1 de octubre de 2025

"Señor, auméntanos la fe"

DOMINGO XXVII TO -C- Habacuc 1,2-3,2,2-4/2 Tim 1,6-8.13-14/Lc 17,5-10

. Todos los textos de la liturgia de este domingo nos hablan de la fe, que es el fundamento de toda la vida cristiana. Jesús educó a sus discípulos a crecer en la fe, a creer y a confiar cada vez más en él, para construir su propia vida sobre roca. Por esto le piden: "Auméntanos la fe" (Lc 17, 6). Es una bella petición que dirigen al Señor, es la petición fundamental: no piden bienes materiales, no piden privilegios; piden la gracia de la fe, que oriente e ilumine toda la vida; piden la gracia de reconocer a Dios y poder estar en relación íntima con él, recibiendo de él todos sus dones, la valentía, el amor y la esperanza. Sin responder directamente a su petición, Jesús recurre a una imagen paradójica para expresar la increíble vitalidad de la fe. Como una palanca mueve mucho más que su propio peso, así la fe, incluso una pizca de fe es capaz de realizar cosas impensables, extraordinarias, como arrancar de raíz un árbol grande y trasplantarlo en el mar.

. La fe, fiarse de Cristo, acogerlo, dejar que nos transforme, seguirlo sin reservas, hace posibles las cosas humanamente imposibles, en cualquier realidad. Nos da testimonio de esto el profeta Habacuc en la primera lectura. Implora al Señor a partir de una situación tremenda de violencia, de iniquidad y de opresión; y precisamente en esta situación difícil y de inseguridad, el profeta introduce una visión que ofrece una parte del proyecto que Dios está trazando y realizando en la historia: "El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe" (Ha 2, 4). El impío, el que no actúa según la voluntad de Dios, confía en su propio poder, pero se apoya en una realidad frágil e inconsistente; por ello se doblará, está destinado a caer; el justo, en cambio, confía en una realidad oculta pero sólida; confía en Dios y por ello tendrá la vida.

. También el apóstol san Pablo, en la segunda lectura de hoy, habla de la fe. Invita a Timoteo a tener fe y, por medio de ella, a practicar la caridad. Exhorta al discípulo a reavivar en la fe el don de Dios que está en él por la imposición de las manos de Pablo, es decir, el don de la ordenación, recibido para desempeñar el ministerio apostólico como colaborador de Pablo. No debe dejar apagar este don; debe hacerlo cada vez más vivo por medio de la fe. Y el Apóstol añade: "Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de amor y de templanza".

. No tengamos miedo de vivir y testimoniar la fe en los diversos ambientes de la sociedad, en las múltiples situaciones de la existencia humana, ¡sobre todo en las difíciles! La fe nos da la fuerza de Dios para tener siempre confianza y valentía, para seguir adelante sin desfallecer. Fe y vida se sostienen juntas o se derrumban. Por supuesto, huir de la cruz es humano. Y tal vez también tener poca fe. Uno lo reconoce y confía en que el Señor tendrá misericordia, como la tuvo con Pedro, con la mujer pecadora...

. Santa Teresita del niño Jesús, cuya memoria celebramos el día 1 escribía en sus momentos oscuros: "Dios sabe muy bien que, aun no gozando de la alegría de la fe, procuro al menos realizar sus obras". Teresa en su "noche oscura" va aprendiendo a desprenderse de una fe "que quiere evidencias y que sólo está movida por el deseo de ver" hacia otra que "no consiste tanto en verlo todo y en atravesarlo todo, sino en amar; sobre todo, en la noche". Una fe que no se agota "por no ver" sino que, precisamente porque no ve se hace más deseosa de "ejercitarse en la bondad y en el amor". Se abandonó confiada en manos del Padre. Que así sea para todos, con la Gracia de Dios.

27 de septiembre de 2025

"Si no escuchan a Moisés y a los profetas..."

XXVI TO-C- Am 6, 1ª.4-7 / 1 Tm 6, 11-16 / Lc 16, 19-31 

. "¡Ay de los que se fían de Sión,... acostados en lechos de marfil!" (Am 6,1.4); comen, beben, cantan, se divierten y no se preocupan por los problemas de los demás. Son duras estas palabras del profeta Amós, pero nos advierten de un peligro que todos corremos. El profeta denuncia y pone ante los ojos de sus contemporáneos y de los nuestros el riesgo de apoltronarse, de la comodidad, de la mundanidad en la vida y en el corazón, de concentrarnos en nuestro bienestar. Es la misma experiencia del rico del Evangelio, vestido con ropas lujosas y banqueteando cada día en abundancia; esto era importante para él. El pobre a su puerta no era asunto suyo, no tenía que ver con él. Si las cosas, el dinero, lo mundano se convierten en el centro de la vida, nos aferran, se apoderan de nosotros, perdemos nuestra propia identidad como personas. El rico del Evangelio no tiene nombre, es simplemente "un rico". Las cosas, lo que posee, son su rostro, no tiene otro.

 

.  Podemos preguntarnos: ¿Cómo es posible que los hombres, tal vez también nosotros, caigamos en el peligro de encerrarnos, de poner nuestra seguridad en las cosas, que al final nos roban el rostro, nuestro rostro humano? Esto sucede cuando perdemos la memoria de Dios. "¡Ay de los que se fían de Sión!", decía el profeta. Si falta la memoria de Dios, todo queda rebajado, todo queda en el yo, en mi bienestar. La vida, el mundo, los demás, pierden la consistencia, ya no cuentan nada, todo se reduce a una sola dimensión: el tener. Si perdemos la memoria de Dios, también nosotros perdemos la consistencia, también nosotros nos vaciamos, perdemos nuestro rostro como el rico del Evangelio. Quien corre en pos de la nada, él mismo se convierte en nada, dice otro gran profeta, Jeremías (cf. Jr 2,5). Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, no a imagen y semejanza de las cosas, de los ídolos.

. La parábola recuerda que el problema no es tanto la abundancia material sino la indiferencia que genera cuando se convierte en "absoluta". Por esta razón, tenerlo todo puede convertirse en la mayor pobreza. La abundancia, sin un corazón agradecido empacha el alma, lleva a olvidar lo esencial, las cosas realmente importantes, ciega la mirada incapaz de descubrir la presencia del hermano necesitado, sentado en el umbral de tu casa, y, sobre todo, olvida que la prioridad es Dios ante quien responderemos de nuestros actos.

. Estamos llamados a custodiar y alimentar la memoria, la presencia de Dios en nosotros y en nuestros hermanos. La fe alimenta precisamente esta memoria, la del encuentro con Dios, que es quien siempre toma la iniciativa, que crea y salva, que nos transforma; la fe es memoria de su Palabra que inflama el corazón, de sus obras de salvación con las que nos da la vida, nos purifica, nos cura, nos alimenta. En la segunda Lectura, san Pablo, dirigiéndose a Timoteo, da algunas indicaciones que pueden marcarnos también camino: "tender a la justicia, a la piedad, a la caridad, a la paciencia, a la mansedumbre manteniendo el buen combate de la fe".  Pidamos al Señor que todos seamos hombres y mujeres que custodian y alimentan la memoria de Dios en la propia vida y la saben despertar en el corazón de los demás. Que así sea con la Gracia de Dios.

30 de agosto de 2025

"... el que se humilla será enaltecido".

XXII TO-C- Si 3, 19-21.30-31 – Hb 12,18-19.22-24ª - Lc 14, 1.7-14 - II

 

Jesús Higueras

 

La humildad no es una opción a elegir entre las muchas que nos muestra el Evangelio, sino la virtud que abre a todos los demás, la condición indispensable para entrar en el Reino de los cielos.

