27 de diciembre de 2025

Fiesta de La Sagrada Familia

Fiesta de la Sagrada Familia- Si 3,3-7/Col 3,12-21/Mt 2,13-15.19-23

 

P. Jesús Higueras

 

Aunque la escena es conocida, no por ello es menos incómoda. Dios no ahorra a la Sagrada Familia las dificultades que atraviesan todas las familias. Al contrario: las concentra. Un enemigo real, una huida nocturna, un futuro incierto. El ángel no da explicaciones largas, no da garantías. Solo una orden en la que confiar. José se levanta, toma al niño y a su madre, y obedece.

 

Este pasaje rompe cualquier imagen idealizada de la familia. En todas las casas hay problemas. En todas. También en la de Jesús. La familia no es el lugar donde todo sale bien, sino el lugar donde, a pesar de todo, el amor está llamado a triunfar. No porque sea fácil, sino porque es necesario. La Sagrada Familia no es un modelo por la ausencia de conflictos, sino por la manera de atravesarlos juntos.

 

A veces las cosas no salen como nos gustaría. Los planes se rompen, los sueños se aplazan, las seguridades desaparecen. José no había planeado huir a Egipto. María no había imaginado criar a su hijo lejos de su tierra. Jesús comienza su vida como refugiado. Y, sin embargo, ahí está la mano de Dios, no quitando el problema, sino sosteniendo el vínculo. Dios no actúa aislando, sino uniendo. No separa a José de María, ni a María del niño. Los mantiene juntos en medio del peligro.

 

La familia es el primer lugar donde aprendemos que la diferencia no es una amenaza. José y María son distintos, con historias, sensibilidades y recorridos diferentes. Y aun así, permanecen. La familia no se construye desde la uniformidad, sino desde la fidelidad. Permanecer cuando sería más fácil huir cada uno por su lado. Cuidar cuando el cansancio aprieta. Creer cuando no se entiende todo.

Por eso, cuidar la familia no es solo una cuestión privada o sentimental. Es una cuestión profundamente humana y, para el creyente, profundamente espiritual. Cuidar la familia es cuidar la voluntad de Dios, porque Dios ha querido salvar al mundo desde una familia concreta. Y es también cuidar a la humanidad entera, que hoy sufre una grave carencia de vínculos estables, de pertenencia, de hogares donde el amor sea incondicional.

La fraternidad universal no nace de grandes discursos ni de estructuras impersonales. Nace de hogares donde se aprende a perdonar, a esperar, a empezar de nuevo. Nace de familias que, aun heridas, no se rompen. Porque si todos somos hijos de Dios, entonces estamos llamados a vivir como hermanos. Y nadie aprende a ser hermano si antes no ha aprendido a ser hijo.

En este domingo de la Sagrada Familia, la Iglesia no propone una estampa perfecta, sino una familia real, vulnerable y obediente. Una familia que huye, sí, pero huye unida. Y eso es lo que salva.

 

24 de diciembre de 2025

"El pueblo que caminaba en tinieblas..."

NOCHEBUENA – A-  Is 9, 1-6 – Tito 2, 11-14 – Lc 2, 1-14

. Esta noche santa y sagrada es el momento en el que la espera culmina: la espera humana se encuentra, por fin, con la esperanza divina. Lo que durante siglos fue anhelo, promesa, profecía y clamor del pueblo de Dios hoy se cumple.  Y lo hace no con ruido,  sino con luz; no con poder sino con cercanía, no con gestos grandiosos sino  con un tierno niño envuelto en pañales, en un pobre lugar.

 

. La primera lectura ilumina nuestra noche: Isaías anuncia que el pueblo que caminaba en tinieblas  vio una gran luz y esa luz es un Niño. Dios rompe la oscuridad no con un poder estruendoso, sino con la fragilidad de un recién nacido. Así actúa Él: lo decisivo llega en la pequeñez. En un pueblo herido, exhausto la luz no surge  del esfuerzo humano, sino del cielo; no es un espejismo político, es un niño frágil hasta la indefensión pero portador  de títulos imposibles: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre perpetuo, príncipe de la paz. En esa debilidad late una fuerza que no quiebra. La historia gira aquí: la Luz llega en pañales.

 

. El Evangelio nos muestra cómo irrumpe esa luz: no en un palacio resplandeciente sino en la periferia del mundo; no entre los que dominan sino entre los que velan la noche; no rodeada de honores sino entre quienes apenas cuentan en la sociedad. La gloria de Dios resplandece  en el momento más inesperado, el lugar menos probable, donde el mundo no mira incluso desprecia. Desde esa cuna la historia ya no camina a ciegas: la luz tiene rostro y respira entre nosotros ("Yo soy la Luz del mundo. Quien me sigue no camina en tinieblas", dice Jesús). Todo converge en esa cuna: las promesas antiguas, la sed de justicia , el gemido de la humanidad…

 

. La carta a Tito va al centro de la teología de esta noche: "La gracia de Dios ha aparecido". No una doctrina más, no un código ético, no una idea inspiradora…ha aparecido una Persona: Jesús, la Gracia hecha rostro, manos, mirada y cercanía. Él purifica, Él educa, Él transforma, El reorienta nuestra vida desde el centro verdadero de la misma. Puede parecer "atrevido" pensar-reflexionar así en un mundo dominado por la tecnología, la IA, el dominio aparente del futuro… pero que se olvida de "lo humano", oculta el dolor, la soledad, el pecado…

 

. "Un niño envuelto en pañales": es escandaloso pero cierto: lo infinito cabe en lo pequeño, lo eterno se hace cercano. El niño del pesebre es el mismo que vivirá en Nazaret, predicará al pueblo, será elevado en la cruz: la cuna y la cruz muestran el mismo amor que se entrega, la misma fuerza divina que abraza la fragilidad. Y es que el cristianismo no nació de una idea, sino de una "carne"; no de un concepto abstracto, sino de un "vientre", de un cuerpo, de un sepulcro. La fe cristiana, en su esencia más auténtica, es histórica, se basa en hechos concretos, en rostros, en gestos, en palabras pronunciadas en una lengua, en una época, en un entorno. Dios eligió hablar una lengua, caminar en una tierra, habitar lugares, casas, calles… dejar huellas de su Misterio de Amor.  "Esta lógica de la pequeñez es la verdadera fuerza de la Iglesia". Dios con nosotros. No estamos solos.

 

. La tradición mística habla de una venida interior: Cristo naciendo en el alma.  Pues "¿De qué sirve que Cristo nazca en Belén si no nace también en mí?".  Esta noche pedimos a Cristo que encuentre un lugar en nuestro corazón, que su Luz toque nuestras sombras, que su amor pacifique nuestras diferencias, que su presencia ordene nuestra vida con la paz del cielo. Es un misterio, el de Belén, que no se repite físicamente pero sí espiritualmente; que celebramos como memoria viva no simple recuerdo; como reactivación viva de la salvación. No buscamos un refugio en el pasado sino habitar el presente con conciencia para construir un futuro con raíces.

