30 de abril de 2021

"Sin mí no podéis hacer nada..."

V DOMINGO DE PASCUA -B- Hch 9, 26-31/1 Jn 3, 18-24/Jn 15, 1-8

 

"Sin mí no podéis hacer nada". Así de claro habla hoy Jesús.  Él es la verdadera vid y nosotros los sarmientos, las ramas. Nuestra vida espiritual, nuestra vida cristiana o nuestra vida de discípulos, no se puede comprender sin esta unión con la persona de Jesús, la verdadera vid. De él recibimos toda la fuerza, toda la vitalidad y todo el amor para ser fecundos. En realidad, la insistencia del evangelio está en producir frutos y esto solo lo podemos lograr si permanecemos unidos a la vid. Se repite varias veces la palabra "permanecer" porque aquí está la clave para la fecundidad, una necesidad profundamente humana que nos toca a todos.

 

El que vive unido a Dios, por medio de la gracia, convierte en valiosa cualquier acción que realice, por nimia que sea, porque su vida participa de la misma vida divina. Por ello, cultivemos la interioridad, la contemplación, la espiritualidad. Sin estas dimensiones la existencia es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma. Sin interioridad peligra la propia integridad e identidad personal. Ser cristiano exige hoy una experiencia vital de Jesucristo, un conocimiento interior de su persona y una pasión por su proyecto, que no se requerían para ser practicante dentro de una sociedad de cristiandad. Todos somos «sarmientos». Solo Jesús es «la verdadera vid». Lo decisivo en estos momentos es «permanecer en él»: aplicar toda nuestra atención al Evangelio; alimentar en nuestros grupos, redes, comunidades y parroquias el contacto vivo con él; no desviarnos de su proyecto. Solo así podremos dar fruto.

 

San Juan en todos sus escritos nos recuerda que el fruto es el amor. Un amor concreto, visible, no construido a través de discursos, el resonar de palabras vacías sino de los hechos.  Serán estos, los hechos, los que garantizarán la vedad de nuestro ser sarmientos vivos y fecundos. Amar con los hechos significa sacrificarse por amor, dar lo que tenemos de más preciosos: tiempo, vida, afectos, energías… todo a disposición del hermano. El amor mismo nace de la fe, don real, obra primera de la que brotan todas las demás: quien se ha encontrado amando en situaciones difíciles, hostiles; quien ha debido vivir esa palabra tan exigente del evangelio que nos pide amar a los enemigos, a quienes nos persiguen, calumnian… sabe bien que no se puede amar sin fe.

 

Pero el texto habla también de podar. Escribía Miguel Hernández: "Dale, Dios, a mi alma, hasta perfeccionarla. Dale que dale, Dios, ¡ay! Hasta la perfección". El Padre es el labrador que cuida de los sarmientos y los poda para que den más fruto. Puede que esta poda en un momento produzca dolor y no comprendamos por qué Dios actúa así. Pero todo es por nuestro bien... La poda es necesaria porque tendemos a la dispersión, los apegos, lo innecesario... y por ahí se nos va la vida..., por eso a veces hay que cortar el follaje y esto siempre es ingrato y doloroso; para crecer hay que cortar y, en este sentido, es liberador hacerlo, para volver a lo esencial-auténtico... La clave es recibir la savia de la vid, porque la savia es la Palabra que alimenta, el amor que vivifica, el Espíritu que recrea.... El Padre cuida y poda sí, pero no lo hará sin mí...

 

Unidos a Cristo daremos fruto. El árbol bueno da frutos buenos; aunque pueda pasar temporadas difíciles por circunstancias externa, su fuera está en su interior. Es necesario volver siempre al manantial de donde brota el agua, volver a Dios, fuente y origen de todo bien. Dios es tu amigo, el Viñador. Un Viñador que mira por su viña, que mira por mí, que mira por ti; que nos alimenta con su amor para que nosotros amemos "no solo de palabras sino de verdad, con toda la vida".   Que así sea con la Gracia de Dios.

17 de abril de 2021

"Soy yo en persona..."

III DOMINGO DE PASCUA – Hch 3, 13-15.17-19/1 Jn 2, 1-5/ Lc 24,35-48.

 

. "Se presentó" en medio de los discípulos.  No dice que haya atravesado ninguna puerta o ventana cerrada: simplemente "se hace ver" por los suyos.  El Resucitado ya o está atado a las condiciones que marcan la realidad del mundo en que vivimos. Como el relato del domingo pasado de Juan, hoy, en el de Lucas Jesús se presenta con el saludo: "Paz a vosotros". Frente al miedo, las dudas, se vuelve a insistir en la identidad y corporeidad de Jesús resucitado: "Soy yo en persona… palpadme, mirad mis llagas, heridas…". El texto recuerda, además, que la Resurrección es el cumplimiento de las Escrituras.

. La resurrección no es un acontecimiento puramente espiritual, esto desvirtúa nuestra fe.  En Jesús Resucitado no solo constatamos una identidad espiritual sino también una identidad corporal. Esta es la razón de insistir en las llagas y mostrarse de modo tangible: por ejemplo, comiendo. Por otro lado, la resurrección no anula la pasión y la muerte, sino que las vence.  Por eso las llagas siguen como prueba de una identidad y de una corporeidad. Real, verdadero, aunque las condiciones físicas sean distintas.

. El pensamiento griego de la época ya aceptada de algún modo la inmortalidad del alma, pero para ellos el cuerpo era un obstáculo, una especie de cárcel del hombre de la cual había de liberarse. Frente a esta postula la Biblia declara que el cuerpo ha sido creado por Dios como realidad nueva y el hombre se completa asumiendo su propio cuerpo. Por lo tanto, el objetivo del hombre no es solo estar unido a Dios con su alma inmortal, sino recibir de nuevo el cuerpo. Esto nos recuerda que el pecado no procede del cuerpo sino de la debilidad moral del hombre manchado por el pecado original y que debemos cuidar el cuerpo y valorar el equilibrio del mismo, templo de Dios.

. Cumplimiento de las escrituras:  el Antiguo testamento está latente en el Nuevo. Frente a la mera ilusión o fantasía, fue necesario también que se abriera su entender, captar que lo sucedido estaba anunciado en la Escritura y Jesús mismo se lo había anunciado a ellos, para llegar a la fe. La entrega, fracaso aparente, es en realidad el único camino salvador…. El camino del crucificado es el amor, simbolizado en las manos y el costado… Así logran pasar del signo a lo que se significaba; de la evidencia sensible a la fe ante el misterio.

 

. Los signos que fortalecen nuestra fe son el testimonio de los apóstoles que se juegan la vida y la pierden por predicar la Resurrección con valentía, como Pedro en la primera lectura, ante los testigos de su crucifixión y muerte. Compartiendo lo que somos y tenemos; al partir el pan lo reconocieron los discípulos de Emaús; al compartir el pez asado los discípulos en el evangelio… el compartir abre a la Vida nueva, resucitada. Y, como nos dice Juan en la segunda lectura, "guardando sus mandamientos". La fe se fortalece viviendo de acuerdo con lo que ella nos pide.

. Cuando nos familiarizamos con Jesús, cuando acomodamos nuestra vida a la suya y a los valores del evangelio y mantenemos la confianza en Él, en su Presencia en nuestra vida, familia y comunidad…  tenemos fe en el Resucitado. Esto nunca será perfecto, siempre estarán nuestras limitaciones personales, nuestra existencia entretejida con los dolores del vivir y el convivir y nuestra permanente actitud de "morir y resucitar" a la Vida. Jesús pasó por el dolor, pero mantuvo y proclamó la esperanza de su resurrección, que ahora vivimos y celebramos. Que así sea con la Gracia de Dios. 

9 de abril de 2021

"Señor mío y Dios mío"

. II DOMINGO PASCUA-B-  Hch 4,32-35/ 1Jn 5, 1-6/ Jn 20,19-31

 

Las puertas cerradas. Miedo a los judíos, al futuro inmediato… y el Señor se hace presente: "Paz a vosotros", mostrando sus heridas y las llagas de la pasión. Hay continuidad entre el Señor crucificado y el Señor Resucitado. No es un mero sueño o una ilusión. Cristo resucitado mostrando sus llagas nos enseña que, en cualquier situación en la que nos encontremos, cualesquiera que sean nuestras heridas, podemos vivir curados interiormente y descubrir una nueva vida.

 

Cristo Resucitado cambia la forma de sentir, de pensar y de actuar. Unidos a Él, "vencemos al mundo" por la fe, "cumplimos sus mandamientos" expresión de amor; nos abrimos a la esperanza curando las llagas de nuestro corazón; nos dejamos iluminar por el Espíritu en todos los rincones de nuestro ser; nos unimos a los hermanos en una misma oración con el deseo de recibir y ofrecer paz, teniendo "un solo corazón y una sola alma".  Lo viejo es el orgullo, la tristeza, la indiferencia o, en estos tiempos, el miedo y la desesperación. Lo nuevo es el amor, la caridad fraterna, el perdón, la misericordia, la alegría… y la paz del corazón.   

 

No nos deben asustar nuestras propias dudas, como las de Tomás; de ellas saldrán grandes avances, siempre que no vivamos en la duda permanente, sino en la búsqueda profunda. La fe es como una llama, como una luz que nos vamos dando y pasando unos a otros. Experiencia íntima, personal e intransferible que tiene el ser humano en su interior y, al mismo tiempo, experiencia comunitaria, compartida. Madre Teresa escribía a una persona amiga: "Por muchos que sean tus dificultades y problemas existe una alegría que nunca se te podrá arrebatar: que Cristo ha Resucitado y vive para ti".

 

Hoy el positivismo se ha extendido especialmente por occidente. No hay lugar para Dios ni esperanza en otra vida. Frente a ello los cristianos debemos resistir la tentación de encerrarnos a causa del miedo; debemos encontrar el camino para volver a decir la verdad de Dios y la salvación eterna, así como mostrar el camino que conduce a la vida. Esto no significa huir del mundo, pero sí tener la capacidad y audacia de no identificarnos, adaptarnos, conformarnos a las sugerencias e indicaciones del mundo. Debemos apuntar al cielo, a la eternidad, volver a ser sal y luz.

 

En estos meses oscuros de pandemia el Señor el Señor resucitado nos invita a empezar de nuevo, a no perder nunca la esperanza. El resucitado da un sentido absolutamente nuevo a la vida, porque hace nuevas todas las cosas. Tanto internamente como cara a la sociedad en la que vivimos, éste es el lenguaje que más entendemos: los hechos-la vida-el compartir… En la comunidad cristiana de Jerusalén "daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor". El que cree e veras, quiere compartir y comunicar con valentía su convicción profunda a los demás. Es siempre el mejor testimonio.  El hombre está más ceca de Dios cuanto más se une a sus hermanos.

 

Pero, sólo si miramos a Cristo Resucitado y vivo descubrimos que el corazón abierto que Tomás toca es "su misericordia". Este es el gran testimonio: la paz y el perdón. En el marco familiar, social, profesional... los cristianos nacidos de la Pascua deberíamos sentirnos invitados a vivir la fe en todo momento y a mostrar actitudes de reconciliación y perdón.  Este es el gran testimonio: paz y perdón. La Pascua, el encuentro con el Resucitado, el reconocimiento del "Señor mío y Dios mío", es una clara invitación a vivir de otra manera: muriendo y resucitando cada día con Cristo, haciendo siempre y en cada momento "ese poquito que yo puedo" como decía S. Teresa a sus monjas. Que así sea con la Gracia de Dios.