24 de junio de 2022

"Para ser libres, nos liberó Cristo..."

XIII TO –C- 1 Re 19, 16b.19-21 / Gal 5, 1.13-18 / Lc 9, 51-62

 

La Palabra de este domingo nos invita a meditar en un tema siempre fascinante: libertad y seguimiento de Cristo.  Lucas narra que «cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén». En la expresión «decididamente» podemos entrever la libertad de Cristo. Él sabe que en Jerusalén le espera la muerte en la cruz, pero obedeciendo a la voluntad del Padre se ofrece por amor. En esta obediencia al Padre Jesús realiza su propia libertad, opción motivada conscientemente por el amor. Él vivió la libertad como servicio.  Al igual que la vida del hombre, la libertad encuentra su sentido en el amor.

 

El apóstol Pablo, escribiendo a los cristianos de Galacia, dice: "Hermanos: para vivir la libertad, Cristo nos ha liberado". Nos puede parecer a veces que el cristianismo coarta nuestra libertad, nos limita el deseo de ser libres que todos llevamos en nuestro corazón. Vemos la ley de Dios como un yugo que nos obliga a una serie de cosas que nos molestan, o que impiden nuestros planes. Y, sin embargo, Cristo nos ha liberado y quiere que vivamos como personas libres. La libertad es un derecho inalienable del hombre, tan esencial y necesario a la naturaleza humana, que el mismo Dios lo respeta hasta lo sumo. Si, por una hipótesis absurda, el Señor fuera contra la libertad del hombre, podríamos decir que iba contra sí mismo, ya que la libertad la quiso el Creador para su criatura humana desde el inicio y esto a pesar del riesgo evidente: "vuestra vocación es la libertad".

 

 "... no una libertad para que se aproveche el egoísmo, al contrario, vivid según el Espíritu...". La libertad es buena, claro que sí, como es bueno que el hombre actúe con autonomía, pero sabiendo que el ejercicio de esa libertad puede ser incorrecto; que lo que es bueno de por sí se use para lo que no lo es. Precisamente porque el hombre es libre, es también responsable de sus actos. Y si éstos son buenos, ese hombre merece el elogio y el premio, pero si sus actos son malos merece la corrección. De ahí que la perfecta libertad sea la que se ejercita para el bien y no para el mal. Por esto es necesario que existan unos principios o normas que hagan posible un correcto ejercicio de la libertad, no para anularla, sino para que esa libertad conduzca al hombre a su salvación y no a su condena. Los Mandamientos nos sirven de cauce por donde discurre nuestra libertad.

 

Hoy concluye el X Encuentro Mundial de las Familias, celebrado en Roma y en las diócesis de todo el mundo. El tema del encuentro es 'El amor familiar: vocación y camino de santidad', y busca mostrar la belleza y la felicidad del amor en la familia. En medio de las crisis culturales y sociales actuales, el anuncio de la familia sigue siendo una alegría y una esperanza para todos pues, como afirma el Papa, "nadie puede pensar que debilitar a la familia como sociedad natural fundada en el matrimonio es algo que favorece a la sociedad. Ocurre lo contrario: perjudica la madurez de las personas, el cultivo de los valores comunitarios y el desarrollo ético de las ciudades y pueblos". Y luego recuerda que la esencia del matrimonio está arraigada en la naturaleza humana, en su carácter social, es expresión profunda de libertad; formar una familia significa "ser parte del sueño de Dios, uniéndose a Él en la construcción de un mundo donde nadie se sienta solo". Que así sea con la Gracia de Dios. 

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