23 de diciembre de 2011

"Ha aparecido la Gracia de Dios que trae la salvación a los hombres"

Misa del Gallo-Nochebuena

 

¡Feliz Noche Nochebuena!, ¡Feliz Navidad! Son las palabras más repetidas hoy. Estamos alegres y damos gracias a Dios. El salmo 95 comienza con una invitación jubilosa y universal a alabar a Dios: "cantad al Señor, toda la tierra", "contar la gloria" de Dios "a los pueblos" y,  proclamar "sus maravillas". Sólo cuando nuestra mirada se dirige hacia el Belén y vemos al niño sonriendo en su cuna de paja nos damos cuenta de la razón de esta felicitación y alabanza. Dios se hizo hombre para curar, enriquecer y ennoblecer nuestra naturaleza no  para destruirla. Dios no quiere deshumanizar al hombre, sino humanizarlo más. Él mismo se nos manifestará como el hombre perfecto, no como superhombre, sino como humano del todo, desde el nacimiento a la muerte en cruz.  Nace Jesús para que esta imagen y semejanza de Dios, que somos,  no obstante la realidad del pecado que nos desfigura,  resplandezca en toda su gloria y su es­plendor. Dios se ha hecho uno de nosotros, para que podamos estar con Él, llegar a ser semejantes a Él. “Dios es tan grande que puede hacerse pequeño; Dios es tan bueno que puede descender a un establo para que podamos encontrarlo y recibir, así, el toque de su bondad”. Ha elegido como signo suyo al Niño en el pesebre, de este modo aprendemos a conocerlo y a amarlo, a sentir su cercanía y a mantener viva siempre la esperanza en la vida y en el futuro.

El Niño Divino nos enseña a ser sencillos y humildes. Nosotros queremos ser poderosos; hacer  cosas grandes. Nos encanta construir torres elevadas hasta el cielo. Deseamos ser dioses, comiendo la “fruta apetitosa” del paraíso, ignorando el mandato divino. Pero el Dios verdadero bajó hasta noso­tros despojándose de gloria y de poder. Se hizo niño. Nos enseñó los caminos de la humildad y del servicio, de la esperanza y de la fraternidad. Son éstos y no otros los caminos que nos divinizan, que nos introducen directamente en el Misterio del amor de  Dios. El modelo en el que debemos fijarnos es el de la Navidad. Encontraremos, como decía el ángel, “un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”; también a  María y a José, sus padres. Son como un retrato de la familia divina. Y son el fermento de una humanidad nueva, entrañable y solidaria, gozosa y liberada, abierta y acogedora. Ya podemos  empezar a soñar. La clave está en cómo recibimos nosotros la llegada en toda su humildad del Niño-Dios. De Aquel que, en palabras de San Agustín: "se hace hombre para divinizarnos a nosotros", por el camino del amor.

El Niño Dios nos enseña a ser humanos. Jesús se revistió de la naturaleza humana. Hoy viene a nosotros y podemos descubrirle en nuestros hermanos, en los hombres y mujeres de nuestro mundo. Muchas veces no le queremos ver cuando llama a nuestra puerta, le rechazamos como fueron también rechazados José y María en Belén. Este es el gran drama del hombre: el rechazo de Dios y del hermano. Es significativo ver cómo tuvieron que ir fuera de los muros de la ciudad, cómo los primeros que se dieron cuenta del nacimiento de su hijo fueron los excluidos de aquella época, los pastores, que eran mal vistos porque nunca podían participar del culto como los demás y vivían al margen. Su trono fue un pesebre, su palacio un establo, su compañía un buey y una mula… ¡Por algo quiso Dios que fuera así! El vino a darnos una lección de humanidad.

Así lo ha expresado Benedicto XVI: «Misericordia es sinónimo de amor, de gracia. En esto consiste la esencia del cristianismo, pues es la esencia del mismo Dios. Dios (...) porque es Amor es apertura, acogida, diálogo; y su relación con nosotros, hombres pecadores, es misericordia, compasión, gracia, perdón». Dios es comunicación, comunidad, comunión. Dios no es solitario o individualista. Dios es familia. Dios es Trinidad. Por eso, lo más esencial del hombre es su capacidad de apertura y común unión. Necesitamos,  para ser verdaderamente humanos, unos de los otros; sin los otros no sabríamos nada de nosotros mismos, ni siquiera nuestro nombre; los otros me vacían y me dan plenitud, nos abren nuevos horizontes, nos hacen felices.

La fe es el secreto para vivir una verdadera Navidad. San Agustín dijo que «María concibió por fe y dio a luz por fe»; más aún, que «concibió a Cristo antes en el corazón que en el cuerpo». Nosotros no podemos imitar a María en concebir y dar a luz físicamente a Jesús; podemos y debemos, en cambio, imitarla en concebirle y darle a luz espiritualmente, mediante la fe y haciendo que los buenos, sinceros y profundos deseos que tenemos se manifiesten en las buenas obras. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

14 de diciembre de 2011

"HÁGASE EN MÍ SEGÚN TU PALABRA"

DOMINGO IV ADV.-B- 2Sm 7,1-5.8-11.17/Rom 16,25-27/Lc 1,26-38

            En la primera lectura de hoy se nos hablaba del arca de la Alianza, símbolo de la presencia de Dios y de su Ley en medio del pueblo. Se guardaba en el interior de una tienda, recuerdo del tiempo del Éxodo por el desierto. Durante el reinado del rey David, tiempo de paz y estabilidad, se pensó  en construir un templo, una casa digna de aquel tesoro. El profeta anuncia al rey que de su dinastía saldrá aquel que será rey por siempre y eso se realizará por obra del mismo Dios. Esta dinastía será mucho más importante que todos los templos que David o sus descendientes puedan construir.

            Cuando llegó el tiempo en que el plan de Dios, escondido en el silencio de los siglos, salió a la luz, el ángel Gabriel saludó a María, prometida con un descendiente de David, diciéndole: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo". Este es el plan de Dios: “...darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús...”.  Esta es la grandeza del Hijo de María. No puede nacer únicamente de la carne y la sangre, sino de Dios mismo. En consecuencia, el ángel añade: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios". Dios elige un templo, no de piedra, sino de carne. María se convierte, por su “sí” a Dios,  en la nueva arca de la Alianza.

            Todas estas maravillas no son únicamente para recordar lo que ocurrió o para contemplar algo externo a nosotros. Dios ha querido hacernos hijos suyos por el bautismo y nos ha dado también su Espíritu. Nosotros también somos templos del Espíritu.  Cada vez que comulgamos, y dentro de unos momentos volveremos a hacerlo, nos sumergimos en este misterio de amor, de presencia, de Emmanuel: Dios-con-nosotros. El Espíritu que vino a María, de modo que nos dio a luz al Salvador, debe llenarnos hoy para que Dios esté ahí en nosotros, como la luz del mundo.

            Fijaos, hasta para hacer lo más importante y comprometedor que Dios puede hacer con una criatura suya: “hacerse carne de su carne”, Dios pide el permiso de esa criatura. Así respeta Dios la libertad del hombre y así la toma en serio. El  hombre es más libre y más responsable, más humano cuando Dios lo posee; su Espíritu  nos llena de luz, de su amor, de su paz, nos hace plenamente libres y responsables. En la segunda lectura, tomada de la carta de san Pablo a los cristianos de Roma, se nos dice que, en Cristo, se nos ha revelado el misterio contenido en Dios, todo lo que Dios es y todo lo que el hombre es y puede llegar a ser, porque el Dios que existe, el Dios que se nos ha revelado en Cristo, es un Dios encarnado.

            Se preguntaba Tony de Mello: “¿De qué vale buscar a Dios en lugares santos si donde lo has perdido es en tu corazón? No se trata, por lo tanto,  de colocar a Dios en un espacio externo, en un lugar grandioso pero frío. Se trata de ofrecer a Dios un espacio íntimo, cálido y palpitante, un lugar secreto del corazón. Dios busca personas que le abran las puertas del alma, que estén siempre dispuestas a la escucha y la acogida, que, en medio de los ajetreos tengan un tiempo, un espacio, para lo esencial. Dios mora en nosotros y nos acompaña en cada instante. Somos el más hermoso templo que se pueda construir cuando permanecemos unidos a Él. Y hoy, vamos también, siguiendo la invitación de Cáritas,  a preocuparnos por todos los templos vivos de Dios, a respetarlos, defenderlos y dignificarlos. Sabemos muy bien que hay demasiados templos deteriorados y profanados en el mundo pero sabemos también que estamos en manos de Dios, que él nos llena con su espíritu y que el  culto que Él quiere, es el culto en espíritu y en verdad,  el culto del amor y de la entrega, el culto del servicio a los pobres y de la  cercanía a los que sufren. “Vivamos sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir”. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

8 de diciembre de 2011

"NO ERA ÉL LA LUZ, SINO TESTIGO DE LA LUZ"

III DOM ADV -B- 3- Is 61,1-2a.10-11/1 Tes 5,16-24-Jn 1,6-8.19-28

 

Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios” (Is), “se alegra mi espíritu en Dios mi salvador” (Salmo),”estad siempre alegres” (Pablo), la liturgia de hoy nos habla de alegría recordándonos que como el suelo echa sus brotes, del mismo modo la venida del Señor hará brotar en la tierra la justicia y el consuelo de los hombres, el año de gracia del Señor y la liberación de todo mal. Ahora bien, desde el realismo más crudo que estamos viviendo podemos preguntarnos: ¿Es posible la alegría cuando vemos la realidad que tantas veces nos supera con sus desgracias? ¿Es posible la alegría en la situación de crisis que estamos viviendo? ¿Es posible la alegría ante la incertidumbre del futuro?. En el  evangelio, Juan, el Precursor, señala la razón de toda alegría: “en medio de vosotros está”. A Isaías, María, Pablo y Juan, a los cristianos, nos une un mismo gozo: nuestros ojos han descubierto al Señor, a quien no son capaces de descubrir los levitas y sacerdotes del templo de Jerusalén que interrogan a Juan, ni los hombres y mujeres que se cierran al don de la fe.

