11 de agosto de 2023

"Ánimo, soy yo. No tengáis miedo"

XIX TO – A- Rey 19, 9.11-13ª/Rom 9, 1-5/Mt 14, 22-33

 

. Son numerosas las ocasiones en que los evangelistas nos repiten que Jesús se retiraba a solas a orar. Un gesto vale más que mil palabras. Con ello nos enseña también a nosotros la necesidad que tenemos de esa oración silenciosa, de ese estar con el Padre a solas, sabiendo que nos ama y nos cuida. Sin una vida profunda de oración, nuestra existencia será como esa barca zarandeada por las olas, alborotada por cualquier dificultad, sin raíces, sin estabilidad.

 

. El que ora de verdad va alimentando su vida de fe, va echando raíces en Dios. La oración le da ojos para conocer a Jesús y descubrirle en todo, incluso en medio de las dificultades, del sufrimiento y de las pruebas: "Verdaderamente eres Hijo de Dios". La falta de oración, en cambio, hace que se sienta a Jesús como un "fantasma", como "alguien o algo" irreal; el que no ora es un hombre de poca fe, duda y hasta acaba perdiendo la confianza total en la Presencia y la acción del Señor.

 

. El que trata de manera íntima y familiar con Dios experimenta la seguridad de saberse acompañado, de saberse protegido por un amor que es más fuerte que el dolor y que la muerte. El que no ora se siente solo. El que ora descubre la Presencia del Dios que pasa como brisa suave (Elías); la cercanía de Cristo en medio de la tempestad y experimenta la fuerza de sus palabras: "¡Ánimo! Soy yo, no temáis". Es necesario volver a descubrir la dicha de la oración: escucha, diálogo, presencia, contemplación…. Cristo no quiere siervos, sino amigos que vivan en íntima familiaridad con Él.

 

. Vientos que me hacen tambalear: superficialidad, ruido, inconstancia, miedo, dudas, mares agitados forman parte del paisaje de nuestra vida y de la vida de la Iglesia. En estas situaciones no es fácil reconocer la Presencia del Señor ni su cercanía. Sin embargo, Él está, no nos deja; se identifica: "Soy yo" y da la orden de siempre: "No tengáis miedo". El Papa al concluir la Misa de envío de los jóvenes en la JMJ de Lisboa: Queridos jóvenes, quisiera mirar a los ojos a cada uno de ustedes y decirles: no tengan miedo. No tengan miedo. Es más, les digo algo muy hermoso, ya no soy yo, es Jesús mismo quien los está mirando en este momento. Nos está mirando. Él los conoce, conoce el corazón de cada uno de ustedes, conoce la vida de cada uno de ustedes, conoce las alegrías, conoce las tristezas, los éxitos y los fracasos, conoce el corazón de ustedes. Lee vuestros corazones y Él hoy les dice, aquí, en Lisboa, en esta Jornada Mundial de la Juventud: "No tengan miedo". Anímense, "no tengan miedo".

 

. ¿La clave?  Mantener la mirada en el Señor. Mientras Pedro tiene los ojos fijos en el Señor camina sobre el agua. Cuando aparta la mirada, se hunde. Y hacemos nuestra su oración en momentos de miedo y tinieblas porque Jesús siempre nos alarga la mano. Siempre. Todo el texto es una meditación sobre la Iglesia La imagen final de Jesús en la barca mientras todos le reconocen Hijo de Dios y se postran es la imagen más bonita de la Iglesia. Y Pedro, paradigma de la persona débil (negaciones) que no obstante todo ama a Jesús de corazón.  Como muchos de nosotros.

 

. El camino de la fe no excluye dudas ni miedo. Escribía San Agustín: "A muchos les impide ser fuertes su presunción de firmeza. Nadie logra de Dios la firmeza, sino quien en sí mismo reconoce su flaqueza... Contemplad el siglo como un mar, lo que cae bajo tus pies. Si amas al siglo, te engullirá. Sabe devorar a sus amadores, no soportarlos. Pero, cuando tu corazón fluctúa invoca la divinidad de Cristo... Dí: «¡Señor, perezco, sálvame!». Dí: «perezco», para que no perezcas. Porque solo te libra de la carne quien murió por ti en la carne» (Sermón 76,5-6). Pero es necesario mantener la mirada en el Señor. Que así sea con la Gracia de Dios.

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