13 de junio de 2025

"... os guiará hacia la verdad plena"

SANTÍSIMA TRINIDAD   Prov 8, 22-31-Rom 5, 1-5- Jn 16, 12-15

La fiesta de la Santísima Trinidad nos recuerda que Dios es Amor, su fuerza y su poder consiste sólo en amar. Dios se acerca a nosotros para que podamos ser nosotros mismos. Su gloria de Dios consiste en que las personas estemos llenas de vida, de esperanza, de paz y amor. La gloria de la Trinidad es que el hombre viva y, por medio de él, toda la creación adquiera sentido y cumpla su finalidad. Que sea plenamente hombre y cristiano; que no olvide que es imagen de Dios, que ha sido creado por amor y para amar; que es administrador, no dueño, de una vida que ha recibido como don; que todos somos hijos de Dios.

La Trinidad se nos revela para que cultivemos la imagen con la que estamos formados y sellados ya desde el bautismo. Creer en la Trinidad es, por lo tanto, vivirla. Abrirse a la relación, ir al encuentro del otro, buscar la comprensión, forjar la comunión. Lo dice bellamente, de nuevo, san Agustín: "Entiendes la Trinidad si vives la caridad". El amor trinitario nos habla con fuerza de la donación (generosidad plena más allá de toda posesión o consideración del otro como objeto), la comunicación (apertura, diálogo, sabiduría compartida) y la comunión (unidad sin perder la identidad), tres dimensiones que constituyen la comunidad y familia.  No solo se ponen en común lo que se dice o lo que se piensa sino lo que se ES. Este es el gran deseo que Jesús manifestó para nosotros en la Última Cena: "que sean uno...en nosotros".

Nuestra vida cristiana debe ser también comunitaria: no podemos vivir aislados de los demás. Estamos invitados a imagen de la Trinidad a construir juntos una comunidad fraterna, abierta donde podamos vivir de manera auténtica la comunión en el Amor.  Todo lo que sabemos de Dios lo sabemos a través de las obras que ha hecho por y en nosotros; y podemos resumir la obra de Dios diciendo que ha sido una obra de entrega a la humanidad: el Padre nos ha regalado a su propio Hijo, y el Padre y el Hijo nos han comunicado su mismo Amor, el gran don del Espíritu Santo.

Pongamos en todas partes el sello de la Trinidad. Sabiendo que por nuestra fe en Jesús "estamos en paz con Dios" y vivimos, aun en medio de la tribulación, "en la esperanza de la gloria que no defrauda". El Espíritu Santo, excelente comunicador, nos ayuda en este camino hacia "la verdad y el amor pleno", desde el interior de nuestro corazón.

Y en ese Amor de Dios a nosotros, de nosotros a Dios y de nosotros entre sí, se da la unión. "Que todos sean uno como Tú, Padre, estás en Mí y Yo en Ti. Sean también ellos uno en Nosotros" (Jn. 17, 21). Si amamos a Dios como Él desea ser amado por nosotros y si nos amamos entre nosotros con ese amor con que Dios nos ama, estaremos unidos a Dios para toda la eternidad. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

6 de junio de 2025

"Ven, Espíritu Santo".

VIGILIA.  Pentecostés-C- Hch 2, 1-11; 1 Cor 12, 3b-7.12-13; Jn 20, 19-23

La ausencia del Espíritu se muestra en las puertas cerradas y el miedo que paraliza. La experiencia de encuentro con el Resucitado hace que se abran dos puertas: la del corazón de los Once y la "del lugar donde se encontraban por miedo". Si primero no se abren las puertas del corazón, es imposible que se abran las puertas de la Institución, porque solo un corazón de puertas abiertas tiene la capacidad de contemplar y anunciar al Resucitado. Las puertas que se abren desde el interior, es decir, desde el encuentro con Jesús Resucitado, son puertas abiertas para el encuentro con el mundo (en clave de diálogo y fraternidad), y para el anuncio del Evangelio (en clave de reconciliación). Jesús Resucitado concede el Espíritu para que los Once puedan vivir la misión evangelizadora con la misma radicalidad y el mismo horizonte que lo vivió Él, es decir, para testimoniar que el Padre ama a la humanidad y que quiere su salvación. En consecuencia, la alegría y la renovación también son signos de la presencia del Espíritu que acompaña a la Iglesia en su misión. Ambas son el fundamento para que el anuncio y la vivencia del perdón sea real y significativo.

Pentecostés le recuerda tres cosas a la Iglesia que quiere vivir la comunión:  la necesidad de aprender a escuchar y a escucharse (cf. Hch 2,6); la necesidad de vivir y agradecer el don de la diversidad que hace fecunda y significativa la unidad (cf. 1 Cor); y a no tener miedo de abrir las puertas del corazón y de la inteligencia eclesial para salir al encuentro de la humanidad en clave de fraternidad. Es una fiesta que abre un camino, el de la Iglesia, un proceso, siempre inacabado, de vida y de santidad: "El Espíritu os iluminará". Precisamente, por lo "inacabado de nuestra existencia" podemos mejorar, dejarnos "trabajar" por el Espíritu, cambiar, crecer, acoger sus siete dones (sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios). En palabras del profeta Isaías 11, 2-4: "Sobre él reposará el Espíritu del Señor:  espíritu de sabiduría y entendimiento; espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor. Lo inspirará el temor del Señor. No juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas; juzgará a los pobres con justicia, sentenciará con rectitud a los sencillos de la tierra. Su palabra derribará al opresor, el soplo de sus labios hará morir al malvado".

