17 de julio de 2021

"Venid a descansar..."

XVI TO – B-  Jer 23, 1- Ef 2, 13-18- Mc 6, 30-34

 . La escena del evangelio está cargada de ternura. Llegan los discípulos cansados del trabajo realizado. La actividad es tan intensa que ya «no encontraban tiempo para comer». Y entonces Jesús les hace esta invitación: «Venid a un sitio tranquilo a descansar». Los cristianos olvidamos hoy con demasiada frecuencia que un grupo de seguidores de Jesús no es solo una comunidad de oración, reflexión y trabajo, sino también una comunidad de descanso y disfrute. No siempre ha sido así. El texto que sigue no es de ningún teólogo progresista. Está redactado allá por el siglo IV por aquel gran obispo poco sospechoso de frivolidades que fue Agustín de Hipona: «Un grupo de cristianos es un grupo de personas que rezan juntas, pero también conversan juntas. Ríen en común y se intercambian favores. Están bromeando juntas, y juntas están en serio. Están a veces en desacuerdo, pero sin animosidad, como se está a veces con uno mismo, utilizando ese desacuerdo para reforzar siempre el acuerdo habitual.

Aprenden algo unos de otros o lo enseñan unos a otros. Echan de menos, con pena, a los ausentes. Acogen con alegría a los que llegan. Hacen manifestaciones de este u otro tipo: chispas del corazón de los que se aman, expresadas en el rostro, en la lengua, en los ojos, en mil gestos de ternura».

 

Tal vez lo que más nos sorprende hoy en este texto es esa faceta de unos cristianos que saben rezar, pero saben también reír. Saben estar serios y saben bromear. La Iglesia actual aparece casi siempre grave y solemne. Parece como que los cristianos le tenemos miedo a la risa, como si la risa fuera signo de frivolidad o de irresponsabilidad. Es una risa que nace de la confianza última en ese Dios que nos mira a todos con piedad y ternura. Una risa que distiende, libera y da fuerzas para seguir caminando. Esta risa une. Los que ríen juntos no se atacan ni se hacen daño, porque la risa verdaderamente humana nace de un corazón que sabe comprender y amar.

 

. Como el corazón de Jesús. Él nos cuida, "se compadece" de quienes andan "perdidos" ("como ovejas sin pastor") y "enseña con calma…".  No nos quiere dejar solos  en "nuestros laberintos" personales que nos llevan a perder el rumbo de la vida; quiere guiarnos porque nos ama, porque es Buen Pastor (no como los pastores a los que hace referencia el profeta Jeremías que buscan solo su interés), porque respeta nuestra libertad y entiende nuestro cansancio y solo nos pide confianza, que pongamos en Él , no en nosotros, la seguridad que anhelamos: "El Señor es mi Pastor, nada me falta" hemos cantado en el Salmo.

 

. San Pablo nos habla en su carta a los Efesios de cómo Jesucristo ha derribado la separación entre dos pueblos: se refiere a la diferencia que los judíos establecían entre ellos y el resto de los pueblos (los gentiles). En este pasaje insiste varias veces en la transformación obrada por Jesucristo: ha sustituido el odio por la paz dando origen a un único pueblo. En la gramática cristiana no cabe la disyuntiva entre "lejanos" y "cercanos". La compasión por el pueblo de Dios desborda los lazos del afecto puramente humano. Unidos por el cordón umbilical del bautismo, conformamos todos un solo Cuerpo.  Todos, los unos y los otros, tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu, el del Jesús glorificado y exaltado.  Que así sea con la Gracia de Dios.

 

 

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