Todos nosotros estamos llamados a compartir esa misma alegría, -que nace del encuentro con Jesús, el Mesías-  para dar testimonio de ella a cuantos no encuentran ninguna razón para alegrarse. Así hicieron los santos. Así tenemos que hacer los hombres y mujeres de fe en nuestros días y en medio de las situaciones que nos toca vivir.  La alegría no es consecuencia de una situación personal de prosperidad, ni de un par de copas, ni viene del exterior; es un don de Dios que puede ser experimentado incluso en el dolor, el fracaso o la persecución. El fundamento sólido de la alegría es la presencia de Dios en medio de nosotros, la salvación que él nos ofrece a pesar de todos nuestros fallos y miedos. La alegría cristiana no se apoya en nuestras virtudes o triunfos, sino en la victoria de Cristo que permanece viva para todos nosotros: el pecado y la muerte fueron vencidos y con ellos las principales raíces de nuestra tristeza.  Dios es fiel y la vida y mi vida tienen sentido.

Sin despreciar el valor de las satisfacciones humanas, la alegría cristiana es la  del caminante,  del que busca sin encontrar todavía, del que lucha sin haber conseguido el triunfo final, del insatisfecho porque no ha alcanzado la meta, del que está en tinieblas pero sabe que no se ha apagado el sol, del que se levanta de nuevo después de haber caído..., en palabras de Isaías:”del que venda los corazones rotos, proclama a los prisioneros la libertad, dignifica al hombre abandonado...”.  Alegría, dice Pablo,  del que “lo examina todo” y se queda con lo bueno y se guarda de toda forma de maldad; del que es testigo de la Luz.

 Estamos llamados a ser testigos, como Juan, de la Luz y la Verdad. Esto nos pide dejarnos iluminar interiormente por la Luz verdadera que es Cristo. Nosotros no somos la Luz pero podemos proyectar la que hemos recibido en el Bautismo. En un mundo oscurecido donde se han borrado las fronteras entre el bien y el mal, el día y la noche, los verdugos y las víctimas esa es una buena tarea para el cristiano: ser  testigo de luz con una vida iluminadora. Esta es la gran responsabilidad de todo creyente, la misión que se nos ha encomendado: preparar los caminos del Señor, cada uno por sus propias sendas pero todos en la misma dirección. No podemos pactar jamás con la mediocridad ambiental. Vivir en la Verdad, transparentar a Cristo Verdad, sin imposiciones porque la Luz y la Verdad no se imponen, pero con la conciencia clara de nuestra humilde misión. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

 

4 de diciembre de 2011

"PROCURAD QUE DIOS OS ENCUENTRE EN PAZ CON ÉL..."

II DOMINGO ADVIENTO -B- Is 40,1-11/2P 3,8-14/Mc 1,-8

 

“Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas”. Estas palabras no las leemos como invitación del pasado; son actuales y necesarias en este adviento de 2011.

 

Estamos ante una llamada a la preparación para la venida de Jesús que pasa por nuestra reflexión, conversión y nacimiento a una vida nueva. El cambio de vida exige el abandono de lo que dificulta que Dios puede nacer entre nosotros. Traspasando a nuestra propia realidad vital el simbolismo del camino nos conduce a la siguiente conclusión: los caminos, los montes y colinas que debemos rebajar y elevar son nuestros propios caminos interiores. Caminos de fidelidad y conversión, que nos llevan al centro de nosotros mismos, a nuestra verdad más desnuda.... Caminos que debemos recorrer orientados por la voz de los profetas, de los santos, de los hombres y mujeres que ya los han recorrido. “Si quieres llegar a Dios, dice san Agustín, recorre los caminos del hombre” (Agustín).

 

El hombre en su relación con Dios es peregrino, ansia y apertura al infinito. EL hombre es capaz de Dios de ahí su dinamismo hacia delante. Marcos de manera plástica nos dice, al retratar al Bautista, que para conocer bien a Jesús y recibir su bautismo hay que agacharse hasta el suelo y confesar que nunca seremos dignos de desatarle la sandalia. No hay que centrarse en uno mismo, ni en el propio mensaje..., capaz de pasar al segundo plano, dejar paso... En Él y con Él  encontraremos la paz... Si caemos -es humano- nos sostendrá la fuerza de su brazo. El buen pastor nos consolará, nos hablará al corazón. Él llega con fuerza y su poder es inmenso, pero es también infinita ternura. Si desfallecemos nos llevará en su regazo. El Señor nos acepta tal como somos, “nos habla al corazón”. Esta es la gran esperanza profética que anuncia el profeta Isaías y que Jesús realiza con su vida.

 

En la Carta de Pedro hemos leído: “Nosotros, confiados en la Promesa del Señor, esperamos un nuevo cielo y una nueva tierra en que habite la justicia”. Es una llamada a la confianza plena en que Dios no ha abandonado la historia de la humanidad ni la abandonará pese a su aparente silencio; ese “cielo nuevo y tierra nueva” ha comenzado y sigue presente en los avatares de esta historia nuestra en formas de relaciones fraternas, de defensa de la dignidad de la persona humana  y de solidaridad entre los hombres y los pueblos. No podemos caer en la banalidad de un tiempo vacío. La historia debe crecer en la presencia del Señor “desde dentro”.  ¡Dios sigue siendo la mejor tabla de salvación!. ¡Ánimo, hay camino!. Valoremos los aspectos positivos de nuestra vida....para así corregir los caminos errados, sin olvidar nunca que Dios tiene paciencia con nosotros porque quiere nuestra salvación. . Que así sea con la Gracia de Dios.

 

18 de noviembre de 2011

"Cada vez que lo hicísteis con uno de estos mis humildes hermanos..."

SOLEMNIDAD DE CRISTO REY - Ez 34,11-12.15-17 - 1 Cor 15, 20-26a.28- Mt 25, 31-46

. Vivimos en una época en la que, por un lado,  se agudiza la tensión entre la diversidad y las desigualdades de pueblos, naciones y culturas y, por otro,  crece la conciencia de formar parte de un mundo único, casa común en la que los problemas de unos nos afectan a todos y repercuten, además, en las generaciones futuras. El sistema económico,  la técnica, las comunicaciones han roto las fronteras de tiempo y del espacio pero sigue siendo urgente y necesario globalizar la justicia para todos, la solidaridad y la esperanza.

. La fiesta de hoy habla de unidad y diversidad. La parábola nos sitúa al final de la historia “cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles”. Hay una llamada a todos para que se reúnan ante quien es “Señor de la historia”. Pero, curiosamente, el acento no está puesto tanto  en el futuro como  en  acciones muy concretas referidas al presente real (comida, ropa, algo de beber, un techo, hospedar, visitar…). Cristo que aparecerá en gloria y majestad se identifica sin embargo con los colectivos más pobres y necesitados, los que viven a nuestro lado, nosotros mismos, quienes pasean por nuestras calles.

. Esta fiesta nos es -la Palabra bien nos lo recuerda-,  la consagración de los poderes de este mundo, ni del modo que tienen de ejercerse. Es más bien un recordatorio, en primer lugar para  la Iglesia, de dónde hemos de poner nuestras fidelidades, de a quién debemos servir, de cuáles deben ser nuestras prioridades. No en los que cuentan a los ojos del mundo, sino en aquellos que cuentan, aparentemente, muy  poco. Es, por ello, una respuesta a la más universal de las esperanzas humanas:  nos asegura que la injusticia y el mal no tendrán la última palabra, y al mismo tiempo nos exhorta a vivir de forma que el juicio no sea para nosotros de condena sino de salvación.

. Se trata, en el fondo, de asumir y vivir la actitud del Dios-pastor del que nos habla el profeta Ezequiel: cuidado a atención a cada una de las ovejas, especialmente las heridas, las enfermas; no aprovecharse  de las ovejas ni  oprimirlas e como hacen los que ejercen su autoridad buscando solo el poder y la gloria. Ser buenos pastores, acompañantes, compañeros de camino… es la grandeza de nuestra vocación como pastores en la vida sacerdotal, religiosa y matrimonial. Es nuestra actitud ante el ser humano lo que se juzga;  un juicio, más práctico que teórico,  sobre el amor y la misericordia: ¿cómo amé?.¿Cómo me entregué a mi mujer-marido-hijos...?.

. ¡Lo que va a valer, al final de todo,  una obra buena!.  Así de sencillo y así de complicado: la prueba final de toda búsqueda de la salvación será el amor. La familia a de  enseñarnos y de ayudarnos a vivir lo decisivo: compasión y la ayuda a quien nos necesita.  “Al final de la vida se nos examinará del amor”, escribe san Juan de la Cruz, el amor hecho obras concretas.  Con la gracia de Dios y nuestra disponibilidad a colaborar con ella, aprobaremos un examen, del que sabemos las preguntas y escucharemos, Dios lo quiera : “Venid, vosotros, benditos de mi Padre”. Que Jesús, “primicia” de una nueva humanidad, de una nueva creación,   reine en nuestros corazones y en nuestras familias y comunidades. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

13 de noviembre de 2011

"Porque al que tiene se le dará y le sobrará..."

DOMINGO XXXIII T.O. -A- Prov 31,10-13.19-20/Tes 5, 1-6/ Mt 25,14-30

 

Hay algo en este evangelio de los talentos que, al menos a primera vista, parece poco lógico  ¿ Por qué castigó el propietario a aquel a quien sólo le había dado un talento, cuando este realmente no había hecho nada malo? Devolvió al Señor lo que este le había dejado;

¿  por qué tenía que devolverle más?. Tenemos que pensar que no le castigó tanto por lo que había hecho, sino por lo que había dejado de hacer. Son los famosos pecados de omisión o de conservar estérilmente lo recibido sin hacerlo fructificar. A cada uno de nosotros el Señor nos ha regalado determinados talentos, a cada uno según nuestra capacidad. No nos los ha dado para que los tengamos bien empaquetados y a salvo, sino para que los usemos responsablemente en beneficio propio y en beneficio de los demás.

