18 de septiembre de 2021

"¿Quién es el más importante...?

DOMINGO XXV DEL T.O. -B-  Sab 2,17-20/St 3,16-4,3/Mc 9,30-37

 

. ¿Quién es el más importante para Jesús? Un niño; aquel que tiene necesidad, quien se siente indefenso, la persona que sufre, está sola, abandonada… acoger a estas personas es acogerle a Él, es acoger al Padre.

 

. ¿Quién es el más importante para la Iglesia? Los hijos más necesitados de atención, cuidado… El Papa Francisco en Bratislava decía a los obispos, religiosos… : "La Iglesia debe ser humilde como era Jesús, que se despojó de todo, que se hizo pobre para enriquecernos (cf. 2 Co 8,9). Así vino a habitar entre nosotros y a curar nuestra humanidad herida. Sí, es hermosa una Iglesia humilde que no se separa del mundo y no mira la vida con desapego, sino que la habita desde dentro. Habitar desde dentro, no lo olvidemos: compartir, caminar juntos, acoger las preguntas y las expectativas de la gente. Esto nos ayuda a salir de la autorreferencialidad. El centro de la Iglesia —¿quién es el centro de la Iglesia? — no es la Iglesia, y cuando la Iglesia se mira a sí misma acaba como la mujer del Evangelio: encorvada, mirándose el ombligo (cf. Lc 13,10-13). El centro de la Iglesia no es ella misma. Salgamos de la preocupación excesiva por nosotros mismos, por nuestras estructuras, por cómo nos mira la sociedad. Y esto al final nos llevará a una "teología del maquillaje", de cómo nos maquillamos mejor. Adentrémonos en cambio en la vida real, la vida real de la gente, y preguntémonos: ¿cuáles son las necesidades y las expectativas espirituales de nuestro pueblo? ¿Qué se espera de la Iglesia?"

 

. Esta actitud de acogida, servicio implica la disponibilidad a "ponerse en el lugar del otro", incluso "en el último lugar", de "ofrecer la propia vida para ganarla" en el servicio al hermano. No se trata de renunciar a los valores, cualidades, virtudes o compromisos que adornan a cada persona; no se trata de ponerse en el último lugar con los "brazos cruzados", indiferentes, sino de poner lo que somos al servicio del hermano, en la familia, la sociedad, la acción política… para el crecimiento personal y comunitario, con una actitud de escucha, cuidado fraterno, compartir… de mantener el corazón abierto a Dios, a los hermanos, a la realidad. El poder es el servicio: algo contracultural pero muy cierto.

 

. A todos, o a casi todos, nos gusta "salir en la foto". Jesús, sin embargo, nos ofrece una lección de servicialidad porque fue el primero en cumplirla. Toda su vida la vivió en actitud de entrega por los demás: "No he venido a ser servido sino a servir y a dar mi vida por los demás". Es una actitud que manifestará plásticamente cuando sus discípulos le vean ceñirse la toalla y arrodillarse ante ellos para lavarles los pies y en la cruz entregue su vida para la salvación del mundo.  Un camino, no de simple resignación o negación, sino de comunicación de vida y alegría, desde una actitud de generosidad y sencillez. Sabiendo acoger a todos pues así acogemos a Jesús.

 

. No llevan a ningún sitio la envidia que divide y produce tristeza, la calumnia, el rencor, la mentira, la soberbia o la fuerza. Tampoco encerrarnos en nosotros mismos porque esto empequeñece nuestras capacidades y nuestra misma vocación humana. El sabio escucha, el sabio medita, el sabio contempla, el sabio acoge, el sabio tiene presente a Dios que es quién le inspira su respuesta; no es su necesidad, ni su seguridad, ni su deseo, la razón de su vida.  El sabio sabe lo que es y significa la confianza, confiar, buscar la concordia. Que así sea con la Gracia de Dios.

11 de septiembre de 2021

"Tú eres el Mesías"

2021. XXIV T0 B – Is 50, 5-9-St 2, 14-18-Mc 8, 27-35

El domingo pasado veíamos cómo Jesús iba recorriendo Galilea "haciendo el bien", predicando con su palabra y sus obras la Buena Nueva del Reino. Hoy, en las cercanías de Cesárea de Filipo pregunta a sus discípulos y a Pedro acerca de lo que decían las gentes que lo seguían acerca de Él. Las primeras generaciones cristianas conservaron el recuerdo de este episodio como un relato de importancia vital para los seguidores de Jesús. Sabían que deberían hacerse una y otra vez esa pregunta que les hizo Jesús, tanto a esas primitivas comunidades como a nosotros y nuestras comunidades hoy. La pregunta: "Y vosotros ¿quién decís que soy", no es solo para que nos pronunciemos sobre su identidad sino también para que revisemos nuestra relación con él.

La respuesta de Pedro: "Tú eres el Mesías", el Enviado del Padre es exacta: Dios ha amado tanto al mundo que nos ha regalado a Jesús. Y nosotros somos invitados a acoger, cuidar, disfrutar y celebrar este gran regalo de Dios. Jesús ha de ser el centro de nuestra vida cotidiana y de nuestras celebraciones, encuentros y reuniones. Parece que esto está muy claro:  Jesús es el Mesías enviado por Dios y los discípulos lo siguen para colaborar con él. Pero Jesús sabe que no es así. A aquellos discípulos y muy posiblemente a nosotros también, todavía les falta aprender algo muy importante. No sabían lo que significaba seguir a Jesús de cerca, compartir su Proyecto y su destino. Por ello Marcos dice que Jesús «empezó a instruirlos» que debía sufrir mucho. No es una enseñanza más, sino algo fundamental que ellos tendrán que ir asimilando poco a poco. Desde el principio les habla «con toda claridad». No les quiere ocultar nada. Tienen que saber que el sufrimiento los acompañará siempre en su tarea de abrir caminos al Reinado de Dios.

Pedro se rebela ante lo que está oyendo. Toma a Jesús consigo y se lo lleva aparte para «increparlo». Había sido el primero en confesarlo como Mesías y ahora era el primero en rechazarlo. Quería hacer ver a Jesús que lo que estaba diciendo era absurdo. No estaba dispuesto a que siguiera ese camino. Jesús había de cambiar. Y Jesús reacciona con una dureza desconocida. De pronto ve en Pedro los rasgos de Satanás, el Tentador del desierto que buscaba apartarlo de la voluntad de Dios. Se vuelve de cara a los discípulos y «reprende» literalmente a Pedro. Quiere que todos escuchen bien sus palabras. Las repetirá en diversas ocasiones. No han de olvidarlas jamás: «Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga», que acepte el esfuerzo de vivir de acuerdo con sus enseñanzas y con sus obras.

Y es que seguir a Jesús no es obligatorio. Es una decisión libre de cada uno. Pero hemos de tomarla en serio. No bastan confesiones fáciles. Si queremos seguirlo en su tarea apasionante de hacer un mundo más humano, digno y dichoso, tenemos que estar dispuestos a dos cosas. Primero, renunciar a proyectos o planes que se oponen al Reinado de Dios. Segundo, aceptar los sufrimientos que nos pueden llegar por seguir a Jesús e identificarnos con su causa. El Apóstol Juan insistirá en que "no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras" (lJn 15,1). Y en la segunda Lectura, el Apóstol Santiago nos decía que uno puede tener fe y otro obras, rechazando luego la fe sin obras ya que no es auténtica y verdadera fe cristiana, pues con las obras probamos nuestra fe, pero una fe sin triunfalismos y exclusiones de los que no la tienen.

