28 de diciembre de 2024

La Sagrada Familia

SAGRADA FAMILIA –C- Ecl 3,2-6.12-14/Col 3,12-21/Lc 2,41-52 

En el Evangelio no encontramos discursos sobre la familia, sino un acontecimiento que vale más que cualquier palabra: Dios quiso nacer y crecer en una familia humana. De este modo, la consagró como camino primero y ordinario de su encuentro con la humanidad. Esta "verdad" la descubrió San José Manyanet y por eso puso a la familia como centro de su vida y apostolado educativo, vía privilegiada del encuentro con Dios.  En su vida transcurrida en Nazaret, Jesús honró a la Virgen María y al justo José, permaneciendo sometido a su autoridad durante todo el tiempo de su infancia y su adolescencia. De este modo, puso de relieve el valor primario de la familia en la educación de la persona y en la transmisión de los valores religiosos.

María y José introdujeron a Jesús en la comunidad religiosa, frecuentando la sinagoga de Nazaret. Con ellos aprendió a hacer la peregrinación a Jerusalén, como narra el pasaje evangélico que acabamos de escuchar. Con ese gesto les hizo comprender que debía "ocuparse de las cosas de su Padre", es decir, de la misión que Dios le había encomendado. Este episodio evangélico revela la vocación más auténtica y profunda de la familia: acompañar a cada uno de sus componentes en el camino de descubrimiento de Dios y del plan que ha preparado para él.  María y José educaron a Jesús ante todo con su ejemplo: en sus padres conoció toda la belleza de la fe, del amor a Dios y a su Ley, así como las exigencias de la justicia, que encuentra su plenitud en el amor. De ellos aprendió que en primer lugar es preciso cumplir la voluntad de Dios, y que el vínculo espiritual vale más que el de la sangre.

En la Sagrada Familia de Jesús, María y José descubrimos algunas notas importantes que nos ayudan a ir construyendo la nuestra, sin olvidar a la familia más amplia de la que formamos parte todos, como hijos de Dios y hermanos en Jesús.

. La fiesta de la Sagrada Familia nos habla:

. de apertura a la vida. Vida que crece entre quienes están unidos; las personas en relación y apertura crecen individual y comunitariamente; vida que se crea, se transmite y se cuida... en los hijos, abuelos, enfermos a los que "se honra" (Eclesiástico); vida abierta a la sociedad, a la gran familia humana; vida que no es depreciada, ni "interrumpida" sino acogida, amada…

. de identidad, de vínculos. Una familia es un "hogar", una identidad que nos da seguridad, sentido de pertenencia, felicidad, calor, acogida. Decimos: soy de esta casa, he salido de aquí, vuelvo a mi casa. Lo dice el Salmista: "Dichosos los que viven en la casa de Dios alabándole siempre, encontrando en Él su fuerza y teniendo sus caminos en el corazón".

. de gratitud. En una familia todo se da porque todo se recibe. De unos padres y de Dios. Del amor entregado de unos y de Otro. No es lugar de acumular, destacar, hundir a los demás; es lugar de crecer, de saber todo lo que hemos recibido, de mirar más al otro que a uno mismo, en la misma dirección hacia la unidad de vida y de amor en una relación de amor, de entrega y generosidad.

. de sentirnos hijos de Dios, familia de Dios. Dios nos ha hecho sus hijos y "aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando él se manifieste seremos semejantes a Él, pues lo veremos tal cual es".  Todos hijos con plena confianza en Dios y fieles al mandato recibido:  creer en Jesucristo y amarnos unos a otros, como hermanos, para permanecer en el Amor.

. de crecimiento en las virtudes: bondad, humildad, paciencia, "amor como vínculo de unidad perfecta" (San Pablo), manteniendo los vínculos esenciales que nos permiten volar, ser nosotros mismos, descubrir y vivir nuestra vocación personal con la confianza de saber que Dios Padre cuida siempre de nosotros ("¿… no sabíais que tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre?").