En el marco del Jubileo de la Esperanza que toda la Iglesia está celebrando todos los bautizados, con la fuerza del Espíritu, estamos llamados a dar testimonio a todos los pueblos; a compartir las verdades del Evangelio, Buena Noticia, a mantener la memoria actualizada de las palabras y hechos de Jesús ("El Espíritu os recordará todo lo que yo os he dicho"); quizás no se trata de hacer mucho pero seguro que se trata de irradiar la fuerza del resucitado para hacer nuestra vida un poco más humana, transformadora, profunda, liberadora del pecado. "Como el Padre me ha enviado así os envío yo" … no vamos con nuestras fuerzas e ideas, con nuestro mensaje más o menos elaborado sino con la Fuerza del Espíritu que se nos da, don de Dios, soplo, aire, fuego, luz, calor… "Dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo".

 

Pidamos el Espíritu en los momentos de carencia, porque es entonces cuando viene, cuando se cierne sobre las aguas, sobre el vacío y lo poco claro, la muerte y el dolor, el espíritu que defiende, fortalece y ¡lleva de la vida a la vida!" Escribía San Agustín, refiriéndose al Don del Espíritu: "conservad la caridad, amad la verdad y desead la unidad para llegar a la eternidad. Amén". (Sermón 267). Que así sea con la Gracia de Dios.

24 de mayo de 2025

"Que no tiemble vuestro corazón..."

VI DE PASQUA -C-Hech15,1-2,22-29/Ap 21,10-14.22-23/Jn 14,23-29-

 

. Juan escribe en el contexto de la última cena, la despedida de Jesús, su testamento espiritual en el que nos recuerda que el centro de la fe es la relación con el padre, el Hijo y el Espíritu, de donde todo proviene y adonde todo conduce. Jesús pertenece en el corazón de cada persona. "Somos templo De Dios" y esto da un valor infinito a la persona.  "Hijas mías, que no estáis huecas", decía santa Teresa a las monjas desanimadas. Dios nos habita. No hay dignidad más grande.

 

. El Espíritu Defensor que el Señor nos promete es consuelo, fortaleza; nos recordará y ayudará a entender las palabras de Jesús. Así ha sido a lo largo de la historia, desde los inicios. La segunda lectura de los Hechos nos lo recuerda. Los discípulos se reúnen para hablar de lo que es esencial para seguir a Cristo y de lo que no lo es. Es el primer

concilio de la Iglesia en el que se subraya que lo fundamental es creer en Jesús, muerto y resucitado por nuestra salvación y amarse unos a otros, judíos y gentiles. No hay que poner más cargas que las imprescindibles. En este discernimiento comunitario que realizan, iluminados por el Espíritu Santo, entienden que no ha de poner más cargas que las indispensables. Y que todo nace de la unión íntima con Jesús, de la comunión con él y entre los hermanos. Es la fe en Jesucristo, no la sobras de la ley, la que nos salva.

 

. Jesús, en el evangelio de hoy, nos ofrece también el don de la paz. Una paz que, ante todo, es la unificación total de la persona, de la que nace la serenidad y la confianza. No es ausencia de problemas, no depende de circunstancias exteriores: es la certeza interior de saberse amado por Dios. La paz de Cristo es una paz "desarmada y desarmante" como recordó el papa León en su primer saludo al ser nombrado papa. Quien se siente amado no coacciona, no grita, no necesita usar la violencia, ni verbal, ni física ni moral para que triunfe la verdad. Porque la verdad, con qué fuerza lo recordaba san Juan Pablo II, no se impone, se propone, se entrega, se testimonia.

 

Pero la paz de Cristo no es ingenua ni ajena a la justicia. Al contrario, es fruto maduro de la justicia. Sin relaciones justas con Dios, con los demás, con nosotros mismos no puede haber una verdadera paz. Esa paz implica verdad, reparación, perdón. Y, de todas formas, la paz plena solo se dará en la plena comunión con Dios.

 

. La meta final es la Jerusalén del cielo, nos recuerda el Apocalipsis. Dios mismo, el Cordero son el templo. Y la gloria De Dios, desde lo profundo del corazón, ilumina todo, por eso no es necesario el sol ni la luna. Que podamos vivir esta comunión con Dios que nos da serenidad en todos los momentos de la vida: "Que no tiemble vuestro corazón".  Con la Gracia de Dios.

17 de mayo de 2025

"... como yo os he amado"

V Pascua - Hch 14, 2b-27/Ao 21, 1-5a/Jn 13, 31-33a.34-35

«Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado»

El amor verdadero comienza por respetar la libertad del otro, incluso cuando no la entendemos o no la compartimos. Amar es no aplastar al otro con nuestras razones, sino honrar su misterio

P. Jesús Higueras

 

No se trata de un consejo, ni de una opción recomendable para quienes quieran vivir la fe con más profundidad. Es un mandamiento: un imperativo que nace del corazón de Cristo y que condensa el Evangelio entero. La novedad no está solo en el verbo amar, sino en el modo: «como Yo os he amado». Jesús no se limita a pedirnos que amemos desde nuestra medida, con nuestros esfuerzos, según nuestras condiciones.

