20 de septiembre de 2024

"El que quiera ser el primero..."

XXV TO- B-  Sab 2, 12.17-20/ Sant 3, 16-4, 3 / Mc 9, 30-37

Jesús anuncia por segunda vez su Pasión, Muerte y Resurrección. Y el evangelio vuelve a poner de relieve las dificultades de los discípulos para entender y preguntar. Por un lado:

. no comprenden las palabras del Maestro y rechazan que vaya encuentro a la muerte (recordemos la oposición de Pedro que leíamos el pasado domingo y la fuerte reacción de Jesús)

. Y, por otro: discuten acerca de "quién es el más importante entre ellos".

Y Jesús, nuevamente, explica "la lógica de Dios" ("Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos" recuerda el profeta Isaías), la lógica del amor que se hace servicio en la entrega total de sí mismo ("Quien quiera ser el primero sea el servidor de todos…", recuerda Jesús).

Esta es la lógica del cristianismo que responde a la verdad del hombre creado a imagen de Dios; una lógica que contrasta directamente   con el egoísmo, la búsqueda de los primeros puestos, el orgullo… que están muy enraizados en nuestra naturaleza íntima como consecuencia del pecado original. La persona humana es atraída por el amor que, en el fondo es Dios mismo, pero, a menudo, se equivoca en los modos concretos de amar y de ahí pueden derivarse acciones malas, impuras.

El libro de la Sabiduría nos ha recordado que "existen personas justas" que, con su justicia ponen en evidencia las injusticias de los demás, y precisamente, por su vida ejemplar,   son "sometidos a ultrajes y torturas" para "poner a prueba" su confianza en Dios.

Y también lo afirma Santiago en su Carta: cuando la persona se guía sólo por sus instintos camina hacia la perdición, por ello, donde existen envidias hay desconcierto, maldad, división… en cambio, la sabiduría que procede de lo alto es intachable, pura, pacífica, compasiva y, en consecuencia, da siempre buenos frutos.

Existen personas que con humildad, silencio entregan su vida al servicio de los demás, movidos por el amor a Dios; personas que son auténticos "artífices de paz y de concordia". Muchos ofrecen su testimonio "hasta dar la vida" mostrando que su amor puede más que el odio o la violencia; esto es, en el fondo, perder la vida para ganar la vida. De hecho acoger a un niño es acoger a quien se muestra indefenso, vulnerable, no poderoso.

No tengamos miedo de preguntar al Señor. Hay muchas cosas que no llegamos a comprender y no debemos temer ponernos ante nuestra propia realidad. Actuar de este modo nos pide siempre una "`profunda conversión"; abrir el corazón a la escucha; dejarse iluminar y transformar por dentro. Nosotros que somos pequeños aspiramos a parecer grandes, mientras Dios, realmente grande, no teme hacerse el último y servidor de todos. Que así sea con la Gracia de Dios.

13 de septiembre de 2024

"... tú piensa como los hombres no como Dios"

. XXIV T0 B – Is 50, 5-9-St 2, 14-18-Mc 8, 27-35

. "Ofrecí la espalda a los que me golpeaban…no escondí el rostro a ultrajes y salivazos… El Señor me ayuda". La teología y la comunidad cristiana, desde el comienzo de su historia, han contemplado como anuncio profético la figura del Siervo paciente referido a Jesús que carga con nuestros pecados y los expía en la cruz. El mismo Jesús, antes de morir exclamó: "ha de cumplirse en mí esta escritura. Fui contado entre los malhechores".

. El evangelio de hoy nos muestra la reacción de los discípulos ante la pregunta sobre la identidad de Jesús ("Tú eres el Mesías", responde Pedro) y la respuesta de Jesús que "empezó a instruirlos" sobre el significado de esa afirmación de fe.  Hasta ese momento los discípulos parecían incapaces de reconocer quién era verdaderamente Jesús y es el mismo Señor quien se presenta como el "Siervo sufriente" que cumple todo lo anunciado por el profeta: ha de ser rechazado, ejecutado, resucitar al tercer día.

"Lo explicaba con toda claridad" pero a Pedro, a nosotros, nos cuesta entender y asumir a un Mesías Salvador aparentemente derrotado, que camina bajo el peso de la cruz y el rechazo. Nos parece inconcebible que Dios asuma esta condición de Siervo en Jesús. Y es humano que pensemos así. Por eso la invitación clara de Jesús es que "pensemos como Dios" y esto nunca es fácil.

Seguir a Jesús implica asumir la condición humana en toda su verdad, fragilidad, miedo, dolor y esperanza. Y hacerlo en "la lógica divina": "El que quiera salvar su vida la pierde y el que la pierde, por Jesús y el Evangelio, la gana". En el fondo es entender y vivir la vida al servicio del amor, de la entrega y donación total. Esto es ganar la vida sin perder el alma.

