2 de noviembre de 2019

Todos los Santos

TODOS LOS SANTOS -  Ap 7, 2-4.9-14 ; 1Jn 3, 1-3 ; Mt 5, 1-12a -

La santidad es una llamada para todos nosotros, todos los que hemos sido bautizados tenemos que aspirar esa meta tan alta y tan hermosa, la comunión total con nuestro Señor. Esa que S. Pablo describía diciendo: "ya no soy yo quien vive, sino Cristo vive en mi", abrazado en perfecta unión con su voluntad. El Papa Emérito recordaba: «El cristiano, ya es santo, pues el Bautismo le une a Jesús y a su misterio pascual, pero al mismo tiempo tiene que llegar a ser santo, conformándose con Él cada vez más íntimamente”.

 

A veces se piensa que la santidad es un privilegio reservado a unos pocos elegidos. En realidad, ¡llegar a ser santo es la tarea de cada cristiano, es más, podríamos decir, de cada hombre! Todos los seres humanos estamos llamados a la santidad que, en última instancia, consiste en vivir como hijos de Dios (San Juan), en esa “semejanza” a Él, según la cual, hemos sido creados.  Todos los seres humanos somos hijos de Dios, y todos tenemos que llegar a ser, a vivir lo que somos, a través del camino exigente de la libertad.

 

A veces creemos que para ser santos tenemos que ser perfectos y que es una realidad inalcanzable con todas nuestras flaquezas y defectos, pero, de nuevo el Papa Benedicto nos recuerda: «"Los santos no son personas que nunca han cometido errores o pecados, sino quienes se arrepienten y se reconcilian. Por tanto, también entre los santos se dan contrastes, discordias, controversias...Son hombres como nosotros, con problemas complicados... La santidad crece con la capacidad de conversión, de arrepentimiento, de disponibilidad para volver a comenzar, y sobre todo con la capacidad de reconciliación y de perdón". "Y todos podemos aprender este camino de santidad".»

 

La experiencia de la Iglesia demuestra que toda forma de santidad, si bien sigue caminos diferentes, siempre pasa por el camino de la cruz, el camino de la renuncia a sí mismo. Las biografías de los santos describen a hombres y mujeres que, siendo dóciles a los designios divinos, afrontaron en ocasiones pruebas y sufrimientos inenarrables, persecuciones y martirios. El ejemplo de los santos es para nosotros un aliento a seguir los mismos pasos y a experimentar la alegría de quien se fía de Dios, pues la única causa de tristeza y de infelicidad para el hombre se debe al hecho de vivir lejos de Él. El camino que conduce a la santidad es presentado por el camino de las Bienaventuranzas. En la medida en que acogemos la propuesta de Cristo y le seguimos -cada uno en sus circunstancias- también nosotros podemos participar en la bienaventuranza del cielo.

 

Perseverar en la santidad es mantenerse en comunión con Cristo quien salva y da vida eterna. Es sentirse fascinados por la belleza de Dios, por la verdad revelada en Cristo, por su mensaje de amor y estar dispuestos, por esa belleza y esa verdad, a renunciar a todo, también a uno mismo. Le es suficiente el amor de Dios que experimenta y transmite en el servicio humilde y desinteresado del prójimo. Es vivir en la cercanía de Dios, vivir en su familia.  Para ser Santos no hay que hacer cosas extraordinarias, ni poseer carismas excepcionales, sólo hay que hacer las cosas ordinarias con un extraordinario amor, como decía la Madre Teresa de Calcuta. Aceptar cada día el camino del Evangelio, aunque nos traiga problemas, esto es santidad: “Luces amables en medio de la oscuridad del mundo” (Francisco).

 

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