Podríamos decir, en primer lugar, que la humildad es la virtud de las personas inteligentes. Quien cree saberlo todo, quien siempre quiere tener razón, quien vive encerrado en su soberbia, se convierte en un ser incapaz de crecer. El orgulloso está persuadido de que nada le falta; Por eso no aprende, no se deja corregir, no escucha. En cambio, el humilde sabe que siempre puede mejorar, que hay un horizonte más allá de sus propios límites. Reconoce que la verdad no le pertenece, sino que se le regala poco a poco. Así, solo el humilde es capaz de crecer indefinidamente.

La humildad es también la virtud de los que entienden que la vida es don. No hemos escogido nacer, ni elegimos los talentos que tenemos, ni los padres, ni la tierra que nos vio crecer. Todo nos ha sido dado: la existencia, la salud, el saber, las oportunidades. Quien es humilde no se atribuye el mérito absoluto de sus logros, sino que reconoce que detrás de cada paso hay una historia de gracia, de ayuda, de manos tendidas. Esta conciencia nos libra de la vanidad y, al mismo tiempo, nos vuelve agradecidos.

Además, la humildad nos recuerda que hemos sido creados para relacionarnos con los demás y para depender en muchas cosas de otras personas. La mentalidad moderna tiende a exaltar la autonomía como ideal supremo, pero el cristiano sabe que depender de Dios y de los demás no es signo de debilidad, sino de verdad. El ser humano es criatura, no creador; hijo, no dueño absoluto. Nuestra dependencia radical de Dios no nos rebaja, sino que nos eleva, porque nos coloca en la verdad de lo que somos.

Por eso Cristo nos presenta la humildad como la única puerta de entrada en su Reino. No se trata de una estrategia para caer bien ni de un barniz de amabilidad, sino de la actitud más profunda del corazón. El humilde se abre a Dios, se deja amar, se deja perdonar, se deja salvar. El orgulloso, en cambio, cierra las puertas a la gracia porque cree que se lo merece todo y nunca aceptará los dones gratuitos que se le ofrecen.

En definitiva, la humildad es la virtud que nos mantiene en la verdad, que nos abre al amor y que nos prepara para la eternidad. Solo quien se reconoce pequeño puede acoger la grandeza del don de Dios.

 

9 de agosto de 2025

"Estad preparados"

XIX TO –C-Sab 18, 6-9-Sal 32- Heb 11, 1-2.8-19-Lc 12, 32-38

La exhortación: «¡Estad preparados!» no es una invitación a pensar en cada momento en la muerte, a pasar la vida como quien está en la puerta de casa con la maleta en la mano esperando el autobús. Significa más bien "estar en regla" "vivir honestamente" cada día; estar preparados para cualquier "inspección o control" porque actuamos correctamente. En el plano espiritual "estar preparados" significa vivir de manera que no hay que preocuparse por la muerte. Se cuenta que a la pregunta: "¿Qué harías si supieras que dentro de poco vas a morir?», dirigida a quemarropa a San Luis Gonzaga mientras jugaba con sus compañeros, el santo respondió: «¡Seguiría jugando!". La receta para disfrutar de la misma tranquilidad es vivir en gracia de Dios y en paz con uno mismo y los hermanos.

Jesús añade en el evangelio: "Tened ceñida la cintura y encendidas vuestras lámparas" y con esta expresión, Jesús nos invita a vivir en tensión amorosa: con la cintura ceñida —como quien está dispuesto a caminar, a servir, a responder con prontitud— y con la lámpara encendida —como quien no se resigna a la oscuridad, sino que vela, espera y ama con intensidad—.

 

La comodidad no forma parte del Evangelio. La vida cristiana es un camino, y por eso implica siempre un movimiento interior que requiere disciplina, voluntad, esfuerzo y perseverancia. No se trata de caer en el activismo ni de convertirnos en personas rígidas, sino de comprender que el amor verdadero se demuestra con obras. Y esas obras, a menudo, suponen superar la pereza, salir del propio círculo de intereses personales, y emplear las propias fuerzas en bien de los demás. Superar esa indolencia que adormece el alma y nos impide crecer, entregarnos, vivir con pasión, hacernos responsables de los demás y del mundo.

 

Si no vivimos la vida como un reto, como una misión que nos empuja a ensanchar el corazón cada día un poco más, seremos cómplices de una sociedad blanda, indiferente, apática. Una sociedad que evita el sacrificio, que no quiere implicarse, que huye del sufrimiento, que se protege en su espacio de confort y que se desentiende del prójimo. Una sociedad así no solo pierde vigor, sino que se vuelve incapaz de responder a los grandes desafíos de la historia.

 

Antiguamente, a esta actitud se le llamaba pereza. Hoy podríamos hablar también de comodidad espiritual: no rezar, no enfrentarse a las propias preguntas, no discernir, no implicarse en la vida del otro. Pero el Evangelio nos urge: estar en vela significa vivir despiertos, con el alma alerta, atentos a la voz de Jesús que cada día llama a nuestra puerta. Porque el Señor no se cansa de pedirnos que demos lo mejor, y ese «mejor» siempre tiene el rostro concreto de aquel que está con el que sufre, el que necesita, el que espera. Que así sea con la Gracia de Dios.

26 de julio de 2025

"Señor, enséñanos a orar..."

Jesús Higueras:

 

"En el Evangelio de mañana domingo escucharemos cómo los discípulos se acercan a Jesús y le dicen: «Señor, enséñanos a orar». Esta petición, sencilla y a la vez tan humana, nace de ver cómo Jesús se retiraba frecuentemente a orar. Algo en su manera de dirigirse al Padre les conmovía. No pedían aprender técnicas, ni fórmulas. Querían aprender a relacionarse con Dios como Jesús mismo lo hacía: con confianza, con intimidad, con profundidad.

Muchos creyentes, sin embargo, vivimos la oración como un deber o una costumbre vacía ya de contenido. «Orar me aburre», dicen algunos, como si fuera una obligación externa que hay que cumplir por tradición o por miedo al enfado divino. Pero cuando la oración se convierte en una relación personal de cariño, todo cambia. No es lo mismo recitar palabras que hablar con Alguien. Y no es lo mismo hablar con un juez lejano que con un Padre que te ama.

 

Por eso, la imagen que cada uno tiene de Dios determina profundamente su oración. Si lo vemos como un ser severo, distante o indiferente, nuestra oración será temerosa, mecánica o incluso inexistente. Pero si creemos en un Dios que nos conoce, que nos busca, que se alegra con nosotros y sufre con nosotros, entonces orar será como volver a casa. La oración no es tanto decir cosas a Dios como dejar que Él nos diga algo. Es abrir el corazón, dejarse mirar, escuchar el susurro de su presencia en medio del ruido cotidiano.

 

La fe no es solo creer en ciertas verdades, sino sobre todo confiar, caminar en la vida con Alguien. Sin esa comunicación constante, la fe se convierte en teoría, en costumbre, en memoria de algo que ya no late. Como una planta sin agua, como una llama sin oxígeno, así se apaga la fe cuando no se cultiva en la oración.

 

Jesús no enseñó a orar como un ritual, sino como un modo de vivir. El «Padre nuestro» no es una fórmula mágica, sino una forma de situarse en el mundo: como hijos que confían, que piden, que perdonan, que esperan. Por eso, cuando los discípulos le dijeron «enséñanos a orar», Jesús les estaba enseñando a vivir en la presencia de Dios, a respirar en su amor, a mirar el mundo con sus ojos.

 

Quizás hoy también nosotros podríamos volver a decir: «Señor, enséñanos a orar». No porque no sepamos rezar oraciones, sino porque anhelamos una fe viva, cálida, que nazca del encuentro íntimo con Dios. Y Él, como entonces, volverá a enseñarnos. Porque orar es, ante todo, amar".

 

19 de julio de 2025

"María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada"

XVI TO-C- Gen 18, 1-10a; Col. 1, 24-28; Lc 10, 38-42

 

. Betania es esa casa familiar en la que se recuperan las fuerzas y se experimenta el valor de la amistad. Es el lugar donde se comparten, sin miedo, los anhelos y deseos más profundos sin tener que protegerse de quienes buscaban "echarle mano". Este es el Evangelio de la amistad, donde abiertamente Jesús habla con sus amigos y amigas del querer del Padre y del camino a Jerusalén que tiene que recorrer.

 

. El texto nos muestra a Marta y María; dos mujeres distintas, dos hermanas que juntas presentan la totalidad del ser. El Señor rompe con esa idea que había en su tiempo de que las mujeres no podían estar en los primeros puestos escuchando el mensaje de los maestros; desbanca el lugar reservado para los hombres que se creían los únicos con ese privilegio. María, desde la confianza con Él, se ha atrevido a sentarse junto a Sus pies a escuchar su palabra. Simboliza nuestra dimensión contemplativa, la necesidad de encuentros profundos con Jesús. María personifica a quienes escogen vivir desde la riqueza interior.

 

. Marta nos enseña el valor de una vida de servicio, de prestar atención a las necesidades, de prepararlo todo para que los demás estén bien y pueda gozar de la llegada del amigo. Es también la mujer creyente, la que aguarda la resurrección de su hermano Lázaro. La mujer de fe profunda: "Yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo". Es un ejemplo de vida entregada. Representa a quienes optan por hacer más hermoso y humano el mundo que nos rodea. Representa a las personas íntegras, que aman ardientemente a Jesús, que se ocupan de lo que aparentemente no se percibe y están atentas a generar un buen ambiente, que acogen y son hospitalarias (como nos ha recordado el texto del Génesis en la primera lectura).

 

. María, en su silencio, nos ofrece la clave: se coloca a los pies del Maestro porque entiende que la paz interior es más importante que la eficacia exterior. En la serenidad de su alma, María enseña que la verdadera hospitalidad no consiste en servir platos con las manos inquietas, sino en abrir el corazón para acoger al Huésped que nos trae la vida eterna. La eficacia sin paz se vuelve una carga; la paz interior, en cambio, da sentido y belleza incluso a las tareas más sencillas.

 

. El Señor, rompiendo las tradiciones, proclama que contemplación, escucha de la Palabra y cotidianidad están dentro de los mismos parámetros. Nos invita a integrar, como vemos reflejado en su vida, estas dos dimensiones. Solo desde una escucha activa y fecunda es como podremos construir el Reino, servir y transmitir la misericordia encarnada de Dios Padre Madre. 

 

. Jesús no rechaza el trabajo, pero sí nos advierte de la dispersión. Marta y María no son dos actitudes opuestas o irreconciliables, sino dos dimensiones que deben integrarse: primero la escucha, después el servicio. Solo quien sabe detenerse ante Jesús podrá servir con amor y no con tensión o ansiedad. Así, nuestra vida será fecunda, no por lo que producimos, sino por la paz y el amor que entregamos. Ojalá en nuestra vida encontremos "momentos Betania" para cultivar el ser, lo profundo del corazón, la escucha… Que así sea con la Gracia de Dios.

11 de julio de 2025

"Haz tú lo mismo..."

Deut 30, 10-14 -Col. 1, 15-20 - Lc 10, 25-37  -II-

Un hereje, apartado del mundo judío, se compadece del herido que no es identificado (puede ser cualquier persona); no permanece inmóvil; no pasa de largo; "se le conmueven las entrañas"; se acerca y hace todo lo que puede: vendó las heridas, echó aceite, lo cargó sobre su cabalgadura, lo llevó a una posada, extrajo dos monedas… Así, el doctor de la ley no tiene dificultad en decir que el prójimo era "el que mostró compasión", encuentra la respuesta a su segunda pregunta: prójimo es toda persona que se acerca generoso, sin tomar en cuenta las barreras religiosas, culturales o sociales.

La parábola del buen samaritano es una historia que representa nítidamente la experiencia ética, la vivencia de compasión, el sentido de responsabilidad frente al otro que sufre y, en este sentido, es universal. Abre una nueva perspectiva para las relaciones humanas. La ética es el fundamento de la civilización. Si fallan sus principios elementales, como la dignidad, la equidad, el respeto a la libertad, a la integridad física y moral del otro… principios evangélicos recogidos prácticamente en todas las Declaraciones sobre Derechos Humanos, adviene el naufragio colectivo. La ética es fundamental y nos damos cuenta de que educar, en la familia o en la escuela, implica la transmisión de estos valores éticos, estéticos, espirituales, de hábitos y virtudes que se aprenden más por imitación que por mera transmisión de conocimientos.

 

No es una parábola hecha vida, sino una vida hecha parábola, y por eso se puede decir que el buen samaritano es un seudónimo de Jesús.  Verdaderamente Jesucristo es el prójimo de todo hombre, en cualquier situación o circunstancias humanas. Jesús está próximo a los niños, a los enfermos, a los discípulos, a los inquietos, a los poderosos, a los pobres y necesitados, a todos. La proximidad de Jesucristo al hombre forma parte del misterio de la encarnación y del nacimiento. La grandeza de la vocación cristiana está en que Jesús no nos dice: "ve y enseña tú lo mismo", sino "ve y haz tú lo mismo". Quien descubre al otro como prójimo se detiene, se deja afectar por él, se involucra, lo cuida. Actos sencillos con quienes tenemos alrededor… el amor siempre es concreto.  Santiago recordará: "La fe sin obras es una fe muerta".

 

Hoy cada uno de nosotros está llamado a "ser", como Jesús,  buen samaritano:  

 

. "Haz tú lo mismo" en tu casa: con tus seres queridos, especialmente los que más te necesitan; con tus amigos, compañeros, personas que encuentras en tu vida, con quienes te cruzas en la calle… una atención, escucha, información amable, acogida, ofreciendo misericordia, humanizando las relaciones…

. "Haz tú lo mismo y tendrás vida":  amor y vida; quien no ama permanece en la muerte. Amar es dar vida; sólo el que ama vive plenamente; no hay cristiano sin amor al prójimo. Esta es la lección de fraternidad, la aventura radical de un amor incondicional, y sin fronteras, que hoy Jesús nos enseña en la parábola del Samaritano; si quieres cumplir la ley antera, ama. Que así sea con la Gracia de Dios. 

13 de junio de 2025

"... os guiará hacia la verdad plena"

SANTÍSIMA TRINIDAD   Prov 8, 22-31-Rom 5, 1-5- Jn 16, 12-15

La fiesta de la Santísima Trinidad nos recuerda que Dios es Amor, su fuerza y su poder consiste sólo en amar. Dios se acerca a nosotros para que podamos ser nosotros mismos. Su gloria de Dios consiste en que las personas estemos llenas de vida, de esperanza, de paz y amor. La gloria de la Trinidad es que el hombre viva y, por medio de él, toda la creación adquiera sentido y cumpla su finalidad. Que sea plenamente hombre y cristiano; que no olvide que es imagen de Dios, que ha sido creado por amor y para amar; que es administrador, no dueño, de una vida que ha recibido como don; que todos somos hijos de Dios.

