19 de diciembre de 2020

"Hágase en mi..."

DOMINGO IV ADV. -B- 2Sm 7,1-5.8-11.17/Rom 16,25-27/Lc 1,26-38

. La primera lectura nos anuncia la promesa: "… yo suscitaré descendencia tuya después de ti… Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo". Esta promesa de futuro se mantendrá en el tiempo y en la interpretación de la historia: Dios enviará un descendiente "de la casa de David". El cumplimiento de esta promesa pasa por la "obediencia en la fe", como ha dicho San Pablo en la segunda lectura, por la "humildad de la esclava" como ha dicho S. Lucas en el evangelio. Los profetas, Juan el Bautista ponen en tensión la esperanza, hacen levantar la mirada hacia ese futuro que es de Dios y se cumple no imponiéndose desde fuera, sin dar oportunidad a la palabra humana, sino desde dentro, desde la aceptación de María y de toda persona humana: "Hágase en mí según tu palabra". Ella es la "puerta" por la que Jesús entra en carne en la historia, la que culmina el tiempo de espera que culmina en la revelación de Jesucristo.

. Es el Espíritu de Dios quien lleva la iniciativa y dirige los hilos de la historia, si bien sirviéndose de personas atentas y dóciles a su llamada (Juan el Bautista, María, Isabel, Zacarías, el anciano Simeón). En otras palabras, una historia enmarcada en la trascendencia insondable de un Dios necesitado de la colaboración humana para llevar a cabo sus providentes designios. Es en el encuentro amistoso en la interioridad, no en el fastuoso templo que quería construirle David (1ª lectura), donde Dios encuentra su casa, como ocurrió con María. Ella, envuelta y transfigurada por el Misterio, convertida en auténtica "tienda del encuentro" en la que Dios renueva su Alianza con los hombres, dispuesta y decidida a dar un sí gozoso y esperanzado a la propuesta del mensajero divino. Con temor y temblor, desbordados por el misterio, pero con la indefectible confianza de quien asiente a la Palabra de un Dios fiel a sus promesas. Es la actitud reflexiva y contemplativa de María, acogiendo la palabra del ángel, la que le permite fecundar el fruto de sus entrañas.  

. El Papa Benedicto XVI escribe en su encíclica "Spe salvi":

"… La vida humana es un camino. ¿Hacia qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo? La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza, Ella que con su «sí» abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo; Ella que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros (cf. Jn 1,14)(49). Y añade: "Por ti, por tu «sí», la esperanza de milenios debía hacerse realidad, entrar en este mundo y su historia. Tú te has inclinado ante la grandeza de esta misión y has dicho «sí»: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38) (50)

 

María es la imagen de la Iglesia que, en su seno, lleva la esperanza al mundo por los montes y valles de la historia. Esperanza que es gozo y es también sufrimiento. La vida es camino y meta, un viaje, a veces entre borrascas que pueden tener el nombre de coronavirus o de otras pandemias con las que convivimos a diario y que tanto daño hacen.  Un viaje donde las verdaderas estrellas que nos guían son personas que irradian luz y esperanza hasta llegar a quien es Luz por antonomasia: Jesucristo que puso su tienda entre nosotros aquella noche de Navidad. Caminamos en la esperanza; Dios va a nuestro lado, en nuestro corazón,  por eso la vida se abre paso, vemos la Luz al final del túnel. Que así sea con la Gracia de Dios. 

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