11 de marzo de 2022

"Maestro ¡qué bueno es que estemos aquí!..."

II CUARESMA -C- Gn 15,5-12.17-18 / Fip 3,17-4,1 / Lc 9,28-36

 

. Lucas nos muestra a Jesús orante, puente entre lo divino y lo humano. Mientras rezaba cambió su rostro. El rostro es expresión de la interioridad, del corazón, del alma, de todo el organismo. Tiene una expresividad particular, refleja nuestro estado de ánimo… no brillan los ojos igual cuando uno se siente radiante de felicidad en un momento de plenitud que cuando uno está bajo el peso del dolor y de la desgracia. No se sonríe con la misma naturalidad.

 

. Pero el rostro no solo refleja y exterioriza nuestro estado de ánimo, es también el espejo donde la alegría y el dolor del prójimo se reflejan y penetran en nosotros. Llora el hermano, lloro yo.  Y esas lágrimas en mi rostro no son más que la expresión de que el sufrimiento del hermano ha llegado hasta mi corazón. Sonríe mi hermano, sonrío y yo y esta sonrisa es expresión de una comunión profunda en el gozo.

 

. Cuando nos encontramos con un amigo de toda la vida, con una persona querida, el rostro se expande, se humaniza, muestra alegría y gozo…. Por ello, bien podríamos pensar cómo ha de cambiar el rostro en la oración y encuentro con Jesús, qué paz en nuestro corazón y serenidad en nuestra mirada. Toda la oración es acompañar la oración de Jesús, es escuchar la Palabra (Jesús aparece conversando con Moisés y Elías, la Ley y los profetas…) y sentir, experimentar, como   Pedro y los compañeros, que estamos a gusto, queremos permanecer en ese estado, construir "tres tiendas" …

 

. Sin embargo, sabemos que esas situaciones hermosas no son, como quisiéramos, "eternas". No es posible permanecer en un estado de "felicidad total y permanente", aunque sí en un estado de confianza serena y realista. Y es que la Transfiguración, donde todo es puro y blanco como la nieve todavía no pisada, es solo un adelanto de la Resurrección que nos espera tras recorrer el camino hacia Jerusalén, que es el camino de la vida, donde encontramos también y, en ocasiones, de un modo desbordante, como el mismo Jesús, abandono, rechazo, cruz, muerte. El Tabor y el Calvario forman parte de la vida.

 

. Por eso escuchamos de nuevo, como en el Bautismo, la voz de la nube: "Este es mi Hijo amado, escuchadle". Abrir el corazón a Jesús, a sus actitudes y enseñanzas, a su Presencia para cerrarle a los miedos, inseguridades, desconfianzas, proyecciones… La Transfiguración del Señor es también la muestra:  cuando se empieza participando de los sentimientos del Señor, cuando se vive con Él y en Él, cuando nos vamos configurando con la vida del Señor… entonces la transfiguración empieza también en nosotros, es la experiencia de Luz y de Vida que nos sostiene después en los momentos más duros y difíciles de la vida, que actúa en nuestra fragilidad.

 

. No olvidemos que es nuestra luz, la que viene de la Presencia de Dios en nosotros, no nuestra oscuridad, la que asusta.  "Hemos nacido para manifestar la gloria divina que existe en nuestro interior", con una actitud de permanente conversión, búsqueda del bien común y de la fraternidad humana.  ¡Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo!". Que así sea con la Gracia de Dios.

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