sino realidad auténtica: un pan que es Cuerpo de Cristo, un vino que es Sangre de Cristo derramada por todos; Pan y Vino Nuevo, vida de Cristo, que nos emplaza y fortalece para la construcción y realización del Reino de Dios, en nosotros mismos y en el mundo.

De hecho, la Eucaristía, nos recuerda la Carta a los Hebreos, es el sacramento del sacrificio purificador y eterno de Jesús, de la ofrenda de su vida, por amor, hecha una sola vez y para siempre. La Eucaristía, al actualizar sacramentalmente esta ofrenda del Señor cada vez que se celebra, nos invita a tomar parte en la misma. Compartir el cáliz del Señor es estar dispuestos a correr su misma suerte: dar la vida para ganarla de verdad. La Eucaristía es también la fuerza que necesitamos para ser fieles, la Presencia real que nos acompaña en la travesía de nuestra historia personal y colectiva.

San Agustín llama a la Eucaristía: sacramento de amor ("El Señor Jesús habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo", nos recuerda S. Juan); símbolo de unidad ("el pan, de muchos granos, se hace una sola cosa; el vino, de muchas uvas, se hace un único licor"); vínculo de caridad ("Cada comunión debe hacernos crecer en el amor al otro").

. La celebración de la Eucaristía debe convertirnos en "portadores" de Dios y de su amor: "Ser más pueblo, más comunidad en un mundo herido", es el lema de este año de Cáritas. Recibimos al Señor y debemos llevar a todos esta alegría y el deseo de compartir la vida, como el pan, de derramar esperanza, como el vino.  Cáritas, a través de sus miles de voluntarios, nos recuerda que la cercanía, la fraternidad… brotan de la Eucaristía. La situación actual deja muchas heridas profundas que, sin embargo, están siendo cicatrizadas gracias a la colaboración y ayuda mutuas.  La caridad tiene una dimensión universal por eso no levanta muros ni barreras ideológicas, sociales, raciales, económicas, religiosas… El amor es el mayor atajo para llegar a Dios. Y, si hay dificultades, no sabes cómo creer, tienes dudas… haz el bien y esto te llevará a Dios. Que así sea con la Gracia de Dios.