23 de abril de 2022

"Señor mío y Dios mío"

. Los encuentros con el Resucitado -las apariciones- son experiencias rehabilitadoras, no un "ajuste de cuentas", como humanamente sería de esperar, ante la deserción de los discípulos en el momento de la Pasión. Jesús espera, ama, aguanta el ritmo de fe. Dichosos los que vayan creyendo: encontrarán siempre vida en su nombre, curación de los males físicos y espirituales y, sobre todo, la Misericordia única que pone un límite al mal. El papa Francisco recuerda que: "La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio". 

 

. Es en virtud de este mensaje que hoy, último día de la octava de Pascua, domingo siguiente a la Resurrección del Señor, se celebra la fiesta de la Divina Misericordia. Esta devoción en la Iglesia por la Divina Misericordia nace de las revelaciones recibidas por la santa de origen polaco Faustina Kowalska durante los años treinta del siglo XX. La mística religiosa recogió en un diario personal, todos los mensajes sobre la misericordia de Cristo.

 

. Fue el Papa San Juan Pablo II, compatriota de la santa y fallecido en la víspera de esta festividad, el que dotó a esta celebración de la importancia que hoy tiene para la Iglesia. Su devoción por la Divina Misericordia se remonta a cuando era joven y trabajaba en unas canteras, cuyo camino pasaba junto al Santuario de la Misericordia. En 1980, el entonces Papa publicó su carta encíclica Dives in Misericordia relanzando la devoción sobre la misericordia divina. En ella señala: "es conveniente que volvamos la mirada a este misterio: lo están sugiriendo múltiples experiencias de la Iglesia y del hombre contemporáneo; lo exigen también las invocaciones de tantos corazones humanos, con sus sufrimientos y esperanzas, sus angustias y expectación".

 

. El evangelista recuerda que: "Los discípulos estaban en una casa con las puertas cerradas".  El "cerrar puertas" tras la Pascua, está motivado por el miedo: a los judíos, a la renovación, a los progresos de la ciencia, a la evolución social, a la pérdida de poderes y privilegios. El papa Francisco invita a abrir el corazón a Cristo, a no tener miedo a su Presencia salvadora y escribe: "Una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser puente, se convierte en barrera. La Iglesia no es una aduana. Es la casa paterna, donde hay lugar para cada uno. La Iglesia es la portera de la casa del Señor, no es la dueña. Una Iglesia inhospitalaria mortifica el Evangelio y aridece el mundo. ¡Nada de puertas blindadas en la Iglesia, nada! ¡Todo abierto!".

 

. No lleva a ningún sitio el miedo, el ocultar la realidad de las cosas para mantener el prestigio o no perder parcelas de poder, el proteger a quien, por su bien y el de todos, ha de ser ayudado en su conversión… La Iglesia está llamada a ser "un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando".  El mensaje de evangelio no hace hincapié en la duda o la incredulidad de Tomás sino en la vida como un itinerario de fe, un proceso íntimo y personal que acaba proclamando: "Señor mío y Dios mío", oración que tantas veces repetimos los creyentes a lo largo de los siglos. La experiencia de Tomás es de ayuda para todos nosotros que, sin ver a Jesús, creemos en Él y en su fuerza salvadora. Como dice el lema de la Divina Misericordia. "Jesús en ti confío". Que así sea con la Gracia de Dios.

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