Nos invita a mirar su vida, a contemplar su corazón, y a aprender de Él la forma del amor. Porque amar como Cristo amó es un don del Espíritu Santo, no un sentimiento vago o un ideal imposible. Tiene unas características únicas que se podrían resumir en cuatro rasgos fundamentales.

Primero, el respeto. Cristo nunca invade el alma de nadie. No manipula, no fuerza, no violenta. Se acerca a cada persona reconociendo su dignidad, incluso en los pecadores. El amor verdadero comienza por respetar la libertad del otro, incluso cuando no la entendemos o no la compartimos. Amar es no aplastar al otro con nuestras razones, sino honrar su misterio

Segundo, la escucha y la comprensión. Jesús sabe detenerse ante cada persona, mirarla a los ojos y acogerla tal como es. No impone un discurso, sino que acoge las heridas, los miedos, las búsquedas. Amar como Él amó es aprender a escuchar de verdad, sin juicios ni prisas, y buscar comprender más que tener razón. Es un amor que se hace atención.

Tercero, el perdón. No hay amor verdadero sin la capacidad de perdonar. Y no se trata de ignorar el mal, sino de cargarlo y redimirlo. Cristo nos amó perdonando incluso en la cruz. Nos invita a liberarnos del rencor, a no dejar que el pasado determine nuestros vínculos. El perdón no niega la herida, pero impide que se convierta en cárcel.

Cuarto, la capacidad de sufrir por el amado. El amor de Cristo no fue cómodo. Fue entrega hasta el extremo. Amar de verdad implica estar dispuesto a sufrir por el otro, a renunciar a uno mismo, a ofrecer la vida. Es lo contrario del egoísmo. Es dar la vida por quienes amamos, como Él la dio por nosotros.

9 de mayo de 2025

"Yo soy el Buen Pastor"

. IV DOMINGO PASCUA -C- Hch 14,21-27/Ap 21,1-5/Jn 13,31-35 

 

El pasado jueves, día 8, era elegido Sumo Pontífice, el número 267 de la historia, León XIV. En sus primeras palabras de saludo desde la Logia de San Pedro dijo:

"La paz sea con todos ustedes. Queridos hermanos y hermanas, este es el primer saludo de Cristo Resucitado, el buen pastor que dio la vida por el rebaño de Dios. También yo deseo que este saludo de paz entre en sus corazones, llegue a sus familias, a todas las personas, estén donde estén, a todos los pueblos, a toda la tierra. ¡La paz sea con ustedes! Esta paz es la de Cristo Resucitado: una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios, un Dios que nos ama a todos incondicionalmente…". Y recordando al papa Francisco, continuó: "¡Dios nos quiere, Dios los ama a todos y el mal no prevalecerá! Estamos todos en las manos de Dios. Por tanto, sin miedo, unidos de la mano con Dios y entre nosotros sigamos adelante. Somos discípulos de Cristo. Cristo va delante de nosotros. El mundo necesita su luz…"

 

Esta Luz es el Señor que hoy se nos presenta como Buen Pastor que da la vida por cada uno de nosotros y nos dice: "Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen". Tres verbos: escuchar, conocer, seguir.

. Escuchar. La iniciativa viene siempre del Señor; todo parte de su gracia: es Él que nos llama a la comunión con Él. Pero esta comunión nace si nosotros nos abrimos a la escucha; si permanecemos sordos no nos puede dar esta comunión. Abrirse a la escucha porque escuchar significa disponibilidad, docilidad, tiempo dedicado al diálogo. Y esto no es fácil.  Nos cuesta mucho la escucha cordial de los demás, dedicarles tiempo, no interrumpir, ponernos en el lugar del otro, mantener una actitud de respeto y educación, no alzar la voz. Quien escucha al Señor sabe escuchar también a los demás con un corazón abierto, sin juzgar.

 

. Conocer. Escuchar a Jesús es el camino para descubrir que Él nos conoce y esto no significa solo que sabe muchas cosas sobre nosotros: conocer en sentido bíblico quiere decir también amar, desear el bien de la persona, sentir afecto por ella. Y esto significa que el Señor, mientras "nos lee dentro", nos quiere, no nos condena. Si le escuchamos, descubrimos esto, que el Señor nos ama. Y cuando sentimos su amor la relación con Él ya no será impersonal sino cálida y agradecida amistad, intimidad. Estando con el buen pastor se vive la experiencia de la que habla el Salmo: "Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo" (Sal 23,4).

. Seguir. El tercer verbo. Las ovejas que escuchan y saben que son conocidas y amadas siguen al Señor, que es su pastor. Y quien sigue a Cristo, va donde va Él, por el mismo camino, en la misma dirección. Va a buscar a quien está perdido, se interesa por quien está lejos, se toma en serio las situaciones de quien sufre, sabe llorar con quien llora, tiende la mano al prójimo, se lo carga sobre los hombros.

Terminaba el papa León XIV: "Soy hijo de san Agustín, agustino, quien dijo: "Con ustedes soy cristiano, para ustedes soy obispo". En este sentido, todos podemos caminar juntos hacia la patria que Dios nos ha preparado…. Debemos buscar juntos cómo ser un Iglesia Misionera, una Iglesia que construye puentes, el diálogo, siempre abierta a recibir, como esta plaza con los brazos abiertos. A todos, todos los que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, el diálogo y el amor". Como Jesús, Buen Pastor.

Que así sea con la Gracia de Dios. 

