22 de diciembre de 2018

"Aquí vengo yo para hacer tu voluntad"

. IV DOMINGO DE ADVIENTO –C-3- Miq 5,1-4/Heb 10,5-10/Lc 1,39-48

 

Los relatos en torno al acontecimiento del Dios que se hace humano en Jesús, tomando parte en nuestra historia, nos sitúan ante la Navidad como misterio. Y, nos recuerdan que, lo que hizo posible la encarnación de Dios hará posible su presencia hoy y su revelación a la humanidad:  Dios necesita nuestra cooperación, nuestra confianza filial  más que nuestros sacrificios. Lo vemos acompañados de María:

 

1. Creer y esperar: “Dichosa tú que has creído…”, dice Isabel cuyo esposo, Zacarías, no había dado crédito a las palabras del mensajero de Dios y había pedido una señal. No podía ser que de un anciano y una estéril se pueda esperar que brote vida nueva. La primera bienaventuranza en boca de mujer dirigida a una mujer: Ha creído y ha dado su consentimiento, ha dado crédito a la Palabra; ha creído que Dios interviene en la historia con medios humildes para hacer presente al salvador, porque “ninguna cosa es imposible para Dios”. “Hágase en mí según tu palabra”.  María es la creyente en las promesas de Dios a su pueblo, la que escucha la palabra, se fía, y ofrece su vida a disposición del proyecto de salvación de Dios. Siente dentro de sí que empieza a cumplirse lo que se la había dicho. Su presencia llena de Espíritu Santo a Isabel al primer saludo.

 

2. Acompañar y servir. Creyó, esperó e hizo. El primer gesto tras acoger y decir sí a la propuesta de Dios es ponerse en camino y marchar aprisa para acompañar a otra mujer que necesita su cercanía. Ella que había experimentado la mirada de Dios “en la humildad de su esclava” y se sentía acompañada por él siente la necesidad y el gozo de contagiar y dar vida. Piensa en los otros; Isabel la esperaba y necesitaba. La escena está cargada de una atmósfera muy especial. Las dos van a ser madres. Las dos han sido llamadas a colaborar en el plan de Dios. No hay varones. Zacarías ha quedado mudo. José está sorprendentemente ausente.  Como María nos ponemos en camino, salimos de nuestras rutinas, inconsciencias e individualismos y expresamos la fe que nos mueve acompañando y sirviendo… a quien se siente solo, abandonado, enfermo o deprimido. Servir en las pequeñas cosas que están al alcance de nuestras posibilidades, nos hace grandes.

 

3. Saludar y bendecir. Hay muchas maneras de acercarnos a las personas. El saludo de María trae paz, alegría y bendición de Dios. “En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre”. Y desbordada por la alegría, llena del Espíritu de Dios, “dijo a voz en grito: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de vientre”.  Dios nos bendice y nosotros le bendecimos, alabamos y damos gracias. Pero también bendeciremos a otros reproduciendo y prolongando los gestos y el querer de Dios. Bendecir es un arte, es hablar bien, es mirar positivamente a las personas, reconocer la dignidad de alguien, y ensalzarle.

 

Dios es y sigue siendo Misterio. Pero ahora sabemos que no es un ser tenebroso, inquietante y temible, sino alguien que se nos ofrece cercano, indefenso, entrañable, desde la ternura y la transparencia de un niño. Y este es el mensaje de la Navidad. Hay que salir al encuentro de ese Dios, hay que cambiar el corazón, hacernos niños, nacer de nuevo, recuperar la transparencia del corazón, abrirnos confiadamente a la gracia y el perdón.

 

Los primeros cristianos nunca separan a María de Jesús. Son inseparables. Ella no ofrece sacrificios y sí su vida, su cuerpo, el cumplimiento de la voluntad de Dios. Que, como ella, acojamos a Jesús en nuestro corazón y, al hacerlo, seamos capaces de renacer a una fe nueva. Una fe que no queda anquilosada sino que rejuvenece; que no nos encierra en nosotros mismos sino que nos abre; que no separa sino que une; que no recela sino confía; que no entristece sino ilumina; que no teme sino que ama. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

15 de diciembre de 2018

"¿Qué debemos hacer?"

III DOM. DE ADVIENTO -C-  Sof 3,14-18a/Fil 4,4-7/Lc 3,10-18  - FIESTA DEL P. FUNDADOR – SAN ANDRÉS, 16.12.2018

Estimada comunidad religiosa, parroquial, educativa, amigos todos “hijos e hijas espirituales de San José Manyanet”:

La palabra del Bautista desde el desierto tocó el corazón de las gentes. Su llamada a la conversión y al inicio de una vida más fiel a Dios despertó en muchos de ellos una pregunta concreta: ¿Qué debemos hacer? Es la pregunta que brota siempre en nosotros cuando escuchamos una llamada radical y no sabemos cómo concretar nuestra respuesta. El Bautista no les propone ritos religiosos ni tampoco normas ni preceptos. No se trata propiamente de hacer cosas ni de asumir deberes, sino de ser de otra manera, de vivir de forma más humana, desplegar algo que está ya en nuestro corazón: el deseo de una vida más justa, digna y fraterna. Lo más decisivo y realista es abrir nuestro corazón a Dios mirando atentamente a las necesidades de los que sufren…

El Bautista sabe resumirles su respuesta con una fórmula genial por su simplicidad y verdad: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”; no extorsionar ni cobrar impuestos abusivos. Así de simple y claro. Para Juan, la esperanza del futuro está unida al compromiso ético y esto es de una actualidad permanente que pasa por la conversión, la honestidad y transparencia en los comportamientos, el bien común… nunca por la aplicación de la fuerza, la agresividad o una rebelión armada.  Dios espera nuestra colaboración y nos da su Gracia, como dice el profeta Sofonías: “El Señor, tu Dios, en medio de ti es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta”.

 

Como cada año al llegar el tercer domingo de Adviento, la Iglesia nos invita a considerar la alegría como una de las dimensiones fundamentales de la vida cristiana. La alegría cristiana nace de las entrañas del corazón creyente que todo lo espera de la llegada de Cristo, pues sólo en Él ha puesto su confianza y su seguridad. Nosotros no estamos alegres porque la vida nos vaya mejor o porque estemos libres de las enfermedades, el dolor o el fracaso personal. Nuestra alegría es la hermana gemela de la paz interior, cuando sabemos que, aunque rujan las tormentas alrededor nuestro o incluso en nuestro mundo emocional, el fondo de mi ser está en paz porque Cristo está conmigo, compartiendo toda mi historia y haciendo suyo todo lo mío.

 

San José Manyanet recibió también el don de la alegría, la serenidad, la paz interior.  Concibe la alegría en el servicio al Señor y solía decir: “servir a Dios con gozo y alegría”; “poner todo el empeño y alegría en el cumplimiento de su voluntad”; “Ánimo, pues, y mucha tranquilidad, que ésta le facilitará todo lo demás., y Dios nuestro buen Padres se complace en que sus hijos estén alegres y gozosos”. Y, sobre todo, subrayaba, la alegría de ser hijos: “A la verdad este solo calificativo debe llenarnos de esperanza y alegría santa, a la par que recordarnos constantemente que hemos sido llamados a copiar en nosotros con mayor perfección las virtudes que nos dieron admirable ejemplo nuestros amados padres Jesús, María y José…”.