 

 . La Palabra se hizo carne de una vez para siempre pero  su fruto se actualiza en cada alma que se abre al misterio… quien se deja tocar por esta gracia no vuelve a ser el mismo. Que la Luz que brilló en Belén ilumine nuestras vidas, familias, comunidades, mundo, nuestros miedos, oscuridades… Feliz Nochebuena, Feliz Natividad del Señor. 

20 de diciembre de 2025

"Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer"

IV DOMINGO ADVIENTO -A- Is 7, 10-14/Rom 1, 1-7/Mt 1, 18-28

En este cuarto domingo de Adviento, el Evangelio nos relata los hechos que precedieron el nacimiento de Jesús, y el evangelista Mateo los presenta desde el punto de vista de san José, el prometido esposo de la Virgen María.

José y María vivían en Nazaret; aún no vivían juntos, porque el matrimonio no se había realizado todavía. Mientras tanto, María, después de acoger el anuncio del Ángel, quedó embarazada por obra del Espíritu Santo. Cuando José se dio cuenta del hecho, quedó desconcertado. El Evangelio no explica cuáles fueron sus pensamientos, pero nos dice lo esencial: él busca cumplir la voluntad de Dios y está preparado para la renuncia más radical. En lugar de defenderse y hacer valer sus derechos, José elige una solución que para él representa un enorme sacrificio. Y el Evangelio dice: «Como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado» (1, 19).

Esta breve frase resume un verdadero drama interior, si pensamos en el amor que José tenía por María. Pero también en esa circunstancia José quiere hacer la voluntad de Dios y decide, seguramente con gran dolor, repudiar a María en privado. Hay que meditar estas palabras para comprender cuál fue la prueba que José tuvo que afrontar los días anteriores al nacimiento de Jesús. Una prueba semejante a la del sacrificio de Abrahán, cuando Dios le pidió el hijo Isaac (cf. Gn 22): renunciar a lo más precioso, a la persona más amada. Pero, como en el caso de Abrahán, el Señor interviene: encontró la fe que buscaba y abre una vía diversa, una vía de amor y de felicidad: «José —le dice— no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo» (Mt 1, 20).

Este Evangelio nos muestra toda la grandeza del alma de san José. Él estaba siguiendo un buen proyecto de vida, pero Dios reservaba para él otro designio, una misión más grande: la paternidad como cuidado del Mesías. Ser el que custodie, proteja y guarde la integridad del hogar de Nazaret. José entiende que este hijo viene de parte de Dios para que se cumplan los oráculos de los profetas y el pueblo de Israel alcance la salvación.  José no entiende, pero confía. No pregunta, no exige explicaciones, obedece libremente porque sabe  que Dios le ama, no engaña; cambia el rumbo de su proyecto, acoge una paternidad no elegida y esto no es debilidad, es fortaleza interior; actúa por fe. De este modo, aceptando el designio de Dios José se encuentra plenamente a sí mismo y muestra una disponibilidad interior a la voluntad de Dios que nos interpela también a nosotros mismos y nos muestra un camino de libertad interior auténtica.

Nos disponemos entonces a celebrar la Navidad contemplando a María y a José: María, la mujer llena de gracia que tuvo la valentía de fiarse totalmente de la Palabra de Dios; José, el hombre fiel y justo que prefirió creer al Señor en lugar de escuchar las voces de la duda y del orgullo humano. Con ellos, caminamos juntos hacia Belén. Y lo hacemos, como nos ha recordado Pablo abiertos a la fe, desde el misterio profundo de la Encarnación, de la acogida de una Presencia que descoloca. Como un tesoro, una gracia que viene de parte de Dios y nos ofrece continuamente el camino de salvación, una nueva oportunidad. Que así sea con la Gracia de Dios.

12 de diciembre de 2025

"¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!".

III Adv-A- Is 35,1-10/St 5,7-10/ Mt 11,2-11

 

La respuesta de Jesús a la pregunta de Juan (que  había señalado al Señor pero ahora está en la soledad de la cárcel y siente desorientación, silencio, frustración…) no nace del juicio a Juan sino de una delicada comprensión de su situación. En lugar de reclamarle mayor firmeza invita a contemplar lo que ya está sucediendo: la luz recupera espacios donde antes dominaba la sombras, la dignidad vuelve a levantar a quienes antes habían quedado al borde del camino, la esperanza se abre paso en nuestro día a día…

 

Jesús se revela  en hechos sencillos que nos sostienen y renuevan; llega poco a poco, no como un estallido deslumbrante o un fogonazo espiritual… o intervenciones grandiosas. El evangelio muestra  un modo distinto de obrar: una cercanía que se manifiesta en gestos discretos, en palabras que alivian, en presencia que reconforta sin imponerse. La acción de Dios, tantas veces inadvertida, avanza con la suavidad de quien conoce nuestro ritmo y no lo violenta.

 

Jesús deja entrever además la dificultad que acompaña todo discernimiento. Ni la misión de uno ni la del otro fueron entendidas por todos. Algo similar nos ocurre a nosotros. Hay tramos en los que la oración es árida y el sentido parece esquivo, incluso duele. Sin embargo, en estas zonas opacas continúa escribiéndose una historia de salvación… lo que Dios construye rara vez  coincide con nuestras propias previsiones pero siempre conduce hacia una experiencia más honda.

 

La duda de Juan permite  entrever que la fe se sostiene en una adhesión que permanece incluso cuando los contornos se desvanecen. Ese niño que nació, nace y nacerá se presenta como el regalo decisivo:  Dios se hace cercano, accesible,  capaz de entablar una presencia auténtica con la humanidad. Una relación que se fortalece tanto en la claridad como en la oscuridad de la noche y que encuentra en la fidelidad  su expresión más verdadera. Mientras caminamos, incluso en las dudas, él sigue trabajando en silencio. Esta es nuestra misión: seguir abriendo paso a la esperanza, aunque no lo entendamos del todo. La vida aunque parezca frágil sigue abriéndose paso.

 

En este sentido, el adviento nos ayuda a educar la mirada para reconocer que lo pequeño, lo que aparentemente no cuenta, es también lugar de epifanía. Un gesto de reconciliación, una serenidad inesperada en medio del cansancio, una muestra de afecto… todos ellos son signos que, sin alardes, permiten descubrir la acción de Dios en el mundo, una "acción" y una "presencia" tan sencilla y humilde, tan desconcertante,  que "¡Bievaventurado quien no se escandalice de mí!".  Que así sea con la Gracia de Dios.

6 de diciembre de 2025

"Voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor..."

II DOMINGO DE ADVIENTO -A- Is 11,1-10/Rom 15,4-9/Mt 3,1-12

Jesús Higueras:

San Juan Bautista no escogió el desierto de Judea para inaugurar su ministerio por ser original o por rareza. Fue allí porque sólo en un lugar desnudo de ruidos y falsos apoyos el hombre vuelve a escucharse por dentro y, desde esa verdad, puede oír a Dios. El precursor del Mesías levantó su voz en medio de la soledad para recordarnos algo esencial: la presencia de Cristo no se reconoce en la dispersión, sino en el silencio fecundo donde el alma se abre a la gracia.