La Trinidad se nos revela para que cultivemos la imagen con la que estamos formados y sellados ya desde el bautismo. Creer en la Trinidad es, por lo tanto, vivirla. Abrirse a la relación, ir al encuentro del otro, buscar la comprensión, forjar la comunión. Lo dice bellamente, de nuevo, san Agustín: "Entiendes la Trinidad si vives la caridad". El amor trinitario nos habla con fuerza de la donación (generosidad plena más allá de toda posesión o consideración del otro como objeto), la comunicación (apertura, diálogo, sabiduría compartida) y la comunión (unidad sin perder la identidad), tres dimensiones que constituyen la comunidad y familia.  No solo se ponen en común lo que se dice o lo que se piensa sino lo que se ES. Este es el gran deseo que Jesús manifestó para nosotros en la Última Cena: "que sean uno...en nosotros".

Nuestra vida cristiana debe ser también comunitaria: no podemos vivir aislados de los demás. Estamos invitados a imagen de la Trinidad a construir juntos una comunidad fraterna, abierta donde podamos vivir de manera auténtica la comunión en el Amor.  Todo lo que sabemos de Dios lo sabemos a través de las obras que ha hecho por y en nosotros; y podemos resumir la obra de Dios diciendo que ha sido una obra de entrega a la humanidad: el Padre nos ha regalado a su propio Hijo, y el Padre y el Hijo nos han comunicado su mismo Amor, el gran don del Espíritu Santo.

Pongamos en todas partes el sello de la Trinidad. Sabiendo que por nuestra fe en Jesús "estamos en paz con Dios" y vivimos, aun en medio de la tribulación, "en la esperanza de la gloria que no defrauda". El Espíritu Santo, excelente comunicador, nos ayuda en este camino hacia "la verdad y el amor pleno", desde el interior de nuestro corazón.

Y en ese Amor de Dios a nosotros, de nosotros a Dios y de nosotros entre sí, se da la unión. "Que todos sean uno como Tú, Padre, estás en Mí y Yo en Ti. Sean también ellos uno en Nosotros" (Jn. 17, 21). Si amamos a Dios como Él desea ser amado por nosotros y si nos amamos entre nosotros con ese amor con que Dios nos ama, estaremos unidos a Dios para toda la eternidad. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

6 de junio de 2025

"Ven, Espíritu Santo".

VIGILIA.  Pentecostés-C- Hch 2, 1-11; 1 Cor 12, 3b-7.12-13; Jn 20, 19-23

La ausencia del Espíritu se muestra en las puertas cerradas y el miedo que paraliza. La experiencia de encuentro con el Resucitado hace que se abran dos puertas: la del corazón de los Once y la "del lugar donde se encontraban por miedo". Si primero no se abren las puertas del corazón, es imposible que se abran las puertas de la Institución, porque solo un corazón de puertas abiertas tiene la capacidad de contemplar y anunciar al Resucitado. Las puertas que se abren desde el interior, es decir, desde el encuentro con Jesús Resucitado, son puertas abiertas para el encuentro con el mundo (en clave de diálogo y fraternidad), y para el anuncio del Evangelio (en clave de reconciliación). Jesús Resucitado concede el Espíritu para que los Once puedan vivir la misión evangelizadora con la misma radicalidad y el mismo horizonte que lo vivió Él, es decir, para testimoniar que el Padre ama a la humanidad y que quiere su salvación. En consecuencia, la alegría y la renovación también son signos de la presencia del Espíritu que acompaña a la Iglesia en su misión. Ambas son el fundamento para que el anuncio y la vivencia del perdón sea real y significativo.

Pentecostés le recuerda tres cosas a la Iglesia que quiere vivir la comunión:  la necesidad de aprender a escuchar y a escucharse (cf. Hch 2,6); la necesidad de vivir y agradecer el don de la diversidad que hace fecunda y significativa la unidad (cf. 1 Cor); y a no tener miedo de abrir las puertas del corazón y de la inteligencia eclesial para salir al encuentro de la humanidad en clave de fraternidad. Es una fiesta que abre un camino, el de la Iglesia, un proceso, siempre inacabado, de vida y de santidad: "El Espíritu os iluminará". Precisamente, por lo "inacabado de nuestra existencia" podemos mejorar, dejarnos "trabajar" por el Espíritu, cambiar, crecer, acoger sus siete dones (sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios). En palabras del profeta Isaías 11, 2-4: "Sobre él reposará el Espíritu del Señor:  espíritu de sabiduría y entendimiento; espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor. Lo inspirará el temor del Señor. No juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas; juzgará a los pobres con justicia, sentenciará con rectitud a los sencillos de la tierra. Su palabra derribará al opresor, el soplo de sus labios hará morir al malvado".

En el marco del Jubileo de la Esperanza que toda la Iglesia está celebrando todos los bautizados, con la fuerza del Espíritu, estamos llamados a dar testimonio a todos los pueblos; a compartir las verdades del Evangelio, Buena Noticia, a mantener la memoria actualizada de las palabras y hechos de Jesús ("El Espíritu os recordará todo lo que yo os he dicho"); quizás no se trata de hacer mucho pero seguro que se trata de irradiar la fuerza del resucitado para hacer nuestra vida un poco más humana, transformadora, profunda, liberadora del pecado. "Como el Padre me ha enviado así os envío yo" … no vamos con nuestras fuerzas e ideas, con nuestro mensaje más o menos elaborado sino con la Fuerza del Espíritu que se nos da, don de Dios, soplo, aire, fuego, luz, calor… "Dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo".

 

Pidamos el Espíritu en los momentos de carencia, porque es entonces cuando viene, cuando se cierne sobre las aguas, sobre el vacío y lo poco claro, la muerte y el dolor, el espíritu que defiende, fortalece y ¡lleva de la vida a la vida!" Escribía San Agustín, refiriéndose al Don del Espíritu: "conservad la caridad, amad la verdad y desead la unidad para llegar a la eternidad. Amén". (Sermón 267). Que así sea con la Gracia de Dios.

24 de mayo de 2025

"Que no tiemble vuestro corazón..."

VI DE PASQUA -C-Hech15,1-2,22-29/Ap 21,10-14.22-23/Jn 14,23-29-

 

. Juan escribe en el contexto de la última cena, la despedida de Jesús, su testamento espiritual en el que nos recuerda que el centro de la fe es la relación con el padre, el Hijo y el Espíritu, de donde todo proviene y adonde todo conduce. Jesús pertenece en el corazón de cada persona. "Somos templo De Dios" y esto da un valor infinito a la persona.  "Hijas mías, que no estáis huecas", decía santa Teresa a las monjas desanimadas. Dios nos habita. No hay dignidad más grande.

 

. El Espíritu Defensor que el Señor nos promete es consuelo, fortaleza; nos recordará y ayudará a entender las palabras de Jesús. Así ha sido a lo largo de la historia, desde los inicios. La segunda lectura de los Hechos nos lo recuerda. Los discípulos se reúnen para hablar de lo que es esencial para seguir a Cristo y de lo que no lo es. Es el primer

concilio de la Iglesia en el que se subraya que lo fundamental es creer en Jesús, muerto y resucitado por nuestra salvación y amarse unos a otros, judíos y gentiles. No hay que poner más cargas que las imprescindibles. En este discernimiento comunitario que realizan, iluminados por el Espíritu Santo, entienden que no ha de poner más cargas que las indispensables. Y que todo nace de la unión íntima con Jesús, de la comunión con él y entre los hermanos. Es la fe en Jesucristo, no la sobras de la ley, la que nos salva.

