27 de abril de 2024

"Sin mí no podéis hacer nada"

V DOMINGO DE PASCUA -B- Hch 9, 26-31/1 Jn 3, 18-24/Jn 15, 1-8

 

"Sin mí no podéis hacer nada". Así de claro habla hoy Jesús.  Él es la verdadera vid y nosotros los sarmientos, las ramas. Nuestra vida espiritual, nuestra vida cristiana o nuestra vida de discípulos, no se puede comprender sin esta unión con la persona de Jesús, la verdadera vid. De él recibimos toda la fuerza, toda la vitalidad y todo el amor para ser fecundos. En realidad, la insistencia del evangelio está en producir frutos y esto solo lo podemos lograr si permanecemos unidos a la vid. Se repite varias veces la palabra "permanecer" porque aquí está la clave para la fecundidad, una necesidad profundamente humana que nos toca a todos.

 

El que vive unido a Dios, por medio de la gracia, convierte en valiosa cualquier acción que realice, por nimia que sea, porque su vida participa de la misma vida divina. Por ello, cultivemos la interioridad, la contemplación, la espiritualidad. Sin estas dimensiones la existencia es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma. Sin interioridad peligra la propia integridad e identidad personal. Ser cristiano exige hoy una experiencia vital de Jesucristo, un conocimiento interior de su persona y una pasión por su proyecto, que no se requerían para ser practicante dentro de una sociedad de cristiandad. Todos somos «sarmientos». Solo Jesús es «la verdadera vid». Lo decisivo en estos momentos es «permanecer en él»: aplicar toda nuestra atención al Evangelio; alimentar en nuestros grupos, redes, comunidades y parroquias el contacto vivo con él; no desviarnos de su proyecto. Solo así podremos dar fruto.

 

San Juan en todos sus escritos nos recuerda que el fruto es el amor. Un amor concreto, visible, no construido a través de discursos, el resonar de palabras vacías sino de los hechos.  Serán estos, los hechos, los que garantizarán la verdad de nuestro ser sarmientos vivos y fecundos. Amar con los hechos significa sacrificarse por amor, dar lo que tenemos de más precioso: tiempo, vida, afectos, energías… todo a disposición del hermano. El amor mismo nace de la fe, don real, obra primera de la que brotan todas las demás: quien se ha encontrado amando en situaciones difíciles, hostiles; quien ha debido vivir esa palabra tan exigente del evangelio que nos pide amar a los enemigos, a quienes nos persiguen, calumnian… sabe bien que no se puede amar sin fe.

 

Pero el texto habla también de podar. Escribía Miguel Hernández: "Dale, Dios, a mi alma, hasta perfeccionarla. Dale que dale, Dios, ¡ay! Hasta la perfección". El Padre es el labrador que cuida de los sarmientos y los poda para que den más fruto. Puede que esta poda en un momento produzca dolor y no comprendamos por qué Dios actúa así. Pero todo es por nuestro bien... La poda es necesaria porque tendemos a la dispersión, los apegos, lo innecesario... y por ahí se nos va la vida..., por eso a veces hay que cortar el follaje y esto siempre es ingrato y doloroso; para crecer hay que cortar y, en este sentido, es liberador hacerlo, para volver a lo esencial-auténtico... La clave es recibir la savia de la vid, porque la savia es la Palabra que alimenta, el amor que vivifica, el Espíritu que recrea.... El Padre cuida y poda sí, pero no lo hará sin mí...

 

Unidos a Cristo daremos fruto. El árbol bueno da frutos buenos; aunque pueda pasar temporadas difíciles por circunstancias externas, su fuerza está en su interior. Es necesario volver siempre al manantial de donde brota el agua, volver a Dios, fuente y origen de todo bien. Dios es tu amigo, el Viñador. Un Viñador que mira por su viña, que mira por mí, que mira por ti; que nos alimenta con su amor para que nosotros amemos "no solo de palabras sino de verdad, con toda la vida".   Que así sea con la Gracia de Dios.

5 de abril de 2024

"La paz esté con vosotros"

II DOMINGO PASCUA-B- Hch 4,32-35/ 1Jn 5, 1-6/ Jn 20,19-31

. El evangelio de hoy nos presenta una primera aparición de Jesús resucitado a los discípulos, en el Cenáculo, la noche de la Pascua, y otra aparición que tiene lugar ocho días después. A pesar de la resurrección los discípulos se encierran, llenos de miedo: "por temor a los judíos". Jesús se presenta y podría reprenderles de manera severa, porque todos les abandonaron; sin embargo, ofrece su paz a esos corazones paralizados y limitados por el miedo.

. Tres veces le dice "la paz esté con vosotros". Tras la primera, les enseñó las manos y el costado y se llenaron de alegría: la alegría del encuentro con el Señor; por su victoria, por todo su amor y entrega capaz de derrotar la maldad y el pecado.  Jesús ha vencido al mal y a la muerte, al odio y a todo egoísmo; por eso puede traernos la reconciliación y la paz. Hoy somos invitados a experimentar esa paz que nos regala Jesús con su resurrección, y esa paz es la clama a gritos nuestro mundo. Y también el gozo: "La alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quiénes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento.  Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría" (EG, 1).

. Tras repetir por segunda vez "el deseo de paz a vosotros", añade una tarea para los discípulos: "Como el Padre me envió, yo os envió a vosotros". La resurrección de Jesús no es un hecho individual, que sólo tiene que ver con él, sino que nos implica a todos. Él nos comunica su vida nueva: una vida de amor intenso, que quiere transformar el mundo. Jesús resucitado confía misiones para cumplir: a María Magdalena, a las mujeres, a los apóstoles, a nosotros… y nos da, como Don, el Espíritu Santo a fin de que tengamos la fuerza necesaria para llevar a cabo la propia misión que es continuación de la suya ("Como el Padre me envió, yo os envío a vosotros).

. Y por tercera vez repite el Señor, su deseo: "La paz esté con vosotros" cuando se les aparece nuevamente a los discípulos ocho días después, para confirmar la fe tambaleante de Tomás. Tomás quiere ver y tocar. Y el Señor no se escandaliza de su incredulidad, sino que va a su encuentro: "Trae aquí tu dedo y mira mis manos". No son palabras desafiantes, sino de misericordia. Jesús comprende la dificultad de Tomás y la nuestra cuando vivimos momentos en los que parece que la vida desmiente la fe, estamos en crisis y necesitamos "ver", "tocar" … y no le trata, ni nos trata, con dureza. El apóstol se conmueve interiormente ante tanta bondad.  Y es así, de incrédulo se vuelve creyente, y hace esta confesión de fe tan sencilla y hermosa que hacemos nuestra, especialmente en momentos de duda y oscuridad: "¡Señor mío y Dios mío!".

Jesús nos ofrece la paz y cálidos signos de misericordia, sus propias llagas, para que "creyendo tengamos vida en su nombre". Y, como la primera comunidad creyente podamos tener "un solo corazón y una sola alma", testimonio bien visible de un estilo de fraternidad que anuncia la vida nueva del Resucitado. Este es el mensaje de la Divina Misericordia que celebramos este domingo por deseo explícito del papa San Juan Pablo II en el año 2000:  Dios nos ama a todos, sin importar cuán grandes sean nuestras faltas. Él quiere que reconozcamos que Su Misericordia es más grande que nuestros pecados y dudas, para que nos acerquemos a Él con confianza, recibamos su Misericordia y la dejemos derramar sobre otros.  Que así sea con la Gracia de Dios.