Hoy necesitamos ese desierto más que nunca. Vivimos rodeados de mensajes, pantallas, redes sociales, opiniones y noticias urgentes. Sin embargo, el ruido más dañino no es el exterior, sino el que llevamos dentro: preocupaciones que nos agobian, miedos que evitamos afrontar, pensamientos que se atropellan sin orden. Es un murmullo constante que nos impide oír el susurro más importante: la voz de Dios en nuestra conciencia.

Pero nos cuesta detenernos. En cuanto asoma la posibilidad de estar a solas con nuestra verdad, buscamos distracciones. A veces preferimos el ruido, aunque nos desgaste, antes que la claridad que nace del silencio. ¿Por qué? Porque en ese silencio aparecen nuestras heridas, nuestras incoherencias, nuestras dependencias. Y también surge la pregunta que más nos incomoda: «¿Estoy viviendo con sentido?»

El desierto –ese que Juan habitó con radicalidad– nos obliga a dejar de huir. Allí no hay pretextos. Allí el hombre se ve tal cual es. Y ese encuentro, aunque nos dé miedo, es decisivo; sin él, no hay conversión posible.

El Bautista no se anunciaba a sí mismo. Llamaba a la conversión para poder reconocer al Mesías que ya estaba en medio del pueblo. Su misión consistía en recordarnos que Dios llega cuando el hombre deja espacio. Y ese espacio no se abre con muchas palabras ni con promesas ambiguas, sino con silencio. Un silencio que no es ausencia. Es gestación. Es tierra fértil donde la gracia prende sin resistencia. Cuando uno calla por dentro, Cristo puede hablar. Cuando cesa el ruido interior, aparece una certeza nueva: Dios nos busca más de lo que nosotros le buscamos a Él.

El desierto de Juan sigue siendo actual. No hace falta viajar a Judea para entrar en él. Basta con detener el paso, apagar lo accesorio, mirar adentro sin miedo y dejar que Dios ilumine lo que encuentre. El silencio que tanto evitamos es, en realidad, el lugar donde comenzamos a vivir de verdad.

San Juan Bautista nos invita hoy a lo mismo que entonces: preparad el camino al Señor. Y ese camino se traza en el silencio interior donde Dios, sin estridencias, susurra la presencia de su Hijo. Allí empieza la Navidad. Allí nace la esperanza.

 

29 de noviembre de 2025

Fwd: I Domingo de Adviento - A- "Pongámonos las armas de la luz"

. I Domingo de Adviento -A- (Is. 2, 1-5; Rom. 13, 11-14; Mt. 24, 37-44)

 

El Adviento inaugura el año litúrgico con un sentido claro: prepararnos para la Pascua de Navidad. No es un simple preludio sentimental ni una cuenta atrás hacia unas fiestas cargadas de ruido y consumo. Es un tiempo de gracia que la Iglesia ha custodiado durante siglos para recordar lo esencial: Dios viene, y es menester que nos encuentre despiertos. El Adviento nos educa el corazón para recibir al Señor que se acerca, no solo en el misterio de la Navidad, sino en cada instante de nuestra vida.

 

A veces reducimos las semanas previas a Navidad a la preparación de un escenario: luces, villancicos, prisas, celebraciones anticipadas. Pero la tradición cristiana siempre ha entendido este tiempo como un ejercicio espiritual para el encuentro con Cristo. La Navidad es Pascua: es el Dios que se abaja, que entra en nuestra carne para salvarnos desde dentro. Y para acoger este misterio hace falta un alma vigilante. El primer domingo de Adviento nos recuerda que la verdadera preparación no se hace llenando la agenda, sino despejando el interior.

 

Por eso el Evangelio de este día insiste en estar en vela. No se trata de miedo, sino de lucidez. Cristo viene constantemente: en la Palabra que se proclama, en los sacramentos que nos curan, en el hermano que necesita ser escuchado, en las circunstancias que nos obligan a amar más y mejor. Su llegada diaria exige un corazón atento. Quien vive adormecido —distraído en lo superficial o anestesiado por la rutina— simplemente no lo reconoce.

 

Además, el Adviento recuerda una verdad que a veces preferimos ignorar: nuestro tiempo en la tierra terminará. Esta certeza no es una amenaza, sino una brújula. Vivir de espaldas al final es vivir sin sabiduría. Cristo será nuestro Juez, sí, pero un Juez que nos ama hasta la sangre y que desea nuestra salvación más que nosotros mismos.  Recordar que un día nos encontraremos con Él nos ayuda a ordenar la vida, a poner cada cosa en su sitio y a dejar de perder energías en lo banal. El Adviento pone nuestras prioridades en su justa escala. Frente al ruido que ya empieza a envolverse en estas semanas, la Iglesia propone silencio. No es un silencio vacío, sino habitado por la Palabra divina. Es en el recogimiento donde la gracia cala.

"Pertrechémonos con las armas de la luz-Pongámonos las armas de la luz", nos dice San Pablo invitándonos a dejar "las actividades de las tinieblas". Es una clara llamada a rechazar toda manipulación de la verdad, toda dominación de unas personas sobre otras, todo lo que atenta contra la esperanza; y a asumir claramente las causas de la paz, de la dignidad de todas las personas, de la verdad que nos hace libres. Las tinieblas son el símbolo de la debilidad de alma, de la falta de esperanza; el día, por el contrario, simboliza la conciencia limpia que busca el bien y  avanza en la vida nueva que el Señor nos ofrece.

El primer domingo de Adviento es, en el fondo, una invitación a tomarnos en serio la vida. A vivir despiertos, sabiendo que Dios viene cada día, que el tiempo no es infinito y que la salvación está a las puertas. Si hacemos caso a esta llamada, entonces la Navidad no será solo una fecha, sino un nacimiento real en nuestra historia. Porque Cristo vuelve a nacer allí donde encuentra un corazón vigilante y humilde. Que así sea con la Gracia de Dios.

(Adaptado un texto del P. Jesús Higueras)

11 de octubre de 2025

Fwd: "... y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias".



DOMINGO XXVIII -C- 2 Reyes 5,14-17/2 Tim 2,8-13/Lc 17,11-19-2

. Celebramos, coincidiendo con el domingo XVIII del T.O., la Virgen del Pilar. Por eso, a la luz de la Palabra propia de este domingo, vamos a mirar también a María, nuestra Madre, recordando algunas reflexiones del papa Francisco:


. La historia de Naamán, jefe del ejército del rey de Aram, es llamativa: para curarse de la lepra se presenta ante el profeta de Dios, Eliseo, que no practica ritos mágicos, ni le pide cosas extraordinarias, sino únicamente fiarse de Dios y lavarse en el agua del río; y no en uno de los grandes ríos de Damasco, sino en el pequeño Jordán. Es un requerimiento que deja a Naamán perplejo, sorprendido: ¿qué Dios es este que pide una cosa tan simple? Decide marcharse, pero después recapacita, se baña en el Jordán e inmediatamente queda curado. Dios nos sorprende; precisamente en la pobreza, en la debilidad, en la humildad es donde se manifiesta y nos da su amor que nos salva, nos cura, nos da fuerza. Sólo pide que sigamos su palabra y nos fiemos de él.

