9 de octubre de 2021

"... y luego, ven y sígueme"

XXVIII TO-B – Sab 7, 7-11; Hb  4, 12-13;  Mc 10, 17-30

Este fin de semana se inicia en Roma y, el próximo domingo, día 17, en todas las diócesis de la Iglesia el camino sinodal ("caminar juntos") que a lo largo de dos años invitará a reflexionar a todos y cada uno de los cristianos acerca de la realidad de la Iglesia y de los desafíos que debe afrontar hoy y en el futuro. El camino culminará en octubre de 2023 con la celebración del Sínodo en Roma. El lema es: "Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión". Tendremos ocasión, si lo deseamos, de hacer nuestras propias reflexiones y propuestas, pero el evangelio de hoy nos pone una pregunta que es siempre fundamental para el discernimiento y la vida: "Maestro bueno ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?"

No es una pregunta retórica sobre el futuro que nos espera sino sobre cómo vivir el presente que nos prepara para ese futuro, cómo vivir hoy y en circunstancias actuales nuestra fe en medio del mundo, particularmente en nuestro entorno occidental (secularización, abusos, pérdida de fe, indiferencia frente al hecho religioso…). La cuestión acerca del qué hacer (en el orden de la fe, las responsabilidades, la familia…) es la que nos ayuda a ordenar el conjunto de nuestras prioridades. Y, precisamente hoy, la primera lectura nos ofrece uno de los pensamientos más bellos sobre el don y la necesidad de la sabiduría en la vida. En texto  recuerda que lo que hace a los seres humanos distintos en la vida y en la muerte es la sabiduría, por la que compartimos la vida misma de Dios. Este don, que enseña a gobernar a los reyes, que hace "divinos" a los hombres, es la riqueza más alta. Con ella se aprende a discernir lo que vale y lo que no vale en la existencia.

Las personas sin "vida interior" prefieren el oro, la plata y las piedras preciosas; el dinero y el poder. Pero quien elija la sabiduría habrá aprendido un sentido distinto de la vida y de la muerte; del dolor y del hambre; del sufrimiento y la desesperación. Con ella vienen riquezas, valoraciones y sentimientos que no se pueden comprar con todo el oro del mundo. Porque la verdadera sabiduría enseña a tener y vivir con dignidad; a juzgar y obrar rectamente; a no dejarnos confundir ni engañar por las apariencias o lo inmediato. La sabiduría nos enseña a ordenar la propia vida con un sentido, a orientarla hacia una meta.  La sabiduría y su compañera inseparable, la prudencia pertenecen al ámbito divino por eso hay que pedirlas...  Frente a la sabiduría quedan relegados el poder (cetros y tronos), la riqueza (piedras preciosas, oro y plata) y salud (belleza, vida en general). A su lado estas realidades son nada, un poco de arena, lodo…

Esa sabiduría de la vida, de la experiencia nos enseña también, y el evangelio lo recuerda, que, en la vida, no es suficiente una hoja de servicios inmaculada… la respuesta de Jesús: "Una cosa te falta…" es una invitación a la confianza y abandono total en sus manos. Y eso es siempre lo más difícil. Buenas personas pueden ser tanto los creyentes de cualquier religión como los que no profesan ninguna. Jesús invita a ir más allá de la bondad; a una relación de amistad con El que se va profundizando a lo largo de la vida y que ofrece criterios para cultivar tanto la relación filial con Dios como la relación fraternal y solidaria con los demás seres humanos. En esta impactante escena, tanto el "joven" rico como Jesús han pasado de la alegría a la decepción. El joven por sentirse incapaz de abandonar sus seguridades y Jesús por haber recibido una vez más, una respuesta negativa por parte del joven que representa esa parte enorme de la humanidad de ayer y de hoy que sigue confiando su futuro y su felicidad a las riquezas, al tener y poseer. "¡Qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!".

Jesús estaba interesado en enseñar que la salvación, la felicidad, el futuro del hombre, no está garantizado sólo por la economía, las posesiones o las riquezas que Jesús no condena en sí, sino cuando se acumulan en manos de unos pocos y se distribuyen injustamente.  El tesoro en el cielo y la paz en la tierra se adquieren con la generosidad, la solidaridad, la justicia.  Es un horizonte nuevo: entrar en el plan de Dios, asumir la libertad de los hijos de Dios, una libertad de espíritu que no se deja comprar por nada, y se encarna en la fraternidad que nos hace a cada cual corresponsables de la felicidad de los otros…. : "Os aseguro que quien deja casa, hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones- y en la edad futura vida eterna". Que así sea con la Gracia de Dios.

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