5 de abril de 2024

"La paz esté con vosotros"

II DOMINGO PASCUA-B- Hch 4,32-35/ 1Jn 5, 1-6/ Jn 20,19-31

. El evangelio de hoy nos presenta una primera aparición de Jesús resucitado a los discípulos, en el Cenáculo, la noche de la Pascua, y otra aparición que tiene lugar ocho días después. A pesar de la resurrección los discípulos se encierran, llenos de miedo: "por temor a los judíos". Jesús se presenta y podría reprenderles de manera severa, porque todos les abandonaron; sin embargo, ofrece su paz a esos corazones paralizados y limitados por el miedo.

. Tres veces le dice "la paz esté con vosotros". Tras la primera, les enseñó las manos y el costado y se llenaron de alegría: la alegría del encuentro con el Señor; por su victoria, por todo su amor y entrega capaz de derrotar la maldad y el pecado.  Jesús ha vencido al mal y a la muerte, al odio y a todo egoísmo; por eso puede traernos la reconciliación y la paz. Hoy somos invitados a experimentar esa paz que nos regala Jesús con su resurrección, y esa paz es la clama a gritos nuestro mundo. Y también el gozo: "La alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quiénes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento.  Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría" (EG, 1).

. Tras repetir por segunda vez "el deseo de paz a vosotros", añade una tarea para los discípulos: "Como el Padre me envió, yo os envió a vosotros". La resurrección de Jesús no es un hecho individual, que sólo tiene que ver con él, sino que nos implica a todos. Él nos comunica su vida nueva: una vida de amor intenso, que quiere transformar el mundo. Jesús resucitado confía misiones para cumplir: a María Magdalena, a las mujeres, a los apóstoles, a nosotros… y nos da, como Don, el Espíritu Santo a fin de que tengamos la fuerza necesaria para llevar a cabo la propia misión que es continuación de la suya ("Como el Padre me envió, yo os envío a vosotros).

. Y por tercera vez repite el Señor, su deseo: "La paz esté con vosotros" cuando se les aparece nuevamente a los discípulos ocho días después, para confirmar la fe tambaleante de Tomás. Tomás quiere ver y tocar. Y el Señor no se escandaliza de su incredulidad, sino que va a su encuentro: "Trae aquí tu dedo y mira mis manos". No son palabras desafiantes, sino de misericordia. Jesús comprende la dificultad de Tomás y la nuestra cuando vivimos momentos en los que parece que la vida desmiente la fe, estamos en crisis y necesitamos "ver", "tocar" … y no le trata, ni nos trata, con dureza. El apóstol se conmueve interiormente ante tanta bondad.  Y es así, de incrédulo se vuelve creyente, y hace esta confesión de fe tan sencilla y hermosa que hacemos nuestra, especialmente en momentos de duda y oscuridad: "¡Señor mío y Dios mío!".

Jesús nos ofrece la paz y cálidos signos de misericordia, sus propias llagas, para que "creyendo tengamos vida en su nombre". Y, como la primera comunidad creyente podamos tener "un solo corazón y una sola alma", testimonio bien visible de un estilo de fraternidad que anuncia la vida nueva del Resucitado. Este es el mensaje de la Divina Misericordia que celebramos este domingo por deseo explícito del papa San Juan Pablo II en el año 2000:  Dios nos ama a todos, sin importar cuán grandes sean nuestras faltas. Él quiere que reconozcamos que Su Misericordia es más grande que nuestros pecados y dudas, para que nos acerquemos a Él con confianza, recibamos su Misericordia y la dejemos derramar sobre otros.  Que así sea con la Gracia de Dios.  

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