 

Le gustaba recordar: “Alegría, paz interior y buen humor es lo que me gusta ver en todas las casas de la sagrada Familia”. Y citaba las palabras de Pablo: “Gaudete in Domine Semper”; “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito estad alegres… y la paz de Dios custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos” (Ef 4, 4).

 

Que así sea con la Gracia de Dios. Feliz y Santa Navidad a todos.

 

6 de diciembre de 2018

"Llena de Gracia..."

INMACULADA-C-   Gn 3, 9-15.20/Ef 1, 6.11-12/Lc 1, 26-38

Según los filósofos antiguos, entre las propiedades del ser, denominadas “los trascendentales”, junto a la Verdad y la Bondad está la Belleza. Hemos sido creados para la belleza en cuanto que somos “imagen de Dios”. El pecado introduce una raíz de fealdad en lo más íntimo de nosotros;  afecta a nuestra constitución creada, en principio, buena, verdadera y bella. El pecado nos trastoca. El relato del Génesis, en la primera lectura de hoy, nos lo recuerda. Pero también pone delante de nosotros, para nuestra reflexión, la determinante voluntad de Dios, que en su misericordia, no nos deja a nuestra suerte pues “la estirpe de la mujer… herirá la cabeza de la serpiente…”

María, preservada por Dios de esa mácula original, es la porción preciosa de nuestra humanidad, limpia y dispuesta, escogida y cuidada por la Gracia para que pudiera germinar en Ella, en carne, el Hijo de Dios, la Palabra Salvadora, Redentora y Liberadora: Cristo… “el más bello de los hombres” (Cf. Salmo 44) que restituirá al ser humano su belleza original.

En Cristo, Dios se ha desbordado para con nosotros. Nos ha elegido, bendecido y constituido en “hijos”. En Cristo, “santos e irreprochables por el amor”, es decir, nuevamente bellos. Nuevo principio. En Cristo todo empieza de nuevo. Es a lo que estamos llamados y es lo que vemos cumplido ya en María. Ella es ese precioso espejo donde nos podemos mirar cada día para que la “gloria de la gracia divina”, tan generosamente concedida a nosotros por Cristo, y especialmente manifestada en la Virgen, redunde en alabanza suya.

La “Llena de gracia” responde. Con su libertad asiente… “Hágase” … Cree y confía por eso dice “sí”. María es responsable, desde su voluntad libre, a la hermosa efusión de gracia que recibe en virtud de su Hijo, concebido por obra del Espíritu Santo. María, con su sí, anuncia la llegada del Sí que nos salva, nos limpia y nos devuelve a nuestra primitiva hermosura. María nos mueve hoy a renovar el sí de nuestra fe que neutraliza el pecado en nosotros y nos hace optar con firmeza por la belleza que nos trae Cristo y por ser agentes de la misma en medio del mundo. Belleza imperecedera, la de un corazón firme en el Señor, lleno de amor, vida, gracia, verdad, justicia, paz, bondad…en definitiva, la santidad verdadera que rejuvenece y vitaliza.

Nosotros no hemos nacido inmaculados como, por singular privilegio de Dios, nació Ella; es más, el mal anida en nosotros en todas las fibras y en todas las formas. Estamos llenos de «arrugas» que hay que estirar y de «manchas» que hay que lavar. Es en esta labor de purificación y de recuperación de la imagen de Dios en la que María está ante nosotros como poderosa llamada, abogada de gracia, que nos acompaña a Cristo, modelo suyo y nuestro, para hacernos «conformes a su imagen» (Rm 8, 29).  La devoción a María, cuando es iluminada y eclesial, en verdad no desvía a los creyentes del único Mediador, sino que les lleva hacia Él. Quien ha tenido la experiencia auténtica de la presencia de María en la propia vida sabe que ésta se determina por entero en una experiencia de Evangelio y en un conocimiento más profundo de Cristo. Ella está idealmente ante todo el pueblo cristiano repitiendo siempre lo que dijo en Caná: «Haced lo que Él os diga». Que así sea con la Gracia de Dios.

 

1 de diciembre de 2018

"Alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación"

I DOMINGO ADVIENTO -C- Jer 33,14-16/Tes 3,12-4,2/Lc 21,25-28.34

 

Dentro del escepticismo de tantos hombres y mujeres de nuestros días no es fácil lanzar un mensaje de esperanza. Precisamente el tiempo litúrgico de Adviento, con el que iniciamos el nuevo año cristiano, es esencialmente una llamada a creer que un mundo nuevo es posible. Y, más allá de las palabras tan hermosas que iremos escuchando en la liturgia, desde el gran realismo cristiano, nos invita a hacerlo posible manteniendo una actitud vigilante y una conversión permanente. La esperanza cristiana no es un castillo en el aire. Contamos con la Providencia de Dios que vela por nosotros, pero ofrecemos nuestra colaboración y nuestra actitud crítica frente a la “cultura de la satisfacción inmediata” y del conformismo que nos envuelve. Debemos mantener los ojos abiertos para ver lúcidamente la realidad de nuestro mundo sin caer en la pasividad, en la resignación o incluso en la negación de cualquier posibilidad de cambio.

La Palabra nos recuerda hoy: “Levantaos”: por muchos que sean los caminos torcidos de nuestra vida, por mucho que nos sintamos atenazados por la rutina y la monotonía de la existencia, podemos, ante ese Dios que nos busca, comenzar siempre de nuevo, cambiar lo torcido... Liberar el corazón de las ataduras y los ídolos de la vida... “Alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación”: no nos podemos quedar en una vida externa, marcada por la sensación de impotencia ante los problemas, de desencanto o miedo o en una lectura e interpretación superficial de los acontecimientos; debemos elevar  la mirada, despertar al presente, a lo que acontece y está cerca; ser lúcidos y críticos ante los acontecimientos de esta nuestra aldea global,  encontrar estrellas que den luz y sabor a la existencia, dar razón de lo que creemos y esperamos abiertos al futuro...”Dios está a la vista” y existe un camino, una brújula y una estela que nos conduce a la Palabra hecha carne que nos va a manifestar un año más al Dios que cumple su promesa, que es fiel, que es  “mucho más de lo que podemos pensar”... «Llegan días en que cumpliré la promesa que hice... En aquellos días se salvará Judá», nos dice el profeta Jeremías.

