. III DOM. DE ADVIENTO -C- Sof 3,14-18a/Fil 4,4-7/Lc 3,10-18
El Evangelio de este domingo de Adviento muestra nuevamente la figura de Juan Bautista, y lo presentan mientras habla a la gente que acude a él, junto al río Jordán, para hacerse bautizar. Dado que Juan, con palabras penetrantes, exhorta a todos a prepararse a la venida del Mesías, algunos le preguntan: "¿Qué tenemos que hacer?". Estos diálogos se revelan de gran actualidad.
La primera respuesta se dirige a la multitud en general. El Bautista dice: "El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo" (v. 11). Aquí podemos ver un criterio de justicia, animado por la caridad. La justicia pide superar el desequilibrio entre quien tiene lo superfluo y quien carece de lo necesario; la caridad impulsa a estar atento al prójimo y salir al encuentro de su necesidad, en lugar de hallar justificaciones para defender los propios intereses. Justicia y caridad no se oponen, sino que ambas son necesarias y se completan recíprocamente. "El amor siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa", porque "siempre se darán situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo" (Benedicto XVI, Enc. Deus caritas est, 28).
La segunda respuesta, que se dirige a algunos "publicanos", o sea, recaudadores de impuestos para los romanos. Ya por esto los publicanos eran despreciados, también porque a menudo se aprovechaban de su posición para robar. A ellos el Bautista no dice que cambien de oficio, sino que no exijan más de lo establecido (cf. v. 13). El profeta, en nombre de Dios, no pide gestos excepcionales, sino ante todo el cumplimiento honesto del propio deber. El primer paso hacia la vida eterna es siempre la observancia de los mandamientos; en este caso el séptimo: "No robar" (cf. Ex 20, 15).
La tercera respuesta se refiere a los soldados, otra categoría dotada de cierto poder, por lo tanto, tentada de abusar de él. A los soldados Juan dice: "No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga" (v. 14). También aquí la conversión comienza por la honestidad y el respeto a los demás: una indicación que vale para todos, especialmente para quien tiene mayores responsabilidades.
Considerando estos diálogos, impresiona la gran concreción de las palabras de Juan: puesto que Dios nos juzgará según nuestras obras, es ahí, justamente en el comportamiento, donde hay que demostrar que se sigue su voluntad. Y precisamente por esto las indicaciones del Bautista son siempre actuales: también en nuestro mundo tan complejo las cosas irían mucho mejor si cada uno observara estas reglas de conducta. Roguemos pues al Señor, por intercesión de María, para que nos ayude a prepararnos a la Navidad llevando buenos frutos de conversión.
Uno de los cuales es, sin duda, la alegría: un anuncio profético destinado a toda la humanidad y de modo particular a los más necesitados. Como en tiempos del profeta Sofonías, la palabra del Señor se dirige de modo privilegiado precisamente a quienes soportan pruebas, a los "heridos de la vida y huérfanos de alegría". La invitación a la alegría no es un mensaje alienante, ni un estéril paliativo, sino más bien una profecía de salvación, una llamada a un rescate que parte de la renovación interior. Que así sea con la Gracia de Dios.
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