3 de octubre de 2020

"Tendrán respeto a mi hijo"

XXVII TO -A- Is 5, 1-7 / Flp 4, 6-9 / Mt 21, 33-34 

 

El poema de la viña, lleno de ternura y belleza.  El profeta, con un lenguaje poético, hace comprender al pueblo de Israel (y por extensión a nosotros) que Dios ha cuidado de él, lo ha tratado con especial amor, se ha preocupado de su crecimiento y, sin embargo, el pueblo no ha correspondido a tal amor; no ha sido fiel.  A pesar de que Israel ha sido cuidado como un hijo, de que ha sido liberado, de que el Señor lo ha elegido como el pueblo de su propiedad (¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho?)  Israel no produce frutos de salvación, no da uvas dulces sino inmaduras y silvestres ("Hay asesinatos, lamento de los oprimidos, oscurecimiento de la verdad, corrupción de la justicia"). Es sorprendente ver la tristeza profunda del viñador ("¿En qué ha faltado?, parece decir) y, a la vez, su firmeza ante la viña improductiva. Él vendrá y la devastará, la dejará desolada.

 

En la parábola del evangelio los culpables de la falta de frutos son los labradores que reciben la viña en arriendo. Son gente sin escrúpulos que buscan su propio provecho. En su corazón no está el amor por la viña, ni por el dueño de la misma, sino el amor a sí mismos. No les basta el trabajo, los frutos, el salario… quieren la viña para disponer de modo absoluto de ella, sin dar cuentas a nadie. Instrumentalizan el poder para su propio beneficio (golpean, matan…). Cuando ven venir al hijo, cuando tienen la oportunidad de reconciliarse con el Padre, de respetar el derecho..., traman la eliminación del hijo para quedarse con la herencia que no les pertenece. La corrupción vieja como el hombre Las palabras finales duras como las de Isaías:  el dueño de la viña acabará con aquellos arrendatarios y ofrecerá su viña a otros arrendatarios que produzcan frutos.

 

Ambos textos son una llamada a la responsabilidad y ponen de relieve la importancia de producir frutos de justicia y solidaridad, de no utilizar de manera exclusiva y egoísta los bienes que el Señor ha puesto en nuestras manos. "La creación no es una propiedad de la que se puede disponer como a cada uno le parezca, ni mucho menos la propiedad de unos pocos, sino que es un don maravilloso de Dios para cuidarla con respeto, gratitud y en beneficio de todos" (Francisco).  Dios ofrece al hombre múltiples dones: la vida, la tierra, la fe, la vocación profesional, familiar, religiosa, sacerdotal... y el Señor espera por parte del hombre una transformación interior, una respuesta, que se manifieste en frutos de santidad para el bien de sus hermanos, del mundo y la sociedad entera. Y en esto la Iglesia, viña del Señor, ha de ser la primera: no estamos para "controlar a Dios" y matar a sus profetas sino para adorarlo con humildad.

 

Somos la viña del Señor, su viña preferida, y Él se alegra y es glorificado cuando nuestra vida camina hacia la santidad, según la propia vocación que hemos recibido y estamos llamados a vivir; cuando nuestras obras buscan y realizan el bien; cuando, aun siendo pecadores, correspondemos a su amor. No siempre los frutos serán manifiestos o inmediatos, pero no cabe dudar que, si permanecemos unidos a Cristo que es "la piedra angular" sobre la que se construye nuestra vida,  produciremos frutos a su tiempo. Acabo con las hermosas palabras de san Pablo: "Finalmente hermanos, todo lo que es noble, justo, puro, amable...tenedlo en cuenta y el Dios de la paz estará con vosotros". Vivamos alegres, confiados en Dios y amparados siempre de buenos sentimientos. No son las ideologías ni el poder..., es la fidelidad a Dios y la fidelidad al ser humano lo que cambia el mundo. Que así sea con la Gracia de Dios.

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