2 de mayo de 2025

"Es el Señor"

III DOMIN. DE PASCUA -C- Hch 5,27-32.40-41/Ap 5, 11-14/Jn 21, 1-19

. En la Primera Lectura llama la atención la fuerza de Pedro y los demás Apóstoles. Al mandato de permanecer en silencio, de no seguir enseñando en el nombre de Jesús, de no anunciar más su mensaje, ellos responden claramente: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Y no los detiene ni siquiera el ser azotados, ultrajados y encarcelados. Pedro y los Apóstoles eran personas sencillas que anuncian con audacia aquello que han recibido, el Evangelio de Jesús. Como ellos, también nosotros estamos llamados e invitados a llevar la Palabra de Dios a nuestros ambientes de vida.  La fe nace de la escucha, y se refuerza con el anuncio. Esta historia de la primera comunidad cristiana nos recuerda algo importante, válida para la Iglesia de todos los tiempos, también para nosotros: cuando una persona conoce verdaderamente a Jesucristo y cree en Él, experimenta su presencia en la vida y la fuerza de su Resurrección, no puede dejar de comunicar esta experiencia. Y si esta persona encuentra incomprensiones o adversidades, responde como Jesús en su Pasión:  con el amor y la fuerza de la verdad.

. Es verdad que el testimonio de la fe tiene muchas formas, como en un gran mural hay variedad de colores y de matices; pero todos son importantes, incluso los que no destacan. En el gran designio de Dios, cada detalle es importante, también el pequeño y humilde testimonio tuyo y mío, también ese escondido de quien vive con sencillez su fe en lo cotidiano de las relaciones de familia, de trabajo, de amistad. Hay santos del cada día, los santos de la vida ordinaria.  San Francisco de Asís aconsejaba a sus hermanos: predicad el Evangelio y, si fuese necesario, también con las palabras. Predicar con la vida: el testimonio. La incoherencia de los fieles y los Pastores entre lo que dicen y lo que hacen, entre la palabra y el modo de vivir, mina la credibilidad de la Iglesia.

. Pero todo esto solamente es posible si reconocemos a Jesucristo, porque es él quien nos ha llamado, nos ha invitado a recorrer su camino, nos ha elegido. Anunciar y dar testimonio es posible únicamente si estamos junto a él, justamente como Pedro, Juan y los otros discípulos estaban en torno a Jesús resucitado, como dice el pasaje del Evangelio de hoy. Hay una cercanía cotidiana con él, y ellos saben muy bien quién es, lo conocen. El Evangelista subraya que "ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor" (Jn 21,12). Y esto es un punto importante para nosotros: vivir una relación intensa con Jesús, una intimidad de diálogo y de vida, de tal manera que lo reconozcamos como "el Señor".

. El pasaje del Apocalipsis que hemos escuchado nos habla de la adoración: miríadas de ángeles, todas las creaturas, los vivientes, los ancianos, se postran en adoración ante el Trono de Dios y el Cordero inmolado, que es Cristo, a quien se debe alabanza, honor y gloria (cf. Ap 5,11-14). Adorar a Dios significa aprender a estar con él, a pararse a dialogar con él, sintiendo que su presencia es la más verdadera, la más buena, la más importante de todas. Adorar al Señor quiere decir darle a él el lugar que le corresponde; adorar al Señor quiere decir que estamos convencidos ante él de que es el único Dios, el Dios de nuestra vida, el Dios de nuestra historia. Adorar es despojarse de nuestros ídolos, también de esos más recónditos, y escoger al Señor como centro, como vía maestra de nuestra vida. Que así sea con la Gracia de Dios.

25 de abril de 2025

"Señor mío y Dios mío"

II PASCUA-DIVINA MISERICORDIA-C- Hch 5,12-16/Ap 1, 9-11.17-19/Jn 20, 19-31

. En el Jubileo del año 2000, san Juan Pablo II estableció que este domingo estaría dedicado a la Divina Misericordia. Fue una bonita intuición: el Espíritu Santo le inspiró. Este domingo nos invita a retomar con fuerza la gracia que viene de la misericordia de Dios. El Evangelio de hoy es la narración de la aparición de Cristo resucitado a los discípulos reunidos en el cenáculo (cf. Juan 20, 19-31). Escribe san Juan que Jesús, después de haber saludado a sus discípulos, les dijo: «Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados» (vv. 21-23). He aquí el sentido de la misericordia que se presenta precisamente en el día de la resurrección de Jesús como perdón de los pecados. Jesús resucitado, ha transmitido a su Iglesia, como primera misión, su propia misión de llevar a todos el anuncio concreto del perdón. Este es el primer deber: anunciar el perdón. Este signo visible de su misericordia lleva consigo la paz del corazón y la alegría del encuentro renovado con el Señor.

. En este domingo quiero recordar algunas de las palabras del papa Francisco fallecido el pasado lunes de Pascua. En su primer Ángelus como papa: "Recuerdo que apenas era obispo, en 1992, llegó (la imagen) de Nuestra Señora de Fátima a Buenos Aires y se celebró una gran misa para los enfermos. Fui a confesar en aquella misa. Y casi al final, me levanté, porque debía administrar una confirmación. Pero vino una anciana, humilde, muy humilde, octogenaria. La vi y le dije: "Abuela -porque así le decimos a las personas ancianas: abuela-, ¿quiere confesarse?". "Sí", me dijo. "Pero si usted no ha pecado ..". Y ella dijo: "Todos tenemos pecados...". "Pero tal vez el Señor no la perdona...". "El Señor perdona todo", me dijo. "¿Segura? ¿Pero cómo lo sabe usted, señora?". "Si el Señor no perdona todo, el mundo no existiría." Sentí ganas de preguntarle: "Dígame, señora, ¿usted estudió en la Gregoriana?", porque esa es la sabiduría que da el Espíritu Santo: la sabiduría interior ante la misericordia de Dios. Dios no se cansa de perdonar nunca, pero nosotros, a veces, nos cansamos de pedir perdón y ser misericordiosos". Una lección de vida para no olvidar: La misericordia cambia el mundo, lo hace menos frío y más justo, pone un límite al mal; abre las puertas porque no tiene miedo a la fragilidad.