 

Cuando nos confesamos y hacemos examen de conciencia, generalmente sólo analizamos lo que hemos hecho, no lo que hemos dejado de hacer. Y, sin embargo, en muchas ocasiones ha sido más grave lo que no hemos hecho que lo que hicimos. Ser responsables de nuestros bienes, de nuestra vida, nos obliga a responder ante el Señor del buen uso que hayamos hecho de todas nuestras capacidades, no sólo en beneficio propio, sino en beneficio de nuestra familia, de nuestra comunidad, de la Iglesia y de la sociedad en general. El cuerpo de Cristo, del que todos formamos parte, sufre no sólo cuando un miembro está enfermo, sino también cuando los miembros sanos no se preocupan de la salud de los miembros enfermos. Debemos llevar los unos las cargas de los otros, si queremos cumplir la ley de Cristo. No ayudar al hermano necesitado, cuando podemos hacerlo, es pecar contra el hermano, pecar contra el cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia.

 

Es muy tentador no comprometernos en nada que pueda complicarnos un poco la vida y centrarnos solo en defender nuestro pequeño bienestar. Esto puede llevarnos a congelar nuestra fe y la frescura del evangelio y si bien es cierto que es necesario “conservar” lo bueno recibido también lo es que hay que buscar caminos nuevos para acoger, vivir y anunciar el Reino de Dios, que hay que asumir la responsabilidad que nos toca viviendo la fidelidad activa tan necesaria en todos los campos de la vida y de las relaciones. La mujer hacendosa de la que habla el libro de los  Proverbios abre sus manos al necesitado y extiende su brazo al pobre, multiplicando los talentos que había recibido más allá de la propia familia, en beneficio de los que tenían menos, o no tenían ninguno. El amor que se queda encerrado en uno mismo termina pudriéndose, como el agua, porque no es un amor vivificante y redentor. Así debemos entender esta frase de Jesús que leemos en el evangelio de hoy, cuando dice que al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.

 

Hoy se celebra Germanor, Día de la Iglesia diocesana, con el objeto animarnos a todos a tomar conciencia de nuestra pertenencia a una determinada parroquia, a una determinada diócesis y, en definitiva, a la Iglesia de Cristo, de la que todos somos parte. En su Mensaje  para la JMJ el papa B 16 nos recordaba que “no somos creyentes aislados, sino que, mediante el bautismo, somos miembros de esta gran familia” que es la Iglesia. Todos somos protagonistas y corresponsables de la vida de la Iglesia; creemos sostenidos por la fe de los otros y nuestra fe ayuda también a mantener viva la fe de los demás. Ojalá todos  sintamos y vivamos la Iglesia  como la gran familia de los hijos-as de Dios llamada a evangelizar. Que así sea.

 

23 de septiembre de 2011

"¿Quién de los dos hizo lo que quería el Padre?"

XXVI TO -A-     Ez 18,25-28 / Fil 2, 1-11 / Mt 21, 28-32

 

Una primera enseñanza que nos ofrece la Palabra es la llamada a la responsabilidad personal frente al bien y el mal. El profeta Ezequiel, viendo que los israelitas tenían tendencia a refugiarse en las “culpas de la comunidad” o de los antepasados, les hace una llamada a la decisión personal. Es verdad que la conducta de cada uno repercute en la colectividad y que la comunidad influye en nuestras decisiones personales,  pero esto no nos exime  del mérito ni de la culpa: la responsabilidad de nuestra vida la tenemos nosotros. La parábola  exclusiva de Mateo, también nos pone ante la decisión personal: en el fondo, quien dijo “No quiero” pero se arrepintió, cumplió la voluntad de su padre (no así quien pronunció buenas palabras -“Voy, señor”-,  pero no fue). Vivimos en un mundo en el que tantas veces se pretende que lo verdadero sea falso y lo falso verdadero; en el que mucha gente no sabe dónde termina el  bien y empieza el mal. La confusión está servida y se hace necesario recuperar el norte de nuestra vida.  El que elige el camino del mal entra él mismo en la esfera de la muerte;  el que opta por la verdad y el bien en la esfera de la vida. Podrán haber influido en una u otra dirección el ejemplo de los demás o las estructuras, la formación, el ambiente..., pero hoy la invitación es a tomar decisiones personales, siendo responsables de nuestros actos y coherentes con nuestras palabras.

            El evangelio nos orienta también hacia otra dirección que en cierto modo es consecuencia de la primera: “Las apariencias engañan”. Del mismo modo que a Juan Bautista le hicieron caso los publicanos y pecadores, pero no los dirigentes, así sucede con el mensaje de Jesús. Los fariseos decían oficialmente “sí” pero luego no cumplían; todo era fachada y apariencia que Jesús desenmascara muchas veces...; sin embargo, los pecadores acogen la llamada de Jesús (“Quien lo ha perdido todo o desespera o todo lo espera”, mientras que los que se consideran ya justificados no esperan nada....). Es una gran tentación quedarnos en  la imagen y la apariencia  porque “del dicho al hecho hay mucho trecho” y “obras son amores y no buenas razones”. Qué gran verdad es que no bastan las palabras, las buenas intenciones..., lo que cuenta son los hechos, el ejemplo. (“No todo el que dice Señor, Señor...”): Atender a los necesitados, realizar honestamente el trabajo, cuidar  los detalles de la vida diaria, las relaciones humanas sinceras... es decir, hacer realidad y vida los sentimientos y actitudes de Cristo que compartió nuestra condición humana y experimentó las contradicciones indisociables de esta condición....

            Pablo, en esta línea de concretar en la propia vida los ejemplos de Jesús, nos hace una llamada a la unidad y la concordia que serán realidad si “si todos tenéis los mismos sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús”. Hay que construir la unidad, eliminando resentimientos y envidias;  la igualdad,  renunciando a la arrogancia-rivalidad; la solidaridad,  mirando por el interés de los demás, acogiendo a los que necesitan una mano amiga; hay que vivir en comunión -compartiendo la fe, el amor, la mesa, la acogida... con sencillez... Jesús vivió así... Todo ello es posible con la ayuda de Dios. Por eso siempre ha de quedarnos la honda esperanza de que  podemos, con su Gracia , construir mejor nuestra vida y dirigirnos a Él con las  palabras del salmo de hoy: “Recuerda Señor que tu misericordia y tu ternura son eternas...”. Siempre es posible recapacitar y volver. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

 

17 de septiembre de 2011

" O es que tienes envidia porque yo soy bueno?"

DOMINGO XXV TO -A-  Is 55, 6-9 / Fil 1, 20-24.27 / Mt 20, 1-16

 

¿Cómo entendía Jesús la justicia de Dios? La parábola que les contó los dejó desconcertados. El dueño de una viña salió repetidamente a la plaza del pueblo a contratar obreros. No quería ver a nadie sin trabajo. El primer grupo trabajó duramente doce horas. Los últimos en llegar sólo trabajaron sesenta minutos. Sin embargo, al final de la jornada, el dueño ordena que todos reciban un denario: ninguna familia se quedará sin cenar esa noche. La decisión sorprende a todos. ¿Cómo calificar la actuación de este señor que ofrece una recompensa igual por un trabajo tan desigual? ¿No es razonable la protesta de quienes han trabajado durante toda la jornada?

 

Estos obreros reciben el denario estipulado, pero al ver el trato tan generoso que han recibido los últimos, se sienten con derecho a exigir más. No aceptan la igualdad. Esta es su queja: «los has tratado igual que a nosotros». El dueño de la viña responde con estas palabras al portavoz del grupo: «¿Va ser tu ojo malo porque yo soy bueno?». Esta frase recoge la enseñanza principal de la parábola. Según Jesús, hay una mirada mala, enferma y dañosa, que nos impide captar la bondad de Dios y alegrarnos con su misericordia infinita hacia todos. Nos resistimos a creer que la justicia de Dios consiste precisamente en tratarnos con un amor que está por encima de todos nuestros cálculos. Esto confirman las palabras del profeta Isaías:  “Que al malvado abandone su camino y el criminal sus planes... Mis planes no son vuestros planes, mis caminos no son vuestros caminos...como el cielo es más alto que la tierra mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes que vuestros planes”.

 

Esta es la Gran Noticia revelada por Jesús, lo que nunca hubiéramos sospechado y lo que tanto necesitábamos oír. Que nadie se presente ante Dios con méritos o derechos adquiridos. Todos somos acogidos y salvados, no por nuestros esfuerzos sino por su misericordia insondable. A Jesús le preocupaba que sus discípulos vivieran con una mirada incapaz de creer en esa Bondad. En cierta ocasión les dijo así: "Si tu ojo es malo, toda tu persona estará a oscuras. Y si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!". ¡Qué luz penetraría en la Iglesia si nos atreviéramos a creer en la Bondad de Dios sin recortarla! ¡Qué alegría inundaría los corazones creyentes!

 

Dios es así..., nos sigue queriendo tanto si somos obreros de primera hora como del atardecer (¿no quieren acaso los padres a todos sus hijos...?). Ante esta actitud siempre puede surgir la tentación: si finalmente todos vamos a recibir la misma paga ¿para qué esforzarse?...ya que Dios es un Padre que nos ama y salva a todos atrasemos nuestra conversión al final de la vida y mientras tanto.... Ya lo escribía Antonio Machado de aquel gran pecador que, en su vejez, “gran pagano se hizo hermano de una santa cofradía”... Tentación falsa: cada uno debe trabajar desde su hora para mejorar el mundo y  si el salario consiste en estar con Jesús, evidentemente será el mismo para todos, si bien unos lo habrán disfrutado, en esta vida, más tiempo que otros. Qué importante es saber que Dios nos ama por muy torcidos que hayan sido nuestros caminos previos y que siempre es posible volver a él. “Confía el pasado a la misericordia de Dios, el presente a su amor, el futuro a su providencia”, (S. Agustín).

Pablo les dice a los filipenses que lo único importante, mientras vivimos aquí, es que nuestra vida esté al servicio de Dios, en beneficio de los hermanos; lo más importante no es vivir o no vivir sin más, sino vivir o no vivir una vida digna del evangelio de Cristo.  Que así sea con la Gracia de Dios.

 

14 de julio de 2011

"DEJADLOS CRECER JUNTOS HASTA LA SIEGA..."

XVI TO –A-  Sab 12, 12.16-19 / Rom  8, 26-27 / Mt 13, 24-43

 

El libro de la Sabiduría  nos dice que Dios juzga con justicia y también con compasión e indulgencia, nunca caprichosamente. Obrando así, nos enseña a nosotros que el justo debe ser humano, comprensivo y benevolente cuando juzga a los demás... y nos da la esperanza de que, en el pecado, hay siempre  lugar para el perdón si nos arrepentimos de corazón. No podemos olvidar que somos humanos, por ahí hay, tantas veces, que empezar.