 

. Jesús, en el evangelio de hoy, nos ofrece también el don de la paz. Una paz que, ante todo, es la unificación total de la persona, de la que nace la serenidad y la confianza. No es ausencia de problemas, no depende de circunstancias exteriores: es la certeza interior de saberse amado por Dios. La paz de Cristo es una paz "desarmada y desarmante" como recordó el papa León en su primer saludo al ser nombrado papa. Quien se siente amado no coacciona, no grita, no necesita usar la violencia, ni verbal, ni física ni moral para que triunfe la verdad. Porque la verdad, con qué fuerza lo recordaba san Juan Pablo II, no se impone, se propone, se entrega, se testimonia.

 

Pero la paz de Cristo no es ingenua ni ajena a la justicia. Al contrario, es fruto maduro de la justicia. Sin relaciones justas con Dios, con los demás, con nosotros mismos no puede haber una verdadera paz. Esa paz implica verdad, reparación, perdón. Y, de todas formas, la paz plena solo se dará en la plena comunión con Dios.

 

. La meta final es la Jerusalén del cielo, nos recuerda el Apocalipsis. Dios mismo, el Cordero son el templo. Y la gloria De Dios, desde lo profundo del corazón, ilumina todo, por eso no es necesario el sol ni la luna. Que podamos vivir esta comunión con Dios que nos da serenidad en todos los momentos de la vida: "Que no tiemble vuestro corazón".  Con la Gracia de Dios.

17 de mayo de 2025

"... como yo os he amado"

V Pascua - Hch 14, 2b-27/Ao 21, 1-5a/Jn 13, 31-33a.34-35

«Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado»

El amor verdadero comienza por respetar la libertad del otro, incluso cuando no la entendemos o no la compartimos. Amar es no aplastar al otro con nuestras razones, sino honrar su misterio

P. Jesús Higueras

 

No se trata de un consejo, ni de una opción recomendable para quienes quieran vivir la fe con más profundidad. Es un mandamiento: un imperativo que nace del corazón de Cristo y que condensa el Evangelio entero. La novedad no está solo en el verbo amar, sino en el modo: «como Yo os he amado». Jesús no se limita a pedirnos que amemos desde nuestra medida, con nuestros esfuerzos, según nuestras condiciones.

Nos invita a mirar su vida, a contemplar su corazón, y a aprender de Él la forma del amor. Porque amar como Cristo amó es un don del Espíritu Santo, no un sentimiento vago o un ideal imposible. Tiene unas características únicas que se podrían resumir en cuatro rasgos fundamentales.

Primero, el respeto. Cristo nunca invade el alma de nadie. No manipula, no fuerza, no violenta. Se acerca a cada persona reconociendo su dignidad, incluso en los pecadores. El amor verdadero comienza por respetar la libertad del otro, incluso cuando no la entendemos o no la compartimos. Amar es no aplastar al otro con nuestras razones, sino honrar su misterio

Segundo, la escucha y la comprensión. Jesús sabe detenerse ante cada persona, mirarla a los ojos y acogerla tal como es. No impone un discurso, sino que acoge las heridas, los miedos, las búsquedas. Amar como Él amó es aprender a escuchar de verdad, sin juicios ni prisas, y buscar comprender más que tener razón. Es un amor que se hace atención.

Tercero, el perdón. No hay amor verdadero sin la capacidad de perdonar. Y no se trata de ignorar el mal, sino de cargarlo y redimirlo. Cristo nos amó perdonando incluso en la cruz. Nos invita a liberarnos del rencor, a no dejar que el pasado determine nuestros vínculos. El perdón no niega la herida, pero impide que se convierta en cárcel.

Cuarto, la capacidad de sufrir por el amado. El amor de Cristo no fue cómodo. Fue entrega hasta el extremo. Amar de verdad implica estar dispuesto a sufrir por el otro, a renunciar a uno mismo, a ofrecer la vida. Es lo contrario del egoísmo. Es dar la vida por quienes amamos, como Él la dio por nosotros.

9 de mayo de 2025

"Yo soy el Buen Pastor"

. IV DOMINGO PASCUA -C- Hch 14,21-27/Ap 21,1-5/Jn 13,31-35 

 

El pasado jueves, día 8, era elegido Sumo Pontífice, el número 267 de la historia, León XIV. En sus primeras palabras de saludo desde la Logia de San Pedro dijo:

"La paz sea con todos ustedes. Queridos hermanos y hermanas, este es el primer saludo de Cristo Resucitado, el buen pastor que dio la vida por el rebaño de Dios. También yo deseo que este saludo de paz entre en sus corazones, llegue a sus familias, a todas las personas, estén donde estén, a todos los pueblos, a toda la tierra. ¡La paz sea con ustedes! Esta paz es la de Cristo Resucitado: una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios, un Dios que nos ama a todos incondicionalmente…". Y recordando al papa Francisco, continuó: "¡Dios nos quiere, Dios los ama a todos y el mal no prevalecerá! Estamos todos en las manos de Dios. Por tanto, sin miedo, unidos de la mano con Dios y entre nosotros sigamos adelante. Somos discípulos de Cristo. Cristo va delante de nosotros. El mundo necesita su luz…"

 

Esta Luz es el Señor que hoy se nos presenta como Buen Pastor que da la vida por cada uno de nosotros y nos dice: "Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen". Tres verbos: escuchar, conocer, seguir.

. Escuchar. La iniciativa viene siempre del Señor; todo parte de su gracia: es Él que nos llama a la comunión con Él. Pero esta comunión nace si nosotros nos abrimos a la escucha; si permanecemos sordos no nos puede dar esta comunión. Abrirse a la escucha porque escuchar significa disponibilidad, docilidad, tiempo dedicado al diálogo. Y esto no es fácil.  Nos cuesta mucho la escucha cordial de los demás, dedicarles tiempo, no interrumpir, ponernos en el lugar del otro, mantener una actitud de respeto y educación, no alzar la voz. Quien escucha al Señor sabe escuchar también a los demás con un corazón abierto, sin juzgar.

 

. Conocer. Escuchar a Jesús es el camino para descubrir que Él nos conoce y esto no significa solo que sabe muchas cosas sobre nosotros: conocer en sentido bíblico quiere decir también amar, desear el bien de la persona, sentir afecto por ella. Y esto significa que el Señor, mientras "nos lee dentro", nos quiere, no nos condena. Si le escuchamos, descubrimos esto, que el Señor nos ama. Y cuando sentimos su amor la relación con Él ya no será impersonal sino cálida y agradecida amistad, intimidad. Estando con el buen pastor se vive la experiencia de la que habla el Salmo: "Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo" (Sal 23,4).

. Seguir. El tercer verbo. Las ovejas que escuchan y saben que son conocidas y amadas siguen al Señor, que es su pastor. Y quien sigue a Cristo, va donde va Él, por el mismo camino, en la misma dirección. Va a buscar a quien está perdido, se interesa por quien está lejos, se toma en serio las situaciones de quien sufre, sabe llorar con quien llora, tiende la mano al prójimo, se lo carga sobre los hombros.

Terminaba el papa León XIV: "Soy hijo de san Agustín, agustino, quien dijo: "Con ustedes soy cristiano, para ustedes soy obispo". En este sentido, todos podemos caminar juntos hacia la patria que Dios nos ha preparado…. Debemos buscar juntos cómo ser un Iglesia Misionera, una Iglesia que construye puentes, el diálogo, siempre abierta a recibir, como esta plaza con los brazos abiertos. A todos, todos los que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, el diálogo y el amor". Como Jesús, Buen Pastor.

