7 de abril de 2011

"LÁZARO, SAL FUERA"

V DOMINGO DE CUARESMA- Ez 37, 12-14/Rom 8, 8-11/ Jn 11, 1-45

 

            Seguimos la tercera catequesis de preparación al bautismo y la respuesta a la pregunta sobre la identidad de Jesús. Hoy descubrimos, en el signo de la resurrección de Lázaro,  que él “es la Vida”. Ya la lectura de Ezequiel nos introduce en el tema: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros y os haré salir, pueblo mío y os traerá a la tierra de Israel”. Palabras dirigidas a los desterrados de Babilonia que significan un anuncio esperanzador de reconstrucción de la libertad. El pueblo poco a poco va entendiendo que “Dios no es un Dios d muertos sino de vivos”, capaz de vencer a la muerte y de conducir al hombre, por la fuerza del amor, a la superación del dolor, la esclavitud, el temor....

        Es la idea que nos transmite hoy el evangelio de Juan.  Una escena llena de emoción, humanidad, cercanía...Jesús, ante sus amigos, comparte el dolor. Impresionan siempre las lágrimas de un hombre o una mujer. Impresionan las lágrimas del Hijo del hombre. Más de una vez lloró Jesús: de compasión, de pena, de dolor; él, que había venido a enjugar nuestras lágrimas... es capaz de hacerlo precisamente porque ha sabido llorar.  Jesús tenía que experimentar nuestras dolencias, para poder ser compasivo. Nadie nos puede decir: si creéis en la resurrección de los muertos y en la vida futura, ¿por qué os afligís tanto por la muerte de un ser querido?, ¿dónde está vuestra fe y vuestra esperanza? No. La esperanza del futuro ilumina la realidad presente, pero no la destruye. Es como el que, ante el nacimiento de un niño, no se alegrara, porque algún día tendrá que morir. Todo tiene que ser vivido, y con intensidad.

Al mismo tiempo Jesús nos dice: “Sal fuera”“Sal del sepulcro”“Sal de ti”, “Deja de atarte pies y manos con tus propias vendas” (mediocridad, rutina, miedo, pesimismo, muerte espiritual...), invitándonos  a experimentar esa vida nueva que él nos ofrece, a vivir a fondo nuestro bautismo amando con el amor que él nos ama,  a no perder la ilusión por la vida, la confianza en las personas, la mirada en el futuro....

El cap. 8 de la carta a los Romanos Pablo lo dedica a la vida del cristiano bautizado en el espíritu. El don del Espíritu es el fundamento de la vida nueva y es la garantía de la liberación futura. El que posee el Espíritu pertenece a Cristo, tiene una nueva existencia. El creyente ya no vive en la carne (el hombre cerrado en sí mismo, separado de Dios y de los hermanos) sino que está en el Espíritu, que le ha sido concedido por Dios en el bautismo y este acontecimiento cambia su vida  para siempre. “Carne” designa la tendencia a la resistencia a Dios que acarrea la muerte; Espíritu es lo que concede la vida y pone en sintonía con Dios. Dentro de nosotros experimentamos la lucha de la carne contra el Espíritu; quien se deja guiar por el Espíritu entra en una vida nueva que alcanza su plenitud en la resurrección. Este Espíritu habita en el creyente por medio del Bautismo.

             Frente a todos aquellos hechos (violencia, terrorismo, abusos, maltratos...) que parecen obedecer a una cultura de la muerte o a una insensibilidad moral frente a la dignidad de toda vida humana...,  los creyentes en la Vida debemos trabajar y defender la vida en todos sus momentos y situaciones. Lo hacemos desde la certeza de la fe que nos recuerda que la muerte no es la meta, el fin; aunque inevitable, es un tránsito hacia la salvación que es la vida eterna que empieza ya aquí. Lo único que puede vencer a la muerte es el amor. La vida espera de nosotros una actitud positiva, de lucha y esperanza...¡El hombre es un ser para la vida!. Desde la venida de Cristo hemos quedado libres, no del mal de sufrir, sino del mal de hacerlo inútilmente. “Yo soy la resurrección y la Vida, El que cree en mi, aunque muera vivirá” ¿Crees esto? Que así sea con la Gracia de Dios.