En esta línea el evangelio de hoy, continuación del domingo pasado,  nos advierte que aunque la semilla caiga en tierra buena y comience a crecer no está garantizado el éxito y nos advierte que no  es nuestra competencia decidir quién es buena semilla y quién es cizaña, quién está a favor del Reino y quién está en contra. Sólo Dios puede ser el juez justo y Él  quiere que seamos buena semilla, aunque está claro que el mal existe en el mundo y convive con el bien. En realidad todos tenemos algo de bueno y algo de malo. Gracia y pecado están representados en el binomio formado por el trigo y la cizaña. En la existencia concreta de cada persona el impulso de la Gracia y la malicia del pecado, como realidades antagónicas, están presentes a lo largo de la vida. Se trata de una vivencia permanente que no podemos negar.

Pero es curioso, y hasta sorprendente lo que nos dice Jesús: que no arranquemos la cizaña antes de tiempo porque, confundida con el trigo, podemos arrancar también la futura buena cosecha. Es decir, que aunque hay mucho mal en nuestro mundo y en nosotros mismos, no es bueno ser pesimista y verlo todo negativo.  Ciertamente que es importante plantar cara al mal y a sus manifestaciones y, a su vez, decidirse por el bien que no es otro que el amor y la misericordia de Dios pero no  hay que ser profetas de calamidades, como advertía Juan XXIII, sino ser profetas de la esperanza,  sembradores de sueños de un mundo nuevo.

La  mejor manera de luchar contra esa cizaña peligrosa que es el egoísmo será

promover en nosotros el bien y la entrega, el amor y la solidaridad. Existe la cizaña, es verdad, y mucha en nuestro mundo. Pero fijémonos mejor en el trigo que crece, que es mucho más. Hay más bien que mal, hay más personas buenas que malas. La cizaña será asfixiada por el mismo trigo, por el bien que hay en nosotros.  La cizaña de hoy puede ser el trigo de mañana. En cualquier caso, ya llegará el momento de la cosecha y será más fácil distinguir el bien del mal, el trigo de la cizaña, porque en definitiva será el Dueño de la mies quien haga esa distinción. Porque sólo Dios sabe realmente lo que hay en el corazón de cada ser humano. Dios sabe que hay que esperar.

La experiencia humana es en muchas ocasiones experiencia de fragilidad, de pobreza, por ello, Pablo nos recuerda que el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad interior. Y, ¡buena falta que nos hace! para exterminar el mal que nace dentro de nosotros mismos y para luchar contra el mal que hay en la sociedad y en el mundo, para no caer en la tentación del desánimo o de la violencia. Esto debemos hacerlo con fortaleza y valentía, al mismo tiempo que con moderación y misericordia. El mismo Pablo invitaba a vencer al mal, a fuerza de bien. Estamos llamados a trabajar para que crezca en nosotros esa pequeña semilla que se depositó en nuestra tierra el día de  nuestro bautismo, a ser levadura y fermento en medio de la masa. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

"DEJADLOS CRECER JUNTOS HASTA LA SIEGA..."

 

2 de julio de 2011

"... PORQUE MI YUGO ES LLEVADERO Y MI CARGA LIGERA"

XIV TO –A-  Zac 9, 9-10 / Rom 8, 9.11-13 / Mt 11,25-30

           Jesús da gracias al Padre porque la gente sencilla es la destinataria de la revelación de Dios. Aquellos  que no tienen acceso a grandes conocimientos, los que no cuentan en la religión del Templo, se abren a Dios con corazón limpio; están dispuestos a dejarse enseñar por Jesús. Sin embargo, los sabios y entendidos, aquellos que creen saberlo todo, tienen una visión cerrada y su corazón está endurecido. Jesús hace tres llamadas:

. “Venid a mí los  que estáis cansados y agobiados”:  dirigida a quienes sienten la religión como un peso y a los que viven agobiados por normas y doctrinas  que les impiden captar la alegría y gratuidad de la salvación. Si se encuentran con Jesús experimentan un alivio: “Y Yo os aliviaré”. Un auténtico icono del corazón de Jesús: infinita misericordia, ánimo, esperanza, alivio.

. Cargad con mi yugo… porque es llevadero y mi carga ligera”: hay que abandonar el yugo de los sabios y entendidos, que no es ligero y cargar con el de Jesús, no porque exija menos sino porque exige de otra manera, exige lo esencial: el amor que libera y hace vivir. Siguiéndole no nos aplastará el yugo de una vida sin sentido y sin esperanza. La carga se hace ligera cuando hay un motivo para cargar con ella, cuando ya no es solo nuestra sino también del que la ha tomado primero y de todos los que deciden llevarla con nosotros.

. “Aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón”: hay que vivir la religión con su espíritu. Jesús no “complica” la vida, la hace más simple y sencilla; no oprime, ayuda a vivir de modo más digno y humano. Es un descanso encontrarse con Él, acoger su Buena Noticia.

           La gente sencilla es lo mejor que tenemos en la Iglesia. A veces corremos el riesgo de teorizar, racionalizar o complicar demasiado la fe; en ocasiones hay mucha distancia entre la palabra predicada o escrita en documentos y la vida de las personas; nuestro lenguaje ciertamente suele ser más complicado que el de Jesús que hoy sencillamente nos recuerda que la mejor lección de exegesis, crítica textual, análisis literario de los textos…nos la dan los sencillos que, con corazón abierto y confiado, descubren los “secretos” de Dios, le dan gracias, disfrutan de lo bueno de la vida, soportan con paciencia los males, saben vivir y hacen vivir. Y no es que la vida sea fácil; lo cierto es que vivir es complejo pero, al mismo tiempo en la complejidad de las cosas se revela también la riqueza de vivir, de experimentar, de creer, de querer y quererse, de enseñar y de aprender.

           San Pablo, como hemos escuchado, sigue trazando su camino de perfección, su idea sobre la santidad que hoy es perfectamente válido para nosotros. Esa prioridad del Espíritu, frente a las apetencias de la “carne” (que en Pablo no designa al cuerpo humano sino a las tendencias que nos alejan de Dios), es camino de santidad y salvación. Es la doctrina que se incluye en la Carta del Apóstol Pablo a los Romanos que estamos leyendo. La cuestión no es tanto vencer a la “carne” a base de  mortificaciones corporales, sino en dar entrada en nuestra vida (cuerpo, alma) al Espíritu que es de Cristo y de Dios;  de dejar  que los caminos impulsados por el cuerpo no sean una dificultad para iniciar esa vida de santidad, la autentica vida; sólo la Presencia de Jesucristo en la vida justifica; sólo la presencia de quien es Bueno, nos hace buenos...

            Tenemos la ocasión de aceptar la sombra refrescante  que el  propio Jesús nos ofrece. Ojalá seamos capaces de añadir a nuestras vacaciones la calma necesaria para que  sean una ocasión  de vivir serenamente las relaciones familiares, humanas y la vida de cada día, “descansando confiadamente en el Señor”. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

18 de mayo de 2011

"YO SOY EL CAMINO Y LA VERDAD Y LA VIDA"

V Domingo de Pascua - A - Hch 6,1-7  - 1 Pe 2,4-9  - Jn 14, 1-12

 

            Nuestra iglesia no nació hecha y terminada. A lo largo de 2011 años de historia se ha ido construyendo, discerniendo las nuevas situaciones para poder dar respuesta a las necesidades de cada momento, con sus aciertos, la santidad de sus miembros  y también con sus errores históricos y debilidades humanas.

            La primera lectura cuenta cómo la iglesia primitiva tuvo que dar respuesta a un problema que surgió en la comunidad. En aquel momento los apóstoles tenían un excesivo protagonismo: ellos bautizaban, predicaban, visitaban las comunidades, confirmaban en la fe a los bautizados, atendían a las necesidades de los pobres...Demasiadas tareas para hacerlas todas bien. Surgió el malestar en la comunidad: las viudas de habla griega se quejaban de que eran peor tratadas en sus necesidades que las de lengua hebrea. Los apóstoles convocan a la comunidad y proponen una nueva forma de actuar:”No nos parece bien descuidar la predicación para ocuparnos de la administración”. Se dedicaron a predicar y a la oración y eligieron (imposición de las manos) a siete hombres para que se consagraran y encargaran de atender a los pobres. Surgía así el primer grupo de acción en la Iglesia (mujeres...). No todas las tareas sobre los apóstoles, porque en la comunidad todos tienen un servicio... Los primeros cristianos aprenden a participar en las varias tareas de su comunidad y toman conciencia de que no son espectadores pasivos, de que todos tienen algo que hacer en la comunidad, de que todos son sacerdotes.

            La segunda lectura nos recuerda precisamente que los cristianos somos “un pueblo sacerdotal”, formamos “un sacerdocio sagrado para ofrecer sacrificios espirituales”. En la Antigua Alianza sólo unos pocos eran sacerdotes y solo ellos podían entrar en el templo para ofrecer sacrificios a Dios. En la nueva alianza todos los bautizados son sacerdotes capaces de ofrecer a Dios el culto que le agrada: en la propia vida, en la calle, en el templo, en la Eucaristía. Por ser un pueblo sacerdotal es toda la comunidad la que celebra la Eucaristía que el sacerdote ministerial preside. Todos somos “piedras vivas” de ese templo cuya piedra angular, no lo olvidemos, es Cristo. No hay otra. En él, por el bautismo, estamos injertados.  Sintámonos “piedras vivas” de la Iglesia, construyamos juntos la Iglesia con amor, oración, fidelidad, entrega... ella es nuestra Madre, la que nos ha engendrado en la fe y dado la vida de Dios...

            Y no olvidemos que la Iglesia existe por el Señor. Creemos en él. A pesar de la decadencia o de los escándalos protagonizados por sus miembros a lo largo de la historia  Jesucristo nunca se ha perdido. El nombre de Jesucristo es como un “hilo dorado” en el gran tapiz de la historia de la Iglesia, y, aunque en ocasiones ese tapiz está deshilachado, ese hilo vuelve siempre a penetrar en la tela. No olvidemos que la santidad de la Iglesia está en Cristo y que debemos mirar a los 11 discípulos fieles antes que paralizarnos mirando a Judas, que traicionó al Señor y no confió en su misericordia.  Por Jesús sabemos lo que tenemos que hacer, tenemos siempre una nueva credibilidad, conocemos a Dios nuestro Padre y nos disponemos a llevar una vida de amor y servicio.  Por eso Jesús pronuncia una de las sentencias más fundamentales del evangelio: “Yo soy el camino (sentido y meta de nuestra vida), la verdad (palabra auténtica, fiel, sincera, que nunca falla...) y la vida (fuente de vida y esperanza). Él nos lleva al misterio del amor de Dios. Por eso “no perdáis la calma (alegría), creed en Dios y creed también en mí” (tened confianza pensando que aquello que hago en tu vida es lo mejor para ti); y, sobre todo, no olvidemos las palabras del evangelio: “El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago y aún mayores”. Y la gran obra, que muestra además el rostro auténtico de la Iglesia, es la santidad. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

12 de mayo de 2011

"YO HE VENIDO PARA QUE TENGAN VIDA..."

IV DOMINGO DE PASCUA-A- Hch 2,14ª. 22-33 / 1 Pe 1,17-21 / Lc 24,13-35

            El mensaje de la Palabra de Dios es claro: Jesús es la puerta para ir al Padre y también para ir al hermano. Una  puerta que se abre para nosotros y nos ofrece un camino nuevo y único para que cada persona que quiera pueda atravesarla y encontrar la verdad y la libertad. Y no sólo eso, Jesús es  el pastor que nos ayuda a entrar por ella. Es el Buen Pastor que, sin haber cometido pecado,  sufre la pasión por nosotros, carga con nuestras debilidades, sube al leño de la cruz para darnos ejemplo, curarnos las heridas del pecado y darnos vida.      

En un primer momento del texto evangélico Jesús lanza un duro juicio contra quienes no saben custodiar el rebaño, contra quienes se aprovechan de él,  viven a su costa y lo abandonan a su suerte; después, subraya:

. El que es buen pastor “llama a sus ovejas una por una”. Antes de hablar  de masa anónima se relaciona personalmente con cada uno; a cada uno llama por el propio nombre (“María-Rabboni/Maestro”, resuena en la mañana de la Resurrección). Para Él cada uno de nosotros somos únicos e insustituibles;  es hermoso pensar que no somos considerados como objeto de consumo, sino como  un sujeto con nombre propio llamado a crear y producir una nota original en el concierto del universo. 

. El que es buen pastor “camina delante de las ovejas”, abriendo la ruta y afrontando los retos y peligros. Jesús no se quedó en la retaguardia, fue siempre el primero en dar ejemplo (“Si yo el Maestro y el Señor os he lavado los pies...”), sin más interés que el bien de la persona. Por eso siguiendo sus pasos y escuchan su voz,  que es de fiar,  vamos tranquilos y seguros aunque caminemos “por cañadas oscuras”.

. El que es buen pastor prioriza a la persona y nos da una perspectiva para que vivamos abundantemente, desde la ilusión y la esperanza que no defrauda (“He venido para que tengan vida y vida en abundancia”. Es necesario desarrollar todas las capacidades de amar y de dar vida a otros. Escribía Luís de Góngora: “Oveja perdida ven sobre mis hombros que hoy no solo tu pastor soy sino tu pasto también”.

            Todos, en nuestra misión familiar, profesional, educativa…, podemos aprender del Buen Pastor a caminar primeros con el ejemplo de la propia vida, a vivir aquello que pedimos vivan los demás, a conocernos  por el propio nombre..., a dar la vida. y a entrar juntos por la Puerta  que conduce a la Vida y a la  salvación. Identificados con Cristo, Buen Pastor, empapados de sus sentimientos y actitudes,  dando razón de nuestra fe y de nuestra esperanza,  viviendo los valores del Evangelio… podemos ser pastores de humanidad, de perdón y misericordia en el mundo de hoy.

Iluminada por el mensaje de este domingo  IV de Pascua la Iglesia celebra la XVI Jornada Mundial de Oración por las vocaciones, bajo el lema: “Promover las vocaciones en la Iglesia local”. Escribe Benedicto XVI: “El arte de promover y de cuidar las vocaciones encuentra un luminoso punto de referencia en las páginas del Evangelio en las que Jesús llama a sus discípulos a seguirle y los educa con amor y esmero…En primer lugar, aparece claramente que el primer acto ha sido la oración por ellos: antes de llamarlos, Jesús pasó la noche a solas, en oración y en la escucha de la voluntad del Padre (cf. Lc 6, 12), en una elevación interior por encima de las cosas ordinarias. La vocación de los discípulos nace precisamente en el coloquio íntimo de Jesús con el Padre. Las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada son primordialmente fruto de un constante contacto con el Dios vivo y de una insistente oración que se eleva al “Señor de la mies” tanto en las comunidades parroquiales, como en las familias cristianas y en los cenáculos vocacionales”.

Quienes, en la Iglesia, tienen encomendada la tarea de ser pastores de los hermanos solo podrán reclamar este nombre sin rubor si siguen el modelo del Buen Pastor que camina dando ejemplo y ofreciendo  la vida  que nace del encuentro con el Señor. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

6 de mayo de 2011

"QUÉDATE CON NOSOTROS PORQUE ATARDECE..."

III DOMINGO DE PASCUA -A- Hech 2,14.22-28/1 Pe 1,17-21/Lc24,13

 

            Hemos escuchado en el evangelio un relato de ayer y de hoy; una catequesis cristiana permanente: “Nosotros esperábamos… y ya ves”. Todo  murió, parece,  en uno que fue crucificado. Los dos discípulos se habían marchado de la comunidad. Caminaban tristes, con los ojos cerrados, sin esperanza ni ilusión. Y, sin embargo, el encuentro con Jesús Resucitado, que se les acercó en el camino,  cambió la vida de aquellos dos discípulos de Emaús (aldea cercana a Jerusalén). Y ahora, tras ofrecerle hospitalidad (“Quédate con nosotros porque atardece”) y reconocerle, en la fracción del pan, se les abren los ojos, su corazón se llena de esperanza y corren llenos de alegría, de noche,  hacia la comunidad, para dar testimonio de su experiencia. Y se encuentran  con una comunidad llena de la buena noticia que proclama: “Es verdad: ha resucitado el Señor y se ha aparecido”.

            Nosotros, que no hemos conocido “personalmente” a Jesús, podemos experimentar en nuestra vida el encuentro con El:

. En la comunidad:  “Donde dos a tres están reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos”. Los discípulos de Emaús volvieron y encontraron a la comunidad unida y  reunida.

. En la Palabra que se nos proclama y que acogemos con la inteligencia y el corazón: Cristo nos habla hoy, nos explica el sentido de las Escrituras (“¿No estaba ardiendo nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras?”). Si todas las Biblias del mundo, decía san Agustín, por algún cataclismo, fueran destruidas y quedara una sola copia, y de ésta ya no fuera legible más que una página, y de tal página sólo una línea, si esta línea es la de la primera Carta de Juan donde está escrito: «Dios es amor», toda la Biblia se habría salvado, porque se resume en esto. Muchas personas se acercan a la Palabra sin grandes estudios, con sencillez, con fe en que es el Espíritu Santo quien habla en ella, y ahí encuentran respuestas a sus problemas, luz, aliento, en una palabra: vida;

. En la fracción del pan: “Se les abrieron los ojos y contaron cómo lo habían reconocido al partir el pan”. El Señor se nos da como alimento de Vida en ese Pan y ese Vino que ofrecemos y que son su misma Persona.

            Comunidad, Palabra y Eucaristía, tres direcciones en el encuentro con Jesús, que se dan cuando los cristianos nos reunimos cada domingo para celebrar la “cena” del Señor. Escribe el papa  Benedicto XVI: “Palabra y Eucaristía se pertenecen tan íntimamente que no se puede comprender la una sin la otra: la Palabra de Dios se hace sacramentalmente  carne en el acontecimiento eucarístico. La Eucaristía nos ayuda a entender  la Sagrada Escritura, así como la Sagrada Escritura, a su vez, ilumina y explica el misterio eucarístico” (Verbum Domini, 55).

            También es admirable lo que le pasó a Pedro. Por miedo a ser detenido había negado días antes  a Jesús.  Pero su cobardía se convierte en un valiente testimonio ante todo el pueblo, como hemos leído en los Hechos: “Os hablo de Jesús...vosotros los matasteis pero Dios lo resucitó venciendo las ataduras de la muerte”. Esa es la razón de ser de nuestra fe y de nuestra esperanza, de la alegría y del compromiso de vida de todos los cristianos. Hemos puesto en Dios nuestra fe y nuestra esperanza y no quedaremos defraudados.

            Aceptemos a Jesús en nuestra vida;  no cerremos nuestro corazón a los signos de su presencia en nuestro camino. Jesús vive de verdad en el centro mismo de nuestras preocupaciones y desánimos y nos alienta con sus enseñanzas cargadas de sentido. Si somos hijos de Dios, hermanos en Jesús, eso deberá cambiar nuestra vida y llenarla de esperanza. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

30 de abril de 2011

"SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO"

II DOMINGO PASCUA -A- Hech 2,42-47/1 Pe 1,3-9/Jn 20,19-31

 

  “Porque me has visto has creído, dichosos los que crean sin haber visto”. La apostilla de Jesús a Tomás nos muestra que, a su manera, los “once” recorren también el camino de la fe y nos introduce en la segunda generación cristiana reflejada en las lecturas de los Hechos y la carta de san Pedro.