Ésta es también la experiencia de la Virgen María: ante el anuncio del Ángel, no oculta su asombro. Es el asombro de ver que Dios, para hacerse hombre, la ha elegido precisamente a Ella, una sencilla muchacha de Nazaret, que no vive en los palacios del poder y de la riqueza, que no ha hecho cosas extraordinarias, pero que está abierta a Dios, se fía de él, aunque no lo comprenda del todo: "He aquí la esclava el Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Es su respuesta.

Dios nos sorprende siempre, rompe nuestros esquemas, pone en crisis nuestros proyectos, y nos dice: Fíate de mí, no tengas miedo, déjate sorprender, sal de ti mismo y sígueme.


. San Pablo, dice a su discípulo Timoteo: "Acuérdate de Jesucristo; si perseveramos con él, reinaremos con él". Mantener viva la memoria de Jesucristo es perseverar en la fe: Dios nos sorprende con su amor, pero nos pide que le sigamos fielmente. Nosotros podemos "fallar, ser infieles", pero él no puede, él es "el fiel", y nos pide a nosotros, a cada cristiano, luchar por mantener la misma fidelidad. A veces nos hemos entusiasmado con una cosa, con un proyecto, con una tarea, pero después, ante las primeras dificultades, hemos tirado la toalla. Y esto, desgraciadamente, sucede también con nuestras opciones fundamentales, como el matrimonio o la vida consagrada. La dificultad de ser constantes, de ser fieles a las decisiones tomadas, a los compromisos asumidos. A menudo es fácil decir "sí", pero después no se consigue mantener ese "sí" cada día. No se consigue ser fieles.

María ha dicho su «sí» a Dios, un «sí» que ha cambiado su humilde existencia de Nazaret, pero no ha sido el único, más bien ha sido el primero de otros muchos «sí» pronunciados en su corazón tanto en sus momentos gozosos como en los dolorosos; todos estos «sí» culminaron en el pronunciado bajo la Cruz, de pie, destrozada pero fuerte y fiel.


. Y el evangelio nos narra la historia de los diez leprosos curados por Jesús: salen a su encuentro, se detienen a lo lejos, gritan: "Jesús, maestro, ten compasión de nosotros". Están enfermos, necesitados de amor y de fuerza, y buscan a alguien que los cure. Y Jesús responde liberándolos a todos de su enfermedad. Llama la atención, sin embargo, que solamente uno regrese alabando a Dios y dando gracias. Jesús mismo lo indica: diez han sido curados y uno solo ha vuelto a dar gracias a Dios.

Miremos a María: después de la Anunciación, lo primero que hace es un gesto de caridad hacia su anciana pariente Isabel; y las primeras palabras que pronuncia son: «Proclama mi alma la grandeza del Señor», es decir, un cántico de alabanza y de acción de gracias a Dios no sólo por lo que ha hecho en Ella, sino por lo que ha hecho en toda la historia de salvación. Todo es don suyo.

Y esto nos recuerda que es necesario saber agradecer, saber alabar al Señor por lo que hace por nosotros. Decir gracias es tan fácil y, al mismo tiempo, tan difícil. Es una de las palabras básicas en la convivencia humana y no debemos darlo por descontado.  Que María nos ayude, como Madre, a mantenernos firmes en el pilar de la fe y la esperanza. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

1 de octubre de 2025

"Señor, auméntanos la fe"

DOMINGO XXVII TO -C- Habacuc 1,2-3,2,2-4/2 Tim 1,6-8.13-14/Lc 17,5-10

. Todos los textos de la liturgia de este domingo nos hablan de la fe, que es el fundamento de toda la vida cristiana. Jesús educó a sus discípulos a crecer en la fe, a creer y a confiar cada vez más en él, para construir su propia vida sobre roca. Por esto le piden: "Auméntanos la fe" (Lc 17, 6). Es una bella petición que dirigen al Señor, es la petición fundamental: no piden bienes materiales, no piden privilegios; piden la gracia de la fe, que oriente e ilumine toda la vida; piden la gracia de reconocer a Dios y poder estar en relación íntima con él, recibiendo de él todos sus dones, la valentía, el amor y la esperanza. Sin responder directamente a su petición, Jesús recurre a una imagen paradójica para expresar la increíble vitalidad de la fe. Como una palanca mueve mucho más que su propio peso, así la fe, incluso una pizca de fe es capaz de realizar cosas impensables, extraordinarias, como arrancar de raíz un árbol grande y trasplantarlo en el mar.

. La fe, fiarse de Cristo, acogerlo, dejar que nos transforme, seguirlo sin reservas, hace posibles las cosas humanamente imposibles, en cualquier realidad. Nos da testimonio de esto el profeta Habacuc en la primera lectura. Implora al Señor a partir de una situación tremenda de violencia, de iniquidad y de opresión; y precisamente en esta situación difícil y de inseguridad, el profeta introduce una visión que ofrece una parte del proyecto que Dios está trazando y realizando en la historia: "El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe" (Ha 2, 4). El impío, el que no actúa según la voluntad de Dios, confía en su propio poder, pero se apoya en una realidad frágil e inconsistente; por ello se doblará, está destinado a caer; el justo, en cambio, confía en una realidad oculta pero sólida; confía en Dios y por ello tendrá la vida.

. También el apóstol san Pablo, en la segunda lectura de hoy, habla de la fe. Invita a Timoteo a tener fe y, por medio de ella, a practicar la caridad. Exhorta al discípulo a reavivar en la fe el don de Dios que está en él por la imposición de las manos de Pablo, es decir, el don de la ordenación, recibido para desempeñar el ministerio apostólico como colaborador de Pablo. No debe dejar apagar este don; debe hacerlo cada vez más vivo por medio de la fe. Y el Apóstol añade: "Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de amor y de templanza".

. No tengamos miedo de vivir y testimoniar la fe en los diversos ambientes de la sociedad, en las múltiples situaciones de la existencia humana, ¡sobre todo en las difíciles! La fe nos da la fuerza de Dios para tener siempre confianza y valentía, para seguir adelante sin desfallecer. Fe y vida se sostienen juntas o se derrumban. Por supuesto, huir de la cruz es humano. Y tal vez también tener poca fe. Uno lo reconoce y confía en que el Señor tendrá misericordia, como la tuvo con Pedro, con la mujer pecadora...

. Santa Teresita del niño Jesús, cuya memoria celebramos el día 1 escribía en sus momentos oscuros: "Dios sabe muy bien que, aun no gozando de la alegría de la fe, procuro al menos realizar sus obras". Teresa en su "noche oscura" va aprendiendo a desprenderse de una fe "que quiere evidencias y que sólo está movida por el deseo de ver" hacia otra que "no consiste tanto en verlo todo y en atravesarlo todo, sino en amar; sobre todo, en la noche". Una fe que no se agota "por no ver" sino que, precisamente porque no ve se hace más deseosa de "ejercitarse en la bondad y en el amor". Se abandonó confiada en manos del Padre. Que así sea para todos, con la Gracia de Dios.