           Tenemos por delante una hermosa tarea durante estas cuatro semanas: preparar nuestro interior como si fuera una cuna que va a recibir a Aquél que nos da la vida. El tren de la esperanza pasa por delante de nosotros, no lo perdamos, subamos a él y valoremos todo lo bueno que vamos encontrando en nuestro camino. Siendo nosotros también liberadores, justos, alegres y solidarios podremos hacer que todos los que en él viajamos podamos construir la nueva humanidad que tanto anhelamos.  Seamos profetas de la esperanza, no del desaliento; hombres y mujeres realistas sí, esperanzados también. No necesitamos que nadie nos diga que está mal el mundo -ya lo sabemos-; necesitamos que alguien nos recuerde que está en las manos de Dios por los cuatro costados. La esperanza es el mejor antídoto contra el vacío, el fatalismo o la desesperación, porque “la esperanza se actúa dando el paso siguiente”. “Que solo en el amor es mi destino”, escribía san Juan de la Cruz. El que vino en la historia vendrá de nuevo en su gloria..., mientras tanto, es nuestro tiempo. Vivamos y anticipemos con el amor mutuo, llenos de confianza en Dios y en el hombre, sin temor, aquella liberación que esperamos, tomando con responsabilidad las riendas de la vida. “Mi esperanza, decía Benedicto XVI, no soy yo, ni las cosas, es Dios”. ¡Ven Señor Jesús!, Ven a nuestro corazón y al corazón del mundo. Amén

 

23 de noviembre de 2018

"Y mi misión consiste en dar testimonio de la verdad"

JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO -B- Dn 7,13-14/Ap 1,5-8/Jn 18,33-37

 

Pilato y Jesús representan dos concepciones contrapuestas del rey y de la realeza. Pilato no puede concebir otro rey ni otro reino que un hombre con poder absoluto como el emperador Tiberio o por lo menos con poder limitado a un territorio y a unos súbditos, como Herodes el Grande. Jesús, sin embargo, habla de un reino que no es de este mundo, que no proviene de los hombres sino de Dios. Pilato piensa en un reino que se funda sobre un poder que se impone por la fuerza del ejército, mientras que Jesús tiene en mente un reino impuesto no por la fuerza militar (en ese caso "mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos"), sino por la fuerza de la verdad y del amor. Pilato no puede concebir de ninguna manera un rey que es condenado a muerte por sus mismos súbditos sin que oponga resistencia, y Jesús está convencido y seguro de que sobre el madero de la cruz va a instaurar de modo definitivo y perfecto su misterioso reino. Para Pilato decir que alguien reina después de muerto es un contrasentido y un absurdo, para Jesús, sin embargo, está perfectamente claro que es la más verdadera realidad, porque la muerte no puede destruir el reino del espíritu.

 

A Pilato, representante del sistema imperial de Roma, le preocupa el poder, a Jesús, un reo indefenso, la verdad. Dos concepciones diferentes del reino, que siguen presentes en la historia.  El reino de Jesús es un reino en el que se cumple lo que los profetas de siglos anteriores habían prometido de parte de Dios; goza de una gran singularidad: no es de este mundo, pero está presente en este mundo, aunque no se vea porque pertenece al reino del espíritu.  En un momento del diálogo con Pilato Jesús proclama con solemnidad: «Yo para esto nací y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que pertenece a la verdad escucha mi voz». Esta afirmación recoge un rasgo básico que define la trayectoria profética de Jesús: su voluntad de vivir en la verdad de Dios. Jesús no solo dice la verdad, sino que busca la verdad, y solo la verdad de un Dios que quiere un mundo más humano para todos sus hijos. Por eso Jesús habla con autoridad, pero sin falsos autoritarismos. Habla con sinceridad, pero sin dogmatismos. No habla como los fanáticos, que tratan de imponer su verdad. Tampoco como los funcionarios, que la defienden por obligación, aunque no crean en ella.  Se define como “testigo de la verdad” de Dios que Él encarna y nos invita a escuchar su voz para “ser de la verdad”. Por eso Jesús es un rey totalmente libre y nosotros también: el mundo no tiene poder sobre él ni debería tenerlo sobre nosotros.  La paradoja consiste en que esta naturaleza se hace visible en la Pasión, allí donde somos débiles, heridos, enfermos..., es entonces cuando se manifiesta un espacio que nadie puede dañar: nuestra dignidad real que nace de la filiación divina.

 

Jesús no es rey del espacio, sino del tiempo. El texto del Apocalipsis nos revela que Jesús, el primogénito de entre los muertos, es “alfa y omega”, principio y fin, el que da sentido a la historia.  Es “el que es, el que era y el que viene”; “aquel que nos amó” y “nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre”. Más aún: el que “nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre”.  De esta manera, los cristianos participamos de la misión real de Jesús; somos una comunidad soberana y libre, no esclavos de nada ni de nadie; una comunidad que visibiliza la realeza de Cristo no mediante el poder, el prestigio o el esplendor sino mediante la lucha por la justicia, por la reconciliación y por la paz en el mundo. No olvidemos la lección de la historia: por muy poderosos que parezcan los imperios son efímeros, caen. Por eso, ojalá que solo ante Dios nos arrodillemos. Él es el único Señor, el rey de nuestros corazones. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

16 de noviembre de 2018

"El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán"

DOMINGO XXXIII T. O. -B- Dan 12,1-3/Heb 10,11-14.18/Mc 13,24-32

 

Hoy, a punto de terminar el año litúrgico, la Palabra de Dios, mediante un lenguaje misterioso, simbólico, plástico, intenta introducirnos en el misterio del fin del tiempo y de la historia. Oculto tras una representación de enorme viveza (“los que duermen en el polvo despertarán”, “el sol se hará tinieblas, caerán las estrellas...”) hay un mensaje divino que nos enfrenta con la certeza de que todo lo humano tiene su fin; todo lo humano, hasta las cosas mejores de la vida, tiene fecha de caducidad. Quizás por eso las personas no acabamos de encontrar esa alegría y esa felicidad que promete el mundo y que, cuando creemos que se acerca, se aleja, como una sombra, de nuestro corazón. 

 

El fin de la vida y el fin del tiempo. El ropaje literario, propio de la apocalíptica judía, que aparece en tiempos de persecución (Antíoco IV Epifanes y posiblemente Nerón) no debe angustiarnos y menos todavía ocultarnos el mensaje de revelación de Dios: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Para Mc la destrucción de Jerusalén y del Templo sirve de símbolo de los tiempos finales. Igualmente, la imagen de la higuera desde que florece en primavera hasta que maduran los higos sirve para señalar el tiempo intermedio entre la historia concreta y el final de la misma. Hay pues una relación entre el tiempo y la eternidad, entre el fin de la vida y el fin del tiempo. Ambos finales, que llegan con la muerte, se viven a la luz de la esperanza cristiana.

