15 de febrero de 2019

"Dichoso el hombre que pone su confianza en el Señor"

DOMINGO VI TO -C- Jer 17,5-8/ Cor 15,12.16-30/Lc 6,17-26

 

Una historia que nos habla sobre la confianza en Dios

En un pueblito de zona rural, se produjo una larga sequía que amenazaba con dejar en la ruina a todos sus habitantes debido a que subsistían con el fruto del trabajo del campo. A pesar de que la mayoría de sus habitantes eran creyentes, ante la situación límite, marcharon a ver al cura párroco y le dijeron:
- Padre, si Dios es tan poderoso, pidámosle que envíe la lluvia necesaria para revertir esta angustiante situación.
- Está bien, le pediremos al Señor, pero deberá haber una condición indispensable.
- ¡Díganos cuál es!, respondieron todos.
- Hay que pedírselo con fe, con mucha fe, contestó el sacerdote.
- ¡Así lo haremos, y también vendremos a Misa todos los días!
Los campesinos comenzaron a ir a Misa todos los días, pero las semanas transcurrían y la esperada lluvia no se hacía presente.
Un día, fueron todos a enfrentarlo al párroco y reclamarle:
- Padre, usted nos dijo que si le pedíamos con fe a Dios que enviara las lluvias, Él iba a acceder a nuestras peticiones. Pero ya van varias semanas y no obtenemos respuesta alguna...
- Hijos míos, ¿han ustedes pedido con fe verdadera?
- ¡Sí, por supuesto!, respondieron al unísono.
- Entonces, si dicen haber pedido con fe verdadera... ¿por qué durante todos estos días ni uno solo de ustedes ha traído el paraguas?

 

Si la vida humana es un ejercicio continuo de confianza: los hijos confían en sus padres, el esposo en la esposa y viceversa, el alumno en el maestro, el comprador en el comerciante, el pasajero en el conductor... la vida espiritual lo es mucho más en cuanto que toda la confianza se ha de poner en Dios, porque esa vida es completamente obra de Dios, los hombres somos sólo colaboradores.         

 

La primera lectura dice que el que confía en el Señor es como un “árbol plantado junto al agua, que en año de sequía no deja de dar fruto y se mantiene verde”. El profeta recuerda que solo Dios puede dar ese apoyo, esa seguridad y frescor que las fuerzas humanas son incapaces de asegurar. Solo Dios le infunde vida, juventud, un dinamismo que fructifica en buenas obras. En el evangelio, el pobre, el hambriento, el que llora o el que es odiado, es llamado dichoso porque, al no tener seguridades humanas, pone toda su confianza en el Señor. Y Pablo subraya: “¿Y quién puede creer en la resurrección de los muertos sino el que confía plenamente en que Dios ha resucitado a Jesucristo como primicia de quienes duermen el sueño de la muerte?”.

 

La bendición bíblica recae sobre el espíritu de desprendimiento, de bondad, de coherencia, de solidaridad que expresa una actitud fecunda que acaba rodeada de amigos y de una felicidad profunda que llena el corazón del hombre. Frente a éste espíritu, “maldito”, dicen los textos, el que confía solo en las seguridades, fuerzas y medios humanos. En el campo espiritual poner la confianza en las “cosas humanas” termina en fracaso,  por ello, el rico, el satisfecho, el que ríe y es alabado por todos, es llamado “maldito”, no porque sea rico, satisfecho o ría... sino porque pone su seguridad en su riqueza, “en la carne”, lo efímero, la fama, la alabanza humana; confía solo en sí y en sus posesiones, usa la inteligencia y los talentos solo para beneficio propio...por eso es “un cardo en la estepa” y “habita en la aridez del desierto”, cerrado en sí mismo, seco y sin fruto.

 

Jesús habla a sus discípulos y, hoy, a nosotros, proponiendo como alternativa de vida y característica de quien quiera seguirle el camino de la solidaridad; les alienta y nos alienta a llevar un estilo de vida austero, sencillo, a desterrar el deseo insensato de acaparar más y más bienes de la tierra, para que, libres de ataduras, puedan y podamos dedicarnos más a amar a Dios y al prójimo, nuestro hermano. Trabajando por esta causa, que es la realmente llena el corazón de las personas, acertaremos en el camino de la felicidad.

 

Nadie afirma, y menos Jesús que luchó por la fraternidad y la salvación de todos, que sea buena la pobreza, la persecución o el dolor... pero son experiencias de la vida que te abren a Dios en la esperanza de recibir de Él la fuerza, el consuelo, la luz y te abren a ti mismo en la conciencia de que “hay que coger el paraguas” y luchar por dar sentido a los acontecimientos que, a veces, nos cuesta aceptar. Las Bienaventuranzas son un programa de vida y acción frente al egoísmo, la insolidaridad, la injusticia... para vivir confiados y libres en Dios. Miremos hoy en qué o en quién ponemos nuestra confianza y por qué caminos buscamos la felicidad. Que solo en Dios y en su Gracia, sea. Amén