17 de enero de 2020

"Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo..."

II DOMINGO TO -A- Is 49, 3.5-6/1Cor 1,1-3/Jn 1, 29-34

Juan presenta la escena del bautismo de forma original; no lo hace como un relato (sinópticos) sino como un testimonio solemne de Juan Bautista sobre Jesús que “da a conocer su identidad”.  Dos títulos le otorgan:

. Cordero de Dios: El Cordero Pascual, que los judíos sacrificaban cada año para celebrar su liberación de Egipto y el paso del Mar Rojo, es figura de Jesús. El cordero es el animal manso, que es llevado al matadero y no abre la boca, es el inocente sacrificado y que acepta pacíficamente el sacrificio. Con su muerte y resurrección Jesús nos hace pasar, a través del agua del bautismo, de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios. La imagen empleada por Juan nos sirve también a nosotros de reflexión en la Eucaristía. Decimos en el Gloria y por tres veces antes de comulgar: "¡Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros!". Dirigimos nuestra mirada a Jesús, el nuevo cordero pascual que nos libera de la esclavitud del pecado, que salva como aquel cordero pascual liberó a los israelitas de la esclavitud en Egipto. 

Actualizar esta dimensión salvadora, reconocer hoy y aquí este poder liberador, significa que Jesús “dice algo importante” a nuestra vida humana: nos permite escuchar su amor que se expresa en variedad de registros, él acompaña la soledad, cura nuestras heridas, fortalece y anima la fidelidad, nos ayuda a ser bondadosos, responsables, a vivir el camino de la vida desde la sencillez y el servicio. Ante este Cordero se impone la humildad, pilar fundamental de toda regeneración y centro de vida interior; se reconoce lo que somos: pecadores y se encuentran fuerzas para vencer al pecado, al derrotismo, la mediocridad; para ser hombres y mujeres capaces de renacer de nuevo...

. Hijo de Dios: Juan el Bautista es el primero que lo reconoce. Para Juan evangelista la filiación divina constituye el hecho más decisivo para descifrar el misterio de la persona, palabras y signos de Jesús. Conocer a Jesús, amar a Jesús, experimentar la Presencia de quien es nuestra vida y nuestra luz, cultivar nuestro espíritu interior, dar testimonio valiente de la bondad de Aquel en quien hemos sido bautizados...

Sólo hay un modo de dar a conocer a Cristo al mundo, de hacer posible que sea amado: la invencible alegría de una persona, familia, comunidad, Iglesia que “ha visto”, que tiene la experiencia de la Redención, que ha descubierto “esa mirada humana” que cambia la vida, que se deja iluminar, sin temor, por quien es la “luz de la vida”, la belleza de la liturgia, del canto.... todavía no se ha emborrachado nadie teorizando sobre el vino...

Todos conocemos suficientemente nuestra debilidad, nuestro pecado y -más aún- el peso del pecado del mundo en nosotros, que nos impide avanzar por el camino recto. Pero podemos hacerlo. Juan afirma de Jesús: en Él está el Espíritu de Dios. Y esto se puede decir también de nosotros: en nosotros está el Espíritu de Dios. No somos sabios, a veces tampoco buenos, o fuertes..., pero por gracia de Dios en nosotros habita su Espíritu y su fuerza nos sostiene en el camino de la vida y del bien. Dice el Papa Francisco, animándonos a vivir la evangelización: “no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra... no es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo solo con la propia razón”. Podemos ser más; podemos ser luz. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

No hay comentarios: