4 de septiembre de 2021

"Ábrete..."

DOMINGO XXIII T.O. -B-  Is 35,4-7a/St 2,1-15/Mc 7,31-37

El ministerio profético es una de las realidades más características, y hasta conmovedora, de la experiencia religiosa en el pueblo de Israel. En muchas ocasiones vemos al profeta denunciando con fuerza y valentía admirables el olvido de la Alianza por parte del pueblo, acarreando con ello múltiples desprecios e injusticias a los más desvalidos a quienes el profeta pretender devolver a los ámbitos de la dignidad. En otras ocasiones, con sentimientos de ternura y compasión, el profeta anuncia consuelo y esperanza ante el abatimiento de sus contemporáneos. El texto de la primera lectura, del profeta Isaías (35, 4-7a), es un magnífico y elocuente ejemplo del profetismo de anuncio, consuelo y esperanza: "Sed fuertes, no temáis... Vuestro Dios viene en persona y os salvará"

Vemos cumplido este anuncio y esta promesa en el Evangelio del Señor Jesucristo. Su paso por el mundo haciendo el bien, su vida entregada por amor hasta la dramática muerte en cruz, su resurgimiento Vivo, Glorioso y Resucitado del poder de la muerte, son señal y realidad del cumplimiento de la promesa. El texto del Evangelio que hoy se nos ofrece (Mc 7, 31-37), transcurre por estos mismos derroteros de amor y salvación arrancando la admiración de los testigos:

"Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos"

Este bien hacer del Señor Jesucristo viene a nuestro encuentro e interroga nuestra vida de discípulos y seguidores suyos. ¿Estamos siendo una buena noticia para alguien? ¿Lo estamos siendo, particularmente, para los acallados por las circunstancias adversas de la vida, para los que se han quedado sin vista de horizontes de futuro?

Llevamos largos meses de vida sobresaltada, anómala, por la situación pandémica que asola al mundo, y está provocando tanto sufrimiento. Abatidos, nos vemos caminar y deambular cabizbajos, un tanto desorientados, con la amarga pregunta de: "¿Hasta cuándo?". A veces, incluso podemos tener la impresión de que la esperanza se desvaneció de nuestro corazón. Diversos temores nos circundan.

Y sin embargo la Palabra de Dios ha sido proclamada por nosotros y para nosotros. ¡Hasta el salmista alaba, confía, espera! Sabe que el Señor reina eternamente. ¡Somos testigos y portadores de esta esperanza!

Muchas realidades se han tambaleado a nuestros pies. Pero Él, el que porta Vida y Amor, está siempre ahí. Lo está hoy, en su Día, en medio de su Asamblea, y nos grita a cada uno de nosotros:

"Effetá. Ábrete": a la alegría, a la esperanza, a la dicha de ser justo, al esfuerzo siempre renovado de construir un mundo mejor, al susurro de todas las aspiraciones para hacer el bien, al gozo de ver en cualquier rostro una hermana o un hermano.

"Effetá. Ábrete": a la luz suave y acariciadora de quien, en medio de cualquier realidad de destrucción y muerte, se sabe y se siente llamado a la Vida-por-siempre-duradera.

Y, como nos ha recordado Santiago en su Carta, no siempre es fácil vernos libres de la acepción de personas, de cierto favoritismo… por eso debemos mirar y captar más allá de cualquier apariencia… Dios nos ha elegido para hacernos ricos en la fe. Que así sea con la Gracia de Dios.

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