5 de marzo de 2022

"... el demonio se marchó hasta otra ocasión".

I DOMINGO CUARESMA -C- Dt 26,4-10 / Rom 10,8-13 / Lc 4,1-13

 

La tentación nos acompaña a través de nuestra vida -acompañó al mismo Jesús-.  Y, mientras que las culturas y las costumbres cambian, los ingredientes son siempre los mismos: poder, conocimiento, riquezas y placer, al margen de toda referencia que no sea el "propio yo". El mundo ofrece siempre una avalancha de posibilidades para influir en nosotros, y a menudo, nos sentimos indefensos y desprotegidos. Sin embargo, nuestra fe, en un entorno y en una cultura que, con tanta frecuencia, se olvida de ella o la deja de lado, afronta las tentaciones como una oportunidad de dar testimonio de Jesús.  Ante cualquier tipo de idolatría que trata de apartarnos del camino la respuesta es la fidelidad, la entrega, la vida: "El Señor nos dio esta tierra que mana leche y miel"; "Todo el que invoca el nombre del Señor será salvo".        

 

Jesús, ante las tentaciones, nos muestra su corazón de "Hijo", nunca se apartó del Padre por seductoras que fueran las tentaciones. Jesús ama al Padre por encima todo, incluso con las escasas fuerzas físicas que le quedaron después de los cuarenta días de ayuno. Los cristianos somos débiles como cualquier persona y lo sabemos. Pero también sabemos que tenemos la fuerza y la Gracia de Dios, y que si, confiamos en él y ponemos los medios adecuados que dependen de nosotros, podemos estar seguros que los ataques del tentador, no importa cuán poderosos sean, no pueden derrotarnos.  Como hijos de Dios debemos rezar fervientemente el Padre Nuestro cada día, pidiendo al Señor humildemente, con total confianza "no nos dejes caer en la tentación".  

 

Una tentación que todos podemos tener es la de cansarnos del esfuerzo de ser buenos, santos, de hacer el bien en medio de tanto mal e indiferencia.  Por eso el Papa Francisco en su mensaje de Cuaresma de este año nos dice: "No os canséis de hacer el bien…".  La Cuaresma nos invita a la conversión, a cambiar de mentalidad, para que la verdad y la belleza de nuestra vida no radiquen tanto en el poseer cosas materiales cuanto en el dar; no estén tanto en el acumular cuanto en el compartir; no tanto en el poder como en el servir; no tanto en la idolatría como en la verdadera libertad interior.  Esta llamada a sembrar el bien no tenemos que verla como un peso, sino como una gracia con la que el Creador quiere que estemos activamente unidos a su magnanimidad fecunda.

 

Cuando luchamos contra las tentaciones de nuestra vida (cada uno sabe bien cuáles son las suyas), un primer fruto de esta lucha, de este esfuerzo, lo tenemos en nosotros mismos y también en nuestras relaciones diarias, incluso en los más pequeños gestos de bondad. Una de las claves para superar esta lucha que dura toda la vida es, nos lo recuerda también el Papa que "No nos cansemos de orar". Jesús ora en el desierto, en la soledad y abandono más absoluto. Necesitamos orar porque necesitamos a Dios.  Pensar que nos bastamos a nosotros mismos es una ilusión peligrosa. Con la pandemia hemos palpado nuestra fragilidad personal y social; con la guerra la fragilidad de nuestra estabilidad y de nuestra seguridad. Estamos todos en la misma barca en medio de las tempestades de la historia; nadie se salva solo; nadie se salva sin Dios.

 

No nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida, fortaleciendo nuestro espíritu para esta lucha con la Palabra de Dios, los sacramentos de la Iglesia, el ayuno de las cosas superficiales que a veces se convierten en las más importantes, la reconciliación mutua… La Cuaresma nos recuerda cada año que "el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día". Que así sea con la Gracia de Dios.

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