Que así sea con la Gracia de Dios. 

2 de mayo de 2025

"Es el Señor"

III DOMIN. DE PASCUA -C- Hch 5,27-32.40-41/Ap 5, 11-14/Jn 21, 1-19

. En la Primera Lectura llama la atención la fuerza de Pedro y los demás Apóstoles. Al mandato de permanecer en silencio, de no seguir enseñando en el nombre de Jesús, de no anunciar más su mensaje, ellos responden claramente: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Y no los detiene ni siquiera el ser azotados, ultrajados y encarcelados. Pedro y los Apóstoles eran personas sencillas que anuncian con audacia aquello que han recibido, el Evangelio de Jesús. Como ellos, también nosotros estamos llamados e invitados a llevar la Palabra de Dios a nuestros ambientes de vida.  La fe nace de la escucha, y se refuerza con el anuncio. Esta historia de la primera comunidad cristiana nos recuerda algo importante, válida para la Iglesia de todos los tiempos, también para nosotros: cuando una persona conoce verdaderamente a Jesucristo y cree en Él, experimenta su presencia en la vida y la fuerza de su Resurrección, no puede dejar de comunicar esta experiencia. Y si esta persona encuentra incomprensiones o adversidades, responde como Jesús en su Pasión:  con el amor y la fuerza de la verdad.

. Es verdad que el testimonio de la fe tiene muchas formas, como en un gran mural hay variedad de colores y de matices; pero todos son importantes, incluso los que no destacan. En el gran designio de Dios, cada detalle es importante, también el pequeño y humilde testimonio tuyo y mío, también ese escondido de quien vive con sencillez su fe en lo cotidiano de las relaciones de familia, de trabajo, de amistad. Hay santos del cada día, los santos de la vida ordinaria.  San Francisco de Asís aconsejaba a sus hermanos: predicad el Evangelio y, si fuese necesario, también con las palabras. Predicar con la vida: el testimonio. La incoherencia de los fieles y los Pastores entre lo que dicen y lo que hacen, entre la palabra y el modo de vivir, mina la credibilidad de la Iglesia.

. Pero todo esto solamente es posible si reconocemos a Jesucristo, porque es él quien nos ha llamado, nos ha invitado a recorrer su camino, nos ha elegido. Anunciar y dar testimonio es posible únicamente si estamos junto a él, justamente como Pedro, Juan y los otros discípulos estaban en torno a Jesús resucitado, como dice el pasaje del Evangelio de hoy. Hay una cercanía cotidiana con él, y ellos saben muy bien quién es, lo conocen. El Evangelista subraya que "ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor" (Jn 21,12). Y esto es un punto importante para nosotros: vivir una relación intensa con Jesús, una intimidad de diálogo y de vida, de tal manera que lo reconozcamos como "el Señor".

. El pasaje del Apocalipsis que hemos escuchado nos habla de la adoración: miríadas de ángeles, todas las creaturas, los vivientes, los ancianos, se postran en adoración ante el Trono de Dios y el Cordero inmolado, que es Cristo, a quien se debe alabanza, honor y gloria (cf. Ap 5,11-14). Adorar a Dios significa aprender a estar con él, a pararse a dialogar con él, sintiendo que su presencia es la más verdadera, la más buena, la más importante de todas. Adorar al Señor quiere decir darle a él el lugar que le corresponde; adorar al Señor quiere decir que estamos convencidos ante él de que es el único Dios, el Dios de nuestra vida, el Dios de nuestra historia. Adorar es despojarse de nuestros ídolos, también de esos más recónditos, y escoger al Señor como centro, como vía maestra de nuestra vida. Que así sea con la Gracia de Dios.

25 de abril de 2025

"Señor mío y Dios mío"

II PASCUA-DIVINA MISERICORDIA-C- Hch 5,12-16/Ap 1, 9-11.17-19/Jn 20, 19-31

. En el Jubileo del año 2000, san Juan Pablo II estableció que este domingo estaría dedicado a la Divina Misericordia. Fue una bonita intuición: el Espíritu Santo le inspiró. Este domingo nos invita a retomar con fuerza la gracia que viene de la misericordia de Dios. El Evangelio de hoy es la narración de la aparición de Cristo resucitado a los discípulos reunidos en el cenáculo (cf. Juan 20, 19-31). Escribe san Juan que Jesús, después de haber saludado a sus discípulos, les dijo: «Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados» (vv. 21-23). He aquí el sentido de la misericordia que se presenta precisamente en el día de la resurrección de Jesús como perdón de los pecados. Jesús resucitado, ha transmitido a su Iglesia, como primera misión, su propia misión de llevar a todos el anuncio concreto del perdón. Este es el primer deber: anunciar el perdón. Este signo visible de su misericordia lleva consigo la paz del corazón y la alegría del encuentro renovado con el Señor.

. En este domingo quiero recordar algunas de las palabras del papa Francisco fallecido el pasado lunes de Pascua. En su primer Ángelus como papa: "Recuerdo que apenas era obispo, en 1992, llegó (la imagen) de Nuestra Señora de Fátima a Buenos Aires y se celebró una gran misa para los enfermos. Fui a confesar en aquella misa. Y casi al final, me levanté, porque debía administrar una confirmación. Pero vino una anciana, humilde, muy humilde, octogenaria. La vi y le dije: "Abuela -porque así le decimos a las personas ancianas: abuela-, ¿quiere confesarse?". "Sí", me dijo. "Pero si usted no ha pecado ..". Y ella dijo: "Todos tenemos pecados...". "Pero tal vez el Señor no la perdona...". "El Señor perdona todo", me dijo. "¿Segura? ¿Pero cómo lo sabe usted, señora?". "Si el Señor no perdona todo, el mundo no existiría." Sentí ganas de preguntarle: "Dígame, señora, ¿usted estudió en la Gregoriana?", porque esa es la sabiduría que da el Espíritu Santo: la sabiduría interior ante la misericordia de Dios. Dios no se cansa de perdonar nunca, pero nosotros, a veces, nos cansamos de pedir perdón y ser misericordiosos". Una lección de vida para no olvidar: La misericordia cambia el mundo, lo hace menos frío y más justo, pone un límite al mal; abre las puertas porque no tiene miedo a la fragilidad.

 

. Volvamos a los discípulos. Habían abandonado al Señor durante la Pasión y se sentían culpables. Pero Jesús, cuando fue a encontrarse con ellos, no les dio largos sermones. Sabía que estaban heridos por dentro, y les mostró sus propias llagas. Tomás pudo tocarlas y descubrió lo que Jesús había sufrido por él, que lo había abandonado. En esas heridas tocó con sus propias manos la cercanía amorosa de Dios. Tomás, que había llegado tarde, cuando abrazó la misericordia superó a los otros discípulos; no creyó sólo en su resurrección, sino también en el amor infinito de Dios. E hizo la confesión de fe más sencilla y hermosa: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28). Así se realiza la resurrección del discípulo, cuando su humanidad frágil y herida entra en la de Jesús. Allí se disipan las dudas, allí Dios se convierte en mi Dios, allí volvemos a aceptarnos a nosotros mismos y a amar la propia vida.

