29 de octubre de 2022

¨Hoy ha entrado la salvación en esta casa"

DOMINGO XXXI TO -C- Sb 11, 23-12, 2/2 Ts 1, 11-2, 2/Lc 19, 1-10-II

Zaqueo, publicano y pecador, siente algo dentro de sí que le atrae hacia Jesús y hace cuanto le es posible por acercarse a él. La mirada de Jesús lo descubre en el sicomoro donde se ha instalado para observar la escena y es capaz de leer ese algo nuevo que está naciendo en su corazón. Alzando la vista le dice: Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede yo en tu casa (Lc 19, 5).

La iniciativa es de Jesús y se produce porque hay disponibilidad en la persona de Zaqueo. El encuentro con Dios es a la vez gracia y culminación de una búsqueda más o menos consciente por parte del hombre. Zaqueo acoge con gozo la oportunidad que se le brinda de recibir en su casa al Maestro de Nazaret, ignorando aún las consecuencias que resultarán de esta aventura: Se apresuró a bajar y lo recibió con alegría (v.6). Más tarde, en la intimidad, descubrirá en la persona de Jesús la gratuidad del amor de Dios hacia él. Un amor y una misericordia mucho más grandes de lo que él se habría atrevido a imaginar.

El texto emplea el adverbio de tiempo "hoy" que sirve al Evangelio para indicar la actualidad de la salvación que Dios ofrece y realiza continuamente. Recordemos que a los pastores que vigilan el rebaño en Belén durante la noche, los ángeles anuncian: Hoy os ha nacido un salvador; a los habitantes de Nazaret que le escuchan leer el famoso pasaje de Isaías, Jesús les dice; Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy. Por fin, al buen ladrón le asegura que "hoy "estará con él en el paraíso. Dios, en su misericordia, ofrece la gracia de la salvación a quien lo necesita y se deja interpelar.

Jesús se aparta temporalmente de una muchedumbre entusiasta que le aclama en Jericó para dedicarse solo a Zaqueo a quien, como hace el Buen Pastor, busca en su propia casa, dejando las noventa y nueve ovejas del rebaño para ir a buscar la perdida, porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. (v 19). Entra en casa de Zaqueo sin temor a comprometerse, o escandalizar. Su misión es hacer presente en medio de los hombres la misericordia de Dios que quiere la conversión y la salvación de todos sin exclusión. Jesús nos enseña que el amor a Dios se manifiesta haciendo camino con nuestros hermanos, compartiendo amor y misericordia, haciendo nuestras las palabras: hoy la salvación ha entrado en esta casa.

La entrada de Jesús no le contamina; por el contrario, Jesús "contagia" a Zaqueo la salvación, porque donde entra el Salvador entra la salvación. Por eso Zaqueo, sorprendido por este amor gratuito e incondicional, le recibe «muy contento». Y cambia de vida. Sin que Jesús le exija nada, ni tan siquiera le insinúe. Ha sido vencido por la fuerza del amor. El que los fariseos daban por perdido –hasta el punto de no acercarse a él– ha sido salvado. Pues Jesús ha venido precisamente para eso: «a buscar y a salvar lo que estaba perdido». Su sola presencia transforma. En la medida en que les dejes entrar en tu vida irás viendo cómo toda ella se renueva.

El publicano y pecador Zaqueo se convierte en  discípulo que, sin dejarlo todo como hacen otros discípulos de Jesús, permanece en su mundo habitual, dando testimonio de un estilo distinto de vida, según el evangelio. Ya no más la ganancia por encima de todo, sino la justicia (devolveré el cuádruplo); el compartir con quien lo necesita (daré la mitad de mis bienes a los pobres). Está el discípulo que deja todo por el evangelio y el discípulo que vive la radicalidad continuando en el ambiente al que pertenece. La experiencia de Zaqueo nos enseña que la conversión evangélica es contemporáneamente conversión a Dios y a los hermanos. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

21 de octubre de 2022

"Oh Dios, ten compasión de este pecador"

2022. DOMINGO XXX - TO -C- Ecl 35, 12-18/2 Tim 4, 6-8.16-18/Lc 18, 9-14

Comparto dos ideas "tomadas" del Papa Francisco en su reflexión sobre la Palabra:

. La primera: La familia que ora. El texto del Evangelio pone en evidencia dos modos de orar, uno falso – el del fariseo – y el otro auténtico – el del publicano. El fariseo encarna una actitud que no manifiesta la acción de gracias a Dios por sus beneficios y su misericordia, sino más bien la satisfacción de sí. El fariseo se siente justo, se siente en orden, se pavonea de esto y juzga a los demás desde lo alto de su pedestal, de su vanidad. El publicano, por el contrario, no utiliza muchas palabras. Su oración es humilde, sobria, imbuida por la conciencia de su propia indignidad, de su propia miseria: este hombre en verdad se reconoce necesitado del perdón de Dios, de la misericordia de Dios, es la oración que agrada a Dios que, como dice la primera Lectura, «sube hasta las nubes» (Si 35,16).