 

Desde el realismo de la vida, sabemos también que mientras el mundo exista no dejarán de suceder los signos de los que habla Jesús, fruto de la locura y de la barbarie de los hombres: guerras, odio, desolación y muerte. Es la cara oscura del pecado que asola la tierra y muchas veces, sumerge a los creyentes en la duda sobre la victoria final. Es preciso velar, resistir la tentación del sueño, porque la palabra de Cristo -eso es lo cierto- no dejará de cumplirse, como las yemas de la higuera que anuncian el verano. Esta es la verdad definitiva: el cielo y la tierra pasarán, las palabras de Cristo no pasarán. Y estas palabras no sitúan sabiamente en la incertidumbre de lo cierto. Cristo está a la puerta, llama. Si le abrimos entrará, se sentará junto a nosotros…

 

El futuro está en manos de Dios (“Y mañana Dios dirá…”, decimos en lenguaje coloquial). Sin embargo, nosotros, debemos construirlo, no desde la angustia o el miedo, sino viviendo el presente que está en nuestras manos con una actitud vigilante, positiva, esperanzadora. Para nosotros, creyentes, el final de la historia no es catástrofe sino salvación para los elegidos, el acontecimiento último de la historia de la salvación. Para eso Cristo murió en la cruz, “ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio” y ahora, junto al Padre, nos espera para darnos, cuando Él quiera, el abrazo de la comunión definitiva y perfecta, del amor.

 

Mientras tanto vivimos y caminamos en esperanza; no una” falsa esperanza” que pone en nosotros o en las cosas y medios todas las expectativas, sino la “esperanza que no defrauda” porque está arraigada, anclada en Cristo y nos remite a Dios y a los hermanos pasando con realismo por “las distintas estaciones de la vida”. .  Lutero dijo una vez. “Si mañana fuese el fin del mundo hoy plantaría un manzano”. Jesús nos enseña este valor para vivir; no se entrega a muchas cavilaciones sobre la situación del mundo, sino que interviene salvíficamente donde los hombres y mujeres le necesitan. Y mañana, lo recuerdo de nuevo “Dios dirá”. Por eso no hay que hundirse. Mantener siempre la paz en el corazón. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

3 de noviembre de 2018

XXXI TO -B- "Escucha Israel..."

DOMINGO XXXI TO -B- Dt 6,2-6/ He 7,23-28/Mc 12, 28b-34

 

. ¿Qué mandamiento es el primero…?

. “Escucha Israel…

 

. Amar a Dios: origen, fuente, raíz… “Dios es amor… somos amados… Él nos ha amado primero.”. No ídolos ni sustitutos de “Dios” se llamen ideología, nación, poder… Nos preguntamos: ¿Qué sentimos en lo más íntimo de nuestra conciencia cuando escuchamos despacio, repetidas veces y con sinceridad estas palabras?: «Escucha: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas». ¿Qué espacio ocupa Dios en mi corazón, en mi alma, en mi mente, en todo mi ser?

 

. Amar al prójimo: prójimo es mi hermano, no mi enemigo… soy hermano de mi prójimo, no su enemigo… “el infierno no son los otros” aunque a veces… Nos preguntamos: ¿Qué espacio ocupan los otros en mi corazón? ¿Cómo es mi mirada a las personas? ¿Cómo me acerco a ellos, los hablo, trato…?

 

. Como a uno mismo: “Lo que quiero para mí…; Lo que no quiero para mí…” . ¿Cómo me miro a mí mismo, me acepto, me conozco, me respeto…?

 

. Esencia del cristianismo. El resumen de la Ley y los profetas. Pilar de la moral cristiana. Este mandamiento vale más que todos los sacrificios y ofrendas, que todo culto vacío… porque no hay ofrenda mayor que la escucha, el amor, la comprensión, la ayuda, hacer felices a los demás, buscar el bien… estas actitudes son las que nos acercan al Reino… “No estás lejos del Reino”.

 

. El mensaje del NT convierte los dos amores en un único amor. Vivir de esta forma es estar en la luz, en la verdad, no en la tiniebla o el error: “Nadie puede decir que ama a Dios, a quien no ve si odia a su hermano a quien ve…”.

 

. No se pueden separar las dos caras de un único amor. En Cristo lo divino y lo humano se hacen unidad. Amando a Cristo amamos a Dios y a todos los hombres, pues en su corazón todos están presentes y nadie queda excluido. “Al atardecer de la vida te examinarán del amor” (S, Juan de la Cruz). Jesús es el modelo de este amor.

 

. Dios y el prójimo están en la misma dirección… no lo olvidemos… Cuando es así encontramos ejemplo y testimonios realmente extraordinarios de vida cristiana. Hoy vamos a recordar a Asia Bibi, madre de familia, cristiana paquistaní…

 

 

27 de octubre de 2018

"¿Qué quieres que haga por ti?"

DOMINGO XXX -  T.O. -B-  Jer 31,7-9/Heb 5,1-6/Mc 10,46-52

 

¿Qué quieres que haga por ti? Eso le pregunta Jesús de Nazaret al ciego de Jericó que le llama .¿Qué quieres que haga por ti?, nos pregunta hoy a nosotros cuando, como el ciego del camino, nos acercamos a Él.

 

Detrás de la narración hay una espléndida exposición catequética sobre el seguimiento de Jesús. Bartimeo es el hombre del siglo I y del siglo XXI que sentado en el borde del camino siente que necesita una luz para percibir un sentido en su vida y que pide desde las entrañas de su ser: “Ten compasión de mi”. El que reconoce la oscuridad de su propia ceguera comprende lo que es la luz... Bartimeo es el hombre de todos los tiempos que busca luz y que siente a su alrededor las voces de quienes le animan en su búsqueda -“ánimo, levántate, que te llama”- y de los que le ponen obstáculos -“le regañaban para que se callara”-. Bartimeo es el hombre que insiste en su búsqueda -“pero él gritaba más fuerte”-, de la que surge el diálogo directo -encuentro- con el Maestro que es la luz que ilumina nuestra tiniebla -“¿qué quieres que haga por tí?”-.

 

Lo que pedía el ciego era limosna, pero lo que realmente necesitaba era ver. En el fondo, lo que todos -aun teniendo necesidades materiales- más necesitamos: dar sentido a nuestra existencia. Subrayo que Bartimeo era un ciego que no quería serlo -“Maestro que pueda ver”-. Aunque esto parezca obvio, no olvidemos que en el aspecto espiritual son frecuentes los ciegos voluntarios y no hay, dice la sabiduría popular, “peor ciego que quien no quiere ver”. En la actualidad abunda, no ya la increencia ante lo religioso, sino una indiferencia que prescinde incluso de la búsqueda de sentido. Hoy no se invita a la búsqueda, tan solo a vivir. Einstein dijo: “Vivimos en un tiempo de medios perfectos y de metas confusas”. Metas confusas ¿quién sabe para qué vive? ¿sentido? Quien no sabe a dónde va puede que no llegue muy lejos...(“Quien tiene un porqué supera cualquier cómo”).

 

Bartimeo no hizo caso de aquellos que, regañándole, impedían que buscara una salida a su situación y por eso, tras el encuentro con Jesús: “Soltó el manto, dio un salto -confiado en la Palabra- y le siguió por el camino”. El seguimiento es la consecuencia moral de quien ha encontrado verdaderamente a Jesús. Ver es tener luz para caminar en el camino. Ver es experimentar “algo de Dios” cercano en Jesús, Palabra eterna del Padre. Ver es “encontrar” a Dios, percibir una energía fuerte, serena y constante para la acción realizada y entendida desde el seguimiento. Ver es caminar por la vida, por la historia (rapidez, masificación, ruido...), abiertos a la esperanza, al encuentro con “Aquello último que necesitamos”, con “Aquella mirada humana...”, Ver es amar, creer, sentir...