La familia es la mejor escuela donde se aprende a vivir aquellos valores que dignifican a la persona y hacen grandes a los pueblos. También en ella se comparten las penas y las alegrías, sintiéndose todos arropados por el cariño que reina en casa por el mero hecho de ser miembros de la misma familia. Pido a Dios que en vuestros hogares se respire siempre ese amor de total entrega y fidelidad que Jesús trajo al mundo con su nacimiento, alimentándolo y fortaleciéndolo con la oración cotidiana, la práctica constante de las virtudes, la recíproca comprensión y el respeto mutuo. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

 

24 de diciembre de 2024

"Sucedió en aquellos días...".

El nacimiento de Jesús podría haber ocurrido de muchas maneras, pero ocurrió de un modo muy concreto, marcado por circunstancias que eran desde luego ideales. "Sucedió por aquellos días que el emperador," este censo coloca a María y a José ante circunstancias inesperadas que seguramente no habrían elegido nunca, ¿Quién quiere vivir el final de un embarazo en medio de caminos peligrosos y difíciles?  La presencia escondida de Jesús no evita a María y a José tener que doblegarse a la realidad tal como presente ante ellos y tener que hacer como los demás: "Iban todos, subió también José con María". Con la confianza en Dios se ponen en camino: la realidad misma le irá mostrando los signos necesarios.

 

Si miramos la historia de nuestra propia vida seguro que encontramos también distintas circunstancias que no esperábamos, de las que preferiríamos escapar…Cuando nos disponemos a acoger su sentido, el censo nos habla de todo aquello que no controlamos y que, sin embargo, puede ser cauce de vida y de crecimiento de forma insospechada. Para ello es necesario cultivar la capacidad de asombro de los niños, la inocencia de quien no sabe todo y se deja enseñar.

 

La Navidad nos conduce a los territorios más esenciales del ser humano, donde nos encontramos con nosotros mismos y con quienes caminan junto a nosotros.  Así descubrimos lo que significa ser humanos.  El día a día tiene un ritmo que se impone y nos dispersa; entre la saturación diaria podemos siempre aprender a parar, contemplar, asombrarnos… es el principio de la sabiduría. Momento de celebración, de alegría, pero también nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre las cosas más profundas de la vida que nos conectan a todos. Cuando nos detenemos y nos alejamos de las presiones diarias encontramos el espacio para vivir nuestras vidas con el corazón abierto, con amor, amabilidad, perdón… que es precisamente lo que caracteriza el espíritu navideño.

 

"Dios es tan grande que puede hacerse pequeño. Dios es tan poderoso que puede hacerse inerme y venir a nuestro encuentro como un niño indefenso para que podamos amarlo. Dios es tan bueno que puede renunciar a su esplendor divino y descender a un establo para que podamos encontrarlo y, de este modo, su bondad nos toque, se nos comunique y continúe actuando a través de nosotros. Esto es la Navidad".  Esta santa Noche celebramos el Misterio de un Dios que es Amor y se acerca a nosotros por caminos de sencillez y humildad, no de poder, de los criterios dominantes o de fuerza.

La historia de la Navidad nos invita a considerar las experiencias y sentimientos de los demás; por encima de todo nos anima a recurrir al amor, no al miedo. El amor que nos mostramos a nosotros mismos y el amor que mostramos a los demás; el amor que escucha con empatía, que es amable y comprensivo, que perdona y que brinda alegría y esperanza.; el amor que es la luz que puede brillar con fuerza en los momentos de más oscuridad ("Sobre los que vivían en tierra de sombras…, una luz brilló", dice el profeta). Es la estrella que siempre aparece…  Y nos recuerda eternamente que Dios no se ha encerrado en "su cielo" sino que se ha inclinado sobre las vicisitudes de las personas: un misterio grande que llega a superar toda espera posible. Dios entra en "nuestro tiempo" del modo más impensable: haciéndose niño y recorriendo las etapas de la vida humana, para que toda nuestra existencia, espíritu, alma, cuerpo sea justa, piadosa, austera… (San Pablo) pueda ser elevada a la altura de Dios.