Por eso también nosotros hoy podemos responder a la pregunta de Jesús. ¿Quién soy yo para ti? La Iglesia y cada uno de nosotros tiene que ir respondiendo en su vida Y la respuesta es sí con la fe de la Iglesia, pero también muy personal. Confesar a Jesús como Mesías es aceptar que su camino y el nuestro pasa por la renuncia, el sufrimiento, la muerte; que es vivir coherentemente y hasta el final en actitud de servicio, transformación del corazón, alejado de cualquier tentación de poder por el poder o de la violencia. Sufrir no es nuestra vocación, pero no hay cristianismo, en el fondo, no hay vida, sin cruz ni esperanza en la resurrección.

La auténtica espiritualidad cristiana parte siempre de la realidad, la conoce, asume y trata de cambiarla en todo aquello que no responde al designio salvador de Dios. Es por ello una forma de compromiso, desde la fe y con las obras, en favor de los crucificados del mundo. Santiago nos ha recordado que la fe si no tiene obras, por sí sola está muerta y que las obras son las que muestran la fe. Esto significa ir más allá de una espiritualidad intimista, de una mera adhesión intelectual a los dogmas, o a una privatización de la fe. "¿Quién soy yo para ti?": la fe es un don, el encuentro personal con Jesús, vivido en la realidad de cada día, en comunidad con los hermanos, capaz de contagiar, de mirarle solo a Él y, en Él, la vida, los hermanos, el mundo... Que así sea con la Gracia de Dios.

6 de septiembre de 2024

"Effetá-Ábrete"

. DOMINGO XXIII T.O. -B-  Is 35,4-7a/St 2,1-15/Mc 7,31-37

El profeta Isaías ha recordado: "Sed fuertes, no temáis. He aquí vuestro Dios".  Cuando todo parece hundirse a nuestro alrededor, necesitamos escuchar y sentir que este es el momento de Dios. Que Él nos quiere vivos, humanos, dignos, tan grandes como nos ha creado. Las situaciones dramáticas con las que nos toca convivir y que nos empequeñecen no tienen la última palabra en nuestra historia: Dios viene en persona para salvarnos.

El evangelio es una muestra de ello a través de la narración de la curación del sordomudo. Jesús una vez más se acerca a los que sufren, a los marginados de la sociedad; los cura y, abriéndoles así la posibilidad de vivir y decidir juntamente con los demás, los introduce en la igualdad y en la fraternidad. Las curaciones de Jesús no son nunca una práctica de poder para "demostrar" que es el Hijo de Dios, de hecho, "les mandó que no lo dijeran a nadie", sino de amor. Y esta actitud nos señala a todos, la dirección de nuestro obrar. Y es que, sus gestos están también a nuestro alcance. Nosotros no podemos hacer milagros, pero sí podemos estar, como Jesús, muy atentos a las necesidades y anhelos de los demás; y siempre hay algo que podremos hacer para responder a los mismos. Para sanar y curar, no milagrosamente, pero sí humanamente.

Y, además, como recuerdan los Padres de la Iglesia al reflexionar sobre este milagro, no sólo existe una sordera física que aparta de la vida social, sino también espiritual que aleja de Dios. Y esta última es muy propia de nuestro tiempo. Nos cuesta "escuchar" a Dios y esto dificulta la oración y el diálogo con Él y, al mismo tiempo, reduce el horizonte de nuestra vida y eso es siempre preocupante. Vivir encerrados impide el encuentro con Dios, con los demás y, sin encuentro, no hay identidad. Las relaciones nos fecundan, nos nutren, descubren nuestro ser profundo, aunque también puedan herirnos o mostrar nuestra propia fragilidad.

"Effetá-Ábrete": esta expresión se usaba antes en el Bautismo mientras se tocaban los oídos y la boca de los bautizados simbolizando la apertura para escuchar y Palabra y la alabanza. Y es que esta curación es todo un símbolo de lo que produce el bautismo en nosotros: un encuentro personal con Jesús que abre nuestro corazón para el encuentro con él y los hermanos. El Señor libera nuestros sentidos, fortalece nuestro corazón.  Es verdad que la fe, nuestra fe, es apertura, relación, encuentro… por eso no la imponemos a nadie. Este tipo de proselitismo es contrario al cristianismo. La fe sólo puede desarrollarse en la libertad que no tiene miedo de abrirse a Dios, de buscarlo, escucharlo, vincularse a su Palabra y a su acción… para no caer en la tentación "del integrismo y la violencia… sino en el sueño de una humanidad libre, fraterna y pacífica" (Papa Francisco en Indonesia).

Y, como nos ha recordado Santiago en su Carta, no siempre es fácil vernos libres de la acepción de personas, de cierto favoritismo ("No mezcléis la fe con la acepción, el rechazo de las personas"), por eso debemos mirar y captar más allá de cualquier apariencia; el amor al prójimo es descubrir el rostro de Dios en cada persona y actuar con justicia, sin discriminaciones, en todas nuestras relaciones.  Que así sea con la Gracia de Dios.