5 de julio de 2019

¡Poneos en camino!

Domingo XIV TO -C-  Is 66, 10-14 / Gál 6,14-18 / Lc 10, 1-12.17-20

El evangelio de Lucas nos habla del apostolado, la misión de los 72 discípulos. La cifra 72, hace referencia a que el mensaje de salvación traspasa las fronteras de las tribus de Israel. Debe ser llevado a todas las gentes de dos en dos, es decir, de manera dialogada, compartida y tendente a la comunión. No es un envío para imponer una doctrina, sino para compartir lo que en Cristo se vive, para ser sus testigos.  Lucas, además explicita los elementos a tener en cuenta: la oración es indispensable para el diálogo con el que envía; hay mucha necesidad de Dios (la mies es abundante) y hay pocos que hacen del Reino su proyecto; muchas veces el mensaje no será acogido; habrá muchas dificultades (como corderos en medio de lobos); es menester no precisar seguridades (bolsa, alforja, sandalias) ni distraerse en el camino (no saludéis a nadie); la eficacia dependerá de la cercanía y la convivencia (permaneced en la misma casa, comed y bebed lo que tengan); la paz constatará la acogida de la palabra de Dios y la alegría del enviado es fruto de ya estar gozando de la cercanía el Reino, realidad que compartirlo con todas las gentes.

Ser cristiano es tener una misión y realizarla con celo y ardor en los quehaceres de la vida y en la amplísima gama de tareas eclesiales hoy existentes. El sentido de misión es el estímulo más fuerte para creer y vivir la fe, para cumplir con los mandamientos de Dios y de la Iglesia.  "Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es enviada al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío. La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado" (CIC 863). Si amamos filialmente a la Iglesia, no dudemos de que la mejor manera de expresarle nuestro amor es mediante nuestro espíritu misionero allí donde estemos.


Parafraseando a S. Juan Pablo II podríamos decir: "No tengáis miedo de ser misioneros". Porque, a decir verdad, algunas veces al menos nos atenaza el temor, el respeto humano, el qué pensarán y el qué dirán. Es humano sentir miedo, pero la misión ha de superar y sobrepasar nuestros temores y hablar de Cristo: su persona, su vida, su verdad, su amor, su misterio.  La fe y la misión comienzan en el corazón, eso es verdad, pero han de terminar en los hechos y en los labios. Todos hemos de vencer cualquier muestra de miedo, a veces llamado “prudencia” (sacerdotes, maestros, padres, jóvenes… “no somos de otro planeta”). Nuestra misión ha de ser nuestra corona y nuestra gloria.

Nos recuerda el Papa Francisco que no debemos obsesionarnos por los resultados inmediatos. Tenemos que estar dispuestos a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad; tenemos que saber que Dios puede actuar en medio de aparentes fracasos. La fecundidad es muchas veces invisible, “no puede ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo... A veces nos parece que nuestra tarea no ha logrado ningún resultado, pero la misión no es un negocio ni un proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es un espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a nuestra propaganda; es algo mucho más profundo que escapa a toda medida. Quizás el Señor toma nuestra entrega para derramar bendiciones en otro lugar del mundo donde nosotros nunca iremos” (Papa Francisco, EG 279).

Para un cristiano, nos dice san Pablo, carece de valor estar o no circuncidado, lo que vale es ser una nueva creatura. Todo ha de estar subordinado a la consecución de este fin. San Pablo es consciente de haberlo conseguido, pues lleva en su cuerpo el tatuaje de Jesús. Es decir, lleva en todo su ser una señal de pertenecer a Jesús, como el esclavo llevaba una señal de pertenencia a su patrón, o, como en las religiones mistéricas, el iniciado llevaba en sí una señal de pertenencia a su dios. Como Pablo, así deben ser todos los cristianos, por eso puede decirles: "Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo". Este es, además, el fin de la misión de Jesucristo: que el hombre se apropie la redención operada por Jesucristo y llegue así a ser y a manifestar a los demás que es pertenencia de Dios. ¿Cuántos llevan grabado en su mismo ser el tatuaje de Jesucristo?  Que así sea con la Gracia de Dios.

 

2 comentarios:

smuta dijo...

More about the author i loved this browse around here replica bags address my response

Anónimo dijo...

you could try this out Celine Dolabuy find this replica bags from china site web dolabuy