 

Y esta Navidad se abren las puertas del Jubileo de la Esperanza.  Es un hecho relevante: ante el portal de Belén la invitación a la reflexión, el asombro, la conversión se hace más patente. Es un despertar en nosotros para caminar por la senda de la esperanza, con paso firme, a sabiendas de que ese Niño que nace guiará nuestro ánimo hacia las metas elevadas que nos llevan a ser más humanos y, por eso, más divinos ("No temáis", evangelio). Sintámonos "orgullosos" de celebrar la Navidad, la revelación histórica de Dios. Él es fiel y esta certeza puede conducirnos por los caminos de la justicia y la paz en este momento histórico tan complejo.  Nada nos conecta mejor con Dios: la vida, la luz, la dulzura, la paz, la dignidad de los seres humanos, la belleza sencilla, humilde… este gran Misterio, acogido con pureza de corazón…, es el que  nos salva.

Poema de Mossèn Joan Deulofeu, rector de la parròquia de Sant Pere de Terrassa:

 

Nadala, faig Pessebre

Fer un Pessebre,

és,

Fer un altar ple d'humanitat.

Fer un Pessebre,

és tastar,

la tendresa de Déu,

per el que es humà.

Fer un Pessebre,

és,

entre molsa, suro i figuretes,

dir amb tota senzillesa;

Que preciosa pot arribar a ser,

la condició humana.

Fer un Pessebre,

és, posar la Natura al Cor de l'Home,

i l'Home en el Cor de Déu.

Fer un Pessebre,

és, l'art senzill per dir,

alhora,

Esperança, Amor, Humanitat.

Fer un Pessebre,

és, perquè, ningú deixi de ser infant,

i amb ulls sorpresos,

que estrenen mirada,

poder sentir:

"Com ens estima Déu".

 

Que así sea con la Gracia de Dios. Santa y Feliz Navidad para todos.

 

21 de diciembre de 2024

"Bendita tú entre las mujeres..."

IV DOMINGO DE ADVIENTO –C-3- Miq 5,1-4/Heb 10,5-10/Lc 1,39-48

En este IV domingo de Adviento, el Evangelio narra la visita de María a su pariente Isabel. Este episodio no representa un simple gesto de cortesía, sino que reconoce con gran sencillez el encuentro del Antiguo con el Nuevo Testamento. Las dos mujeres, ambas embarazadas, encarnan, en efecto, la espera y el Esperado. La anciana Isabel simboliza a Israel que espera al Mesías, mientras que la joven María lleva en sí la realización de tal espera, para beneficio de toda la humanidad. En las dos mujeres se encuentran y se reconocen, ante todo, los frutos de su seno, Juan y Cristo.  El júbilo de Juan en el seno de Isabel es el signo del cumplimiento de la espera: Dios está a punto de visitar a su pueblo.

Isabel, acogiendo a María, reconoce que se está realizando la promesa de Dios a la humanidad y exclama: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?". María, joven pacífica que va a engendrar al Salvador del mundo. Así también el estremecimiento de alegría de Juan remite a la danza que el rey David hizo cuando acompañó el ingreso del Arca de la Alianza en Jerusalén. El Arca, que contenía las tablas de la Ley, el maná y el cetro de Aarón, era el signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. El que está por nacer, Juan, exulta de alegría ante María, Arca de la nueva Alianza, que lleva en su seno a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre.

Para María la fe se traduce en disponibilidad ("He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según ti palabra"). Ella experimenta que en sus entrañas se hace realidad el milagro de la vida y se pone en camino. Su propósito, tremendamente humano, es ayudar a su prima Isabel ante el inminente nacimiento de su hijo, al que pondrán por nombre Juan. Para Isabel la fe se traduce en capacidad de agradecimiento. Le sorprende y agrada la presencia de María. La proclama dichosa por haber creído a Dios y reconoce la grandeza de María, por ser la madre de su Señor.