 

En el fondo el milagro que nos narra Mc no es sino una confesión de fe: Jesús es el Cristo, el Mesías y en él y por él se cumplen las señales anunciadas por los profetas, entre las cuales está, que los ciegos recobrarán la vista (Jer: profetiza sobre una vuelta feliz a la tierra prometida, guiados por el Señor. Se menciona el camino de cojos y ciegos... para significar que   recuperar la libertad produce tanta alegría como recuperar la vista o ser curado..., todo con un mensaje de liberación interior y exterior).

 

Ese es el mensaje de hoy: la luz de Dios, que es el mismo Cristo ilumina: "... el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida". Eso es lo que nos tiene que llenar de alegría también a nosotros. El Salmo, un canto de alegría para los que volvían del destierro de Babilonia: “Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares”: ¿No es cierto que todos esperamos el desenlace alegre de nuestras cosas, de nuestros problemas? La misericordia del Señor llega siempre. Hemos de esperar y tener confianza.  Tenemos un mediador ante Dios, un Sumo Sacerdote puro, sin pecado (Hebreos). Ese mediador que nos ha devuelto la vista, ilumina nuestro camino y seguimos avanzando juntos... La fe nos cura. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

20 de octubre de 2018

"El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir..."

DOMINGO XXIX TO - B- Is 53,10-11/Heb 4,14-16/ Mc 10,35-45

 

. Marcos: Jesús en camino hacia Jerusalén…Jesús va anunciando su destino doloroso: pasión, muerte, cruz…Vida

. Discípulos: no lo entienden; hablan de grandeza, poder, primeros puestos, “uno a la derecha, otro a la izquierda” …. “lo normal” …

 

. Jesús parece desalentado: “no sabéis lo que pedís”; su camino es de sacrifico, cruz, no cabe la ambición entre los discípulos, por eso responde: “no he venido a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate por todos”; “El que quiera ser grande entre vosotros sea vuestro servidor”. Habla de servicio, trato con amor… Un Dios “que sirve” merece ser tenido por el Dios de verdad… nos da la clave para superar “lo racionalmente inexplicable” es el amor auténtico, la entrega…

Jesús se ve obligado, una vez más, a reiterar que en la comunidad cristiana ha de prevalecer “el servicio” en quien quiera ser el primero, no estrategias de poder. La comunidad cristiana tendrá una autoridad fundada en el servicio y no en el poder. Jesús tiene que insistir en que los primeros puestos en el Reino se consiguen desviviéndose por los demás; el que aspire a los primeros puestos debe ponerse al servicio de los hermanos.  La comunidad cristiana está invitada a ser una comunidad de servicio y amor. En ella se aprende a relacionarse desde el servicio, la ayuda mutua, el respeto, la igualdad según el único modelo que es Cristo.

No. No puede ser; no puede ser, querer construir el reino de la fraternidad, de la igualdad, con criterios del mundo. No puede ser utilizar la fuerza, el dominio, las influencias, para ser el primero. Entre vosotros nada de eso, nada de hacerte el importante con los criterios del mundo. El seguimiento de Jesús exige el servicio que es expresión palpable del mandato grande del amor que se hace realidad en las relaciones sociales de los miembros de la comunidad. El servicio logra traducir el amor en obras que enriquecen la vida y la llenan de contenidos de humanización. El servicio enciende la solidaridad, apacigua el corazón que anhela centrar su ritmo en la capacidad de amar y bendecir. En el hacerse servidor; se acepta la realidad vital desde el misterio. La Iglesia —decía— está Viva, cuando es Misionera. Pierde Vitalidad y Enferma, cuando se Repliega hacia dentro de sí misma» (Friedrich Kempf).

Hoy día del DOMUND la comunidad eclesial nos estimula a ser misioneros del Evangelio dando testimonio de la fe en actitud de servicio permanente. El lema de este año: “Cambia el mundo” , no DE mundo…

. La Iglesia se abre es misionera; se cierra y muere en ritos y cultos y normas vacíos…

. Todos somos misioneros como bautizados y como personas… porque no es que la vida tenga una misión es que la vida ES una misión…

. Los misioneros llevan el corazón y la vida de Jesús y del Evangelio a todas partes del mundo y en todas las situaciones; son aquellos que cuando todos se van y los focos mediáticos desaparecen… se quedan. Y Lo hacen porque no venden un producto, una imagen, una política… tienen una Vida que dar y ofrecer hasta el final…

. Camerún: la presencia de los Hijos de la Sagrada Familia en Camerún.

 

. Tagore: “Dormía y soné que la vida era alegría… desperté y descubría que era servicio…, serví y encontré la alegría”. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

14 de julio de 2018

"Él nos ha elegido en la persona de Cristo antes de crear el mundo..."

XV TO –B-  Am 7, 12-15 /  Ef 1, 3-14  /  Mc 6, 7-13

La primera lectura nos presenta al profeta Amós, como antecedente de lo que significa ser elegido y enviado por Dios para una misión: es un hombre corriente: “no soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos”; elegido por Dios para vivir de otra manera: “el Señor me sacó de junto al rebaño”; al que se le encomienda una misión: “Ve y profetiza a mi pueblo Israel”. El profeta se nos presenta siempre como alguien que ha tenido una experiencia de Dios, que ha recibido la revelación de su santidad y de sus deseos, que juzga el presente y ve el futuro a la luz de Dios y que es enviado por Dios para recordar a los hombres sus exigencias y llevarlos por la senda de la obediencia y de su amor. La vocación profética es “irresistible”: “Habla el Señor, ¿quién no profetizará?” (Am 3,8), es una pasión que nace de la escucha de la Palabra y el encuentro con Dios, de la experiencia misma de haberse sentido mirado, llamado por su nombre, reconocido por la mirada de un Dios que quiere comunicarse al género humano a través de palabras humanas, de sus elegidos. Dios tiene la iniciativa y sale al encuentro del hombre para darle una misión que le configura. Es más que una tarea, es una nueva identidad que afecta a toda la persona del profeta.

En el evangelio, Jesús, llama a los doce, toma la iniciativa y al tiempo nos regala la libertad de sabernos “sacados de junto al rebaño”, de la simple cotidianeidad de las cosas, como el profeta, y nos envía. Esta experiencia doble de llamada y envío es fundamental para el discípulo, porque revela que nuestra misión es eclesial, no un asunto privado, y por ello la vivimos en comunión, “de dos en dos”, en comunidad, junto con otros, sabiéndonos copartícipes de la misión de todos los discípulos. El texto nos subraya algunos elementos de la misión que nos resultan muy significativos en este momento de la Iglesia: salir al camino, sin alforjas, sin dinero, pero con sandalias y cayado, para poder resistir el desgaste del camino: Iglesia en salida, en camino, pobre, desinstalada, libre de ataduras, en definitiva, para poder servir al evangelio. Itinerantes, porque hay en el enviado una pasión, una ineludible necesidad de ir siempre más allá, al encuentro de quienes viven en la oscuridad, porque la luz siempre es expansiva, difícil de encerrar, de frenar en su vocación de iluminar. Conscientes de que no siempre seremos bien recibidos.