A la luz de esta Palabra, podríamos preguntarnos: ¿cómo es nuestra oración? Algunos rezan, seguro, pero otros preguntan ¿cómo se hace? Se hace como el publicano: humildemente, delante de Dios. Cada uno se deja ver del Señor y le pide su bondad, que venga a nosotros. Y esto también en familia porque la oración es personal, sí, pero también en familia, en comunidad… hay que encontrar el momento ciertamente, pero lo esencial es la actitud de humildad, de reconocer que tenemos necesidad de Dios, como el publicano. Y todas las familias tenemos necesidad de Dios: todos, todos. Necesidad de su ayuda, de su fuerza, de su bendición, de su misericordia, de su perdón. Y se requiere sencillez para rezar en familia. Rezar juntos el «Padrenuestro», alrededor de la mesa… rezar juntos el Rosario es muy bello, da mucha fuerza. Y rezar también el uno por el otro: el marido por la esposa, la esposa por el marido, los dos por los hijos, los hijos por los padres, por los abuelos... Esto es rezar en familia: orar la fortalece.

. La segunda lectura nos sugiere otro aspecto: la familia conserva la fe. El apóstol Pablo, al final de su vida, hace un balance fundamental, y dice: «He conservado la fe» (2 Tm 4,7) ¿Cómo la conservó? No en una caja fuerte. No la escondió bajo tierra, como aquel siervo un poco perezoso. San Pablo compara su vida con una batalla y con una carrera. Ha conservado la fe porque no se ha limitado a defenderla, sino que la ha anunciado, irradiado, la ha llevado lejos. Se ha opuesto decididamente a quienes querían conservar, «embalsamar» el mensaje de Cristo dentro de los confines de Palestina. Por esto ha hecho opciones valientes, ha ido a territorios hostiles, ha aceptado el reto de los alejados, de culturas diversas, ha hablado francamente, sin miedo. San Pablo ha conservado la fe porque, así como la había recibido, la ha dado, yendo a las periferias, sin atrincherarse en actitudes defensivas.

También aquí, podemos preguntar: ¿De qué manera, personalmente y en familia, conservamos nosotros la fe? ¿La tenemos como un bien privado, o sabemos compartirla con el testimonio, con la acogida, con la apertura hacia los demás? Todos sabemos que las familias, van con frecuencia «a la carrera», muy ocupadas; pero "esta carrera" puede ser también la carrera de la fe. Las familias cristianas son familias misioneras también en la vida de cada día, haciendo las cosas de todos los días, poniendo en todo la sal y la levadura de la fe. Conservar la fe en familia y poner la sal y la levadura de la fe en las cosas de todos los días.

Domund 2022: "Seréis mis testigos". 

15 de octubre de 2022

"...¿encontrará esta fe en la tierra?"

XXIX TO -C- Ex 17, 8-13 / 2 Tim 3, 14-4, 2 / Lc 18, 1-8

 

Objetivo de la parábola: "Enseñarles que hay que orar siempre" y dos personajes extremos: un juez "que no teme a Dios", corrupto y una mujer, viuda, indefensa sin protección ni jurídica ni económica. El razonamiento es sencillo: si hasta el juez sin escrúpulos oye a quien nada cuenta ni importa en la sociedad cuánto más Dios nos atenderá a nosotros, que somos sus hijos.  La primera lectura, presentado a Moisés, como modelo de oración de intercesión, refuerza la necesidad de la oración que siempre será eficaz, aunque la acción de Dios no sea inmediata.

 

Escribe San Agustín "la fe es la fuente de la oración, no puede fluir el río cuando se seca el manantial del agua". Es decir, quien pide es porque cree y confía. Pero, al mismo tiempo la oración alimenta nuestra fe, por eso le pedimos a Dios que "ayude nuestra incredulidad".   La oración nace de la fe y alimenta la fe, por ello, es tan necesario recuperar la oración personal, familiar, comunitaria... para mantener la llama encendida y seguir creyendo y experimentando que "Todo es posible para el que cree". Nos dice san Pablo que la Palabra, recibida de Dios y leída con fe, nos educa en la virtud y nos capacita para buscar y obrar el bien, orienta nuestras opciones en la vida.

 

Fe y oración se alimentan mutuamente. Confiar en el Señor, escuchar su Palabra, dialogar con él, cultivar la amistad es una tarea permanente para no desfallecer en el camino de la vida, para perseverar en el camino, confiar siempre… La fe, la oración…  no son discursos alejados de lo concreto, de la vida de cada día, del ahora mismo. De hecho, para los creyentes, fe y oración son puntos de apoyo firmes en los que apoyar nuestras opciones morales, éticas, los principios que determinan las opciones prácticas que, a todos los niveles, tomamos en la vida.

En nuestro caminar cristiano, al igual que el pueblo Israel en su peregrinar hacia la tierra prometida, tenemos que enfrentarnos con muchos obstáculos y combatir tantas seducciones engañosas y disfrazados de existo y felicidad, desviándonos así del camino que Dios nos invita a seguir.  Para la perseverancia y la victoria en nuestro combate, Jesús nos dejó un arma poderosa: la oración sin desfallecer, que nos conforta y revitaliza en todo momento, que despierta nuestra alma y nos impulsa con una fuerza siempre renovada. Es evidentemente que la oración que no nos quita los obstáculos del camino, sino que nos da la fuerza para superarlos. La oración fortalece nuestra esperanza.

Resuena en el corazón la invitación de san Pablo: «Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos —y también te juzgará a ti —, te conjuro por su venida en majestad: proclama la Palabra» (2 Tm 4, 1-2). ¡Proclama la Palabra!. Permanece en lo que aprendiste y creíste… haciendo todo lo posible para que, cuando venga el Hijo del hombre, pueda encontrar fe en la tierra. Que así sea con la Gracia de Dios.