10 de febrero de 2023

"Pero yo os digo..."

. VI DOMINGO TO – A-  Eclo 16, 6-21 / 1 Cor 2, 6-10 / Mt 5, 17-37

"Si quieres, guardarás los mandamientos y permanecerás fiel a su voluntad. Ante los hombres está la vida y la muerte y a cada uno  le dará lo que prefiera".  (Eclo 15, 1). "No he venido a abolir la ley sino a dar plenitud". Por eso afirma: "Habéis oído que se dijo a los antiguos… pero yo os digo": no es el mínimo de la ley antigua (que o es poco) sino el máximo; no es la letra sino el espíritu que anima la ley. La plenitud de la ley está en el amor, a Dios y a los hermanos. Infinita exigencia y, al mismo tiempo, infinita misericordia e infinito amor.

. "No matarás": es no odiar, menospreciar, hacer daño, insultar… pero es, sobre todo, procurar la comunión, tratar al otro como hermano, respetar el don de la vida, cuidarla en nosotros y en quienes nos rodean, dar vida e incluso más, dar la vida para que otros vivan.

. "No cometerás adulterio": aprender a mirar a la persona, no como objeto para satisfacer nuestros deseos, sino como alguien lleno de dignidad, llamado a la eternidad como templo que es de Dios; una mirada que aprecia la belleza sin degradarla en modo alguno.

. "No jurarás en falso": cuidando las palabras y su valor extraordinario para expresar la honestidad de la vida, la sinceridad y transparencia, la veracidad de los propios pensamientos y actos. No hay camino verdadero de comunión, amistad y encuentro personal si la comunicación no es verdadera… y no es necesario invocar el nombre de Dios para justificar nuestras acciones si nuestras palabras son sinceras y nacen de un corazón y de un pensamiento puro.

La clave de este evangelio es la referencia a la reconciliación con el hermano. Es Jesús quien nos lo recuerda: "Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja la ofrenda y vete primero a reconciliarte con tu hermano". La reconciliación con el hermano es expresión de la reconciliación con Dios y con uno mismo y este es el culto que Dios nos pide.

En definitiva, que el cumplimiento de la letra de la ley, en sí misma, no nos salva; lo que nos salva es cumplir la ley en su plenitud, es decir, que la ley sea siempre expresión de mi amor a Dios y al prójimo. Que así sea con la Gracia de Dios.

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