En esta línea la carta a los Efesios nos adentra en esa nueva identidad que nos es revelada en el encuentro con Dios. El discípulo, que se expresa en este himno en tono de alabanza, nos está narrando en realidad su propia experiencia de encuentro con Dios a través de Jesús: se siente “bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales”; “elegido en la persona de Cristo“ para ser consagrados, partícipes de la santidad de Dios, e irreprochables ante él por el amor; “destinados a ser sus hijos”, hijos de Dios, reflejo de su gloria, herederos de sus bendiciones, llenos de gracia, como se sintió María. Y es interesante contemplar a este discípulo que así habla, porque nos está mostrando cuál es la experiencia que está en la raíz vital de quien acepta un envío como el del evangelio: es alguien que se vive a sí mismo como bendecido, elegido, hijo del Padre, lleno de gracia, sabio en la sabiduría de Dios. Sólo hombres y mujeres que viven una experiencia así, tan densa, tan transformadora, tan gozosa, pueden, como el profeta, afrontar una misión que les coloca radicalmente enfrente de los modelos al uso en aquella sociedad que les toca vivir. Sólo una pasión que nace de esta experiencia nos puede llevar hoy a vivir y predicar el contracultural mensaje del evangelio. Cuando la pasión del encuentro transformador con Jesús se apaga, la misión languidece, o se convierte en una simple tarea. Anunciamos así, con palabras y gestos de liberación el plan de Dios para sus hijos: que tengan vida y vida en abundancia. La verdad experimentada, rumiada, saboreada, se hace más fuerte que nosotros mismos y no podemos callarla. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

 

5 de julio de 2018

"Te basta mi gracia, porque mi fuerza se realiza plenamente en lo débil".

XIV TO – B -Ez 2, 2-5 - 2Cor 12, 7-1 -  Mc 6, 1-6

 

Hoy, la Palabra, está centrada en las dificultades para creer y en la actitud de los hombres ante ellas. Destacamos tres:

 

. La primera es la de los israelitas: a los que vivían en el siglo VI a. C. les chocó y se les hizo un verdadero drama el ver que Jerusalén era conquistada por los babilonios, que les deportaron en gran número a su propio país. ¿Dónde estaba la fidelidad de Yahvéh a sus promesas? ¿Dónde está, se preguntaban los israelitas, el brazo poderoso de Yahvéh? Se sentían abandonados, en rebeldía, pero en lugar de buscar solución a sus dudas sobre la fidelidad de Dios, se aferran a ellas, se encierran en su obstinación y con ello su corazón se endurece ante la voz de Dios que sigue hablándoles por medio de Ezequiel. En lugar de buscar resolver sus dudas de fe, se hunden más en ellas, incapaces de descubrir en la voz del profeta un signo de que Dios sigue estando preocupado por su pueblo. 

 

. La segunda actitud es la de los habitantes de Nazaret:  Ellos no pueden dudar de

los signos y prodigios que ha hecho Jesús en Cafarnaúm y en los pueblos de su alrededor, pero les cuesta creer que un hombre corriente, y de su pueblo, como es Jesús, logre hacer tales cosas. Sin duda que ellos se habrían dado cuenta desde antes.  Algo raro y extraño ha sucedido, aunque no sepan qué es. Ellos conocían la familia tan normal de Jesús, su infancia y juventud, sus padres, su oficio, sus parientes; lo habían visto crecer como uno entre tantos... sabían que no había estudiado en ninguna escuela rabínica, ni pertenecía a la casta sacerdotal, no era miembro de familia honorable que pudiera haberle transmitido su ciencia o su poder...  y, quizás, por ello, no podían creer lo que cuentan de él.  Es evidente que no hay cosa peor para la fe que acostumbrarse a vivir con el misterio a nuestro lado, perdiendo toda capacidad de asombro en lo cotidiano.

 

. La tercera actitud, muy diversa de las anteriores, es la de Pablo. La visión de Damasco ha marcado para siempre su vida. Lo que le pasa tiene que explicarlo desde ese momento sobrecogedor y profundo. . Y así, desde esa experiencia de fe, llega a dos conclusiones:

 

1. Ante las crisis de fe está presente la gracia de Cristo para enfrentarse a ellas con decisión y valentía. El creer encuentra dificultades en cualquier época y en cualquier punto de la tierra.  Algunas son las de siempre, pues la fe es un don y hay que acogerlo en la oración y con humildad, pero, otras son actuales: el desinterés más o menos marcado por lo que no sea inmediato y aporte algo útil al hombre hoy, aquí y ahora; la excesiva confianza en la razón científica, en prejuicio de la razón filosófica que predispone para la fe; el espíritu relativista dominante;  amplios sectores de la sociedad, en los que "Dios" es un punto de vista más, en concurrencia con otros aparentemente más atractivos; no pocas veces se menciona también la imagen de una Iglesia retrógrada, enrocada en el pasado en la propuesta de algunas verdades dogmáticas o morales... en fin, podríamos añadir más  dificultades a la lista.

 

2. En la debilidad, es donde soy más fuerte, pero no con mi fuerza, sino con la fuerza de Dios. La prueba de la fe es un momento extraordinario para acrecentarla y consolidarla. Con todo, esa experiencia no libra del aguijón de la "carne" (¿una enfermedad? ¿la conciencia de su debilidad ante la misión? ¿el sentir el peso del propio pecado?). También Pablo pasó por el escándalo de la fe; tuvo dificultades, se sintió débil y en la debilidad se mantiene firme porque una voz en su interior le repite: "Te basta mi gracia".  Si mil tentaciones no hacen una caída, tampoco mil dificultades hacen una sola duda de fe, ni una sola. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

22 de junio de 2018

"Su nombre es Juan"

NATIVIDAD DE SAN JUAN-Is 49,1-6/Hch 13,22-26/Lc1,57-66.80

 

.  “Adonde yo te envíe, irás, y lo que yo te mande lo dirás. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte”. Hemos escuchado hoy estas palabras, incluidas en el oráculo que Dios dirige al profeta Jeremías (Jer 1,4-10). Ir adonde envía Dios y decir lo que Dios quiere que se diga. Ese era el secreto de la vocación de los antiguos profetas. Pero esa es la tarea que resume la misión de las personas que hoy elige Dios para que anuncien su presencia y su mensaje. La llamada comporta salir de casa para ponerse en camino y escuchar una palabra que ha de ser anunciada sin miedo. Sin temor y con la confianza de quien sabe que Dios ha prometido ser su libertador en el momento de la dificultad; esa confianza es necesaria para atreverse a anunciar con valentía la salvación que Dios ofrece a la humanidad (1Pe 1,8-12).

