18 de mayo de 2019

"Como yo os he amado..."

V DOMINGO PASCUA -C- 1-  Hch 14,21-27/Ap 21,1-5/Jn 13,31-35:

 

“Os doy un… “: Que el mandamiento principal era el amor a Dos y al prójimo era conocido y aceptado por los judíos. Jesús miso lo repite así en los evangelios, particularmente al fariseo que le preguntó: maestro ¿cuál es el mandamiento…. (Mt 22, 35). La novedad de la que nos habla el evangelio de Juan es “como yo os he amado”. Él no había vendo a cambiar la Ley sino a perfeccionarla y eso es lo que hace ahora: amarnos como Jesús nos amó siempre es agradable a Dios.  Y ¿cómo nos amó? En el contexto en el que dice la frase es muy claro:  después de lavarles los pies y comunicarles que el Padre le va a glorificar a través de su muerte y resurrección… por ello amarnos como Jesús nos amo es amarnos con un amor de absoluta entrega hasta dar la vida por el prójimo. Jesús murió en un acto de obediencia al Padre, por amor a todos nosotros….

 

Dar la vida, darse… El amor de Cristo es nuevo porque ama al hombre no desde fuera, sino desde dentro del hombre:  se da a sí mismo, se entrega totalmente sin medida y sin condiciones; entra en comunión plena con la humanidad, hasta hacerse hombre, vivir como hombre, morir como hombre; fecunda la existencia humana con su vida divina, hasta eternizarlo en su resurrección y en la vida eterna. Es un modo de amar que no se mueve por simpatías o antipatías; que no se mantiene distante del otro; que no termina nunca de darse a sí mismo haciéndose prójimo con el otro, con todo lo que ello entraña de aceptación, acercamiento, compasión, misericordia, hasta alcanzar una verdadera comunión con él... Un amor así es nuevo, absolutamente desconocido, hasta el amor de Jesucristo y solo es posible con su Gracia… esa Gracia, puro Don, que te lleva a amar a Cristo en el hermano, sea cual sea su condición.

 

Por lo que leemos en el libro de los Hechos, Pablo y Bernabé siguieron literalmente el ejemplo de Jesús. Trabajaron y sufrieron mucho por amor al prójimo, y Dios, por medio de ellos, abrió a los gentiles la puerta de la fe. Esto es lo que debe hacer siempre la Iglesia de Jesús, esto es lo que debemos hacer cada uno de nosotros, los cristianos: evangelizar, predicar la buena nueva, el evangelio de Jesús, con la palabra y con el ejemplo, haciendo todo en nombre del Maestro, sin buscar nuestra propia gloria, sino la mayor gloria de Dios, haciendo todo con mucho amor y sin regatear esfuerzos. Sentirnos orgullosos no de lo que nosotros hacemos, sino de lo que Dios hace por medio de nosotros.

 

No podemos olvidar que el rostro más atractivo y hermoso de la Iglesia, muchas veces oculto tras las miserias y pecados, es la caridad. La Iglesia que enseña es necesaria, insustituible; la que celebra los sacramentos, fundamental en cuanto que manifiesta la cercanía a todos sus hijos en diversas situaciones y circunstancias de la vida; las instituciones igualmente necesarias para el servicio de la comunidad y la predicación… pero el verdadero rostro de la Iglesia nos lo da el amor, la comunión que nacen de la fe y se transforman en buenas obras. No desligamos jamás la caridad de la fe, del dogma, de la liturgia, de la enseñanza y predicación ni de las instituciones, pero que el rostro más bello, genuino y verdadero, que cada uno de nosotros puede ofrecer de la Iglesia, ha de ser el rostro de la caridad verdadera y del amor sincero. Recordemos lo que san Pablo dice en el himno a la caridad: aunque lo tenga todo, "si no tengo amor, nada soy".

 

Cuando el cristiano ama “como el Señor nos amó” está engendrando vida nueva, haciendo presente el amor de Dios a los hombres. De modo sencillo, nada espectacular, como es el misterio mismo de la vida. Pero en cada sonrisa devuelta, en aquellas ganas de vivir recuperadas, en quien ha encontrado el sentido de la vida, ha habido un pálpito del amor de Dios que es amor de vida… Sólo el amor nos hace pasar de la muerte a la vida. Nos recordaba San Agustín que “La Sagrada Escritura lo único que manda es amar”. Que así sea con la Gracia de Dios.