2020. XXVI TO -A- Ez 18,25-28/Fil 2, 1-11/ Mt 21, 28-32
. Ya sabemos que es demasiado fácil dividir el mundo entre buenos y malos. Y más fácil todavía es considerar que la maldad y la bondad son fatales y definitivas. Se piensa con frecuencia que el malvado está destinado a serlo siempre y en todas partes. Y que el bueno lo será en todo tiempo y lugar. Pero las cosas nunca son tan simples como parecen. El texto del profeta Ezequiel que hoy se lee en la liturgia dominical (Ez 18, 25-28), contempla la posibilidad de cambiar, tanto en una dirección como en la otra. El justo puede apartarse de su justicia. Y el malvado puede convertirse de su maldad. Ése es el drama y la gloria de la libertad. Nunca deberíamos negar esa posibilidad de cambio. En ella se encuentra el criterio para calificar al ser humano. Y la clave para descubrir si la persona se encuentra en el camino de la vida o en el de la muerte. Elegir el mal equivale a optar por la una existencia mortecina. Decidirse a seguir el camino del bien significa apostar por la vida verdadera.
. El evangelio se sitúa en la misma línea al mostrarnos el contraste entre dos hijos. Los dos son invitados por su padre a ir a trabajar a la viña. Uno de ellos responde con un "no", pero después se arrepiente y va. El otro se muestra obediente, pero no va. Evidentemente, el evangelista tiene presente a los publicanos y pecadores de los primeros tiempos cristianos. Tal vez también a los paganos. Son los hombres del "no". A primera vista, parecen rechazar la Ley de Dios, pero son capaces de escuchar, de convertirse y de cambiar de actitud. Pero el evangelista parece pensar también en los fariseos. Son los hombres del "sí". Conocen la Ley y parecen observarla con toda precisión. Pero, precisamente su aparente fidelidad les hace incapaces de prestar atención a las exigencias de Dios. Confían demasiado en su propia bondad para dejarse interpelar por la llamada de Dios, para escuchar y convertirse.
. Cierto que no debemos caer en un fácil moralismo. La parábola nos habla de las decisiones humanas, pero, sobre todo, nos recuerda la palabra de Dios que llama y envía: el dueño de la viña es un padre. No nos trata como a esclavos o jornaleros. Somos sus hijos. Su campo es el nuestro. Por tanto, su voluntad ha de ser la nuestra. En aceptar su voluntad está la clave de nuestra felicidad. Y la clave de una sociedad más humana. El Padre nos envía porque quiere. No es nuestra voluntad la que marca los ritmos del trabajo en la Iglesia y en el mundo. Pero además, no olvidemos que nos envía "hoy". La tarea no pertenece al pasado. Ni a un futuro inimaginable. Ahora somos llamados y ahora somos enviados a la comunidad y al mundo entero. Ahora se espera nuestra respuesta. Aceptar la voluntad y el envío del Padre es el signo de nuestra libertad.
. B16 decía en Alemania: "El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando escucha la naturaleza, la respeta y cuando se acepta como lo que es, y que no se ha creado a sí mismo. Así, y sólo de esta manera, se realiza la verdadera libertad humana".
. Pablo, en esta línea de concretar en la propia vida los ejemplos de Jesús, cuyo alimento era "cumplir la voluntad del Padre", nos hace una llamada a la unidad y la concordia que serán realidad si "todos tenéis los mismos sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús". Hay que construir la unidad, eliminar resentimientos, envidias; la igualdad, renunciando a la arrogancia; la solidaridad, acogiendo; la comunión, compartiendo la fe, el amor… con sencillez… Jesús vivió así. Nadie va delante de nadie por ser pecador, pero sí por creer y cambiar de vida. Todo ello es posible con la con la Gracia de Dios.
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