12 de septiembre de 2020

"No tiene compasión de su semejante ¿y pide perdón de sus pecados?"

2020.  XXIV TO A - Ecl 27, 30-28, 7 / Rom 14, 7-9 / Mt 18, 21-35

. El tema de la liturgia de hoy es de una sorprendente actualidad. En nuestro mundo abundan expresiones de rechazo e intolerancia. Las denuncias por delitos de odio (según datos del Ministerio del Interior) aumentan de año en año. Abundan los delitos de xenofobia, racismo y violencia doméstica. Desde las tribunas políticas se predica la intolerancia y se lanzan falsedades sobre colectivos no deseados (por ejemplo, los inmigrantes). Los cristianos estamos llamados a "ir contra corriente", y a contrarrestar las olas de violencia e intolerancia con hechos y palabras de acogida, comprensión, misericordia y perdón. Eclesiástico en la primera lectura nos advierte: "no tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados?

. El perdón es una de las modalidades del amor. Una de sus más exigentes. Porque en la convivencia humana en general, y en las distintas formas de convivencia familiar o comunitaria, pueden surgir problemas, malentendidos, discusiones e incluso ofensas entre las personas. En este caso, un cristiano está llamado a la reconciliación. Y el camino de la reconciliación pasa por el reconocimiento del propio pecado y/o por el perdón al ofensor. San Pablo exhortaba a los cristianos al perdón mutuo, siendo Cristo la clave de este perdón: "como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros" (Col 3,13), pero, no solo, el Señor, en la cruz, e se convierte en el abogado defensor de sus asesinos: "perdónales, porque no saben lo que hacen". El perdón es un vínculo que une Dios y los hermanos.

. A Jesús le formulan una pregunta sobre los límites del perdón: ¿cuántas veces hay que perdonar? Pregunta muy lógica y muy humana.  Jesús responde que, para sus seguidores, el perdón no tiene límites, puesto que hay que perdonar siempre y en toda circunstancia. No es fácil el perdón, como tampoco es fácil el amor. Pero hace feliz. El auténtico amor y el auténtico perdón son gratuitos. Por eso su alcance es universal. Lo que tiene precio es siempre limitado y el amor, como el perdón, no tiene límites. Y lo más interesante: el perdón no es un favor que hacemos el ofensor, es un bien que nos hacemos a nosotros. El primer beneficiario del perdón es el que perdona. Rencor, odio, indiferencia… u otras emociones negativas destruyen: que no se "instalen" en el corazón, son un "veneno" que lleva a la amargura, el resentimiento; que "hacen daño" a uno mismo y al entorno…

. Del mismo modo que en la parábola del hijo pródigo, la mirada debe ir dirigida al Padre, que es punto de referencia, no los hijos, lo mismo ocurre con la parábola que hoy hemos escuchado. El protagonista no es ninguno de los dos siervos. Nuestra mirada debe dirigirse al verdadero protagonista, que es el rey. Un rey que perdona "lo que no está en los papeles", que perdona incondicionalmente al que no puede pagarle de ninguna manera. Este rey debe atraer nuestra mirada. En él podemos ver al Dios que en Jesucristo se revela, un Dios que perdona sin condiciones, que acoge a los pecadores, Dios de misericordia y de bondad.

. El perdón, como el amor, necesitan ser acogidos, para producir su efecto transformador. Y cuando son acogidos, cuando se transmiten. El siervo llamado inicuo es que no ha sabido acoger el perdón, por eso es incapaz de transmitirlo, compartirlo.  Por eso, en la oración de Jesús se nos recuerda que, para ser de verdad perdonados, para que el perdón nos cambie y produzca efectos transformadores, necesitamos perdonar nosotros también a los que nos ofenden. Al hacerlo nos identificamos con el Padre celestial. A él tenemos que mirar, a este rey de la parábola que lo representa, para identificarnos con él. Acuérdate de los mandamientos, de la Alianza, de "cómo eres amado y perdonado" y "pasa por alto la ofensa", perdona de corazón a tu hermano. Que así sea con la Gracia de Dios.

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