9 de abril de 2021

"Señor mío y Dios mío"

. II DOMINGO PASCUA-B-  Hch 4,32-35/ 1Jn 5, 1-6/ Jn 20,19-31

 

Las puertas cerradas. Miedo a los judíos, al futuro inmediato… y el Señor se hace presente: "Paz a vosotros", mostrando sus heridas y las llagas de la pasión. Hay continuidad entre el Señor crucificado y el Señor Resucitado. No es un mero sueño o una ilusión. Cristo resucitado mostrando sus llagas nos enseña que, en cualquier situación en la que nos encontremos, cualesquiera que sean nuestras heridas, podemos vivir curados interiormente y descubrir una nueva vida.

 

Cristo Resucitado cambia la forma de sentir, de pensar y de actuar. Unidos a Él, "vencemos al mundo" por la fe, "cumplimos sus mandamientos" expresión de amor; nos abrimos a la esperanza curando las llagas de nuestro corazón; nos dejamos iluminar por el Espíritu en todos los rincones de nuestro ser; nos unimos a los hermanos en una misma oración con el deseo de recibir y ofrecer paz, teniendo "un solo corazón y una sola alma".  Lo viejo es el orgullo, la tristeza, la indiferencia o, en estos tiempos, el miedo y la desesperación. Lo nuevo es el amor, la caridad fraterna, el perdón, la misericordia, la alegría… y la paz del corazón.   

 

No nos deben asustar nuestras propias dudas, como las de Tomás; de ellas saldrán grandes avances, siempre que no vivamos en la duda permanente, sino en la búsqueda profunda. La fe es como una llama, como una luz que nos vamos dando y pasando unos a otros. Experiencia íntima, personal e intransferible que tiene el ser humano en su interior y, al mismo tiempo, experiencia comunitaria, compartida. Madre Teresa escribía a una persona amiga: "Por muchos que sean tus dificultades y problemas existe una alegría que nunca se te podrá arrebatar: que Cristo ha Resucitado y vive para ti".

 

Hoy el positivismo se ha extendido especialmente por occidente. No hay lugar para Dios ni esperanza en otra vida. Frente a ello los cristianos debemos resistir la tentación de encerrarnos a causa del miedo; debemos encontrar el camino para volver a decir la verdad de Dios y la salvación eterna, así como mostrar el camino que conduce a la vida. Esto no significa huir del mundo, pero sí tener la capacidad y audacia de no identificarnos, adaptarnos, conformarnos a las sugerencias e indicaciones del mundo. Debemos apuntar al cielo, a la eternidad, volver a ser sal y luz.

 

En estos meses oscuros de pandemia el Señor el Señor resucitado nos invita a empezar de nuevo, a no perder nunca la esperanza. El resucitado da un sentido absolutamente nuevo a la vida, porque hace nuevas todas las cosas. Tanto internamente como cara a la sociedad en la que vivimos, éste es el lenguaje que más entendemos: los hechos-la vida-el compartir… En la comunidad cristiana de Jerusalén "daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor". El que cree e veras, quiere compartir y comunicar con valentía su convicción profunda a los demás. Es siempre el mejor testimonio.  El hombre está más ceca de Dios cuanto más se une a sus hermanos.

 

Pero, sólo si miramos a Cristo Resucitado y vivo descubrimos que el corazón abierto que Tomás toca es "su misericordia". Este es el gran testimonio: la paz y el perdón. En el marco familiar, social, profesional... los cristianos nacidos de la Pascua deberíamos sentirnos invitados a vivir la fe en todo momento y a mostrar actitudes de reconciliación y perdón.  Este es el gran testimonio: paz y perdón. La Pascua, el encuentro con el Resucitado, el reconocimiento del "Señor mío y Dios mío", es una clara invitación a vivir de otra manera: muriendo y resucitando cada día con Cristo, haciendo siempre y en cada momento "ese poquito que yo puedo" como decía S. Teresa a sus monjas. Que así sea con la Gracia de Dios. 

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