26 de febrero de 2022

"¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?"

. Nos encontramos en una situación realmente compleja. No solo a nivel personal por las situaciones que cada persona vive, los condicionamientos de la pandemia que han destrozado tantas vidas y mantiene su secuelas físicas y también psíquicas en muchas personas. A esto unimos la situación del mundo que nos preocupa por las consecuencias que toda guerra y destrucción tienen en las personas, familias, economía… pareciera que nunca aprendemos ni aprenderemos y que, a medida que tenemos más medios, olvidamos el uso ético de los mismos y la búsqueda del bien común, así como la defensa de nuestros valores…

 

. En este contexto la Palabra nos recuerda hoy que, más que determinadas comparaciones o juicios, se trata de ver cómo nos podemos ayudar unos a otros para que nuestros ojos y nuestro corazón sean más claros, más bondadosos y estén más en la verdad, se alejen de toda envidia o división.  Y es que solo quien es capaz de asumir los propios defectos y limitaciones, solo quien no se cree superior a los demás, puede alcanzar una buena vista para guiar y acompañar a los otros. Un hombre limpio, coherente en su razonar, noble, que sabe conducirse a sí mismo tiene garantía de ser un buen maestro en la vida. Por el contrario, quien carece de luz en su interior y sinceridad de corazón no puede guiar ni a sí mismo ni a los demás. La ceguera espiritual, moral lleva al abismo, sobre la oscuridad que es la mentira no se puede construir una relación estable, basada en la confianza, ni con Dios ni con los hermanos.

 

. Y no bastan, por necesarios que sean, el buen razonar o el buen hablar, sino que es necesario también el bien sentir, el bien amar, el bien hacer. Porque en el corazón, en el interior, está el germen de tantas actuaciones externas, de tantas palabras… que pueden ser constructivas o terriblemente destructivas para los demás. Es necesario pensar con claridad, guiados por los principios éticos y morales de la vida, pero es necesario también "un plus de corazón". Ahí está el auténtico reto que nos plantea el evangelio de hoy. Cada uno da aquello que es, aquello que tiene dentro de su corazón. Y cuando el ser profundo es bueno se dicen palabras que tranquilizan, que expresan sentimientos buenos... y se evitan palabras que hieren, criticas destructivas, envidias que tratan de humillar o disminuir al otro.

 

. La advertencia de Jesús es fácil de entender. "No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto. No se cosechan higos en las zarzas ni se vendimian racimos en los espinos". En una sociedad dañada por tantas injusticias y abusos, donde crecen las "zarzas" de los intereses y las mutuas rivalidades, y donde brotan tantos "espinos" de odios, discordia y agresividad, son necesarias personas sanas que den otra clase de frutos. ¿Qué podemos hacer cada cual para sanar un poco la convivencia social tan dañada entre nosotros? Tal vez hemos de empezar por no hacer a nadie la vida más difícil de lo que es. Esforzarnos para que, al menos junto a nosotros, la vida sea más humana y llevadera. No envenenar el ambiente con nuestra amargura. Crear en nuestro entorno unas relaciones diferentes hechas de confianza, bondad y cordialidad.

. Necesitamos aprender a infundirnos siempre nuevas fuerzas para vivir, ofrecer acogida y escucha. Los problemas siempre estarán: enfermedad, incomprensión, soledad, fracaso… pero también ha de estar la fuerza para enfrentarlos. "Vuestro esfuerzo no será vacío ante el Señor", nos ha recordado san Pablo. Que así sea con la Gracia de Dios.  

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