22 de diciembre de 2018

"Aquí vengo yo para hacer tu voluntad"

. IV DOMINGO DE ADVIENTO –C-3- Miq 5,1-4/Heb 10,5-10/Lc 1,39-48

 

Los relatos en torno al acontecimiento del Dios que se hace humano en Jesús, tomando parte en nuestra historia, nos sitúan ante la Navidad como misterio. Y, nos recuerdan que, lo que hizo posible la encarnación de Dios hará posible su presencia hoy y su revelación a la humanidad:  Dios necesita nuestra cooperación, nuestra confianza filial  más que nuestros sacrificios. Lo vemos acompañados de María:

 

1. Creer y esperar: “Dichosa tú que has creído…”, dice Isabel cuyo esposo, Zacarías, no había dado crédito a las palabras del mensajero de Dios y había pedido una señal. No podía ser que de un anciano y una estéril se pueda esperar que brote vida nueva. La primera bienaventuranza en boca de mujer dirigida a una mujer: Ha creído y ha dado su consentimiento, ha dado crédito a la Palabra; ha creído que Dios interviene en la historia con medios humildes para hacer presente al salvador, porque “ninguna cosa es imposible para Dios”. “Hágase en mí según tu palabra”.  María es la creyente en las promesas de Dios a su pueblo, la que escucha la palabra, se fía, y ofrece su vida a disposición del proyecto de salvación de Dios. Siente dentro de sí que empieza a cumplirse lo que se la había dicho. Su presencia llena de Espíritu Santo a Isabel al primer saludo.

 

2. Acompañar y servir. Creyó, esperó e hizo. El primer gesto tras acoger y decir sí a la propuesta de Dios es ponerse en camino y marchar aprisa para acompañar a otra mujer que necesita su cercanía. Ella que había experimentado la mirada de Dios “en la humildad de su esclava” y se sentía acompañada por él siente la necesidad y el gozo de contagiar y dar vida. Piensa en los otros; Isabel la esperaba y necesitaba. La escena está cargada de una atmósfera muy especial. Las dos van a ser madres. Las dos han sido llamadas a colaborar en el plan de Dios. No hay varones. Zacarías ha quedado mudo. José está sorprendentemente ausente.  Como María nos ponemos en camino, salimos de nuestras rutinas, inconsciencias e individualismos y expresamos la fe que nos mueve acompañando y sirviendo… a quien se siente solo, abandonado, enfermo o deprimido. Servir en las pequeñas cosas que están al alcance de nuestras posibilidades, nos hace grandes.

 

3. Saludar y bendecir. Hay muchas maneras de acercarnos a las personas. El saludo de María trae paz, alegría y bendición de Dios. “En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre”. Y desbordada por la alegría, llena del Espíritu de Dios, “dijo a voz en grito: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de vientre”.  Dios nos bendice y nosotros le bendecimos, alabamos y damos gracias. Pero también bendeciremos a otros reproduciendo y prolongando los gestos y el querer de Dios. Bendecir es un arte, es hablar bien, es mirar positivamente a las personas, reconocer la dignidad de alguien, y ensalzarle.

 

Dios es y sigue siendo Misterio. Pero ahora sabemos que no es un ser tenebroso, inquietante y temible, sino alguien que se nos ofrece cercano, indefenso, entrañable, desde la ternura y la transparencia de un niño. Y este es el mensaje de la Navidad. Hay que salir al encuentro de ese Dios, hay que cambiar el corazón, hacernos niños, nacer de nuevo, recuperar la transparencia del corazón, abrirnos confiadamente a la gracia y el perdón.

 

Los primeros cristianos nunca separan a María de Jesús. Son inseparables. Ella no ofrece sacrificios y sí su vida, su cuerpo, el cumplimiento de la voluntad de Dios. Que, como ella, acojamos a Jesús en nuestro corazón y, al hacerlo, seamos capaces de renacer a una fe nueva. Una fe que no queda anquilosada sino que rejuvenece; que no nos encierra en nosotros mismos sino que nos abre; que no separa sino que une; que no recela sino confía; que no entristece sino ilumina; que no teme sino que ama. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

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