La relación comunitaria entre los creyentes, personas abiertas a la esperanza, al sentido pleno de sus vidas por la fe en la Resurrección  de Jesucristo “a quien amáis sin haberle visto” (Pedro), era intensa; se reunían con frecuencia, oraban con unidos; cuidaban de que ningún hermano careciera de los necesario; ponían en común sus bienes;  vivían un estilo sencillo de vida. La cohesión comunitaria no solo no hacía de ellos ningún gueto, sino que su “modo de proceder” resultaba atractivo en el  entorno social y algunos, por su ejemplo,  adoptaban la fe y el estilo de vida de la comunidad. Y además, había un  rasgo de familia que nunca faltaba: cuando se reunían en sus casas compartían la “fracción del pan”, la Eucaristía que el Señor había mandado celebrar en memoria suya. Accedían a la fe por la enseñanza y el testimonio de los apóstoles que gozaban de aceptación y crédito en medio del pueblo donde realizaban “prodigios y signos”, curando a muchos enfermos y todo,  sin falsos optimismos (Pedro les recordaba que tenían que aguantar tribulaciones y aflicciones, diversas pruebas, comprobación de la fe... pero que debían mantenerse apoyados en una esperanza viva, imperecedera...).

En nuestros tiempos, tan distintos, nuestra fidelidad debe recrear los trazos esenciales de los primeros cristianos para ser hoy la comunidad que cree en el Resucitado, que comunica su fe y contagia su estilo de vida. Nada nos dispensa de seguir cultivando hoy,  día a día,  la enseñanza apostólica. El pluralismo de nuestra sociedad no debe afectar al consenso básico de nuestra fe: es urgente rehabilitar la  cultura de la oración personal, familiar y comunitaria, el conocimiento y práctica de la doctrina social de la Iglesia y la defensa de la dignidad de la persona humana; la Eucaristía fraternalmente compartida ha de recuperar el talante  gozoso de centro de la comunidad, fuente del estilo de vida cristiano. Ser una Iglesia del Resucitado pide el empeño creativo de todos. La alegría pascual bien merece ser cuidada. Todo gira, nace y renace cada día alrededor de Cristo vivo. Y como él, por el Padre, somos enviados  a ser instrumentos de su misericordia y su perdón.

Jesús  invita a sus discípulos a volver a Galilea, allí donde habían respondido a su llamada, el lugar  donde todo comenzó para retomar  la inocencia, la alegría, la sencillez, la humildad de los orígenes. También nosotros, hoy, somos invitados a encontrarnos con el Cristo resucitado en el lugar en el que Él nos indica. Este lugar –nuestra Galilea- es la Iglesia, la sociedad, la familia… En las actividades laborales, en la vida familiar de cada día, en la que  experimentamos y vivimos el amor, a menudo, el desencuentro o la  infidelidad… la acogida, el perdón,  la ambigüedad..., el Resucitado nos reafirma: “No tengáis miedo”;  nos renueva como personas capaces  de ir  por “los caminos de la vida” y  contar el acontecimiento, narrar el encuentro que ha cambiado nuestra vida, comunicar nuestro impulso, nuestro amor, nuestra alegría. Juan Pablo II repetía: “Abrid el corazón a Cristo. No tengáis miedo”. En el día de su beatificación pedimos al Señor de la Vida que nos mantengamos abiertos a su Palabra salvadora, a todo lo que hay de justo, verdadero y puro en las culturas y civilizaciones, a lo que alegra, consuela y fortalece nuestra existencia. Dios, en su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo:  ¡Cristo ha resucitado verdaderamente!. ¡Aleluya!. Renació de veras mi amor y mi esperanza!. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

 

7 de abril de 2011

"LÁZARO, SAL FUERA"

V DOMINGO DE CUARESMA- Ez 37, 12-14/Rom 8, 8-11/ Jn 11, 1-45

 

            Seguimos la tercera catequesis de preparación al bautismo y la respuesta a la pregunta sobre la identidad de Jesús. Hoy descubrimos, en el signo de la resurrección de Lázaro,  que él “es la Vida”. Ya la lectura de Ezequiel nos introduce en el tema: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros y os haré salir, pueblo mío y os traerá a la tierra de Israel”. Palabras dirigidas a los desterrados de Babilonia que significan un anuncio esperanzador de reconstrucción de la libertad. El pueblo poco a poco va entendiendo que “Dios no es un Dios d muertos sino de vivos”, capaz de vencer a la muerte y de conducir al hombre, por la fuerza del amor, a la superación del dolor, la esclavitud, el temor....

        Es la idea que nos transmite hoy el evangelio de Juan.  Una escena llena de emoción, humanidad, cercanía...Jesús, ante sus amigos, comparte el dolor. Impresionan siempre las lágrimas de un hombre o una mujer. Impresionan las lágrimas del Hijo del hombre. Más de una vez lloró Jesús: de compasión, de pena, de dolor; él, que había venido a enjugar nuestras lágrimas... es capaz de hacerlo precisamente porque ha sabido llorar.  Jesús tenía que experimentar nuestras dolencias, para poder ser compasivo. Nadie nos puede decir: si creéis en la resurrección de los muertos y en la vida futura, ¿por qué os afligís tanto por la muerte de un ser querido?, ¿dónde está vuestra fe y vuestra esperanza? No. La esperanza del futuro ilumina la realidad presente, pero no la destruye. Es como el que, ante el nacimiento de un niño, no se alegrara, porque algún día tendrá que morir. Todo tiene que ser vivido, y con intensidad.

Al mismo tiempo Jesús nos dice: “Sal fuera”“Sal del sepulcro”“Sal de ti”, “Deja de atarte pies y manos con tus propias vendas” (mediocridad, rutina, miedo, pesimismo, muerte espiritual...), invitándonos  a experimentar esa vida nueva que él nos ofrece, a vivir a fondo nuestro bautismo amando con el amor que él nos ama,  a no perder la ilusión por la vida, la confianza en las personas, la mirada en el futuro....

El cap. 8 de la carta a los Romanos Pablo lo dedica a la vida del cristiano bautizado en el espíritu. El don del Espíritu es el fundamento de la vida nueva y es la garantía de la liberación futura. El que posee el Espíritu pertenece a Cristo, tiene una nueva existencia. El creyente ya no vive en la carne (el hombre cerrado en sí mismo, separado de Dios y de los hermanos) sino que está en el Espíritu, que le ha sido concedido por Dios en el bautismo y este acontecimiento cambia su vida  para siempre. “Carne” designa la tendencia a la resistencia a Dios que acarrea la muerte; Espíritu es lo que concede la vida y pone en sintonía con Dios. Dentro de nosotros experimentamos la lucha de la carne contra el Espíritu; quien se deja guiar por el Espíritu entra en una vida nueva que alcanza su plenitud en la resurrección. Este Espíritu habita en el creyente por medio del Bautismo.

             Frente a todos aquellos hechos (violencia, terrorismo, abusos, maltratos...) que parecen obedecer a una cultura de la muerte o a una insensibilidad moral frente a la dignidad de toda vida humana...,  los creyentes en la Vida debemos trabajar y defender la vida en todos sus momentos y situaciones. Lo hacemos desde la certeza de la fe que nos recuerda que la muerte no es la meta, el fin; aunque inevitable, es un tránsito hacia la salvación que es la vida eterna que empieza ya aquí. Lo único que puede vencer a la muerte es el amor. La vida espera de nosotros una actitud positiva, de lucha y esperanza...¡El hombre es un ser para la vida!. Desde la venida de Cristo hemos quedado libres, no del mal de sufrir, sino del mal de hacerlo inútilmente. “Yo soy la resurrección y la Vida, El que cree en mi, aunque muera vivirá” ¿Crees esto? Que así sea con la Gracia de Dios.

 

31 de marzo de 2011

"CAMINAD COMO HIJOS DE LA LUZ"

IV DOMINGO DE CUARESMA -A- 1 Sm 16,1b.6-7.10-13a/Ef 5,8-14/Jn 9,1-41

           

Hoy la  identidad de Jesús nos viene mostrada por el signo de la Luz: “Yo soy la Luz del mundo”.  Esta luz que abre los ojos del cuerpo y también los del espíritu es, en línea con la enseñanza de la primera lectura, un don del  Dios “que no mira las apariencias, sino el corazón”, que muestra su amor a personas concretas, consideradas muchas veces por los hombres, los menos merecedores de la Gracia: David, el último y más pequeño de los hermanos, el ciego, un mendigo al lado de los caminos arropado por la oscuridad.  Y es que la mirada de Dios, ¡menos mal!,  no es nuestra mirada...

            En el relato de Juan no hay petición que presuponga una  fe inicial, sino una oferta compasiva de Jesús, en un día de sábado... y untando los ojos con barro... Este signo  devuelve la dignidad  y la vida al ciego; le hace pasar  de la curación física al reconocimiento de Jesús (“Creo Señor, y se postró ante él”). Los fariseos, ante un hecho que debería llenarlos de alegría,  se van hundiendo en la ceguera pensando que cada vez ven más claro (“Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”). Y en torno a ellos, están descritas otras actitudes: los que son meros espectadores que no comprenden el significado del signo; los que tienen miedo a las consecuencias de ver la luz  y cierran los ojos; los padres que no se arriesgan a ser testigos de la verdad ni quieren complicaciones (“Preguntadle a él que ya es mayorcito”); los que, como los discípulos,  se quedan en estériles discusiones teológicas sobre el origen del mal olvidando la responsabilidad frente al mismo.

            Pero hay, además, un rasgo presente en las conversaciones del ciego recién curado con los fariseos. Una y otra vez, ellos dan las razones por las que era imposible que hubiera sido curado (“¿Cuándo se ha visto que un ciego de nacimiento recobre la vista?”), o por las que era imposible que Jesús pudiera venir de Dios, ya que, contra su interpretación de la Ley,  había hecho la curación en sábado. Y, frente a todo ello,  el hombre que había sido ciego remite, una y otra vez,  a la experiencia: «Yo sólo sé que antes estaba ciego y ahora veo». La razón entre los fariseos refleja la cultura dominante, hecha de prejuicios y esquemas con los que se mide todo. Pero frente a la experiencia, los esquemas, las teorías, no valen nada;  cuenta “lo que yo he vivido”, sentido, experimentado, sufrido, gozado…

Si nuestra fe en Jesucristo está hecha  solo de esquemas, rutinas, e ideas se la lleva el viento. Con una ideología, ni se sostiene la vida ni se hace frente a la dificultad. Sólo la experiencia resiste y vence. Sólo en Encuentro cambia la vida y llena de luz. En un tiempo de  indiferencia y de consumo,  cuando las ideas son juguetes de moda y las palabras carecen de seriedad, a la hora de la verdad sólo quien puede apelar a la experiencia sobrevive. Sólo quien ha sido curado, quien tiene la experiencia de la gracia de la Redención, y puede aferrarse a esa roca, y puede decir: «Yo sólo sé que estaba ciego y ahora veo».  Y eso, lejos de ser una desgracia, es una bendición porque la  experiencia de Cristo ilumina-transforma la vida de las personas.