La escena de la Visitación expresa también la belleza de la acogida: donde hay acogida recíproca, escucha, espacio para el otro, allí está Dios y la alegría que viene de Él. El que cree en la encarnación de Dios, que ha querido compartir nuestra vida y acompañarnos en nuestra indigencia, se siente llamado a vivir de otra manera. No se trata de hacer «cosas grandes». Quizá, sencillamente, ofrecer nuestra amistad y cercanía a personas que se sienten solas, visitar a quien se encuentra enfermo o , al menos, interesarnos por su estado, tener  paciencia con esas personas que buscan y necesitan ser escuchadas, compartir momentos de alegría y darnos un abrazo… Este amor que nos lleva a compartir las cargas y el peso que tiene que soportar el hermano es un amor siempre un amor "salvador", porque libera de la soledad e introduce una esperanza nueva en quien sufre, pues se siente acompañado en su aflicción. La navidad se prepara siempre en el encuentro, la hospitalidad, la sencillez… Ahí está Dios.

En este tiempo de Adviento, los cristianos estamos llamados a vivir la alegría y la acción de gracias ante un Dios que, en el misterio de la Encarnación, hace realidad el cumplimiento de sus promesas. Cada uno de nosotros está invitado a vivir en estado de buena esperanza y a dar a luz a Jesucristo, haciéndole presente en nuestro mundo de hoy con nuestra forma de ser y de actuar. "He aquí que vengo para hacer tu voluntad". Que así sea con la Gracia de Dios.

12 de diciembre de 2024

"Y nosotros, ¿Qué tenemos que hacer?"

. III DOM. DE ADVIENTO -C-  Sof 3,14-18a/Fil 4,4-7/Lc 3,10-18 

El Evangelio de este domingo de Adviento muestra nuevamente la figura de Juan Bautista, y lo presentan mientras habla a la gente que acude a él, junto al río Jordán, para hacerse bautizar. Dado que Juan, con palabras penetrantes, exhorta a todos a prepararse a la venida del Mesías, algunos le preguntan: "¿Qué tenemos que hacer?". Estos diálogos se revelan de gran actualidad.

La primera respuesta se dirige a la multitud en general. El Bautista dice: "El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo" (v. 11). Aquí podemos ver un criterio de justicia, animado por la caridad. La justicia pide superar el desequilibrio entre quien tiene lo superfluo y quien carece de lo necesario; la caridad impulsa a estar atento al prójimo y salir al encuentro de su necesidad, en lugar de hallar justificaciones para defender los propios intereses. Justicia y caridad no se oponen, sino que ambas son necesarias y se completan recíprocamente. "El amor siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa", porque "siempre se darán situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo" (Benedicto XVI, Enc. Deus caritas est, 28).

La segunda respuesta, que se dirige a algunos "publicanos", o sea, recaudadores de impuestos para los romanos. Ya por esto los publicanos eran despreciados, también porque a menudo se aprovechaban de su posición para robar. A ellos el Bautista no dice que cambien de oficio, sino que no exijan más de lo establecido (cf. v. 13). El profeta, en nombre de Dios, no pide gestos excepcionales, sino ante todo el cumplimiento honesto del propio deber. El primer paso hacia la vida eterna es siempre la observancia de los mandamientos; en este caso el séptimo: "No robar" (cf. Ex 20, 15).

La tercera respuesta se refiere a los soldados, otra categoría dotada de cierto poder, por lo tanto, tentada de abusar de él. A los soldados Juan dice: "No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga" (v. 14). También aquí la conversión comienza por la honestidad y el respeto a los demás: una indicación que vale para todos, especialmente para quien tiene mayores responsabilidades.