. La misericordia nos hace comprender que la violencia, el rencor, la venganza no tienen ningún sentido y la primera víctima es quien vive de estos sentimientos, porque se priva de su propia dignidad. La misericordia también abre la puerta del corazón y permite expresar la cercanía sobre todo hacia aquellos que están solos y marginados, porque les hace sentirse hermanos e hijos de un solo Padre. Favorece el reconocimiento de cuantos tienen necesidad de consuelo y hace encontrar palabras adecuadas para dar consuelo, para sentirse amado: "Solo se puede mirar a una persona "desde arriba" si es para ayudarle a levantarse".

. "Señor mío y Dios mío", dijo Tomás. "Jesús en Ti confío", repetía Santa Faustina Kowalska. Que así sea con la Gracia de Dios.

21 de febrero de 2025

"Con la medida que midiereis se os medirá..."

VII TO -C- 1 Sam 26,2.7-9.12-13/1Cor 15,45-49/Lc 6,27-38

 

"Amar a los enemigos, no juzgar, no condenar, perdonar" son algunas de las enseñanzas más difíciles que nos dejó Jesús que "no devolvió mal por mal, que puso la otra mejilla, que perdonó y oró" por quienes le ejecutaron en la cruz. Estas actitudes y decisiones implican dejar atrás todo sentimiento de venganza, de odio, de maldición y condena… y esto no es nada fácil. "Por naturaleza" tendemos a protegernos y a responder al daño sufrido sea físico o moral; nos sale como impulso "espontánea". Sin embargo, sabemos también que es posible reaccionar de un modo diferente porque nuestras decisiones no están marcadas solo por los sentimientos, primera fuerza instintiva, sino también por la razón.

Jesús enseñó, con su palabra y sus acciones, a no devolver mal por mal, a no buscar venganza, a responder al mal con la fuerza del bien, a ser misericordiosos y esto se traduce en actos concretos de bondad también hacia aquellos que nos tratan mal. "Si tu enemigo tiene hambre dale de comer; si tiene sed, dale de beber" escribe san Pablo (Rom 12, 20). Esta fuerza para amar a quien no nos ama, para rezar por nuestro enemigo nos viene del cultivo de nuestra interioridad, del corazón y también de la fuerza del Espíritu que sostiene nuestra debilidad.

"Poner la otra mejilla", "amar al enemigo" … no es el repliegue del perdedor, del derrotado sino la acción de quien tiene una fuerza interior más grande; de quien ha comprendido que solo el bien puede vencer la espiral del mal y abrir una brecha en el corazón del enemigo desenmascarando lo absurdo de su violencia y de su odio; de quien ha experimentado y sabe que el amor verdadero no depende solo de sentimientos sino de la decisión consciente de desear y querer el bien del otro. En estas actitudes hay una extraordinaria grandeza humana y moral, un amor que transforma no solo a quien lo recibe sino a quien lo ofrece.

El papa Francisco, cuenta esta experiencia real:

"Hace algún tiempo tuve la oportunidad de dialogar con dos testigos excepcionales de la esperanza, dos padres: uno israelí, Rami, y otro palestino, Bassam. Ambos han perdido a sus hijas en el conflicto que ensangrienta Tierra Santa desde hace ya demasiadas décadas. Pero, sin embargo, en nombre de su dolor, del sufrimiento que sintieron por la muerte de sus dos pequeñas hijas -Smadar y Abir- se han convertido en amigos, más aún, en hermanos: viven el perdón y la reconciliación como un gesto concreto, profético y auténtico. Conocerlos me dio tanta, tanta esperanza. Su amistad y fraternidad me enseñaron que el odio, concretamente, puede no tener la última palabra. La reconciliación que experimentan como individuos, profecía de una reconciliación mayor y más amplia, es un signo invencible de esperanza".

 

Rezar por quien nos ha tratado mal; la oración, es lo primero para transformar el mal en bien porque purifica el corazón con la Gracia y Presencia del Espíritu. "Con la medida que midiereis se os medirá también a vosotros".

Que así sea con la Gracia de Dios.

14 de febrero de 2025

"Felices..."

DOMINGO VI TO -C- Jer 17,5-8/ Cor 15,12.16-30/Lc 6,17-26 - II

 

La Palabra de Dios de este domingo nos presenta dos caminos: el de la confianza en Dios, que conduce a la bienaventuranza, y el de la confianza solo en el hombre, que conduce a la malaventuranza. Lo anticipan el profeta Isaías y el Salmo 1: quien confía en el Señor es como un árbol plantado junto a la corriente o junto a la acequia, está frondoso y produce buen fruto. Lucas, mucho más radical que Mateo, ofrece al hombre dos opciones que conducen a la felicidad o a la infelicidad Todos buscamos ser felices, dichosos y bienaventurados, pero, en ocasiones, nos cuesta confiar en las palabras de Jesús que nos señala el auténtico camino de la felicidad. Buscamos y preferimos "otras seguridades" más tangibles, materiales.

 

Jesús invierte el orden de valores de este mundo, lo pone todo al revés. Por eso su mensaje es revolucionario y universal. Un "gentío" (no solo judíos) lo escuchó en el llano, subrayando el carácter universal y marcadamente social del mensaje. Jesús nos muestra "su camino" hacia la felicidad. Muchas veces se ha querido deformar u ocultar la exigencia radical del Evangelio. Pero sus palabras son claras, no hay duda de que el que quiera seguirle tiene que estar dispuesto a vivir de otra manera, pero tiene la seguridad de que va a ser feliz. La razón de la bienaventuranza no es "la situación actual" claramente rechazable (llanto, hambre, incomprensión, persecución…) sino la "nueva condición" que recibimos de Dios como un "don": "serán consolados", "heredarán la tierra", "serán saciados", "serán perdonados", "serán llamados hijos de Dios"...  se han mantenido fieles frente a quienes han "preferido" "el consuelo del mundo" (alabanza, éxito, poder…)."Ay de vosotros", dice Lucas.

 

Bienaventurado es "el que está en condición de gracia" y que avanza en la amistad de Dios. Las Bienaventuranzas iluminan las acciones de la vida cristiana y revelan que la presencia de Dios en nosotros nos hace verdaderamente felices, aunque en ocasiones, Dios elige caminos difíciles de comprender: el de nuestros propios límites y derrotas, pero es allí donde manifiesta la fuerza de su salvación y nos concede la verdadera alegría. La experiencia humana nos muestra que el que va por el camino del bien sabe a dónde va; los que emprenden el camino de la vida por las vías del mal saben por dónde empiezan, pero no por dónde acabarán. Los clásicos dirían: se trata de elegir entre "el mundo y Dios" (elección de criterios, estilos, acciones…) y, en esa decisión, se configura o desfigura nuestro "rostro de discípulos". El instante es una gota de eternidad… y podemos elegir.  

 

Claro que las bienaventuranzas proponen un ideal de vida que, como todo ideal, es inalcanzable en su totalidad. En la medida en que seamos capaces de "vivirlas" estaremos más cerca de Dios. No debemos desanimarnos si nunca llegamos a la perfección que este ideal sugiere. San Pablo en la segunda lectura nos recuerda la esencia de nuestra fe: la resurrección de Cristo y ello significa que nuestra confianza en Dios no es solo para esta vida sino para la eternidad. No estamos llamados a vivir solo para el presente sino a vivir intensamente el presente con la certeza de que Dios nos ha preparado una vida plena en Él. Que así sea con la Gracia de Dios.

6 de febrero de 2025

"Rema mar adentro..."

