4 de noviembre de 2022

"... porque para Él todos estamos vivos"

2022. DOMINGO XXXII TO -C-  2Mac 7,1-2.9-14/Tes 2,16-3,5/Lc 20,27-38 -II

Celebrábamos hace apenas tres días la Memoria Litúrgica de los Difuntos y hoy la Palabra nos invita de nuevo a reflexionar sobre el misterio de la resurrección de los muertos. Este anuncio lo es de una esperanza cierta; está fundado en la misma fidelidad de Dios: "Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, porque para Él todos están vivos". Él es el Viviente, la fuente de toda existencia.

Ya en el Antiguo Testamento fue madurando progresivamente la esperanza en la resurrección de los muertos. Hemos escuchado un elocuente testimonio de esa esperanza en la primera lectura, donde se narra el martirio de los siete hermanos en tiempos de la persecución desencadenada por el rey Antíoco Epífanes contra los Macabeos y los que se oponían a la introducción de las costumbres y los cultos paganos en el pueblo judío. Estos siete hermanos afrontaron los sufrimientos y el martirio, sostenidos por la exhortación de su heroica madre y por la fe en la recompensa divina reservada a los justos. Como afirma uno de ellos, ya en agonía: "Es preferible morir a manos de hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará".

En tiempos de Jesús, como en los nuestros, hay personas que creen en la resurrección y personas que creen que, con la muerte, todo termina en la nada.  Frente a esta cuestión Jesús se sitúa, como en tantas otras ocasiones, en una "perspectiva diferente" a los esquemas de este mundo temporal: Dios es un misterio insondable que no podemos abarcar, pero es, al mismo tiempo, un Dios personal, que ama la vida, a quien no le somos indiferentes, cuya fidelidad con nosotros va más allá de la muerte. Respondiendo a los saduceos, se apoya en lo que constituye el núcleo de la revelación bíblica del Antiguo Testamento: el vínculo de amistad que Dios estableció con los patriarcas, un vínculo tan fuerte que ni siquiera la muerte puede romper. Su mismo nombre es: Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob; no es Dios de los muertos, sino de los vivos, porque para él todos están vivos.

Es verdad que la muerte cierta y la vida después de la muerte es uno de los grandes interrogantes que atraviesan la historia y está presente en todas las culturas y civilizaciones. Con sufrimiento experimentamos y sentimos angustia ante una vida que llega a su fin. Es profundamente humano. Pero desde la íntima experiencia de unión con Dios, Jesús nos manifiesta que el interés de Dios por la humanidad no es algo limitado a un determinado periodo de tiempo. Dios nos ama siempre, ofreciéndonos la vida eterna como horizonte y plenitud de nuestra historia personal y coronación de su obra creadora en nosotros. Esto no estará a nuestro alcance hasta que vivamos el "paso" de la muerte, condición indispensable para este nuevo nacimiento. A la luz de la fe, la tragedia de la muerte no significa el fracaso de una vida, sino el comienzo de su plena realización, por eso el cristiano "no teme" la muerte.

La sociedad contemporánea parece haber perdido el horizonte de un posible futuro después de la muerte; es evidente que muestra poco interés por la vida eterna; le preocupan más las realidades de este mundo en las que, justamente, se siente profundamente implicada. Sin embargo, en el corazón humano no se apaga ese deseo profundo de permanencia, ese anhelo de que las experiencias más bellas y gratificantes de la vida no tengan un límite de tiempo; el horizonte de la vida terrena se antoja demasiado reducido para llenar sus aspiraciones.

No olvidamos que la esperanza en el Dios de la vida se manifestará en cómo afrontamos el presente. Fe en la vida eterna   no es una invitación a desviar nuestra atención y compromiso del aquí y ahora, permaneciendo paralizados y vueltos hacia un futuro que no sabemos cuándo llegará. Más bien nos urge a llenar nuestro presente con un significado nuevo, comprometiéndonos con nuestros hermanos a crear un ambiente más humano y fraterno. Por eso, termino con las palabras de San Pablo: "El Señor os dé fuerzas para toda clase de palabras y obras buenas". Que así sea con la Gracia de Dios.  

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