Considerando estos diálogos, impresiona la gran concreción de las palabras de Juan: puesto que Dios nos juzgará según nuestras obras, es ahí, justamente en el comportamiento, donde hay que demostrar que se sigue su voluntad. Y precisamente por esto las indicaciones del Bautista son siempre actuales: también en nuestro mundo tan complejo las cosas irían mucho mejor si cada uno observara estas reglas de conducta. Roguemos pues al Señor, por intercesión de María, para que nos ayude a prepararnos a la Navidad llevando buenos frutos de conversión.

Uno de los cuales es, sin duda, la alegría: un anuncio profético destinado a toda la humanidad y de modo particular a los más necesitados. Como en tiempos del profeta Sofonías, la palabra del Señor se dirige de modo privilegiado precisamente a quienes soportan pruebas, a los "heridos de la vida y huérfanos de alegría". La invitación a la alegría no es un mensaje alienante, ni un estéril paliativo, sino más bien una profecía de salvación, una llamada a un rescate que parte de la renovación interior. Que así sea con la Gracia de Dios.

6 de diciembre de 2024

"Hágase en mí, según tu Palabra"

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA

2024.  Génesis 3, 9-15.20; Efesios 1,3-6.11-12; Lucas 1,26-38

El relato del Génesis resulta fascinante. Dios "baja a pasear al jardín", para dialogar con en armonía pero Adán "se esconde"; había comido del fruto prohibido buscando "ser como Dios" y se descubrió desnudo, avergonzado y reconociéndose víctima de un engaño sin asumir su responsabilidad, culpando a Eva que, como el, "se dejó seducir" por la tentación.  El trasfondo de todo ello es una desconfianza absoluta respecto del Creador, una actitud de rebeldía que distorsiona la visión de la realidad, interfiere en la relación con Dios generando falsos temores y suspicacias. El ser humano no se deja hacer, no es dócil a la acción del Creador, no acepta su condición de "criatura" ni entiende que esta es su gran dignidad.  Quiere ir a lo suyo y se deja engañar por quien no quiere su bien.

Frente a esta realidad y estas actitudes de recelo y desconfianza, de desnudez y derrota, el relato bíblico contrapone una promesa: "Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando ti la hieras en el talón". En esta promesa de la victoria final del bien frente al mal que siempre acecha, la Iglesia ha visto siempre la figura de María en el sentido de que ella no se deja llevar por el miedo, ni las dudas, ni la desconfianza y se pone a disposición de Dios. A pesar de ser consciente de sus limitaciones, se fía de Él, de su bondad y de su poder. Sabe que no quiere ningún mal para ella ni para la humanidad y que "para Dios nada hay imposible". María conforma toda su vida a los planes de Dios, le obedece en todo, por eso su conducta estará limpia de todo pecado; el mal original de nuestros primeros padres no causará mella en su persona: será Inmaculada desde su Concepción; llena de amor y del Espíritu, "toda santa" (hermanos orientales).

La figura, y todo el ser de la Virgen María, nos invita hoy a vivir y testimoniar este proyecto de esperanza y de lucha contra el mal. En la meta de nuestro caminar está alcanzar la santidad:  ser personas santas e inmaculadas que no huyen de la Presencia de Dios con el rostro lleno de vergüenza tras el pecado, sino que confían en su promesa de salvación que se hace realidad tras el "Sí incondicional" de María y la victoria de su Hijo Jesús Resucitado, sobre todo mal.  María nos mueve  a renovar el sí de nuestra fe que neutraliza el pecado en nosotros  (no hemos nacido inmaculados como, por singular privilegio, nació ella) y nos hace optar con firmeza por la belleza que nos trae Cristo, belleza imperecedera, la de un corazón firme en el Señor, lleno de amor, vida, gracia, verdad, paz, bondad…en definitiva, de la santidad verdadera que rejuvenece y vitaliza, que vence al mal que nos asedia desde el principio, que nos regenera interiormente y nos ayuda a no perder la confianza en Dios.

Que" nuestro amor crezca cada día más"; que seamos limpios e irreprochables; que nuestros frutos sean agradables a Dios, como nos recuerda Pablo en su carta a los Filipenses.  Que así sea con la Gracia de Dios.