6 de junio de 2025

"Ven, Espíritu Santo".

VIGILIA.  Pentecostés-C- Hch 2, 1-11; 1 Cor 12, 3b-7.12-13; Jn 20, 19-23

La ausencia del Espíritu se muestra en las puertas cerradas y el miedo que paraliza. La experiencia de encuentro con el Resucitado hace que se abran dos puertas: la del corazón de los Once y la "del lugar donde se encontraban por miedo". Si primero no se abren las puertas del corazón, es imposible que se abran las puertas de la Institución, porque solo un corazón de puertas abiertas tiene la capacidad de contemplar y anunciar al Resucitado. Las puertas que se abren desde el interior, es decir, desde el encuentro con Jesús Resucitado, son puertas abiertas para el encuentro con el mundo (en clave de diálogo y fraternidad), y para el anuncio del Evangelio (en clave de reconciliación). Jesús Resucitado concede el Espíritu para que los Once puedan vivir la misión evangelizadora con la misma radicalidad y el mismo horizonte que lo vivió Él, es decir, para testimoniar que el Padre ama a la humanidad y que quiere su salvación. En consecuencia, la alegría y la renovación también son signos de la presencia del Espíritu que acompaña a la Iglesia en su misión. Ambas son el fundamento para que el anuncio y la vivencia del perdón sea real y significativo.

Pentecostés le recuerda tres cosas a la Iglesia que quiere vivir la comunión:  la necesidad de aprender a escuchar y a escucharse (cf. Hch 2,6); la necesidad de vivir y agradecer el don de la diversidad que hace fecunda y significativa la unidad (cf. 1 Cor); y a no tener miedo de abrir las puertas del corazón y de la inteligencia eclesial para salir al encuentro de la humanidad en clave de fraternidad. Es una fiesta que abre un camino, el de la Iglesia, un proceso, siempre inacabado, de vida y de santidad: "El Espíritu os iluminará". Precisamente, por lo "inacabado de nuestra existencia" podemos mejorar, dejarnos "trabajar" por el Espíritu, cambiar, crecer, acoger sus siete dones (sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios). En palabras del profeta Isaías 11, 2-4: "Sobre él reposará el Espíritu del Señor:  espíritu de sabiduría y entendimiento; espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor. Lo inspirará el temor del Señor. No juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas; juzgará a los pobres con justicia, sentenciará con rectitud a los sencillos de la tierra. Su palabra derribará al opresor, el soplo de sus labios hará morir al malvado".

En el marco del Jubileo de la Esperanza que toda la Iglesia está celebrando todos los bautizados, con la fuerza del Espíritu, estamos llamados a dar testimonio a todos los pueblos; a compartir las verdades del Evangelio, Buena Noticia, a mantener la memoria actualizada de las palabras y hechos de Jesús ("El Espíritu os recordará todo lo que yo os he dicho"); quizás no se trata de hacer mucho pero seguro que se trata de irradiar la fuerza del resucitado para hacer nuestra vida un poco más humana, transformadora, profunda, liberadora del pecado. "Como el Padre me ha enviado así os envío yo" … no vamos con nuestras fuerzas e ideas, con nuestro mensaje más o menos elaborado sino con la Fuerza del Espíritu que se nos da, don de Dios, soplo, aire, fuego, luz, calor… "Dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo".

 

Pidamos el Espíritu en los momentos de carencia, porque es entonces cuando viene, cuando se cierne sobre las aguas, sobre el vacío y lo poco claro, la muerte y el dolor, el espíritu que defiende, fortalece y ¡lleva de la vida a la vida!" Escribía San Agustín, refiriéndose al Don del Espíritu: "conservad la caridad, amad la verdad y desead la unidad para llegar a la eternidad. Amén". (Sermón 267). Que así sea con la Gracia de Dios.

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