 

El evangelio nos presenta la oración de la tarde en el templo de Jerusalén (Lc 1,5-17, la ofrenda del incienso por un sacerdote anciano, la espera y pérdida de habla; la comunicación por signos y en una tablilla del anuncio que va a tener un hijo. Las tradiciones de Israel conservaban el recuerdo de otros nacimientos sorprendentes. La fe decía que Dios había decidido intervenir en la historia de su pueblo, enviando hombres extraordinarios que fueran portavoces de su palabra y agentes de su liberación. Con el tiempo se conocería lo esencial del mensaje que el ángel había transmitido al sacerdote Zacarías tras anunciarle que tendría un hijo: “Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto”.

 

En el mensaje del ángel se revela la misión del futuro hijo de Zacarías e Isabel, resumiéndola en tres verbos:  Caminar: “Irá delante del Señor”. El elegido por Dios desde antes de su nacimiento será enviado a caminar ante el Señor, con el espíritu de los profetas; “Convertir los corazones”:  Habrá de transmitir con fidelidad un mensaje para exhortar a las gentes a una conversión del corazón que rehaga los lazos familiares; “Preparar un pueblo para el Señor”. El encargado de exhortar a las gentes no ha de vivir en la nostalgia, sino en la esperanza. No restaurar las ruinas antiguas, sino a preparar para Dios un nuevo pueblo.

. Todas las personas, pensaban, somos enviadas al mundo por Dios con una misión. No nacemos para nada, nacemos para cumplir la misión que Dios nos ha encomendado. Podemos decir que nuestra misión es nuestra vocación: Dios nos ha llamado a la vida para cumplir una misión determinada; todos estamos llamados a la vida para algo único. La misión de Juan, su vocación, fue la de ser precursor de Jesús, del Mesías, y la cumplió con fidelidad y entrega, fue fiel, desde el nacimiento a la muerte decapitado, a la vocación que Dios le había dado. Pagó un alto precio por su compromiso con la verdad. Su ejemplo hoy debe incitarnos a nosotros a ser fieles a nuestra vocación humana y cristiana. 

. No es necesario pensar que nuestra misión tenga que ser algo grandioso o socialmente importante, es suficiente con que sea importante para nosotros y buena para los demás. Todos estamos llamados a colaborar en la construcción de una sociedad más justa y más buena; esa ya es una misión digna e importantísima, esforcémonos en ser fieles a ella. Tratando de imitar a san Juan Bautista, todos los cristianos nacemos con la misión de facilitar a los demás el acceso a Cristo. Ser pregoneros, mensajeros, catequistas de la vida y evangelio de Jesús. Esta será una buena manera de celebrar con dignidad la fiesta de la natividad de San Juan Bautista.

Francisco a los jóvenes: “Recuerden bien: ¡No tengan miedo de ir contra la corriente! ¡Sean valientes! Y así, como no queremos comer una comida en mal estado, no carguemos con nosotros estos valores que están deteriorados y que arruinan la vida, y que quitan la esperanza. ¡Vamos adelante! Que así sea con la Gracia de Dios.

 

17 de junio de 2018

"Corramos con el amor y la caridad"

Domingo XI TO –B- Ez 17, 22-24; 2 Cor 5, 6-10; Mc 4, 26-34

 

Así lo expresa esta parábola:

“Anoche tuve un sueño raro. En la plaza mayor de la ciudad habían abierto una nueva tienda. El rótulo decía: “Regalos de Dios”. Entré. Un ángel atendía a los compradores.

-¿Qué es lo que vendes?, pregunté.

- Vendo cualquier don de Dios.

-¿Cobras muy caro?

-No, los dones de Dios son siempre gratis.

Miré las estanterías. Estaban llenas de ánforas de amor, frascos de fe, macutos llenos de esperanza… Yo necesitaba un poco de todo.

Le pedí al ángel que me diera una ración de amor, dos de perdón, tres de esperanza, unos gramos de fe y el gran paquete de la salvación.

Cuando el ángel me entregó mi pedido quedé totalmente sorprendido. ¿Cómo puede estar todo lo que he pedido en un paquete tan diminuto?, le pregunté al ángel.

-Mira, amigo, Dios nunca da los frutos maduros. Dios sólo da pequeñas semillas que cada uno tiene que cultivar y hacer crecer”.

 

. A Jesús le preocupaba que sus seguidores termináramos un día desalentados al ver que los esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no obtienen el éxito esperado. ¿Olvidarían el reino de Dios? ¿Mantendrían su confianza en el Padre? Lo más importante es que no olviden nunca cómo han de trabajar. Con ejemplos tomados de la experiencia de los campesinos de Galilea anima a trabajar siempre con realismo, con paciencia y con una confianza grande. No es posible abrir caminos al reino de Dios de cualquier manera. Se tienen que fijar en cómo trabaja él.

 

. Lo primero que han de saber es que su tarea es sembrar, no cosechar. No vivirán pendientes de los resultados. No les ha de preocupar la eficacia ni el éxito inmediato. Su atención se centrará en sembrar bien el Evangelio. Los colaboradores de Jesús han de ser sembradores. Nada más. Después de siglos de expansión religiosa y gran poder social, los cristianos hemos de recuperar en la Iglesia el gesto humilde del sembrador. Olvidar la lógica del cosechador, que sale siempre a recoger frutos, y entrar en la lógica paciente del que siembra un futuro mejor.

 

. Los comienzos de toda siembra siempre son humildes. Más todavía si se trata de sembrar el proyecto de Dios en el ser humano. La fuerza del Evangelio no es nunca algo espectacular o clamoroso. Según Jesús, es como sembrar algo tan pequeño e insignificante como «un grano de mostaza», que germina secretamente en el corazón de las personas. Por eso el Evangelio solo se puede sembrar con fe. Es lo que Jesús quiere hacerles ver con sus pequeñas parábolas. El proyecto de Dios de hacer un mundo más humano lleva dentro una fuerza salvadora y transformadora que ya no depende del sembrador. Cuando la Buena Noticia de ese Dios penetra en una persona o en un grupo humano, allí comienza a crecer algo que a nosotros nos desborda.

 

. En la Iglesia buscamos cómo actuar en esta situación nueva e inédita, en medio de una sociedad cada vez más indiferente. Nadie tiene la receta.  Lo que necesitamos es buscar caminos nuevos con la humildad y la confianza de Jesús. Sentiremos la necesidad de volver a lo esencial. (¡Sortim-Salgamos!). Descubriremos que solo la fuerza de Jesús puede regenerar la fe en la sociedad descristianizada de nuestros días. Entonces aprenderemos a sembrar con humildad el Evangelio como inicio de una fe renovada engendrada por Jesús.

 

. No despreciamos lo pequeño y lo invisible.  Lo nuestro es crecer y ayudar a crecer en Cristo a los hermanos; es confiar en que todo depende de Dios y trabajar por el Reino como si todo dependiera de nosotros.

