25 de diciembre de 2021

"Y el Verbo se hizo carne..."

. NAVIDAD – C- Is 52, 7-10-Hb 1, 1-6-Jn 1, 1-18

. La noche se cerraba entre el asombro y la expectación que nos regalaba el contemplar a un Dios que se acercaba con tal premura, sencillez y ternura al ser humano. Un Dios que buscaba encontrarse con el hombre de ayer y de hoy, simplemente en lo humano, en lo histórico, en lo cotidiano del vivir, para desde ahí, llevarnos a comprender más y mejor a Dios y a ser parte de Él con más conciencia de hijos.  El acontecimiento desborda la expectativa de quien ejercitaba la espera y la esperanza. Contemplamos un misterio, la Vida haciéndose hermana nuestra en un recién nacido. La luz del nacimiento del Redentor ilumina nuestros ojos y educa nuestra mirada en ese ser capaces de acoger el misterio.

. Hoy, en este día santo de Navidad, nos sorprende la liturgia de la Palabra de la Iglesia con un texto, no muy apegado a lo entrañable o a lo romántico de lo "esperable por Navidad". En este día santo de Navidad se nos ofrece a la consideración el prólogo del cuarto evangelio. Compendio de toda la Buena Noticia, de la voluntad de Dios, de la inconsistencia humana que se debate, a lo largo de la historia, entre vivir, acoger y ser luz, o cerrar la puerta del corazón a la luz de la Vida.

La condición de filiación - pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre (Jn 1,12) - o dicho con palabras más coloquiales, la fuerza de la posibilidad de vivirse en la relación con Dios y en la existencia humana como hijos, supone un desafío al eterno anhelo de lo humano. Vivir como regalo, sabiéndose acompañado, custodiado… en relación condicionada por el amor incondicional, en fraternidad con los demás hombres y mujeres del mundo, que hoy y siempre, han acogido la luz.

Las palabras toman cuerpo. La Palabra se encarna. Ya no hay quimera, ilusión o fantasía. De Dios nunca podremos decir que su Palabra fuera campana hueca o címbalo que aturde. Dios no se quiere lejos de aquello que ama. Dios se quiere en la historia. Dios se quiere encontrar y dejarse encontrar en sus propios hijos. Dios se hace historia entrelazando lo humano y lo divino en ese punto de sutura que es el Hijo del hombre, el Cristo, el Ungido de Dios.

Ha nacido y está en medio de nosotros. Es Dios—con todo su poder y majestad—, que se ha hecho Niño, para que, viéndole, nos elevemos a las cosas divinas. Por tanto, nos toca a nosotros, a cada uno aquí y ahora, creer en su amor. Ya que como dice san Agustín: ¿Por qué razón sobre toda razón, se encarnó el Verbo, sino para manifestarnos su amor? En definitiva, Dios se ha encarnado, se ha hecho Niño para estar junto a nosotros. Y lo ha hecho por puro amor al ser humano; y porque el amor tiende siempre, de natural, a la unión con lo amado.

De ahí que nuestro mejor tributo en este día de Navidad sea creer en su amor: Hemos conocido y creído la caridad que Dios nos tiene (1Jn 4,16). Además, será esta fe, esta inclinación de nuestra mente, corazón y voluntad al amor de Dios, el principio de nuestra propia felicidad. Postrados ante Él, adorémosle en silencio, dejémonos mirar por el Amor…

El misterio de la Navidad nos recuerda que no estamos solos en el mundo; que alguien nos acompaña en el desfiladero de la muerte. El Dios de Jesús en Belén es Emmanuel, compartiendo nuestro nacer y existir, vivir y morir. Por eso son posibles y gozosas la alegría y la esperanza. Feliz Navidad.

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