 

. Volvamos a los discípulos. Habían abandonado al Señor durante la Pasión y se sentían culpables. Pero Jesús, cuando fue a encontrarse con ellos, no les dio largos sermones. Sabía que estaban heridos por dentro, y les mostró sus propias llagas. Tomás pudo tocarlas y descubrió lo que Jesús había sufrido por él, que lo había abandonado. En esas heridas tocó con sus propias manos la cercanía amorosa de Dios. Tomás, que había llegado tarde, cuando abrazó la misericordia superó a los otros discípulos; no creyó sólo en su resurrección, sino también en el amor infinito de Dios. E hizo la confesión de fe más sencilla y hermosa: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28). Así se realiza la resurrección del discípulo, cuando su humanidad frágil y herida entra en la de Jesús. Allí se disipan las dudas, allí Dios se convierte en mi Dios, allí volvemos a aceptarnos a nosotros mismos y a amar la propia vida.

. La misericordia nos hace comprender que la violencia, el rencor, la venganza no tienen ningún sentido y la primera víctima es quien vive de estos sentimientos, porque se priva de su propia dignidad. La misericordia también abre la puerta del corazón y permite expresar la cercanía sobre todo hacia aquellos que están solos y marginados, porque les hace sentirse hermanos e hijos de un solo Padre. Favorece el reconocimiento de cuantos tienen necesidad de consuelo y hace encontrar palabras adecuadas para dar consuelo, para sentirse amado: "Solo se puede mirar a una persona "desde arriba" si es para ayudarle a levantarse".

. "Señor mío y Dios mío", dijo Tomás. "Jesús en Ti confío", repetía Santa Faustina Kowalska. Que así sea con la Gracia de Dios.

21 de febrero de 2025

"Con la medida que midiereis se os medirá..."

VII TO -C- 1 Sam 26,2.7-9.12-13/1Cor 15,45-49/Lc 6,27-38

 

"Amar a los enemigos, no juzgar, no condenar, perdonar" son algunas de las enseñanzas más difíciles que nos dejó Jesús que "no devolvió mal por mal, que puso la otra mejilla, que perdonó y oró" por quienes le ejecutaron en la cruz. Estas actitudes y decisiones implican dejar atrás todo sentimiento de venganza, de odio, de maldición y condena… y esto no es nada fácil. "Por naturaleza" tendemos a protegernos y a responder al daño sufrido sea físico o moral; nos sale como impulso "espontánea". Sin embargo, sabemos también que es posible reaccionar de un modo diferente porque nuestras decisiones no están marcadas solo por los sentimientos, primera fuerza instintiva, sino también por la razón.

Jesús enseñó, con su palabra y sus acciones, a no devolver mal por mal, a no buscar venganza, a responder al mal con la fuerza del bien, a ser misericordiosos y esto se traduce en actos concretos de bondad también hacia aquellos que nos tratan mal. "Si tu enemigo tiene hambre dale de comer; si tiene sed, dale de beber" escribe san Pablo (Rom 12, 20). Esta fuerza para amar a quien no nos ama, para rezar por nuestro enemigo nos viene del cultivo de nuestra interioridad, del corazón y también de la fuerza del Espíritu que sostiene nuestra debilidad.

"Poner la otra mejilla", "amar al enemigo" … no es el repliegue del perdedor, del derrotado sino la acción de quien tiene una fuerza interior más grande; de quien ha comprendido que solo el bien puede vencer la espiral del mal y abrir una brecha en el corazón del enemigo desenmascarando lo absurdo de su violencia y de su odio; de quien ha experimentado y sabe que el amor verdadero no depende solo de sentimientos sino de la decisión consciente de desear y querer el bien del otro. En estas actitudes hay una extraordinaria grandeza humana y moral, un amor que transforma no solo a quien lo recibe sino a quien lo ofrece.

El papa Francisco, cuenta esta experiencia real:

"Hace algún tiempo tuve la oportunidad de dialogar con dos testigos excepcionales de la esperanza, dos padres: uno israelí, Rami, y otro palestino, Bassam. Ambos han perdido a sus hijas en el conflicto que ensangrienta Tierra Santa desde hace ya demasiadas décadas. Pero, sin embargo, en nombre de su dolor, del sufrimiento que sintieron por la muerte de sus dos pequeñas hijas -Smadar y Abir- se han convertido en amigos, más aún, en hermanos: viven el perdón y la reconciliación como un gesto concreto, profético y auténtico. Conocerlos me dio tanta, tanta esperanza. Su amistad y fraternidad me enseñaron que el odio, concretamente, puede no tener la última palabra. La reconciliación que experimentan como individuos, profecía de una reconciliación mayor y más amplia, es un signo invencible de esperanza".

