"En el Evangelio de mañana domingo escucharemos cómo los discípulos se acercan a Jesús y le dicen: «Señor, enséñanos a orar». Esta petición, sencilla y a la vez tan humana, nace de ver cómo Jesús se retiraba frecuentemente a orar. Algo en su manera de dirigirse al Padre les conmovía. No pedían aprender técnicas, ni fórmulas. Querían aprender a relacionarse con Dios como Jesús mismo lo hacía: con confianza, con intimidad, con profundidad.
Muchos creyentes, sin embargo, vivimos la oración como un deber o una costumbre vacía ya de contenido. «Orar me aburre», dicen algunos, como si fuera una obligación externa que hay que cumplir por tradición o por miedo al enfado divino. Pero cuando la oración se convierte en una relación personal de cariño, todo cambia. No es lo mismo recitar palabras que hablar con Alguien. Y no es lo mismo hablar con un juez lejano que con un Padre que te ama.
Por eso, la imagen que cada uno tiene de Dios determina profundamente su oración. Si lo vemos como un ser severo, distante o indiferente, nuestra oración será temerosa, mecánica o incluso inexistente. Pero si creemos en un Dios que nos conoce, que nos busca, que se alegra con nosotros y sufre con nosotros, entonces orar será como volver a casa. La oración no es tanto decir cosas a Dios como dejar que Él nos diga algo. Es abrir el corazón, dejarse mirar, escuchar el susurro de su presencia en medio del ruido cotidiano.
La fe no es solo creer en ciertas verdades, sino sobre todo confiar, caminar en la vida con Alguien. Sin esa comunicación constante, la fe se convierte en teoría, en costumbre, en memoria de algo que ya no late. Como una planta sin agua, como una llama sin oxígeno, así se apaga la fe cuando no se cultiva en la oración.
Jesús no enseñó a orar como un ritual, sino como un modo de vivir. El «Padre nuestro» no es una fórmula mágica, sino una forma de situarse en el mundo: como hijos que confían, que piden, que perdonan, que esperan. Por eso, cuando los discípulos le dijeron «enséñanos a orar», Jesús les estaba enseñando a vivir en la presencia de Dios, a respirar en su amor, a mirar el mundo con sus ojos.
Quizás hoy también nosotros podríamos volver a decir: «Señor, enséñanos a orar». No porque no sepamos rezar oraciones, sino porque anhelamos una fe viva, cálida, que nazca del encuentro íntimo con Dios. Y Él, como entonces, volverá a enseñarnos. Porque orar es, ante todo, amar".
No hay comentarios:
Publicar un comentario