27 de septiembre de 2025

"Si no escuchan a Moisés y a los profetas..."

XXVI TO-C- Am 6, 1ª.4-7 / 1 Tm 6, 11-16 / Lc 16, 19-31 

. "¡Ay de los que se fían de Sión,... acostados en lechos de marfil!" (Am 6,1.4); comen, beben, cantan, se divierten y no se preocupan por los problemas de los demás. Son duras estas palabras del profeta Amós, pero nos advierten de un peligro que todos corremos. El profeta denuncia y pone ante los ojos de sus contemporáneos y de los nuestros el riesgo de apoltronarse, de la comodidad, de la mundanidad en la vida y en el corazón, de concentrarnos en nuestro bienestar. Es la misma experiencia del rico del Evangelio, vestido con ropas lujosas y banqueteando cada día en abundancia; esto era importante para él. El pobre a su puerta no era asunto suyo, no tenía que ver con él. Si las cosas, el dinero, lo mundano se convierten en el centro de la vida, nos aferran, se apoderan de nosotros, perdemos nuestra propia identidad como personas. El rico del Evangelio no tiene nombre, es simplemente "un rico". Las cosas, lo que posee, son su rostro, no tiene otro.

 

.  Podemos preguntarnos: ¿Cómo es posible que los hombres, tal vez también nosotros, caigamos en el peligro de encerrarnos, de poner nuestra seguridad en las cosas, que al final nos roban el rostro, nuestro rostro humano? Esto sucede cuando perdemos la memoria de Dios. "¡Ay de los que se fían de Sión!", decía el profeta. Si falta la memoria de Dios, todo queda rebajado, todo queda en el yo, en mi bienestar. La vida, el mundo, los demás, pierden la consistencia, ya no cuentan nada, todo se reduce a una sola dimensión: el tener. Si perdemos la memoria de Dios, también nosotros perdemos la consistencia, también nosotros nos vaciamos, perdemos nuestro rostro como el rico del Evangelio. Quien corre en pos de la nada, él mismo se convierte en nada, dice otro gran profeta, Jeremías (cf. Jr 2,5). Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, no a imagen y semejanza de las cosas, de los ídolos.

. La parábola recuerda que el problema no es tanto la abundancia material sino la indiferencia que genera cuando se convierte en "absoluta". Por esta razón, tenerlo todo puede convertirse en la mayor pobreza. La abundancia, sin un corazón agradecido empacha el alma, lleva a olvidar lo esencial, las cosas realmente importantes, ciega la mirada incapaz de descubrir la presencia del hermano necesitado, sentado en el umbral de tu casa, y, sobre todo, olvida que la prioridad es Dios ante quien responderemos de nuestros actos.

. Estamos llamados a custodiar y alimentar la memoria, la presencia de Dios en nosotros y en nuestros hermanos. La fe alimenta precisamente esta memoria, la del encuentro con Dios, que es quien siempre toma la iniciativa, que crea y salva, que nos transforma; la fe es memoria de su Palabra que inflama el corazón, de sus obras de salvación con las que nos da la vida, nos purifica, nos cura, nos alimenta. En la segunda Lectura, san Pablo, dirigiéndose a Timoteo, da algunas indicaciones que pueden marcarnos también camino: "tender a la justicia, a la piedad, a la caridad, a la paciencia, a la mansedumbre manteniendo el buen combate de la fe".  Pidamos al Señor que todos seamos hombres y mujeres que custodian y alimentan la memoria de Dios en la propia vida y la saben despertar en el corazón de los demás. Que así sea con la Gracia de Dios.

30 de agosto de 2025

"... el que se humilla será enaltecido".

XXII TO-C- Si 3, 19-21.30-31 – Hb 12,18-19.22-24ª - Lc 14, 1.7-14 - II

 

Jesús Higueras

 

La humildad no es una opción a elegir entre las muchas que nos muestra el Evangelio, sino la virtud que abre a todos los demás, la condición indispensable para entrar en el Reino de los cielos.

Podríamos decir, en primer lugar, que la humildad es la virtud de las personas inteligentes. Quien cree saberlo todo, quien siempre quiere tener razón, quien vive encerrado en su soberbia, se convierte en un ser incapaz de crecer. El orgulloso está persuadido de que nada le falta; Por eso no aprende, no se deja corregir, no escucha. En cambio, el humilde sabe que siempre puede mejorar, que hay un horizonte más allá de sus propios límites. Reconoce que la verdad no le pertenece, sino que se le regala poco a poco. Así, solo el humilde es capaz de crecer indefinidamente.

La humildad es también la virtud de los que entienden que la vida es don. No hemos escogido nacer, ni elegimos los talentos que tenemos, ni los padres, ni la tierra que nos vio crecer. Todo nos ha sido dado: la existencia, la salud, el saber, las oportunidades. Quien es humilde no se atribuye el mérito absoluto de sus logros, sino que reconoce que detrás de cada paso hay una historia de gracia, de ayuda, de manos tendidas. Esta conciencia nos libra de la vanidad y, al mismo tiempo, nos vuelve agradecidos.

Además, la humildad nos recuerda que hemos sido creados para relacionarnos con los demás y para depender en muchas cosas de otras personas. La mentalidad moderna tiende a exaltar la autonomía como ideal supremo, pero el cristiano sabe que depender de Dios y de los demás no es signo de debilidad, sino de verdad. El ser humano es criatura, no creador; hijo, no dueño absoluto. Nuestra dependencia radical de Dios no nos rebaja, sino que nos eleva, porque nos coloca en la verdad de lo que somos.

Por eso Cristo nos presenta la humildad como la única puerta de entrada en su Reino. No se trata de una estrategia para caer bien ni de un barniz de amabilidad, sino de la actitud más profunda del corazón. El humilde se abre a Dios, se deja amar, se deja perdonar, se deja salvar. El orgulloso, en cambio, cierra las puertas a la gracia porque cree que se lo merece todo y nunca aceptará los dones gratuitos que se le ofrecen.

En definitiva, la humildad es la virtud que nos mantiene en la verdad, que nos abre al amor y que nos prepara para la eternidad. Solo quien se reconoce pequeño puede acoger la grandeza del don de Dios.

 

9 de agosto de 2025

"Estad preparados"

XIX TO –C-Sab 18, 6-9-Sal 32- Heb 11, 1-2.8-19-Lc 12, 32-38

La exhortación: «¡Estad preparados!» no es una invitación a pensar en cada momento en la muerte, a pasar la vida como quien está en la puerta de casa con la maleta en la mano esperando el autobús. Significa más bien "estar en regla" "vivir honestamente" cada día; estar preparados para cualquier "inspección o control" porque actuamos correctamente. En el plano espiritual "estar preparados" significa vivir de manera que no hay que preocuparse por la muerte. Se cuenta que a la pregunta: "¿Qué harías si supieras que dentro de poco vas a morir?», dirigida a quemarropa a San Luis Gonzaga mientras jugaba con sus compañeros, el santo respondió: «¡Seguiría jugando!". La receta para disfrutar de la misma tranquilidad es vivir en gracia de Dios y en paz con uno mismo y los hermanos.

Jesús añade en el evangelio: "Tened ceñida la cintura y encendidas vuestras lámparas" y con esta expresión, Jesús nos invita a vivir en tensión amorosa: con la cintura ceñida —como quien está dispuesto a caminar, a servir, a responder con prontitud— y con la lámpara encendida —como quien no se resigna a la oscuridad, sino que vela, espera y ama con intensidad—.

 

La comodidad no forma parte del Evangelio. La vida cristiana es un camino, y por eso implica siempre un movimiento interior que requiere disciplina, voluntad, esfuerzo y perseverancia. No se trata de caer en el activismo ni de convertirnos en personas rígidas, sino de comprender que el amor verdadero se demuestra con obras. Y esas obras, a menudo, suponen superar la pereza, salir del propio círculo de intereses personales, y emplear las propias fuerzas en bien de los demás. Superar esa indolencia que adormece el alma y nos impide crecer, entregarnos, vivir con pasión, hacernos responsables de los demás y del mundo.

 

Si no vivimos la vida como un reto, como una misión que nos empuja a ensanchar el corazón cada día un poco más, seremos cómplices de una sociedad blanda, indiferente, apática. Una sociedad que evita el sacrificio, que no quiere implicarse, que huye del sufrimiento, que se protege en su espacio de confort y que se desentiende del prójimo. Una sociedad así no solo pierde vigor, sino que se vuelve incapaz de responder a los grandes desafíos de la historia.

 

Antiguamente, a esta actitud se le llamaba pereza. Hoy podríamos hablar también de comodidad espiritual: no rezar, no enfrentarse a las propias preguntas, no discernir, no implicarse en la vida del otro. Pero el Evangelio nos urge: estar en vela significa vivir despiertos, con el alma alerta, atentos a la voz de Jesús que cada día llama a nuestra puerta. Porque el Señor no se cansa de pedirnos que demos lo mejor, y ese «mejor» siempre tiene el rostro concreto de aquel que está con el que sufre, el que necesita, el que espera. Que así sea con la Gracia de Dios.

26 de julio de 2025

"Señor, enséñanos a orar..."

Jesús Higueras:

 

"En el Evangelio de mañana domingo escucharemos cómo los discípulos se acercan a Jesús y le dicen: «Señor, enséñanos a orar». Esta petición, sencilla y a la vez tan humana, nace de ver cómo Jesús se retiraba frecuentemente a orar. Algo en su manera de dirigirse al Padre les conmovía. No pedían aprender técnicas, ni fórmulas. Querían aprender a relacionarse con Dios como Jesús mismo lo hacía: con confianza, con intimidad, con profundidad.

Muchos creyentes, sin embargo, vivimos la oración como un deber o una costumbre vacía ya de contenido. «Orar me aburre», dicen algunos, como si fuera una obligación externa que hay que cumplir por tradición o por miedo al enfado divino. Pero cuando la oración se convierte en una relación personal de cariño, todo cambia. No es lo mismo recitar palabras que hablar con Alguien. Y no es lo mismo hablar con un juez lejano que con un Padre que te ama.

 

Por eso, la imagen que cada uno tiene de Dios determina profundamente su oración. Si lo vemos como un ser severo, distante o indiferente, nuestra oración será temerosa, mecánica o incluso inexistente. Pero si creemos en un Dios que nos conoce, que nos busca, que se alegra con nosotros y sufre con nosotros, entonces orar será como volver a casa. La oración no es tanto decir cosas a Dios como dejar que Él nos diga algo. Es abrir el corazón, dejarse mirar, escuchar el susurro de su presencia en medio del ruido cotidiano.

 

La fe no es solo creer en ciertas verdades, sino sobre todo confiar, caminar en la vida con Alguien. Sin esa comunicación constante, la fe se convierte en teoría, en costumbre, en memoria de algo que ya no late. Como una planta sin agua, como una llama sin oxígeno, así se apaga la fe cuando no se cultiva en la oración.

 

Jesús no enseñó a orar como un ritual, sino como un modo de vivir. El «Padre nuestro» no es una fórmula mágica, sino una forma de situarse en el mundo: como hijos que confían, que piden, que perdonan, que esperan. Por eso, cuando los discípulos le dijeron «enséñanos a orar», Jesús les estaba enseñando a vivir en la presencia de Dios, a respirar en su amor, a mirar el mundo con sus ojos.

 

Quizás hoy también nosotros podríamos volver a decir: «Señor, enséñanos a orar». No porque no sepamos rezar oraciones, sino porque anhelamos una fe viva, cálida, que nazca del encuentro íntimo con Dios. Y Él, como entonces, volverá a enseñarnos. Porque orar es, ante todo, amar".

 

19 de julio de 2025

"María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada"

XVI TO-C- Gen 18, 1-10a; Col. 1, 24-28; Lc 10, 38-42

 

. Betania es esa casa familiar en la que se recuperan las fuerzas y se experimenta el valor de la amistad. Es el lugar donde se comparten, sin miedo, los anhelos y deseos más profundos sin tener que protegerse de quienes buscaban "echarle mano". Este es el Evangelio de la amistad, donde abiertamente Jesús habla con sus amigos y amigas del querer del Padre y del camino a Jerusalén que tiene que recorrer.

 

. El texto nos muestra a Marta y María; dos mujeres distintas, dos hermanas que juntas presentan la totalidad del ser. El Señor rompe con esa idea que había en su tiempo de que las mujeres no podían estar en los primeros puestos escuchando el mensaje de los maestros; desbanca el lugar reservado para los hombres que se creían los únicos con ese privilegio. María, desde la confianza con Él, se ha atrevido a sentarse junto a Sus pies a escuchar su palabra. Simboliza nuestra dimensión contemplativa, la necesidad de encuentros profundos con Jesús. María personifica a quienes escogen vivir desde la riqueza interior.

 

. Marta nos enseña el valor de una vida de servicio, de prestar atención a las necesidades, de prepararlo todo para que los demás estén bien y pueda gozar de la llegada del amigo. Es también la mujer creyente, la que aguarda la resurrección de su hermano Lázaro. La mujer de fe profunda: "Yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo". Es un ejemplo de vida entregada. Representa a quienes optan por hacer más hermoso y humano el mundo que nos rodea. Representa a las personas íntegras, que aman ardientemente a Jesús, que se ocupan de lo que aparentemente no se percibe y están atentas a generar un buen ambiente, que acogen y son hospitalarias (como nos ha recordado el texto del Génesis en la primera lectura).

 

. María, en su silencio, nos ofrece la clave: se coloca a los pies del Maestro porque entiende que la paz interior es más importante que la eficacia exterior. En la serenidad de su alma, María enseña que la verdadera hospitalidad no consiste en servir platos con las manos inquietas, sino en abrir el corazón para acoger al Huésped que nos trae la vida eterna. La eficacia sin paz se vuelve una carga; la paz interior, en cambio, da sentido y belleza incluso a las tareas más sencillas.