 

Rezar por quien nos ha tratado mal; la oración, es lo primero para transformar el mal en bien porque purifica el corazón con la Gracia y Presencia del Espíritu. "Con la medida que midiereis se os medirá también a vosotros".

Que así sea con la Gracia de Dios.

14 de febrero de 2025

"Felices..."

DOMINGO VI TO -C- Jer 17,5-8/ Cor 15,12.16-30/Lc 6,17-26 - II

 

La Palabra de Dios de este domingo nos presenta dos caminos: el de la confianza en Dios, que conduce a la bienaventuranza, y el de la confianza solo en el hombre, que conduce a la malaventuranza. Lo anticipan el profeta Isaías y el Salmo 1: quien confía en el Señor es como un árbol plantado junto a la corriente o junto a la acequia, está frondoso y produce buen fruto. Lucas, mucho más radical que Mateo, ofrece al hombre dos opciones que conducen a la felicidad o a la infelicidad Todos buscamos ser felices, dichosos y bienaventurados, pero, en ocasiones, nos cuesta confiar en las palabras de Jesús que nos señala el auténtico camino de la felicidad. Buscamos y preferimos "otras seguridades" más tangibles, materiales.

 

Jesús invierte el orden de valores de este mundo, lo pone todo al revés. Por eso su mensaje es revolucionario y universal. Un "gentío" (no solo judíos) lo escuchó en el llano, subrayando el carácter universal y marcadamente social del mensaje. Jesús nos muestra "su camino" hacia la felicidad. Muchas veces se ha querido deformar u ocultar la exigencia radical del Evangelio. Pero sus palabras son claras, no hay duda de que el que quiera seguirle tiene que estar dispuesto a vivir de otra manera, pero tiene la seguridad de que va a ser feliz. La razón de la bienaventuranza no es "la situación actual" claramente rechazable (llanto, hambre, incomprensión, persecución…) sino la "nueva condición" que recibimos de Dios como un "don": "serán consolados", "heredarán la tierra", "serán saciados", "serán perdonados", "serán llamados hijos de Dios"...  se han mantenido fieles frente a quienes han "preferido" "el consuelo del mundo" (alabanza, éxito, poder…)."Ay de vosotros", dice Lucas.

 

Bienaventurado es "el que está en condición de gracia" y que avanza en la amistad de Dios. Las Bienaventuranzas iluminan las acciones de la vida cristiana y revelan que la presencia de Dios en nosotros nos hace verdaderamente felices, aunque en ocasiones, Dios elige caminos difíciles de comprender: el de nuestros propios límites y derrotas, pero es allí donde manifiesta la fuerza de su salvación y nos concede la verdadera alegría. La experiencia humana nos muestra que el que va por el camino del bien sabe a dónde va; los que emprenden el camino de la vida por las vías del mal saben por dónde empiezan, pero no por dónde acabarán. Los clásicos dirían: se trata de elegir entre "el mundo y Dios" (elección de criterios, estilos, acciones…) y, en esa decisión, se configura o desfigura nuestro "rostro de discípulos". El instante es una gota de eternidad… y podemos elegir.  

 

Claro que las bienaventuranzas proponen un ideal de vida que, como todo ideal, es inalcanzable en su totalidad. En la medida en que seamos capaces de "vivirlas" estaremos más cerca de Dios. No debemos desanimarnos si nunca llegamos a la perfección que este ideal sugiere. San Pablo en la segunda lectura nos recuerda la esencia de nuestra fe: la resurrección de Cristo y ello significa que nuestra confianza en Dios no es solo para esta vida sino para la eternidad. No estamos llamados a vivir solo para el presente sino a vivir intensamente el presente con la certeza de que Dios nos ha preparado una vida plena en Él. Que así sea con la Gracia de Dios.

6 de febrero de 2025

"Rema mar adentro..."

V DOMINGO TO –C-   Is 6,1-2a.3-8/1 Cor 15,1-11/Lc 5,1 - II

La liturgia de este quinto domingo del tiempo ordinario nos presenta el tema de la llamada divina. En una visión majestuosa, Isaías se encuentra en presencia del Señor tres veces Santo y lo invade un gran temor y el sentimiento profundo de su propia indignidad. Pero un serafín purifica sus labios con un ascua y borra su pecado, y él, sintiéndose preparado para responder a la llamada, exclama: "Heme aquí, Señor, envíame" (cf. Is 6, 1-2.3-8).

La misma sucesión de sentimientos está presente en el episodio de la pesca milagrosa, de la que nos habla el pasaje evangélico de hoy. Invitados por Jesús a echar las redes, a pesar de una noche infructuosa, Simón Pedro y los demás discípulos, fiándose de su palabra, obtienen una pesca sobreabundante. Ante tal prodigio, Simón Pedro no se echa al cuello de Jesús para expresar la alegría de aquella pesca inesperada, sino que, como explica el evangelista san Lucas, se arroja a sus pies diciendo: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador". Jesús, entonces, le asegura: "No temas. Desde ahora serás pescador de hombres" (cf. Lc 5, 10); y él, dejándolo todo, lo sigue.

También san Pablo, recordando que había sido perseguidor de la Iglesia, se declara indigno de ser llamado apóstol, pero reconoce que la gracia de Dios ha hecho en él maravillas y, a pesar de sus limitaciones, le ha encomendado la tarea y el honor de predicar el Evangelio (cf. 1 Co 15, 8-10).