V DOMINGO TO –C-   Is 6,1-2a.3-8/1 Cor 15,1-11/Lc 5,1 - II

La liturgia de este quinto domingo del tiempo ordinario nos presenta el tema de la llamada divina. En una visión majestuosa, Isaías se encuentra en presencia del Señor tres veces Santo y lo invade un gran temor y el sentimiento profundo de su propia indignidad. Pero un serafín purifica sus labios con un ascua y borra su pecado, y él, sintiéndose preparado para responder a la llamada, exclama: "Heme aquí, Señor, envíame" (cf. Is 6, 1-2.3-8).

La misma sucesión de sentimientos está presente en el episodio de la pesca milagrosa, de la que nos habla el pasaje evangélico de hoy. Invitados por Jesús a echar las redes, a pesar de una noche infructuosa, Simón Pedro y los demás discípulos, fiándose de su palabra, obtienen una pesca sobreabundante. Ante tal prodigio, Simón Pedro no se echa al cuello de Jesús para expresar la alegría de aquella pesca inesperada, sino que, como explica el evangelista san Lucas, se arroja a sus pies diciendo: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador". Jesús, entonces, le asegura: "No temas. Desde ahora serás pescador de hombres" (cf. Lc 5, 10); y él, dejándolo todo, lo sigue.

También san Pablo, recordando que había sido perseguidor de la Iglesia, se declara indigno de ser llamado apóstol, pero reconoce que la gracia de Dios ha hecho en él maravillas y, a pesar de sus limitaciones, le ha encomendado la tarea y el honor de predicar el Evangelio (cf. 1 Co 15, 8-10).

En estas tres experiencias vemos cómo el encuentro auténtico con Dios lleva al hombre a reconocer su pobreza e insuficiencia, sus limitaciones y su pecado. Pero, a pesar de esta fragilidad, el Señor, rico en misericordia y en perdón, transforma la vida del hombre y lo llama a seguirlo. La humildad de la que dan testimonio Isaías, Pedro y Pablo invita a los que han recibido el don de la vocación divina a no concentrarse en sus propias limitaciones, sino a tener la mirada fija en el Señor y en su sorprendente misericordia, para convertir el corazón, y seguir "dejándolo todo" por él con alegría. De hecho, Dios no mira lo que es importante para el hombre: "El hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón" (1 S 16, 7), y a los hombres pobres y débiles, pero con fe en él, los vuelve apóstoles y heraldos intrépidos de la salvación.

Jesús, con su palabra y sus gestos/milagros ofrece un "todavía hay salvación, todavía puedes vivir en paz y confianza porque hay Alguien que te sostiene y sostiene al mundo. Todavía puedes unirte a esta hermosa propuesta". Una propuesta que, como hemos escuchado en el relato, se hace desde la cercanía a las personas en la vida ordinaria. Jesús nos transmite un Dios, una Palabra que late en nuestras alegrías, anhelos, frustraciones, en las noches de tempestad y en los días de calma y sol radiante. Ahí nos espera, como esperó a Simón y ahí nos pide confianza en su Palabra. Pedro era experto pescador, sabía de redes pero no se opone a las paradójicas indicaciones de Jesús y le contesta ya desde la fe: "Maestro, en tu Palabra echaré las redes" y logra llenar dos barcas.

La experiencia de Pedro, ciertamente singular, también es representativa de la llamada de todos nosotros que jamás debemos desanimarnos al anunciar a Cristo hasta los confines del mundo.  La vocación es obra de Dios. El hombre no es autor de su propia vocación, sino que da respuesta a la propuesta divina; y la debilidad humana no debe causar miedo si Dios llama. Es necesario tener confianza en su fuerza que actúa precisamente en nuestra pobreza; es necesario confiar cada vez más en el poder de su misericordia, que transforma y renueva.  Que los fracasos y las dificultades no induzcan al desánimo: a nosotros nos corresponde echar las redes con fe, el Señor hace el resto. Que así sea con la Gracia de Dios.


1 de febrero de 2025

2025. PRESENTACIÓN DEL SEÑOR – Mal 3, 1- 4; Hb 2, 14-18; Lucas 2, 22-40

Comparto tres pensamientos en la fiesta de hoy, siguiendo al papa Benedicto XVI:

 

. El primero: la Luz, símbolo fundamental que, partiendo de Cristo, se irradia sobre María y José, sobre Simeón y Ana y, a través de ellos, sobre todos. Los Padres de la Iglesia relacionaron esta irradiación con el camino espiritual, el amor por la belleza divina, el reflejo de la bondad de Dios. La Luz emana de Cristo y nosotros nos dejamos envolver de esa luz para transformar nuestras vidas e iluminar a nuestros hermanos. En el encuentro entre el anciano Simeón y María, joven madre, el Antiguo y el Nuevo Testamento se unen de modo admirable en acción de gracias por el don de la Luz, que ha brillado en las tinieblas y les ha impedido que dominen: "Cristo Señor, luz para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo Israel" (cf. Lc 2, 32).

 

. En segundo: el don del Espíritu Santo. Simeón y Ana, contemplan al Niño Jesús, vislumbran su destino de muerte y de resurrección para la salvación de todas las naciones y anuncian este misterio como salvación universal. Lucas destaca más de una vez que eran conducidos por el Espíritu Santo. De Simeón afirma que era un hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel, y que "el Espíritu Santo estaba con él"; dice que "el Espíritu Santo le había revelado" que antes de morir vería al Cristo, al Mesías; y por último que fue al Templo "impulsado por el Espíritu". De Ana dice luego que era una "profetisa", es decir, inspirada por Dios; y que estaba siempre en el Templo "sirviendo a Dios con ayunos y oraciones". Estos dos ancianos están llenos de vida porque están animados por el Espíritu Santo, dóciles a su acción, sensibles a sus peticiones… Como ellos, estamos llamados a vivir la primacía de Dios en las diferentes circunstancias de la vida.

 

. En tercer lugar: la sabiduría de Simeón y Ana. La sabiduría de una vida dedicada totalmente a la búsqueda del rostro de Dios, de sus signos, de su voluntad; una vida dedicada a la escucha y al anuncio de su Palabra. ¡Toda sabiduría de vida nace de la Palabra del Señor!  Lucas subraya que la Virgen y san José que querían cumplir lo que estaba prescrito por la Ley del Señor. Se entiende, casi se percibe, que los padres de Jesús tienen la alegría de observar los preceptos de Dios, la alegría de caminar en la Ley del Señor. Esto no es un hecho exterior, no es para sentirse bien. Es un deseo fuerte, profundo, lleno de alegría: "Tu ley será mi delicia (dice el Salmo 119, 14.77).

 

Luz, Espíritu, Sabiduría para entender que, en palabras de Simeón, Jesús "será un signo de contradicción", provocará reacciones diferentes y así quedará de manifiesto lo que sucede en el corazón humano. Es el misterio de la libertad personal por la que cada uno se posiciona ante la santidad, las enseñanzas, la luz, el bien o el mal. Jesús fue perseguido en su tiempo y sigue siéndolo por quienes lo consideran una "amenaza" que interfiere en su modo de vida o sus intereses. Vivimos marcados por una pluralidad radical, por una progresiva marginación de la religión de la esfera pública, por un relativismo que afecta a los valores fundamentales. Esto exige que nuestro testimonio cristiano sea luminoso y coherente y que nuestro esfuerzo educativo sea cada vez más atento y generoso para mostrar el "esplendor de la verdad y la belleza" y conducir a las personas hacia la "vida buena del Evangelio". Nos toca ser testigos de esta verdad que creemos en un mundo que nos rodea de cierta oscuridad e increencia. Aquí estamos llamados a vivir el verdadero encuentro con el Señor que se nos manifiesta "parecido en todo a sus hermanos". Que así sea con la Gracia de Dios.