4 de diciembre de 2021

"Preparad el camino del Señor..."

II DOMINGO ADVIENTO -C-  Bar 5,1-9/Fip 1,4.6-8.11/Lc 3,1-6

 

. El Papa Francisco en Chipre nos ha recordado que: «Se necesitan cristianos iluminados, pero sobre todo luminosos, que toquen con ternura las cegueras de los hermanos, que con gestos y palabras de consuelo enciendan luces de esperanza en la oscuridad; cristianos que siembren brotes de Evangelio en los áridos campos de la cotidianidad, que lleven caricias a las soledades del sufrimiento y de la pobreza». Renovar la confianza en Jesús, que «escucha el grito de nuestras cegueras» y que «quiere tocar nuestros ojos y nuestro corazón», «atraernos hacia la luz, hacernos renacer y renovarnos interiormente».

Es lo que la palabra nos recuerda hoy. Por un lado, Lucas nos sitúa con precisión histórica el momento en que la Palabra vino a Juan Bautista… para enseñarnos que la palabra va siempre acogida en un contexto personal, histórico, familiar, cultural determinado y que, en este contexto, debe ser proclamada. El cristianismo ha sido siempre y lo es en su naturaleza profundamente realista y su Luz (fe y la confianza en el Señor) ilumina cada momento de la vida.

 

Y por otro escuchamos a Juan recorriendo pueblos y aldeas predicando la conversión del corazón, un cambio de mentalidad que se traduce en obras y gestos concretos que faciliten su Presencia en medio de nosotros:  es necesario rebajar las montañas del orgullo y la prepotencia; rellenar los abismos del abatimiento y el desánimo; que los terrenos escabrosos de nuestras idas y venidas de nuestro estado de ánimo se conviertan en un valle apacible, tranquilo.

¡El Señor ya viene! Llamados a ser personas de esperanza, capaces de cambiar el mundo, buena noticia en las situaciones duras, de exilio… de hacer realidad la misericordia, la salvación de Dios. Esa predicación sigue siendo necesaria en nuestros días. Todos necesitamos  esta actitud de conversión permanente; no somos perfectos; nadie lo es… por eso, cuando seguimos caminando proyectamos luz y esperanza…  a los demás.

A veces los prejuicios, las falsas expectativas, los miedos pueden empañar nuestra visión de la realidad y esto nos impide ver los destellos del resplandor y de la luz de Dios escondida casi siempre en las vicisitudes más ordinarias de la existencia. Por ello es necesaria esta actitud de conversión, de estar atentos, de purificación. Necesitamos humildad, coraje, serenidad para estar en disposición de acoger a un Dios que viene a nuestro encuentro, que quiere renovar nuestro corazón y nuestra vida. Esa es nuestra responsabilidad creyente, una responsabilidad que significa que, si la cumplimos, proyectaremos a nuestro alrededor la esperanza de que otro mundo es posible y de que las cosas pueden ser de otra manera… conforme al plan de Dios.

Este camino se prepara cada día en el interior, en el corazón… Y rezar unos por otros. Orar, sobre todo, por la perseverancia de la Iglesia en este tiempo de difícil esperanza, tal y como Pablo recuerda en la carta a los Filipenses: "Y esta es mi oración: que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia por medio de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios". Amén

 

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