En estas tres experiencias vemos cómo el encuentro auténtico con Dios lleva al hombre a reconocer su pobreza e insuficiencia, sus limitaciones y su pecado. Pero, a pesar de esta fragilidad, el Señor, rico en misericordia y en perdón, transforma la vida del hombre y lo llama a seguirlo. La humildad de la que dan testimonio Isaías, Pedro y Pablo invita a los que han recibido el don de la vocación divina a no concentrarse en sus propias limitaciones, sino a tener la mirada fija en el Señor y en su sorprendente misericordia, para convertir el corazón, y seguir "dejándolo todo" por él con alegría. De hecho, Dios no mira lo que es importante para el hombre: "El hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón" (1 S 16, 7), y a los hombres pobres y débiles, pero con fe en él, los vuelve apóstoles y heraldos intrépidos de la salvación.

Jesús, con su palabra y sus gestos/milagros ofrece un "todavía hay salvación, todavía puedes vivir en paz y confianza porque hay Alguien que te sostiene y sostiene al mundo. Todavía puedes unirte a esta hermosa propuesta". Una propuesta que, como hemos escuchado en el relato, se hace desde la cercanía a las personas en la vida ordinaria. Jesús nos transmite un Dios, una Palabra que late en nuestras alegrías, anhelos, frustraciones, en las noches de tempestad y en los días de calma y sol radiante. Ahí nos espera, como esperó a Simón y ahí nos pide confianza en su Palabra. Pedro era experto pescador, sabía de redes pero no se opone a las paradójicas indicaciones de Jesús y le contesta ya desde la fe: "Maestro, en tu Palabra echaré las redes" y logra llenar dos barcas.

La experiencia de Pedro, ciertamente singular, también es representativa de la llamada de todos nosotros que jamás debemos desanimarnos al anunciar a Cristo hasta los confines del mundo.  La vocación es obra de Dios. El hombre no es autor de su propia vocación, sino que da respuesta a la propuesta divina; y la debilidad humana no debe causar miedo si Dios llama. Es necesario tener confianza en su fuerza que actúa precisamente en nuestra pobreza; es necesario confiar cada vez más en el poder de su misericordia, que transforma y renueva.  Que los fracasos y las dificultades no induzcan al desánimo: a nosotros nos corresponde echar las redes con fe, el Señor hace el resto. Que así sea con la Gracia de Dios.


1 de febrero de 2025

2025. PRESENTACIÓN DEL SEÑOR – Mal 3, 1- 4; Hb 2, 14-18; Lucas 2, 22-40

Comparto tres pensamientos en la fiesta de hoy, siguiendo al papa Benedicto XVI:

 

. El primero: la Luz, símbolo fundamental que, partiendo de Cristo, se irradia sobre María y José, sobre Simeón y Ana y, a través de ellos, sobre todos. Los Padres de la Iglesia relacionaron esta irradiación con el camino espiritual, el amor por la belleza divina, el reflejo de la bondad de Dios. La Luz emana de Cristo y nosotros nos dejamos envolver de esa luz para transformar nuestras vidas e iluminar a nuestros hermanos. En el encuentro entre el anciano Simeón y María, joven madre, el Antiguo y el Nuevo Testamento se unen de modo admirable en acción de gracias por el don de la Luz, que ha brillado en las tinieblas y les ha impedido que dominen: "Cristo Señor, luz para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo Israel" (cf. Lc 2, 32).

 

. En segundo: el don del Espíritu Santo. Simeón y Ana, contemplan al Niño Jesús, vislumbran su destino de muerte y de resurrección para la salvación de todas las naciones y anuncian este misterio como salvación universal. Lucas destaca más de una vez que eran conducidos por el Espíritu Santo. De Simeón afirma que era un hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel, y que "el Espíritu Santo estaba con él"; dice que "el Espíritu Santo le había revelado" que antes de morir vería al Cristo, al Mesías; y por último que fue al Templo "impulsado por el Espíritu". De Ana dice luego que era una "profetisa", es decir, inspirada por Dios; y que estaba siempre en el Templo "sirviendo a Dios con ayunos y oraciones". Estos dos ancianos están llenos de vida porque están animados por el Espíritu Santo, dóciles a su acción, sensibles a sus peticiones… Como ellos, estamos llamados a vivir la primacía de Dios en las diferentes circunstancias de la vida.

 

. En tercer lugar: la sabiduría de Simeón y Ana. La sabiduría de una vida dedicada totalmente a la búsqueda del rostro de Dios, de sus signos, de su voluntad; una vida dedicada a la escucha y al anuncio de su Palabra. ¡Toda sabiduría de vida nace de la Palabra del Señor!  Lucas subraya que la Virgen y san José que querían cumplir lo que estaba prescrito por la Ley del Señor. Se entiende, casi se percibe, que los padres de Jesús tienen la alegría de observar los preceptos de Dios, la alegría de caminar en la Ley del Señor. Esto no es un hecho exterior, no es para sentirse bien. Es un deseo fuerte, profundo, lleno de alegría: "Tu ley será mi delicia (dice el Salmo 119, 14.77).