. “Estamos en camino: corramos con el amor y la caridad”. La vida aquí en la tierra es un camino que nos conduce al encuentro con Dios. Conviene no distraernos ni equivocarnos de camino. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

23 de enero de 2018

¡Cállate, y sal de él".

IV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO – B-  Dt 18, 15-20 – 1 Cor 7, 32-35 – Mc 1, 21-28

 

Según Marcos, la primera actuación pública de Jesús fue la curación de un hombre poseído por un espíritu maligno en la sinagoga de Cafarnaún. Es una escena sobrecogedora, narrada para que, desde el comienzo, los lectores descubran la fuerza curadora y liberadora de Jesús.

Es sábado y el pueblo se encuentra reunido en la sinagoga para escuchar el comentario de la Ley explicado por los escribas. Por primera vez Jesús va a proclamar la Buena Noticia de Dios precisamente en el lugar donde se enseñan oficialmente al pueblo las tradiciones religiosas de Israel.

La gente queda sorprendida al escucharle. Tienen la impresión de que hasta ahora han estado escuchando noticias viejas, dichas sin autoridad. Jesús es diferente. No repite lo que ha oído a otros. Habla con autoridad. Anuncia con libertad y sin miedos un Dios bueno.

De pronto, un hombre se pone a gritar: «¿Has venido a destruirnos?». Al escuchar el mensaje de Jesús se ha sentido amenazado. Su mundo religioso se le derrumba. Se nos dice que está poseído por un «espíritu inmundo», hostil a Dios. ¿Qué fuerzas extrañas le impiden seguir escuchando a Jesús? ¿Qué experiencias dañinas y perversas le bloquean el camino hacia el Dios bueno que anuncia Jesús?

 

Jesús no se acobarda. Ve al pobre hombre oprimido por el mal y grita: «¡Cállate y sal de este hombre!». Ordena que se callen esas voces malignas que no le dejan encontrarse con Dios ni consigo mismo. Que recupere el silencio que sana lo más profundo del ser humano.

El narrador describe la curación de manera dramática. En un último esfuerzo por destruirlo, el espíritu «lo retorció violentamente y, dando un fuerte alarido, salió de él». Jesús ha logrado liberar al hombre de su violencia interior. Ha puesto fin a las tinieblas y al miedo a Dios. En adelante podrá escuchar la Buena Noticia de Jesús.

 

No pocas personas viven en su interior de imágenes falsas de Dios que les hacen vivir sin dignidad y sin verdad. Lo sienten no como una presencia amistosa que invita a vivir de manera creativa, sino como una sombra amenazadora que controla su existencia. Jesús siempre empieza a curarnos liberándonos de un Dios opresor.

 

Sus palabras despiertan la confianza y hacen desaparecer los miedos. Sus parábolas atraen hacia el amor de Dios, no hacia el sometimiento ciego a la Ley. Su presencia hace crecer la libertad, no las servidumbres; suscita el amor a la vida, no el resentimiento. Jesús cura porque nos enseña a vivir solo de la bondad, el perdón y el amor, que no excluye a nadie. Sana porque nos libera del poder de las cosas, del autoengaño y de la egolatría.

J.A. Pagola

13 de enero de 2018

"Rabí, ¿dónde vives?

DOM II TO-B- 1Sam 3,3b.10-19/1 Cor 6,13c-15a.17-20/Jn 1, 35-42:

 

Juan nos muestra cómo se inició el pequeño grupo de seguidores de Jesús. Todo parece casual. El Bautista dice a quienes le acompañan: «Este es el Cordero de Dios». Los discípulos sin entender gran cosa comienzan a «seguir a Jesús» … caminan en un silencio roto por Jesús con una pregunta: «¿Qué buscáis?». «Maestro, responden, ¿dónde vives?».  No buscan conocer nuevas doctrinas; quieren aprender un modo nuevo de vivir…. «Venid y lo veréis». Haced vosotros mismos la experiencia. No busquéis información de fuera. Venid a vivir conmigo y descubriréis cómo vivo yo, desde dónde oriento mi vida, a quiénes me dedico, por qué vivo así.

 

Más que explicar: mostrar. Lo dijo un padre en el Sínodo de los Obispos sobre la familia: “no hablemos ni teoricemos tanto de la familia; mostremos la belleza de la familia”; no hablemos ni teoricemos tanto de la vocación religiosa, mostremos la alegría de ser consagrados; no hablemos ni teoricemos tanto de la fe, mostremos la serenidad, la esperanza, la lucha, la paz… que nacen de la fe. Es necesario experimentar un verdadero contacto con Jesús en la oración, el silencio, la misericordia, la generosidad, la escucha… solo así nuestra comunidad podrá engendrar nuevos creyentes. El encuentro con el Señor llena de gozo el corazón de las personas y nos pone en caminos nuevos para la vida. Sentir la cercanía del Señor, disfrutar de su paz es un regalo maravilloso de Dios.  Pero hay que abrir el oído como Samuel en la sencilla narración de su vocación que hemos escuchado: "Habla Señor que tu siervo escucha".  Nuestras dudas, crisis, búsquedas, silencios quedan reflejados en esta petición.  Y hay que responder llenos de confianza, sin temor: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad".

 

No es fácil decir con pocas palabras lo que los seres humanos buscamos en nuestro corazón. Llevamos dentro muchas pobrezas, muchos fracasos, muchas ganas de vivir en paz con nosotros mismos, muchos sueños sobre nuestro mundo, muchos deseos de disfrutar del amor de Dios y de salir de nuestras oscuridades íntimas. Seguro que aquellos jóvenes tenían el corazón lleno de esperanzas: buscaban alguien que les enseñara lo decisivo de la vida, con quien convivir, que les iluminara. Sabemos que tras el encuentro con Jesús sus vidas fueron por otros caminos (Simón-Pedro). Parece que es imposible disfrutar del encuentro con el Señor sin que se produzcan cambios profundos en nosotros.

Precisamente Pablo en la carta a los Corintios destaca el compromiso total que, para la persona entera, cuerpo y espíritu, supone la vocación cristiana nacida del encuentro con Cristo y vivida en la fe y el compromiso del seguimiento. Pablo acentúa fuertemente la dignidad del cuerpo (rechazando la fornicación: concubinato, adulterio; el estilo de vida pagano...). Para el cristiano esta dignidad radica en el hecho de su incorporación a Cristo por el bautismo -la fe-, de suerte que se hace miembro de Cristo y templo del Espíritu Santo. He aquí el fundamento de una ética cristiana del cuerpo. Su raíz está en la vocación cristiana que abarca a toda la persona, y dignifica profundamente el cuerpo -no lo banaliza-, poniéndolo al servicio de Dios.

 

Ojalá, como los discípulos, podamos decir con gozo: “Hemos encontrado al Mesías” y nos quedemos con Él. Él, seguro, se queda con nosotros: “Cuando todos te abandonan Dios sigue contigo” (Gandhi).  Que así sea con la Gracia de Dios.