Tenemos una luz, Jesucristo. Una luz,  que no es una varita mágica que solucione milagrosamente las oscuridades, pero  que está en nosotros iluminando nuestra búsqueda, nuestro camino, descubriendo tonalidades más luminosas y humanas en la vida de cada día.  Pablo nos exhorta : "Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz), buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas". Busquemos lo que nos hace ver (verdad, misericordia…); rechacemos  lo que nos ciega (prejuicios, pecado…). Miremos más al corazón de las personas; a los ojos del que sufre antes que al manual de instrucciones.... No seamos ciegos voluntarios. Vamos a encender la luz sin temor. Pidamos la Luz. Seamos luz. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

26 de marzo de 2011

"SEÑOR, DAME ESA AGUA..."

III DOMINGO DE CUARESMA-A-  Ex 17,3-7/Rom 5,1-2.5-8/Jn 4,5-42

            En estos tres domingos que nos conducen a las grandes celebraciones de la Pascua del Señor, leemos tres extensos evangelios de san Juan que preparaban a los catecúmenos para el Bautismo, mostrando la  identidad de Jesús y situándonos ante las preguntas esenciales de la vida.

            Pero, en primer lugar, vamos a fijarnos un momento en el interrogante, que hemos escuchado en la primera lectura. El pueblo judío había experimentado la presencia y la fuerza de Dios que lo había liberado de la esclavitud en Egipto. Y, guiado por Moisés, había emprendido el largo camino por el desierto hacia la gran promesa de una patria, de una tierra que sería suya y donde podría vivir libre. Pero el camino se hace difícil, el pueblo experimenta la terrible tortura de la sed y la tensión. Y por eso primero duda y luego se rebela. Su gran interrogante sigue siendo el nuestro (particularmente cuando pasamos la travesía del desierto, la soledad, la indiferencia o tibieza espiritual por mil causas....): "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?".

            La respuesta que nos da Jesús es clara y rotunda: Yo estoy dentro de vosotros y estoy "como un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna". O dicho con otras palabras, con las de san Pablo en la segunda lectura: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que nos ha sido dado". A aquella mujer que coleccionaba hombres ("has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido"), que siendo samaritana era considerada como hereje por los judíos, Jesús le hace esta gran oferta: Si quieres yo te daré una agua de vida que fecundará tu corazón, que se convertirá dentro de ti en inacabable fuente de amor, de amor real, abierto, generoso. Este es el anuncio de Jesús, esta es su oferta. A aquella mujer de los seis hombres. Y a cada uno de nosotros.  Lo más importante, lo decisivo es que cada uno  crea que eso va en serio y que a todos se nos ofrece esta posibilidad, este don, esta gracia. Como nos decía hoy san Pablo: “no por mérito nuestro sino porque Dios nos ama y por eso murió y resucitó Jesús, el Mesías”.

            Existe un principio fundamental de la fe: antes y más allá de nuestros programas hay un misterio de amor que nos envuelve y nos guía: es el misterio del amor de Dios. La fe viva logra descubrir en medio de los acontecimientos  de la vida la mano providente de Dios. Esto no se da de modo inmediato, sino más bien, es el resultado de un proceso de conversión, diálogo y encuentro en los lugares comunes de la vida (pozo).  Dios actúa con una pedagogía divina: a veces nos hace caminar por el desierto en medio de hambre y sed, a veces se muestra soberano en la cumbre del monte, a veces permite la experiencia de la derrota y el cansancio de la vida. El creyente es aquel que sabe descubrir en todo ello una pedagogía amorosa de Dios. 

Cuando al lado del pozo la mujer dice: “Dame de ese agua” está pidiendo el agua que puede saciar su vida.  Jesús se la  regala  y ella, “olvidando el agua y el cántaro” (símbolo de la ley antigua de purificaciones) mira hacia el futuro. Ya no encierra a Dios. Lo adora “en espíritu y verdad”, porque ha descubierto en su corazón el “don” de Dios, don de agua viva, don de la fe, para judíos y samaritanos, universal como universal es la búsqueda y en anhelo de plenitud. “Nos has hecho Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descansa en ti” (San Agustín)

El Señor presente en nuestro camino, que conoce nuestra vida, búsqueda y anhelo... nos dice: “Yo soy. El que habla contigo”. Es en esa revelación de Dios donde el hombre, que la acoge con fe,  es salvado.  “Anoche cuando dormía soñé, ¡bendita ilusión! Que una fontana fluía dentro de mi corazón (...) Anoche cuando dormía soñé ¡bendita ilusión!, que era Dios lo que tenía dentro de mi corazón” (A. Machado) No endurezcamos nuestro corazón.  Que así sea con la Gracia de Dios.

 

10 de marzo de 2011

"... EL ÁRBOL ERA APETITOSO, ATRAYENTE Y DESEABLE..."

DOMINGO I DE CUARESMA -A- Gn 2,7;3,1-7 / Rom 5, 12-19 / Mt 4, 1-11

 

Comienza una historia de “salvación” no de “condenación”. Sobre el fondo de las tentaciones la liturgia ha escogido el relato de la primera caída del hombre. Es un texto simbólico, una gran reflexión teológica para explicarnos el origen del mal en el mundo, como fruto de una elección libre del hombre. Desde nuestros  orígenes los  hombres hemos querido ser como Dios, fascinados por el deseo de convertirnos en señores absolutos de nosotros mismos, de los demás y del mundo (“podéis construir vuestra vida al margen de Dios”-“no necesitáis a Dios”); nuestra autonomía nos lleva a no aceptar fácilmente normas impuestas desde fuera; nos hemos sentido, sentimos,  atraídos por el árbol de la ciencia del bien y del mal ya que es “apetitoso, deseable y atrayente”, seductor... posible de lograr (en nuestra cultura hay la tentación de pensar que “el seréis como dioses” es solo una cuestión de tiempo: se desvelan los secretos de la vida en la biogenética, la clonación, investigación con las células madre embrionarias, la elección de sexo ...casi todo es ya posible...). 

El pecado original es nuestra tendencia innata a querer ser como dioses, a decidir lo que es bien o mal, dejarnos seducir por árboles apetitosos, atrayentes..., para acabar después, al abrir los ojos, descubriendo amargamente, como Adán y Eva, nuestra desnudez, vacío, fragilidad... finitud...signos de la ruptura con Dios.

Jesús, verdaderamente hombre, vivió dentro de sí la tentación que forma parte de la condición humana; fue sometido a la prueba como también lo estamos nosotros...,  y venció la triple tentación que ponía a prueba su fidelidad a estar con los hombre siguiendo el camino y la voluntad de Dios. Las tres tentaciones se refieren en su núcleo fundamental a la misión mesiánica que Jesús ha recibido el Padre. Versan, las tres, sobre el poder: utilizar el poder para hacer milagros que solucionen los problemas materiales, utilizarlo para forzar a la fe y para realizar la misión mesiánica por el dominio político. Y siempre con una  razón de fondo: “Si eres Hijo de Dios...”, la misma que en la cruz: “Si  eres hijo de Dios, bájate...”

            Jesús asume la realidad que para él se concretiza en el cumplimiento de la voluntad del Padre. Su poder no es para él, no es para “utilizar” a Dios”, sino para ponerlo a servicio y disposición de los demás. Por eso recuerda que el hombre necesita pan para vivir, pero si desea vivir como persona necesita también el alimento de la palabra de Dios, del espíritu. El hombre admira las obras humanas pero sin caer de rodillas ante criatura alguna porque el culto de adoración solo es debido a Dios. Todo lo demás son ídolos de barro, que esclavizan. De rodillas solo ante Dios. Esa es la libertad.

            Más allá de las tentaciones en el cristianismo hay siempre una llamada al optimismo y a la esperanza. Lo dice hoy Pablo: “por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos”, ya que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia...” “El cristiano, al igual que cualquier otro hombre reside en un territorio limítrofe entre el bien y el mal”, una criatura “siempre al borde del abismo”. En el “humano Adán estamos todos”: no podemos negar la abundante historia humana de pecado y que todos los días nos ponen delante de los ojos los medios de comunicación, pero tampoco podemos negar la sobreabundante historia de gracia que han escrito y siguen escribiendo muchos hombres y mujeres y que pasa inadvertida. Y sobre todo no podemos olvidar que nuestra llamada es a ser hombres y mujeres, personas que asumiendo su realidad finita, creada, mortal, se abren al misterio de Dios para ser transformadas, divinizadas, por el mismo Dios. Que así sea con Su Gracia.

 

3 de marzo de 2011

"...SINO EL QUE CUMPLE LA VOLUNTAD DE MI PADRE QUE ESTÁ EN EL CIELO"

IX TO-A- Dt 11, 18.26-28 / Rom 3, 21-25.28 / Mt 7, 21-27

 

Los pasajes del libro del Deuteronomio y del evangelio, subrayan claramente la necesidad que tenemos de cumplir los preceptos del Señor. Porque no basta con escucharlos y recordarlos si después nos desviamos del camino que nos marcan; como no basta confesar con los labios que Jesús es el Señor, si no cumplimos fielmente lo que nos dice. Santiago escribe: “la fe sin obras es fe muerta”, y san Pablo nos dice hoy: "Sostenemos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley".  ¿La fe o las obras?, ¿qué es lo que salva? En el corazón del mensaje surge la dialéctica, pero no es lícito separar los dos extremos, ya que  ambos pertenecen al núcleo del mensaje.

El que nos salva es Dios en Jesucristo. La fe, ella misma gracia de Dios, es la aceptación agradecida de esa salvación. Por eso el mensaje cristiano es “evangelio”, buena noticia, porque en él se proclama la iniciativa y la obra de Dios en favor nuestro, el perdón que nos concede a todos siendo, como somos, pecadores. Porque Dios,  libre y  gratuitamente,  nos ha pasado de la muerte a la vida y nos ha hecho sus hijos. De modo que no tenemos nada de qué presumir delante de Dios ni delante de los  hombres, y mucho que agradecer. La conciencia de esta salvación nos hace humildes, generosos, alegres..., porque es la experiencia de la gracia de Dios. Queda así descartada la autosuficiencia y el orgullo espiritual.