Así pues. No es fácil intentar responder con sinceridad a la pregunta de Jesús. En realidad, ¿quién es Jesús para nosotros? Su persona nos ha llegado a través de veinte siglos de imágenes, fórmulas, devociones, experiencias, interpretaciones culturales... que van desvelando y velando al mismo tiempo su riqueza insondable. Pero, además, cada uno de nosotros vamos revistiendo a Jesús de lo que somos nosotros. Y proyectamos en él nuestros deseos, aspiraciones, intereses y limitaciones. Y casi sin darnos cuenta lo empequeñecemos y desfiguramos, incluso cuando tratamos de exaltarlo. Y es que solo seremos testigos creíbles: si nuestra pasión convence; si nuestro amor fascina; si nuestra justicia arriesga; si nuestra fe contagia; si nuestra vida apunta hacia Él. Que así sea con la Gracia de Dios.

4 de septiembre de 2021

"Ábrete..."

DOMINGO XXIII T.O. -B-  Is 35,4-7a/St 2,1-15/Mc 7,31-37

El ministerio profético es una de las realidades más características, y hasta conmovedora, de la experiencia religiosa en el pueblo de Israel. En muchas ocasiones vemos al profeta denunciando con fuerza y valentía admirables el olvido de la Alianza por parte del pueblo, acarreando con ello múltiples desprecios e injusticias a los más desvalidos a quienes el profeta pretender devolver a los ámbitos de la dignidad. En otras ocasiones, con sentimientos de ternura y compasión, el profeta anuncia consuelo y esperanza ante el abatimiento de sus contemporáneos. El texto de la primera lectura, del profeta Isaías (35, 4-7a), es un magnífico y elocuente ejemplo del profetismo de anuncio, consuelo y esperanza: "Sed fuertes, no temáis... Vuestro Dios viene en persona y os salvará"

Vemos cumplido este anuncio y esta promesa en el Evangelio del Señor Jesucristo. Su paso por el mundo haciendo el bien, su vida entregada por amor hasta la dramática muerte en cruz, su resurgimiento Vivo, Glorioso y Resucitado del poder de la muerte, son señal y realidad del cumplimiento de la promesa. El texto del Evangelio que hoy se nos ofrece (Mc 7, 31-37), transcurre por estos mismos derroteros de amor y salvación arrancando la admiración de los testigos:

"Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos"

Este bien hacer del Señor Jesucristo viene a nuestro encuentro e interroga nuestra vida de discípulos y seguidores suyos. ¿Estamos siendo una buena noticia para alguien? ¿Lo estamos siendo, particularmente, para los acallados por las circunstancias adversas de la vida, para los que se han quedado sin vista de horizontes de futuro?

Llevamos largos meses de vida sobresaltada, anómala, por la situación pandémica que asola al mundo, y está provocando tanto sufrimiento. Abatidos, nos vemos caminar y deambular cabizbajos, un tanto desorientados, con la amarga pregunta de: "¿Hasta cuándo?". A veces, incluso podemos tener la impresión de que la esperanza se desvaneció de nuestro corazón. Diversos temores nos circundan.

Y sin embargo la Palabra de Dios ha sido proclamada por nosotros y para nosotros. ¡Hasta el salmista alaba, confía, espera! Sabe que el Señor reina eternamente. ¡Somos testigos y portadores de esta esperanza!

Muchas realidades se han tambaleado a nuestros pies. Pero Él, el que porta Vida y Amor, está siempre ahí. Lo está hoy, en su Día, en medio de su Asamblea, y nos grita a cada uno de nosotros:

"Effetá. Ábrete": a la alegría, a la esperanza, a la dicha de ser justo, al esfuerzo siempre renovado de construir un mundo mejor, al susurro de todas las aspiraciones para hacer el bien, al gozo de ver en cualquier rostro una hermana o un hermano.

"Effetá. Ábrete": a la luz suave y acariciadora de quien, en medio de cualquier realidad de destrucción y muerte, se sabe y se siente llamado a la Vida-por-siempre-duradera.

Y, como nos ha recordado Santiago en su Carta, no siempre es fácil vernos libres de la acepción de personas, de cierto favoritismo… por eso debemos mirar y captar más allá de cualquier apariencia… Dios nos ha elegido para hacernos ricos en la fe. Que así sea con la Gracia de Dios.