 

. El Señor, rompiendo las tradiciones, proclama que contemplación, escucha de la Palabra y cotidianidad están dentro de los mismos parámetros. Nos invita a integrar, como vemos reflejado en su vida, estas dos dimensiones. Solo desde una escucha activa y fecunda es como podremos construir el Reino, servir y transmitir la misericordia encarnada de Dios Padre Madre. 

 

. Jesús no rechaza el trabajo, pero sí nos advierte de la dispersión. Marta y María no son dos actitudes opuestas o irreconciliables, sino dos dimensiones que deben integrarse: primero la escucha, después el servicio. Solo quien sabe detenerse ante Jesús podrá servir con amor y no con tensión o ansiedad. Así, nuestra vida será fecunda, no por lo que producimos, sino por la paz y el amor que entregamos. Ojalá en nuestra vida encontremos "momentos Betania" para cultivar el ser, lo profundo del corazón, la escucha… Que así sea con la Gracia de Dios.

11 de julio de 2025

"Haz tú lo mismo..."

Deut 30, 10-14 -Col. 1, 15-20 - Lc 10, 25-37  -II-

Un hereje, apartado del mundo judío, se compadece del herido que no es identificado (puede ser cualquier persona); no permanece inmóvil; no pasa de largo; "se le conmueven las entrañas"; se acerca y hace todo lo que puede: vendó las heridas, echó aceite, lo cargó sobre su cabalgadura, lo llevó a una posada, extrajo dos monedas… Así, el doctor de la ley no tiene dificultad en decir que el prójimo era "el que mostró compasión", encuentra la respuesta a su segunda pregunta: prójimo es toda persona que se acerca generoso, sin tomar en cuenta las barreras religiosas, culturales o sociales.

La parábola del buen samaritano es una historia que representa nítidamente la experiencia ética, la vivencia de compasión, el sentido de responsabilidad frente al otro que sufre y, en este sentido, es universal. Abre una nueva perspectiva para las relaciones humanas. La ética es el fundamento de la civilización. Si fallan sus principios elementales, como la dignidad, la equidad, el respeto a la libertad, a la integridad física y moral del otro… principios evangélicos recogidos prácticamente en todas las Declaraciones sobre Derechos Humanos, adviene el naufragio colectivo. La ética es fundamental y nos damos cuenta de que educar, en la familia o en la escuela, implica la transmisión de estos valores éticos, estéticos, espirituales, de hábitos y virtudes que se aprenden más por imitación que por mera transmisión de conocimientos.

 

No es una parábola hecha vida, sino una vida hecha parábola, y por eso se puede decir que el buen samaritano es un seudónimo de Jesús.  Verdaderamente Jesucristo es el prójimo de todo hombre, en cualquier situación o circunstancias humanas. Jesús está próximo a los niños, a los enfermos, a los discípulos, a los inquietos, a los poderosos, a los pobres y necesitados, a todos. La proximidad de Jesucristo al hombre forma parte del misterio de la encarnación y del nacimiento. La grandeza de la vocación cristiana está en que Jesús no nos dice: "ve y enseña tú lo mismo", sino "ve y haz tú lo mismo". Quien descubre al otro como prójimo se detiene, se deja afectar por él, se involucra, lo cuida. Actos sencillos con quienes tenemos alrededor… el amor siempre es concreto.  Santiago recordará: "La fe sin obras es una fe muerta".

 

Hoy cada uno de nosotros está llamado a "ser", como Jesús,  buen samaritano:  

 

. "Haz tú lo mismo" en tu casa: con tus seres queridos, especialmente los que más te necesitan; con tus amigos, compañeros, personas que encuentras en tu vida, con quienes te cruzas en la calle… una atención, escucha, información amable, acogida, ofreciendo misericordia, humanizando las relaciones…

. "Haz tú lo mismo y tendrás vida":  amor y vida; quien no ama permanece en la muerte. Amar es dar vida; sólo el que ama vive plenamente; no hay cristiano sin amor al prójimo. Esta es la lección de fraternidad, la aventura radical de un amor incondicional, y sin fronteras, que hoy Jesús nos enseña en la parábola del Samaritano; si quieres cumplir la ley antera, ama. Que así sea con la Gracia de Dios. 

13 de junio de 2025

"... os guiará hacia la verdad plena"

SANTÍSIMA TRINIDAD   Prov 8, 22-31-Rom 5, 1-5- Jn 16, 12-15

La fiesta de la Santísima Trinidad nos recuerda que Dios es Amor, su fuerza y su poder consiste sólo en amar. Dios se acerca a nosotros para que podamos ser nosotros mismos. Su gloria de Dios consiste en que las personas estemos llenas de vida, de esperanza, de paz y amor. La gloria de la Trinidad es que el hombre viva y, por medio de él, toda la creación adquiera sentido y cumpla su finalidad. Que sea plenamente hombre y cristiano; que no olvide que es imagen de Dios, que ha sido creado por amor y para amar; que es administrador, no dueño, de una vida que ha recibido como don; que todos somos hijos de Dios.

La Trinidad se nos revela para que cultivemos la imagen con la que estamos formados y sellados ya desde el bautismo. Creer en la Trinidad es, por lo tanto, vivirla. Abrirse a la relación, ir al encuentro del otro, buscar la comprensión, forjar la comunión. Lo dice bellamente, de nuevo, san Agustín: "Entiendes la Trinidad si vives la caridad". El amor trinitario nos habla con fuerza de la donación (generosidad plena más allá de toda posesión o consideración del otro como objeto), la comunicación (apertura, diálogo, sabiduría compartida) y la comunión (unidad sin perder la identidad), tres dimensiones que constituyen la comunidad y familia.  No solo se ponen en común lo que se dice o lo que se piensa sino lo que se ES. Este es el gran deseo que Jesús manifestó para nosotros en la Última Cena: "que sean uno...en nosotros".

Nuestra vida cristiana debe ser también comunitaria: no podemos vivir aislados de los demás. Estamos invitados a imagen de la Trinidad a construir juntos una comunidad fraterna, abierta donde podamos vivir de manera auténtica la comunión en el Amor.  Todo lo que sabemos de Dios lo sabemos a través de las obras que ha hecho por y en nosotros; y podemos resumir la obra de Dios diciendo que ha sido una obra de entrega a la humanidad: el Padre nos ha regalado a su propio Hijo, y el Padre y el Hijo nos han comunicado su mismo Amor, el gran don del Espíritu Santo.

Pongamos en todas partes el sello de la Trinidad. Sabiendo que por nuestra fe en Jesús "estamos en paz con Dios" y vivimos, aun en medio de la tribulación, "en la esperanza de la gloria que no defrauda". El Espíritu Santo, excelente comunicador, nos ayuda en este camino hacia "la verdad y el amor pleno", desde el interior de nuestro corazón.

