2 de noviembre de 2024

"Ama a Dios y a tu hermano..."

DOMINGO XXXI TO -B- Dt 6,2-6/ He 7,23-28/Mc 12, 28b-34

. El Evangelio de hoy nos propone la enseñanza de Jesús sobre el mandamiento más grande: el mandamiento del amor, que es doble: amar a Dios y amar al prójimo. Los santos, a quienes ayer celebrábamos todos juntos en una única fiesta solemne, son justamente los que, confiando en la gracia de Dios, buscan vivir según esta ley fundamental. En efecto, el mandamiento del amor lo puede poner en práctica plenamente quien vive en una relación profunda con Dios, del mismo modo que el niño se hace capaz de amar a partir de una buena relación con la madre y el padre. San Juan de Ávila, escribe al inicio de su Tratado del amor de Dios: "Más mueve al corazón el amor que los beneficios; porque el que hace a otro beneficio, dale algo de lo que tiene: más el que ama da a sí mismo con lo que tiene, sin que le quede nada por dar". Antes que un mandato, el amor no es un mandato, es un don, una realidad que Dios nos hace conocer y experimentar, de forma que, como una semilla, pueda germinar también dentro de nosotros y desarrollarse en nuestra vida.

. Si el amor de Dios ha echado raíces profundas en una persona, ésta es capaz de amar también a quien no lo merece, como precisamente hace Dios respecto a nosotros. El padre y la madre no aman a sus hijos sólo cuando lo merecen: les aman siempre, aunque naturalmente les señalan cuándo se equivocan. De Dios aprendemos a querer siempre y sólo el bien y jamás el mal. Aprendemos a mirar al otro no sólo con nuestros ojos, sino con la mirada de Dios, que es la mirada de Jesucristo. Una mirada que parte del corazón y no se queda en la superficie; va más allá de las apariencias y logra percibir las esperanzas más profundas del otro: esperanzas de ser escuchado, de una atención gratuita; en una palabra: de amor. Pero se da también el recorrido inverso: que abriéndome al otro tal como es, saliéndole al encuentro, haciéndome disponible, me abro también a conocer a Dios, a sentir que Él existe y es bueno.

. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables y se encuentran en relación recíproca. Jesús no inventó ni el uno ni el otro, sino que reveló que, en el fondo, son un único mandamiento, y lo hizo no sólo con la palabra, sino sobre todo con su testimonio: la persona misma de Jesús y todo su misterio encarnan la unidad del amor a Dios y al prójimo, como los dos brazos de la Cruz, vertical y horizontal. En la Eucaristía Él nos dona este doble amor, donándose Él mismo, a fin de que, alimentados de este Pan, nos amemos los unos a los otros como Él nos amó.  No se pueden, pues,  separar las dos caras de un único amor. En Cristo lo divino y lo humano se hacen unidad. Amando a Cristo amamos a Dios y a todos los hombres, pues en su corazón todos están presentes y nadie queda excluido. "Al atardecer de la vida te examinarán del amor" (S. Juan de la Cruz). Jesús es el modelo de este amor.

. Un amor concreto y universal que hemos de vivir en cada momento y circunstancia de la vida. Recordamos hoy, de manera emocionada, a todas las personas que han fallecido, a quienes han perdido a sus seres queridos y parte de su historia, hogar, casas, amigos… por la DANA y sus terribles consecuencias que vuelven a suscitar en nosotros interrogantes sobre el sentido de la vida, la fragilidad humana, la fuerza de la naturaleza siempre más allá de nuestras previsiones. De nuevo la vulnerabilidad de la vida puesta a prueba por desastres naturales… estamos ante el enigma del mal provocado por la fuerza de la naturaleza, por las acciones u omisiones de los hombres…, un enigma que escapa a nuestra compresión pero que siempre nos recuerda quienes somos… y nos pone confiadamente en manos de Dios. Descansen en paz.

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