6 de diciembre de 2024

"Hágase en mí, según tu Palabra"

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA

2024.  Génesis 3, 9-15.20; Efesios 1,3-6.11-12; Lucas 1,26-38

El relato del Génesis resulta fascinante. Dios "baja a pasear al jardín", para dialogar con en armonía pero Adán "se esconde"; había comido del fruto prohibido buscando "ser como Dios" y se descubrió desnudo, avergonzado y reconociéndose víctima de un engaño sin asumir su responsabilidad, culpando a Eva que, como el, "se dejó seducir" por la tentación.  El trasfondo de todo ello es una desconfianza absoluta respecto del Creador, una actitud de rebeldía que distorsiona la visión de la realidad, interfiere en la relación con Dios generando falsos temores y suspicacias. El ser humano no se deja hacer, no es dócil a la acción del Creador, no acepta su condición de "criatura" ni entiende que esta es su gran dignidad.  Quiere ir a lo suyo y se deja engañar por quien no quiere su bien.

Frente a esta realidad y estas actitudes de recelo y desconfianza, de desnudez y derrota, el relato bíblico contrapone una promesa: "Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando ti la hieras en el talón". En esta promesa de la victoria final del bien frente al mal que siempre acecha, la Iglesia ha visto siempre la figura de María en el sentido de que ella no se deja llevar por el miedo, ni las dudas, ni la desconfianza y se pone a disposición de Dios. A pesar de ser consciente de sus limitaciones, se fía de Él, de su bondad y de su poder. Sabe que no quiere ningún mal para ella ni para la humanidad y que "para Dios nada hay imposible". María conforma toda su vida a los planes de Dios, le obedece en todo, por eso su conducta estará limpia de todo pecado; el mal original de nuestros primeros padres no causará mella en su persona: será Inmaculada desde su Concepción; llena de amor y del Espíritu, "toda santa" (hermanos orientales).

La figura, y todo el ser de la Virgen María, nos invita hoy a vivir y testimoniar este proyecto de esperanza y de lucha contra el mal. En la meta de nuestro caminar está alcanzar la santidad:  ser personas santas e inmaculadas que no huyen de la Presencia de Dios con el rostro lleno de vergüenza tras el pecado, sino que confían en su promesa de salvación que se hace realidad tras el "Sí incondicional" de María y la victoria de su Hijo Jesús Resucitado, sobre todo mal.  María nos mueve  a renovar el sí de nuestra fe que neutraliza el pecado en nosotros  (no hemos nacido inmaculados como, por singular privilegio, nació ella) y nos hace optar con firmeza por la belleza que nos trae Cristo, belleza imperecedera, la de un corazón firme en el Señor, lleno de amor, vida, gracia, verdad, paz, bondad…en definitiva, de la santidad verdadera que rejuvenece y vitaliza, que vence al mal que nos asedia desde el principio, que nos regenera interiormente y nos ayuda a no perder la confianza en Dios.

Que" nuestro amor crezca cada día más"; que seamos limpios e irreprochables; que nuestros frutos sean agradables a Dios, como nos recuerda Pablo en su carta a los Filipenses.  Que así sea con la Gracia de Dios.

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