Y en ese Amor de Dios a nosotros, de nosotros a Dios y de nosotros entre sí, se da la unión. "Que todos sean uno como Tú, Padre, estás en Mí y Yo en Ti. Sean también ellos uno en Nosotros" (Jn. 17, 21). Si amamos a Dios como Él desea ser amado por nosotros y si nos amamos entre nosotros con ese amor con que Dios nos ama, estaremos unidos a Dios para toda la eternidad. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

6 de junio de 2025

"Ven, Espíritu Santo".

VIGILIA.  Pentecostés-C- Hch 2, 1-11; 1 Cor 12, 3b-7.12-13; Jn 20, 19-23

La ausencia del Espíritu se muestra en las puertas cerradas y el miedo que paraliza. La experiencia de encuentro con el Resucitado hace que se abran dos puertas: la del corazón de los Once y la "del lugar donde se encontraban por miedo". Si primero no se abren las puertas del corazón, es imposible que se abran las puertas de la Institución, porque solo un corazón de puertas abiertas tiene la capacidad de contemplar y anunciar al Resucitado. Las puertas que se abren desde el interior, es decir, desde el encuentro con Jesús Resucitado, son puertas abiertas para el encuentro con el mundo (en clave de diálogo y fraternidad), y para el anuncio del Evangelio (en clave de reconciliación). Jesús Resucitado concede el Espíritu para que los Once puedan vivir la misión evangelizadora con la misma radicalidad y el mismo horizonte que lo vivió Él, es decir, para testimoniar que el Padre ama a la humanidad y que quiere su salvación. En consecuencia, la alegría y la renovación también son signos de la presencia del Espíritu que acompaña a la Iglesia en su misión. Ambas son el fundamento para que el anuncio y la vivencia del perdón sea real y significativo.

Pentecostés le recuerda tres cosas a la Iglesia que quiere vivir la comunión:  la necesidad de aprender a escuchar y a escucharse (cf. Hch 2,6); la necesidad de vivir y agradecer el don de la diversidad que hace fecunda y significativa la unidad (cf. 1 Cor); y a no tener miedo de abrir las puertas del corazón y de la inteligencia eclesial para salir al encuentro de la humanidad en clave de fraternidad. Es una fiesta que abre un camino, el de la Iglesia, un proceso, siempre inacabado, de vida y de santidad: "El Espíritu os iluminará". Precisamente, por lo "inacabado de nuestra existencia" podemos mejorar, dejarnos "trabajar" por el Espíritu, cambiar, crecer, acoger sus siete dones (sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios). En palabras del profeta Isaías 11, 2-4: "Sobre él reposará el Espíritu del Señor:  espíritu de sabiduría y entendimiento; espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor. Lo inspirará el temor del Señor. No juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas; juzgará a los pobres con justicia, sentenciará con rectitud a los sencillos de la tierra. Su palabra derribará al opresor, el soplo de sus labios hará morir al malvado".

En el marco del Jubileo de la Esperanza que toda la Iglesia está celebrando todos los bautizados, con la fuerza del Espíritu, estamos llamados a dar testimonio a todos los pueblos; a compartir las verdades del Evangelio, Buena Noticia, a mantener la memoria actualizada de las palabras y hechos de Jesús ("El Espíritu os recordará todo lo que yo os he dicho"); quizás no se trata de hacer mucho pero seguro que se trata de irradiar la fuerza del resucitado para hacer nuestra vida un poco más humana, transformadora, profunda, liberadora del pecado. "Como el Padre me ha enviado así os envío yo" … no vamos con nuestras fuerzas e ideas, con nuestro mensaje más o menos elaborado sino con la Fuerza del Espíritu que se nos da, don de Dios, soplo, aire, fuego, luz, calor… "Dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo".

 

Pidamos el Espíritu en los momentos de carencia, porque es entonces cuando viene, cuando se cierne sobre las aguas, sobre el vacío y lo poco claro, la muerte y el dolor, el espíritu que defiende, fortalece y ¡lleva de la vida a la vida!" Escribía San Agustín, refiriéndose al Don del Espíritu: "conservad la caridad, amad la verdad y desead la unidad para llegar a la eternidad. Amén". (Sermón 267). Que así sea con la Gracia de Dios.

24 de mayo de 2025

"Que no tiemble vuestro corazón..."

VI DE PASQUA -C-Hech15,1-2,22-29/Ap 21,10-14.22-23/Jn 14,23-29-

 

. Juan escribe en el contexto de la última cena, la despedida de Jesús, su testamento espiritual en el que nos recuerda que el centro de la fe es la relación con el padre, el Hijo y el Espíritu, de donde todo proviene y adonde todo conduce. Jesús pertenece en el corazón de cada persona. "Somos templo De Dios" y esto da un valor infinito a la persona.  "Hijas mías, que no estáis huecas", decía santa Teresa a las monjas desanimadas. Dios nos habita. No hay dignidad más grande.

 

. El Espíritu Defensor que el Señor nos promete es consuelo, fortaleza; nos recordará y ayudará a entender las palabras de Jesús. Así ha sido a lo largo de la historia, desde los inicios. La segunda lectura de los Hechos nos lo recuerda. Los discípulos se reúnen para hablar de lo que es esencial para seguir a Cristo y de lo que no lo es. Es el primer

concilio de la Iglesia en el que se subraya que lo fundamental es creer en Jesús, muerto y resucitado por nuestra salvación y amarse unos a otros, judíos y gentiles. No hay que poner más cargas que las imprescindibles. En este discernimiento comunitario que realizan, iluminados por el Espíritu Santo, entienden que no ha de poner más cargas que las indispensables. Y que todo nace de la unión íntima con Jesús, de la comunión con él y entre los hermanos. Es la fe en Jesucristo, no la sobras de la ley, la que nos salva.

 

. Jesús, en el evangelio de hoy, nos ofrece también el don de la paz. Una paz que, ante todo, es la unificación total de la persona, de la que nace la serenidad y la confianza. No es ausencia de problemas, no depende de circunstancias exteriores: es la certeza interior de saberse amado por Dios. La paz de Cristo es una paz "desarmada y desarmante" como recordó el papa León en su primer saludo al ser nombrado papa. Quien se siente amado no coacciona, no grita, no necesita usar la violencia, ni verbal, ni física ni moral para que triunfe la verdad. Porque la verdad, con qué fuerza lo recordaba san Juan Pablo II, no se impone, se propone, se entrega, se testimonia.

 

Pero la paz de Cristo no es ingenua ni ajena a la justicia. Al contrario, es fruto maduro de la justicia. Sin relaciones justas con Dios, con los demás, con nosotros mismos no puede haber una verdadera paz. Esa paz implica verdad, reparación, perdón. Y, de todas formas, la paz plena solo se dará en la plena comunión con Dios.

 

. La meta final es la Jerusalén del cielo, nos recuerda el Apocalipsis. Dios mismo, el Cordero son el templo. Y la gloria De Dios, desde lo profundo del corazón, ilumina todo, por eso no es necesario el sol ni la luna. Que podamos vivir esta comunión con Dios que nos da serenidad en todos los momentos de la vida: "Que no tiemble vuestro corazón".  Con la Gracia de Dios.