26 de marzo de 2011

"SEÑOR, DAME ESA AGUA..."

III DOMINGO DE CUARESMA-A-  Ex 17,3-7/Rom 5,1-2.5-8/Jn 4,5-42

            En estos tres domingos que nos conducen a las grandes celebraciones de la Pascua del Señor, leemos tres extensos evangelios de san Juan que preparaban a los catecúmenos para el Bautismo, mostrando la  identidad de Jesús y situándonos ante las preguntas esenciales de la vida.

            Pero, en primer lugar, vamos a fijarnos un momento en el interrogante, que hemos escuchado en la primera lectura. El pueblo judío había experimentado la presencia y la fuerza de Dios que lo había liberado de la esclavitud en Egipto. Y, guiado por Moisés, había emprendido el largo camino por el desierto hacia la gran promesa de una patria, de una tierra que sería suya y donde podría vivir libre. Pero el camino se hace difícil, el pueblo experimenta la terrible tortura de la sed y la tensión. Y por eso primero duda y luego se rebela. Su gran interrogante sigue siendo el nuestro (particularmente cuando pasamos la travesía del desierto, la soledad, la indiferencia o tibieza espiritual por mil causas....): "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?".

            La respuesta que nos da Jesús es clara y rotunda: Yo estoy dentro de vosotros y estoy "como un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna". O dicho con otras palabras, con las de san Pablo en la segunda lectura: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que nos ha sido dado". A aquella mujer que coleccionaba hombres ("has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido"), que siendo samaritana era considerada como hereje por los judíos, Jesús le hace esta gran oferta: Si quieres yo te daré una agua de vida que fecundará tu corazón, que se convertirá dentro de ti en inacabable fuente de amor, de amor real, abierto, generoso. Este es el anuncio de Jesús, esta es su oferta. A aquella mujer de los seis hombres. Y a cada uno de nosotros.  Lo más importante, lo decisivo es que cada uno  crea que eso va en serio y que a todos se nos ofrece esta posibilidad, este don, esta gracia. Como nos decía hoy san Pablo: “no por mérito nuestro sino porque Dios nos ama y por eso murió y resucitó Jesús, el Mesías”.

            Existe un principio fundamental de la fe: antes y más allá de nuestros programas hay un misterio de amor que nos envuelve y nos guía: es el misterio del amor de Dios. La fe viva logra descubrir en medio de los acontecimientos  de la vida la mano providente de Dios. Esto no se da de modo inmediato, sino más bien, es el resultado de un proceso de conversión, diálogo y encuentro en los lugares comunes de la vida (pozo).  Dios actúa con una pedagogía divina: a veces nos hace caminar por el desierto en medio de hambre y sed, a veces se muestra soberano en la cumbre del monte, a veces permite la experiencia de la derrota y el cansancio de la vida. El creyente es aquel que sabe descubrir en todo ello una pedagogía amorosa de Dios. 

Cuando al lado del pozo la mujer dice: “Dame de ese agua” está pidiendo el agua que puede saciar su vida.  Jesús se la  regala  y ella, “olvidando el agua y el cántaro” (símbolo de la ley antigua de purificaciones) mira hacia el futuro. Ya no encierra a Dios. Lo adora “en espíritu y verdad”, porque ha descubierto en su corazón el “don” de Dios, don de agua viva, don de la fe, para judíos y samaritanos, universal como universal es la búsqueda y en anhelo de plenitud. “Nos has hecho Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descansa en ti” (San Agustín)

El Señor presente en nuestro camino, que conoce nuestra vida, búsqueda y anhelo... nos dice: “Yo soy. El que habla contigo”. Es en esa revelación de Dios donde el hombre, que la acoge con fe,  es salvado.  “Anoche cuando dormía soñé, ¡bendita ilusión! Que una fontana fluía dentro de mi corazón (...) Anoche cuando dormía soñé ¡bendita ilusión!, que era Dios lo que tenía dentro de mi corazón” (A. Machado) No endurezcamos nuestro corazón.  Que así sea con la Gracia de Dios.

 

No hay comentarios: