3 de septiembre de 2022

"Los hombres se salvaron por la sabiduría"

. XXIII TO –C- Sab 9, 13-18 / Fl 9b-10.12-17 / Lc 14, 25-33

El texto del libro de la Sabiduría comienza con una pregunta: ¿Qué hombre conocerá el designio de Dios?  Y concluye con la afirmación categórica: Los hombres… se salvaron por la sabiduría. Es una oración alabando la sabiduría de Dios e pidiéndola para el conocimiento humano. Es una buena pista para que recorramos el camino de nuestra vida según la sabiduría de Dios, destinada a ser guía segura de vida y de salvación. Ahora bien, tal sabiduría no se refiere al conocimiento de verdades abstractas, sino que se concretiza en la persona de Jesucristo, de quien afirma san Pablo que Cristo es fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,24).

Así, pues, ¿quién mejor que el mismo Jesucristo para enseñarnos la verdadera sabiduría? Nos pide disponibilidad total para ser sus testigos al precio que sea necesario. Por eso, con todo el realismo del mundo, sin engañar a nadie con falsas promesas, nos deja libertad de elección, pero nos advierte de las dificultades y exigencias del seguimiento. La clave está en entender que el discípulo no es aquella persona que ha dejado algo, sino que ha encontrado a "Alguien" y este encuentro hace que pase a segundo lugar todo lo demás. Todo se mira desde la perspectiva de la mirada de Jesús y todo así adquiere su verdadero valor. A los que le tienen confianza, Él le devuelve cien veces más.

No es ciertamente fácil por eso el Señor nos pone dos ejemplos de sentido común:  ver los pros y los contras ante un determinado proyecto: construir una torre o entrar en batalla de quien le ataca con un mayor número de soldados. Hay que asentar sólidamente cualquier decisión y hay que hacerlo con la libertad interior suficiente, es decir, con sabiduría: "Todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío" (v. 33). Y recordamos que la renuncia no se hace porque los bienes no sean buenos sino porque todo, familia, bienes…, se entienden y viven con mayor plenitud, desde al amor a Dios, especialmente manifestado en las personas amadas y cercanas de nuestra familia y nuestra vida y en toda la creación.

En este mismo pasaje del Evangelio, Jesús nos recuerda también la prueba del verdadero amor por él: "cargar con la propia cruz". Asumir la propia cruz no significa buscar sufrimientos. Cristo tampoco se puso a buscar su cruz; en obediencia a la voluntad del Padre la cargó sobre sí cuando los hombres se la pusieron a espaldas, transformándola con su amor obediente de instrumento de suplicio en signo de redención y de gloria. Jesús no vino a aumentar las cruces humanas, sino más bien a darles un sentido. Con razón, se ha dicho que "quien busca a Jesús sin la cruz, encontrará la cruz sin Jesús", es decir, de todos modos, encontrará la cruz, pero sin la fuerza para cargar con ella. 

 

Todo nace del amor a Jesús y de la pasión por la construcción del Reino. Se espera que nosotros seamos sensatos para tomar en consideración lo que el Señor nos dice y repite, ofreciéndonos adentrarnos en la verdadera sabiduría, la que nos conduce a la salvación. "Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato", hemos rezado en el Salmo. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

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