10 de agosto de 2024

"Levántate, come..."

2024. XIX TO –B- Re 19, 4-8/Ef 4, 30-5, 2/Jn 6, 41-51

 

Hay momentos en los que pensamos que ya hemos terminado el camino. El cansancio puede más que nuestras fuerzas; hemos luchado, hemos puesto de nuestra parte todo que podíamos poner y más…, pero sentimos que todo terminó, nos faltan ánimos para continuar y nos justificamos diciendo que "ya no podemos más". Es entonces cuando nos hace falta, como a Elías, "el ángel del Señor" que nos ofrezca tantas veces cuanto sean necesarias, el alimento básico porque "el camino es superior a nuestras fuerzas". Nos puede ocurrir a nosotros y también a los demás, por eso, debemos ser "ángeles del Señor" que, sin demasiados discursos y sin querer hacer el camino de cada cual ha de hacer, ofrezcamos al que lo necesita "un pan cocido y un cántaro de agua", diciendo con sencillez: "¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas".    Ese alimento que nos hace falta y que  podemos ofrecer es Jesús,  pan vivo, pan de la vida,  pan que nos da fuerzas.

 

Terminaba el evangelio el domingo pasado: "Yo soy el pan vivo". Hoy, el punto de partida es la murmuración de los interlocutores frente a esta afirmación. En un primer momento la crítica no es tanto sobre el pan cuanto sobre el "origen" de ese pan. Se plantea de nuevo (como en los evangelios sinópticos cuando narran la presencia de Jesús en Nazaret) la dificultad de reconocer a Jesús y llegar a la fe. En este caso la pregunta sobre el origen apunta al verdadero valor de Jesús como expresión de lo que es Dios, a su autoridad como revelador del rostro de Dios. La obstinación de los judíos les impide reconocer más allá de su propio mundo, de su propio interés, están cerrados en   sí mismos. Jesús, con sus palabras, critica la actitud del desierto, la murmuración como contrapuesta a la del verdadero discípulo que escucha, que se abre, que recibe y aprende, que se alimenta.

 

La mención al pan y al vino apunta también a la "carne" de Jesús. Esta expresión alude primariamente a la Encarnación; es una reivindicación de la existencia de Jesús como Palabra hecha carne e historia en Jesús. Y Jesús promete vida eterna al que come su cuerpo y bebe su sangre. Es verdad que "es duro este lenguaje", que "muchos discípulos se volvieron atrás y o andaban con él", pero Jesús quiere subrayar: Dios está en los signos sencillos de pan y de vino, símbolos de los bienes de la tierra y del trabajo de los hombres, signos de comunión y de entrega total, de hospitalidad, amistad, encuentro, fiesta alrededor de la misma mesa, fuente de unidad, lugar privilegiado para la construcción de una Iglesia fraterna y reconciliada...  

 

No solo, algunos Padres de la Iglesia llamaban a la Eucaristía "medicina de la inmortalidad". El hecho de saber que hemos sido llamados a la vida eterna debería cambiar nuestro juicio sobre las cosas, acontecimientos, personas… pues la última palabra la tiene el Señor y el destino es la eternidad junto a Él. En la comunión es Jesús quien nos da su Gracia, su fuerza… pues somos débiles ("No soy digno de que entres en mi casa", repetía el Centurión, pero basta una palabra tuya para ser salvado). El Señor nos da, SE DA con todo su Amor y Misericordia para unirnos eternamente a Él.

 

Y la vida eterna, todo aquello que lleva vida empieza por cosas tan simples como las que nos ha recordado hoy san Pablo: "Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados… sed buenos, comprensivos…". Aunque sea más fácil decirlo que practicarlo sólo haciéndolo mostramos que hemos encontrado y comido el Pan de vida; podremos levantar al cansado para continuar el camino, contagiar a los demás los ánimos y la fuerza necesaria para no desfallecer en la lucha, a veces dura, de la vida. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

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