Las obras, necesarias e importantes, nacen de la fe, de la nueva vida que hemos recibido; esto es, las obras que hacemos son con el impulso del espíritu de Cristo y dejándonos llevar de ese espíritu que nos ha sido dado. De este modo,  las obras son la manifestación y la realización de la fe; son como frutos de un árbol, su testimonio. Por ello,  la exigencia de las obras nace de lo que somos. San Pablo no se cansará nunca de fundar el compromiso ético en la acogida del evangelio. Primero, el indicativo: "Sois hijos de Dios...", "habéis resucitado con Cristo..."; pero inmediatamente después, unido como el cuerpo al alma, el imperativo moral: "vivid como hijos de Dios", "buscad las cosas de arriba". La justificación es un don gratuito de Dios en Jesucristo, no solo fruto del esfuerzo humano, si bien, el mismo Jesús, que evangeliza a los pobres y a los pecadores anunciándoles la llegada del reino de Dios, recuerda siempre la necesidad de la conversión.

Creer es también “comprometerse”, porque es obedecer,  responder a la palabra de Dios con el alma, el corazón y con toda la vida. No es solo recordar, saber o retener unas verdades, sino vivir.  Y esto elimina, de una parte, toda clase de ritualismos sin alma; y, de otra, cualquier especie de espiritualismo sin cuerpo. Porque la fe se realiza en las obras: “Muéstrame tu fe sin obras que yo, con mis obras, te mostraré mi fe” (Santiago). En la vida existen ocasiones en las que la única forma de decir algo es hacer, poner en práctica, incluso cuando se trata de callar y escuchar.  

Hay que volver a la prudencia  señalada por Jesús: edificar nuestra vida exclusivamente sobre él; aunque caiga la lluvia, vengan las tormentas, soplen los vientos y embistan contra nosotros, seguiremos conservando la  fidelidad, porque está cimentada  sobre “la roca”, la palabra veraz y la vida de Jesús. Hoy se puede contemplar  toda una generación de náufragos, sin hogar y sin cobijo en su dimensión religiosa, que oyeron las palabras de Jesús, pero no las pusieron en práctica;  pensaron hacer frente a las tormentas de la vida sin oración, sin interioridad, sin convicciones...y todo era ”pura arena”, buena voluntad sin fundamentos; no se puede edificar algo que perdure de cualquier manera.  La fe, que  es confianza inquebrantable en Dios, alimentada por la oración, nos  pide “escuchar” y “cumplir” su  voluntad.  Que así sea con la Gracia de Dios.

 

25 de febrero de 2011

"PUES, AUNQUE ELLA SE OLVIDE, YO NO TE OLVIDARÉ"

DOMINGO VII –TO-A- Is 49, 14-15 / 1 Cor 4, 1-5 / Mt 6, 24-34

A veces da la impresión de que nuestro mundo, se mire por donde se mire, está instalado en un agobio permanente. Existen  problemas y no siempre se sabe bien cuál es su raíz y cómo hacerles frente. Se soluciona hoy uno y, a la vuelta de la esquina, surge otro más grave. ¿Hacia dónde dirigirse si no se sabe muy bien en quién confiar para ir de su mano? Agobiados por mil y una inquietudes parece como si estuviéramos empujados a convivir siempre con esta situación. Ocurre también que, a veces queremos añadir una hora más a nuestra vida y, resulta, que la que ya vivimos no la disfrutamos en toda su intensidad o pretendemos un mejor puesto profesional y el que desarrollamos tal vez no lo ejercemos con diligencia o, tal vez,  añoramos un mañana mejor y, quizás, no trabajamos lo suficiente para que el presente sea más justo, honrado o relajado. En muchas ocasiones, nuestra agenda personal o colectiva, está marcada por multitud de obligaciones. Tanto es así que, con razón alguien dijo aquello de “además de no ser dueños del tiempo, ahora resulta que no tenemos tiempo para lo esencial”. Es verdad.

La Palabra de Dios hoy no nos pide que seamos descuidados u ociosos, sino que tengamos confianza. Hay que comer, vestirse, descansar… y tantas otras cosas que hacer, pero la necesaria preocupación por lo cotidiano no debe acaparar todas nuestras fuerzas. Hay algo más: es necesario hacer presente “el Reino de Dios y su justicia”. Si comenzáramos por lo esencial de la vida (amor y confianza absoluta en Dios) todo lo demás sería más fácil, incluso, se nos daría por añadidura. Jesús nos hace mirar a la creación para que echemos un vistazo a los pájaros (que no tienen graneros) y a los lirios del campo (que no hilan) para que, al hacerlo, nos demos cuenta de que  nosotros, creados también,  somos más importantes por eso Dios dirige nuestros pasos, vela nuestros sueños como una madre y lejos de desentenderse de nosotros sigue con interés nuestra vida. Ante tan buen Padre, la angustia, el desánimo o la desesperanza no tienen razón de ser. Hay que relativizar muchas cosas y  hacerlo desde el sentido común: que lo secundario no se coma lo principal (el vestido al cuerpo  y el alimento a la vida).

Vivamos  el día a día con realismo cristiano sin caer en la tentación de absolutizar realidades temporales y secundarias que, casi siempre,  nos llevan al olvido de los hermanos. No se puede servir a dos señores. Dios nos quiere inmersos en el mundo, potenciando y brindando nuestros talentos, pero sin caer en la pretensión de que todo esté tan medido, tan asegurado, tan calculado y tan pensado….que nos lleve a vivir en un sin-vivir. El cristiano ha de pasar por el mundo ocupado y dinámico pero huyendo de caer en la angustia y en amargura, entre otras cosas,  porque ambas  nos paralizan y nos desestabilizan.  Cuando nos perdemos en aspectos secundarios o insistimos en diseñar una vida sin referencia a Dios o a las cosas esenciales, ocurre lo que ocurre: pesimismo, desasosiego, desesperanza y prisas. No puedo dejar de recordar una vez más a Santa Teresa que se ocupó de tantas cosas materiales, asuntos  que eran necesarios para sus conventos pero que, desde la experiencia,  escribió: “Quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta”.

Pablo nos recuerda un ideal: que la gente “nos considere como servidores de Cristo  y administradores de los misterios de Dios”. Que pensemos, vivamos y sintamos la vida  de Cristo, siendo fieles, cada uno,  a la tarea que se nos confió y que recordemos que   la Iglesia no fue instituida para buscar la gloria terrena, sino  para comunicar los frutos de  la salvación a todos los hombres, desde la humidad y con el ejemplo de la propia vida. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

17 de febrero de 2011

"SERÉIS SANTOS PORQUE YO, EL SEÑOR, VUESTRO DIOS, SOY SANTO"

VII DOMINGO TO –A- Lev 19, 1-2.17-18/ 1 Cor 3, 16-23 7 Mt 5, 38-48

No cambia mucho, en las diferentes culturas, la postura básica de los seres humanos ante el “enemigo”, es decir, ante alguien de quien solo se han de esperar daños y peligros. Por ello podemos destacar la importancia revolucionaria que se encierra en el mandato evangélico del amor al enemigo. Cuando Jesús  dice estas palabras no está pensando en un sentimiento de afecto y cariño hacia él, menos aún en una entrega apasionada, sino en una relación radicalmente humana, de interés positivo por su persona. Este es su mandamiento: la persona es humana cuando el amor está en la base de toda actuación. Y ni siquiera la relación con el enemigo ha de ser una excepción. Quien es humano hasta el final descubre y respeta la dignidad humana del enemigo por muy desfigurada que pueda aparecer ante nuestros ojos. Es precisamente este amor universal que alcanza a todos y busca  realmente el bien de todos sin exclusiones la aportación más positiva y humana que puede introducir el cristianismo en la sociedad violenta de nuestros días. Ya sé que, en ciertos contextos, las palabras del evangelio pueden resultar un poco irritantes o ingenuas  y, sin embargo, es necesario recordarlas si queremos vernos libres de la deshumanización que generan el odio y la venganza.

No debemos olvidar que amar al injusto o violento no significa en absoluto dar por buena su actuación injusta o violenta.  Amar a los enemigos no significa tolerar  las injusticias y retirarse cómodamente de la lucha contra el mal. Existe una convicción profunda en Jesús: al mal no se  le puede vencer a  base de odio y de violencia. Al mal se le vence con el bien. La violencia genera una espiral descendente que destruye todo lo que engendra; en vez de disminuir el mal y el dolor lo aumenta. Es una equivocación creer que el mal se puede detener  con el mal y la injusticia con la injusticia.  Por eso hay que buscar caminos que nos lleven hacia la fraternidad  y no hacia el fratricidio. Jesús llama a “hacer violencia a la violencia”; el verdadero enemigo hacia el que tenemos que dirigir nuestra agresividad  no es el otro, sino nuestro propio “yo” egoísta, primario, capaz de destruir a quien  se nos opone.

Pablo sabe que vivir  a esta altura del evangelio no va a ser fácil, por ello recuerda que el Espíritu de Jesús está en cada uno y alienta con energía ese cambio de valores que alumbra nuevos modos de vivir. La caridad cristiana induce a la persona a adoptar una actitud cordial, de simpatía, solicitud y afecto superando la indiferencia o el rechazo. Naturalmente nuestro modo de amar viene condicionado  por la sensibilidad, la riqueza afectiva  o la capacidad de comunicación de cada uno, pero el amor cristiano promueve la cordialidad, el afecto sincero, la amistad y preocupación  entre las personas. Amar al prójimo pide hacerle el bien, pero también aceptarlo y valorar lo que hay en él de amable. “Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo”, “Sed perfectos…” Todos estamos sometidos a nuestra condición de ser humanos, sencilla y simplemente humanos. Como reconocemos en el inicio de la Misa, todos somos pecadores y sin embargo… Jesús nos invita, llama y convoca a ser perfectos en el amor, en la dedicación a los otros y el esfuerzo por ser  mejores personas. Amar igual que Dios,  solo Dios, pero amar  a su estilo, es posible si practicamos la compasión y la misericordia. Que así sea con la Gracia de Dios.