 

Luz, Espíritu, Sabiduría para entender que, en palabras de Simeón, Jesús "será un signo de contradicción", provocará reacciones diferentes y así quedará de manifiesto lo que sucede en el corazón humano. Es el misterio de la libertad personal por la que cada uno se posiciona ante la santidad, las enseñanzas, la luz, el bien o el mal. Jesús fue perseguido en su tiempo y sigue siéndolo por quienes lo consideran una "amenaza" que interfiere en su modo de vida o sus intereses. Vivimos marcados por una pluralidad radical, por una progresiva marginación de la religión de la esfera pública, por un relativismo que afecta a los valores fundamentales. Esto exige que nuestro testimonio cristiano sea luminoso y coherente y que nuestro esfuerzo educativo sea cada vez más atento y generoso para mostrar el "esplendor de la verdad y la belleza" y conducir a las personas hacia la "vida buena del Evangelio". Nos toca ser testigos de esta verdad que creemos en un mundo que nos rodea de cierta oscuridad e increencia. Aquí estamos llamados a vivir el verdadero encuentro con el Señor que se nos manifiesta "parecido en todo a sus hermanos". Que así sea con la Gracia de Dios.

11 de enero de 2025

"Este es mi Hijo, el Amado..."

BAUTISMO DEL SEÑOR -C- Is 40,1-5.9-11/Tit 2,11-14;3,4-7/Lc 3,15-16.21-22-B XVI

El relato evangélico del bautismo de Jesús, que hoy hemos escuchado según la redacción de san Lucas, muestra el camino de abajamiento y de humildad que el Hijo de Dios eligió libremente para adherirse al proyecto del Padre, para ser obediente a su voluntad de amor por el hombre en todo, hasta el sacrificio en la cruz. Siendo ya adulto, Jesús da inicio a su ministerio público acercándose al río Jordán para recibir de Juan un bautismo de penitencia y conversión. Sucede lo que a nuestros ojos podría parecer paradójico: Jesús no necesita penitencia y conversión. Con todo, precisamente Aquél que no tiene pecado se sitúa entre los pecadores para hacerse bautizar, para realizar este gesto de penitencia; el Santo de Dios se une a cuantos se reconocen necesitados de perdón y piden a Dios el don de la conversión, o sea, la gracia de volver a Él con todo el corazón para ser totalmente suyos. Jesús quiere ponerse del lado de los pecadores haciéndose solidario con ellos, expresando la cercanía de Dios.

Jesús se muestra solidario con nosotros, con nuestra dificultad para convertirnos, para dejar nuestros egoísmos, para desprendernos de nuestros pecados, para decirnos que, si le aceptamos en nuestra vida, Él es capaz de levantarnos de nuevo y conducirnos a la altura de Dios Padre. Y esta solidaridad de Jesús no es un simple ejercicio de la mente y de la voluntad. Jesús se sumergió realmente en nuestra condición humana, la vivió hasta el fondo, salvo en el pecado, y es capaz de comprender su debilidad y fragilidad. Por esto Él se mueve a la compasión, elige «padecer con» los hombres, hacerse penitente con nosotros. Esta es la obra de Dios que Jesús quiere realizar; la misión divina de curar a quien está herido y tratar a quien está enfermo, de cargar sobre sí el pecado del mundo.

Ante este acto de amor humilde por parte del Hijo de Dios, se abren los cielos y se manifiesta visiblemente el Espíritu Santo en forma de paloma, mientras una voz de lo alto expresa la complacencia del Padre, que reconoce al Hijo unigénito, al Amado. Se trata de una verdadera manifestación de la Santísima Trinidad, que da testimonio de la divinidad de Jesús, de su ser el Mesías prometido, Aquél a quien Dios ha enviado para liberar a su pueblo, para que se salve (cf. Is 40, 2). Se realiza así la profecía de Isaías que hemos escuchado en la primera Lectura: el Señor Dios viene con poder para destruir las obras del pecado y su brazo ejerce el dominio para desarmar al Maligno; pero tengamos presente que este brazo es el brazo extendido en la cruz y que el poder de Cristo es el poder de Aquél que sufre por nosotros: este es el poder de Dios, distinto del poder del mundo; así viene Dios con poder para destruir el pecado. Verdaderamente Jesús actúa como el Pastor bueno que apacienta el rebaño y lo reúne para que no esté disperso (cf. Is 40, 10-11), y ofrece su propia vida para que tenga vida. Por su muerte redentora libera al hombre del dominio del pecado y le reconcilia con el Padre; por su resurrección salva al hombre de la muerte eterna y le hace victorioso sobre el Maligno.

El bautismo nos une de modo profundo y para siempre con Jesús, sumergidos en el misterio de su muerte, para participar en su resurrección, para renacer a una vida nueva. Y nos recuerda da la alegría de ser cristianos y de pertenecer a la Iglesia. Es la alegría que brota de la conciencia de haber recibido un gran don de Dios, precisamente la fe, al que hemos respondido con nuestro "sí"; es la alegría de reconocernos hijos de Dios, de descubrirnos confiados a sus manos, de sentirnos acogidos en un abrazo de amor, igual que una mamá sostiene y abraza a su niño. Esta alegría, que orienta el camino de cada cristiano, se funda en una relación personal con Jesús, una relación que orienta toda la existencia humana. Es Él, en efecto, el sentido de nuestra vida, Aquél en quien vale la pena tener fija la mirada para ser iluminados por su Verdad y poder vivir en plenitud. No hay nada más grande que conocer a Cristo y comunicar a los demás la amistad con Él. Quien ha tenido esta experiencia no está dispuesto a renunciar a su fe por nada del mundo. Que así sea con la Gracia.