15 de octubre de 2022

"...¿encontrará esta fe en la tierra?"

XXIX TO -C- Ex 17, 8-13 / 2 Tim 3, 14-4, 2 / Lc 18, 1-8

 

Objetivo de la parábola: "Enseñarles que hay que orar siempre" y dos personajes extremos: un juez "que no teme a Dios", corrupto y una mujer, viuda, indefensa sin protección ni jurídica ni económica. El razonamiento es sencillo: si hasta el juez sin escrúpulos oye a quien nada cuenta ni importa en la sociedad cuánto más Dios nos atenderá a nosotros, que somos sus hijos.  La primera lectura, presentado a Moisés, como modelo de oración de intercesión, refuerza la necesidad de la oración que siempre será eficaz, aunque la acción de Dios no sea inmediata.

 

Escribe San Agustín "la fe es la fuente de la oración, no puede fluir el río cuando se seca el manantial del agua". Es decir, quien pide es porque cree y confía. Pero, al mismo tiempo la oración alimenta nuestra fe, por eso le pedimos a Dios que "ayude nuestra incredulidad".   La oración nace de la fe y alimenta la fe, por ello, es tan necesario recuperar la oración personal, familiar, comunitaria... para mantener la llama encendida y seguir creyendo y experimentando que "Todo es posible para el que cree". Nos dice san Pablo que la Palabra, recibida de Dios y leída con fe, nos educa en la virtud y nos capacita para buscar y obrar el bien, orienta nuestras opciones en la vida.

 

Fe y oración se alimentan mutuamente. Confiar en el Señor, escuchar su Palabra, dialogar con él, cultivar la amistad es una tarea permanente para no desfallecer en el camino de la vida, para perseverar en el camino, confiar siempre… La fe, la oración…  no son discursos alejados de lo concreto, de la vida de cada día, del ahora mismo. De hecho, para los creyentes, fe y oración son puntos de apoyo firmes en los que apoyar nuestras opciones morales, éticas, los principios que determinan las opciones prácticas que, a todos los niveles, tomamos en la vida.

En nuestro caminar cristiano, al igual que el pueblo Israel en su peregrinar hacia la tierra prometida, tenemos que enfrentarnos con muchos obstáculos y combatir tantas seducciones engañosas y disfrazados de existo y felicidad, desviándonos así del camino que Dios nos invita a seguir.  Para la perseverancia y la victoria en nuestro combate, Jesús nos dejó un arma poderosa: la oración sin desfallecer, que nos conforta y revitaliza en todo momento, que despierta nuestra alma y nos impulsa con una fuerza siempre renovada. Es evidentemente que la oración que no nos quita los obstáculos del camino, sino que nos da la fuerza para superarlos. La oración fortalece nuestra esperanza.

Resuena en el corazón la invitación de san Pablo: «Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos —y también te juzgará a ti —, te conjuro por su venida en majestad: proclama la Palabra» (2 Tm 4, 1-2). ¡Proclama la Palabra!. Permanece en lo que aprendiste y creíste… haciendo todo lo posible para que, cuando venga el Hijo del hombre, pueda encontrar fe en la tierra. Que así sea con la Gracia de Dios. 

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