9 de febrero de 2019

"Por tu Palabra, echaré las redes..."

2019. V DOMINGO TO –C-   Is 6,1-2a.3-8/1 Cor 15,1-11/Lc 5,1

 

Nos lo dicen las lecturas de hoy:  Dios, en su libertad, llama-invita y el hombre, responde también desde su propia libertad e historia que, en cada persona es diferente como son diferentes los dones que Dios otorga a cada uno. Es gracias a nuestra respuesta positiva que somos libres de verdad. Porque nadie ama tanto nuestra libertad como quien la ha creado y continuamente la respeta... hasta el punto de que no obliga al hombre a seguirle.

 

Isaías es llamado en medio de una visión escatológica, un escenario impresionante: trono, manto, serafines, incienso... La respuesta de Isaías antepone una objeción: “¡Ay de mí, estoy perdido! ¡Yo hombre de labios impuros...!” y, sin embargo, con la fuerza del Señor puede superar la dificultad y responder a la llamada: “¿A quién enviaré? Aquí estoy, mándame”.

 

Pablo es el menor de los apóstoles. Su historia anterior a la conversión parece que juega en contra suya: había perseguido a la Iglesia. Pero Dios es el Padre que perdona al hijo porque es hijo... “Pero por la gracia de Dios, soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí”. Los mismos cristianos de Corinto son testigos: recibieron la Buena Noticia anunciada por Pablo y la acogieron (“El evangelio que os proclamé y aceptasteis”).

 

Pedro y los hijos de Zebedeo son pescadores experimentados. Saben que, si no han pescado nada durante la noche, no harán nada durante la mañana. La respuesta a la palabra de Jesús no demuestra entusiasmo, aunque tampoco hay nada que perder: “Por tu palabra...”. Con la fuerza del Señor, la gracia de Dios, la pesca se convierte en un milagro; hechos pescadores de hombres, la palabra del Señor llegará hasta Roma, centro del Imperio y de allí a toda la tierra.

 

Todo cristiano tiene una verdadera vocación, debe sentir sobre sí una verdadera llamada (“¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?”). Y a pesar de los labios impuros, de que no es fácil, de la fragilidad y conciencia sentida de la propia indignidad y del propio pecado (Is, Pedro, Pablo...), cansancio y pérdida de compromiso, de entusiasmo... (¡qué no haríamos para animarnos!), todos estamos llamados a responder “Aquí estoy, mándame”.

 

Hoy nos encontramos en Occidente ante un hecho innegable: la Iglesia está perdiendo de manera imparable el poder de atracción y la credibilidad que tenía hace solo unos años. No hemos de engañarnos. Los cristianos venimos experimentando que nuestra capacidad para transmitir la fe a las nuevas generaciones es cada vez menor. No han faltado esfuerzos e iniciativas. Pero, al parecer, no se trata solo ni primordialmente de inventar nuevas estrategias. Ser enviado en un mundo distraído a dar testimonio de valores que tal vez no apetecen a la mayoría no tiene asegurado el éxito ni que el esfuerzo se vaya a “compensar” a corto plazo.

 

Probablemente habremos experimentado también nosotros el fracaso de algunas noches estériles en que “no hemos pescado nada”, alternando con días en los que sí hemos sentido la presencia del Señor que ha vuelto eficaz nuestro trabajo. Es bueno, por ello recordar, que en el Evangelio, en Jesús hay una fuerza de atracción que no hay en nosotros.  Por eso nuestras energías han de estar en la recuperación de Jesús, del Evangelio como la única fuerza capaz de engendrar fe en los hombres y mujeres de hoy. Sin él, la esterilidad. Con él la fecundidad sorprendente. Confiemos más en la fuerza de Cristo Señor que en nuestros métodos por necesarios que sean. 

 

Lo más importante en estos momentos críticos no son las doctrinas elaboradas a lo largo de los siglos, sino la vida y la persona de Jesús. Lo decisivo no es que la gente venga a tomar parte en nuestras cosas, sino que puedan entrar en contacto con él. La fe cristiana solo se despierta cuando las personas se encuentran con testigos que irradian el fuego de Jesús. El centro del evangelio está marcado por esta expresión: “Por tu Palabra, echaré las redes”. La vuelta a la tarea, aun en medio de las contrariedades, está marcada por la escucha-obediencia a la Palabra de Jesús. Es indispensable. Debemos echar las redes en nombre de Jesús, no en el nuestro; Él es el único Pescador. Que así sea con la Gracia de Dios.

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